Creo que ya he comentado
en alguna ocasión que uno de mis primeros recuerdos de gourmet fue un programa
de la televisión francesa que se llamaba La Cocina de los Mosqueteros, lo
presentaban dos matronas francesas rodeadas de grandes marmitas que mezclaban
cantidades ingentes de verduras entre risotadas y aspavientos. Lo ponían
después de la retransmisión del Tour de Francia y en el mes de julio lo
sintonizábamos casi por casualidad, fascinados por el Tour, no por los fogones.
Entonces debía tener siete u ocho años.
Cuando muchos años después
descubrí que Alejandro Dumas era un gran cocinero y mejor comilón me hizo
gracia mantener ese hilo de contacto entre la literatura y la gastronomía casi desde
la infancia.
Hace pocos meses descubrí
que la editorial Gadir había editado un libro de Alejandro Dumas titulado
Diccionarios de cocina. El libro lo he hojeado en las librerías en varias
ocasiones y siempre me echó para atrás que era excesivamente sencillo, que no
había apenas rastro de la fuerza narrativa de Dumas y que todo se reducía a una
relación más o menos ordenada de lugares comunes y de anécdotas facilonas en
torno a los guisos y a los productos.
En una de estas horas
muertas dedicadas a la lectura furtiva en grandes almacenes, haciendo tiempo
hasta que los niños salen del colegio, localicé una voz del diccionario que
podía tener un poco más de enjundia referido a los macarrones.
Lo divertido del comentario
era vez como Dumas en el arranque del siglo XIX celebraba la llegada de los
macarrones a la cocina francesa, celebración que tomaba como una gran novedad.
Casi doscientos años después los macarrones se han integrado en nuestra cocina
hasta el punto de ser un plato casi vulgar, un plato de batalla, sólo en Italia
me he encontrado algunos restaurantes de cierto postín en los que todavía se
atreven a introducir en su menú platos con macarrones que harían las delicias
del más exigente gourmand.
Entre las grandes virtudes
del macarrón se encuentra su nombre se remonta al griego en el que la palabra “Makàrios”
se refiere a la persona feliz, beata; de makàrios pasó a makaria – una pasta
hecha a base de cebada y avena – y de makaria a macheroni, por lo tanto los
macarrones se convierten en la antesala de la felicidad.
Cuenta Dumas que los
macarrones llegaron a Francia por medio de la italiana Catalina de Médicis, que
se casó con Enrique II; asegura el autor que los macarrones nunca hicieron
furor. Considera Dumas que los macarrones son originarios de Nápoles, patria
del macarrón, donde lo preparan de mil maneras; es un plato de ricos y de
pobres – los lazzaroni napolitanos que son un remedo de los picaros
castellanos.
Dumás prefiere los
macarrones que no sean demasiado gruesos, justo del grosor de una brizna de
paja, se han de hervir en agua salada, incluso mejor en caldo, los aliña con
queso rallado parmesano – ¾ de kilo -, mantequilla y caldo de buey.
Se aventura a dar una
receta sobre el caldo, hecho a base de lomo de buey – 3 libras -, 6 tomates y 6
cebollas blancas que él denomina Españolas. Hay que hervir en agua fresca estos
ingredientes durante 3 horas y después colarlos.
El caldo sirve de base
para los macarrones ya que se ponen un par dedos de caldo y sobre ellos una
cama de macarrones; sobre los macarrones se espolvorea el queso rallado y sobre
ese queso un poco más de caldo con un sofrito de cebolla, tomate, ajo, pimiento
rojo, sal, pimienta, champiñones, crestas de gallo, trufa, taquitos de jamón
cocido y lengua, sofrito ligado con generosa cantidad de mantequilla.
Se gratinan al horno y se
llevan a la mesa.
Partiendo de esta receta
básica de macarrones me ha venido a la memoria otro plato de macarrones que
durante muchos años me gustaba pedir en un restaurante cercano a Santa María
del Mar, el Senyor de Perellada, una sucursal de la Fonda Europa de Granollers;
allí anunciaban en su carta los macarrones del Abogado Solé, un líder sindical
del tardofranquismo que aunaba en una sola figura la de comunista y vividor,
cuando ser vividor no estaba mal visto por los comunistas y ser comunista no
era un obstáculo para ser vividor.
El abogado Solé – Solé Barberá
para más señas, diputado por el PSUC en la primera legislatura – solía pedir
ese plato cuando salía de las magistraturas en los años setenta, después de
haberse peleado con jueces del régimen y funcionarios de dudoso pedigrí.
Los macarrones del Abogado
Solé llevan los siguientes ingredientes:
•400 g. de macarrones
•200 g. de hojas de
espinacas frescas lavadas
•150-200 g. de bacon
cortado a dados pequeños
•4 tomates maduros de pera
•250-300 g. de nata
líquida
•1 diente de ajo laminado
•40 g. de mantequilla.
El truco de este plato de
macarrones era que el bacon – en realidad panceta o carnsalada ahumada, nada
que ver con el bacon infame que venden empaquetado en los supermercados – se cortaba
en daditos, no en lonchas. As espinacas apenas reciben un hervor. Se ligan los
ingredientes de la farsa de los macarrones a fuego muy suave, deshaciendo primero
la mantequilla, sofriendo el bacon, salpimentándolo, añadiendo el ajo laminado –
que no debía freírse, sino confitarse -, después los tomates pelados, las
espinacas crudas para que se cocieran en la grasa. Finalmente un vasito de la
nata líquida, que no debía hervir, sólo calentarse y dejarse llevar por un
ligero y permanente meneo de sartén – no muy lejano al del pil pil – que trabara
bien la salsa. Mi subconsciente me anima a añadir un puñadito de piñones pero
revisadas mis fuentes compruebo que en las recetas originales no había piñones.
Lo dicho, comida de
comunistas con fama de vividores, o de vividores con fama de comunistas. Gente
de fiar en cualquier caso, gente de otro tiempo. Culta y luchadora.
De postre un cuadro
barroco de Anibale Carracci, no quiero imaginarme los macarrones que debían
comerse en el puesto de estos carniceros.
Retomo mis "quehaceres" después de mi turné catalana. ¡¡¡Qué bien he comido¡¡¡ lástima que mi apetito no sea el de antes. Entretenida la entrada de hoy con los macarrones. Descansa por favor. Jubi
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