El día 16 de agosto se cumplieron 35 años
de la presunta muerte de Elvis Presley – presunta porque gente seria afirma que
vive como camionero en Tasmania -; para celebrarlo coloqué en el spotify una
selección de canciones del Rey, como la cobertura de internet en Salobreña es
bastante caprichosa Elvis ha estado yendo y viniendo durante todo el día sin
mucho rigor, canciones a ráfagas, casi por sorpresa para celebrar la fecha.
El hijo de unos amigos nació un 16 de
agosto, el padre quiso ponerle de nombre Elvis pero circunstancias de la vida y
supongo que algo de sentido común impidieron que inscribieran al muchacho con
ese nombre; todos los veranos me acuerdo de estos amigos y de su hijo pero como
tengo perdido su móvil no he podido llamarles.
El día anterior, el 15 por la tarde, en
casa me dijeron que estaban un poco hartos de pescados azules y que les
apetecía una caldereta de pescado blanco, además tenía que preparar pescado
para siete. Pasé la noche soñando con el pescadero del mercado de Motril, que
sonreía enseñándome el colmillo mientras me ofrecía unas merluzas mediopodridas
que atufaban a la legua, asegurándome que estaban recién pescadas. No sé
cuantas vueltas di en la cama esa noche soñando con el puesto de pescados del
mercado de Motril con los mariscos de profundo olor a amoniaco y los pescados con ojos acuosos a punto de
estallar.
Vi amanecer entre pesadillas y a eso de las
siete de la mañana estaba en pie, seleccionando canciones de Elvis y surfeando
por los blogs de cocina intentando apaciguar el espíritu; he sacado en claro de
esta noche el enlace con el blog de McGee – en inglés, la última entrada
explicaba una técnica para pelar las judías con agua gasificada – y las
referencias de un restaurante en Zahara de los Atunes especializado en todos
los despieces del atún de almadraba – El Campero.
A las ocho y media en punto de la mañana,
recién abierto el mercado, estaba frente al puesto viendo descargar, con cierta
paz, el pescado recién pescado. El pescadero y su sonrisa estaban allí, pero no
las piezas zombies de mis pesadillas. Una a una fueron sacando cajas con
pargos, besugos, cabrachos … En el último de los cajones, empujado entre dos
empleados, la cola de una aguja de mar, su diámetro casi inabarcable por mis
brazos. Viendo el corte de las espinas entendí porqué algunos restaurantes
ofrecen como un manjar el tuétano de los grandes túnidos, el de aquella aguja
todavía supuraba.
Marcado por las instrucciones del día
anterior y aturdido por la mala noche, deseché la aguja, aunque su pinta fuera
soberbia y me decanté de nuevo por el cabracho, sensiblemente más barato que
otros pescados de gran tamaño.
No fue ajena a mis pesadillas de ferragosto
la obsesión por el sabor, trasladada al pescado. La reciente invasión japonesa
de nuestras mesas ha facilitado la definición del sabor de los pescados, tanto
para bien como para mal. El pescado crudo y los marinados en semicrudo permiten
conocer a que sabe o a qué debe saber el pescado. Aunque me gusta mucho la
cocina japonesa he de reconocer que el pescado crudo es bastante soso, sobre
todo el pescado blanco.
A lo largo de los últimos años se ha
modificado el gusto por el pescado en España, no hay más que ver los tiempos de
cocción de los pescados en los recetarios anteriores a los años noventa del
siglo pasado y los actuales. Cada vez se aplican menos tiempo de exposición del
pescado al calor, también se reduce la intensidad, la temperatura.
Es complicado relacionarse con los pescados
y mariscos en la cocina, lo primero y principal es que el producto sea fresco,
realmente fresco – todavía recuerdo algunas cigalas que todavía se movían en el
mostrador y al llegar a la plancha desprendieron un intenso olor a orina que
los hacía incomibles -; supongo que cada cocinilla además de tener sus
suministradores habituales suele tener sus trucos para detectar si el pescado
es realmente fresco. Termina siendo más importante la frescura de la pieza y
que se trate de una pieza de temporada que su precio.
Los días que anduvimos por Cádiz tuvimos la
oportunidad de probar pescados blancos autóctonos – la urta y la borriquete -;
unas piezas espectaculares, de carnes prietas y sabrosas. Me sorprendieron los
recetarios gaditanos que preparan estas piezas con tomate y pimiento – recetas
a la roteña -, para mi gusto la salsa de tomate y los sofritos con tomate
terminan vulgarizando mucho el sabor del pescado, la salsa mediatiza el sabor
de la carne casi por completo.
Al margen del consumo del pescado crudo –
además de ser muy fresco hay que ser un virtuoso del corte -, los cocinados al
horno o a la plancha suelen funcionar bastante bien, potenciados con un poquito
de ajo – poquito -, o con un chorrito de aceite. Los pescados a la sal, si se
hacen bien, también conservan bastante el sabor.
Respecto de los guisos el gran
descubrimiento de este verano han sido los vinos finos y los amontillados, que
usados en su justa medida permiten también potenciar los sabores.
Quedé encantado por el borriquete, no he
sabido encontrar un familiar equivalente en mis consumos cotidianos, a lo más
que he llegado en internet ha sido a encontrar sus datos técnicos - Nombre Científico: Plectorhynchus
mediterraneus
Clase: Osteictios Orden: Perciformes
Familia: Haemulidae -; he visto que las piezas de mayor peso pueden llegar a
pesar 8 quilos, aunque lo normal es que ronden los 2 quilos.
Pregunté por el borriquete al pescadero de
Motril – al de la sonrisa y el colmillo – puso cara de extrañeza y me dijo que
no le sonaba el nombre. Por lo tanto no pude hacer mi caldereta con borriquete
y me contentar con el cabracho.
Primero pasé por la plancha las rodajas de
pescado – lo justo para que tomaran color -, en ese mismo aceite rehogué tres
cebollas, una pizca de pimiento verde y una zanahoria en daditos; dejé que se
cocinaran bien con un poco de sal, un poco de pimienta y laurel en polvo.
Cuando la verdura estaba completamente “atontada” añadí un vaso de fino y subí
la temperatura para eliminar el alcohol, luego añadí tres dientes de ajo
laminados, bastante perejil picado y unas hebras de azafrán.
Había pelado cuatro patatas grandes, que
partí en canteros y añadí al guiso. Cubrí las patatas y el sofrito con agua y
lo dejé hirviendo hasta que las patatas quedaron cocidas. Apagué el fuego e
incorporé las tajadas de pescado, tapando la olla y dejando que el pescado se
termine de cocinar con el calor que conservaba la olla.
Como había niños por casa preparé una
guarnición complementaria: Arroz hervido con quisquillas, ajo, perejil y
almejas. Para el arroz puse a hervir agua en un puchero, mientras el agua
rompía a hervir pasé por la sartén 300 gramos de quisquillas de Motril – como
son muy delicadas hay que tenerlas poco tiempo en la sartén -, las reservé en
una fuente. En el aceite en el sofreí las quisquillas puse a freír cuatro
dientes ajo.
El agua del puchero estaba ya hirviendo,
escaldé el arroz – dos tazas de desayuno – unos instantes, retiré el arroz
cuando el agua empezó a hervir de nuevo -. Añadí el arroz a la sartén con el
ajo, cubrí la sartén con agua – justo al límite del arroz -, sal, pimienta,
perejil en abundancia y 300 gramos de almejillas de las de paella, tapé la
sartén y puse el fuego al mínimo, para que la cocción fuera muy lenta.
Mientras se hacía el arroz, pelé las
quisquillas y las coloqué sobre el arroz casi cocido.
Por una parte la caldereta con las patatas,
por la otra el arroz con quisquillas y almejas para el que no quisiera comer el
pescado con las patatas.
Mientras tanto ráfagas de Elvis, del Love
me Tender al Little Less Conversation; mañana regresamos a casa, espero poder
escuchar a Elvis sin interrupciones.
Como cuadro una vidriera de John LaFarge,
un pintor norteamericano de principios del siglo XX, capaz de reproducir peces
tan enigmáticos como los de mi pesadilla.
Si algo no puedo soportar es el olor a pescado aunque me encanta y espero en estos días comerlo bien fresquito y sobre todo guisado con mucho cariño. No dudéis que recordaré "aquellos tiempos". Jubi
ResponderEliminarQue buena receta diletante.
ResponderEliminarMe gusta el pescado pero ando un tanto confundida por las noticias que dicen de congelar antes de comer todo pescado, aunque se compre fresco.
No entiendo entonces la mejora de comprarlo fresco, si es necesario congelarlo para acabar con esos asquerosos gusanitos que llevan dentro.
Algún día contaré una anécdota de hace unos 10 años que hizo que no volviera a entrar bacalao en mi casa paterna. Como es un tanto .... asquerosa no la contaré en público.
Me encantan tus historias diletante. Cada día escribes mejor.
Ve pensando en publicar todas las entradas en papel :-)
LSC