Una buena amiga que sigue el blog
prácticamente desde el primer día me comenta que suele leer mis entradas con el
máximo interés pero que cuando llega a la receta se la salta. Probablemente sea
el máximo halago que puede recibir un diletante ya que una de las virtudes del
diletante es la de poderse mover con comodidad por la periferia del
conocimiento sin tenerse que empapar del enojoso rigor.
Otro amigo, también aficionado a los
fogones, me ha prestado un libro de James Salter, un prestigioso novelista
americano, que ha escrito junto a su mujer una especie de dietario entorno a la
comida y a la gastronomía que se titula “Life is Meals”, como si fuera una
especie de diario de un gourmet va desgranando día a día pequeñas anécdotas y
reflexiones que tienen que ver con la buena mesa y los fogones; he hojeado
varias de las entradas y curiosamente tiene muy pocas recetas completas.
Estas dos personas son una clara
constatación del aforismo de Brillant Savarin, que afirmaba que el hombre se
alimenta pero que sólo la persona de ingenio sabe comer.
Creo que tenemos que cuidar a todos estos
compañeros de la periferia y recordar lo importante que resulta que se mantengan
allí, que como Salter o como Brillant Savarin eviten las recetas y que se
interesen por lo que rodea a la receta, que en el fondo es lo que da más
placer.
En cierto sentido mi hijo pequeño es
también un perfecto compañero de la periferia, no ha cumplido todavía cuatro años,
sin embargo se comporta en la mesa como el más exigente de los gourmets, su
plato preferido son los calamares a la romana, de hecho cuando salimos a comer
fuera se enfada si en la carta no aparecen sus dichosos calamares. Cuando llega
a la mesa la ración rebosante de aros rebozados nos pide que se los cortemos para
después cuidadosamente tomarse el rebozo y apartar los calamares, normalmente insípidos.
Desde muy pequeño ha descubierto que el verdadero secreto de la buena mesa está
en los aspectos accesorios.
El placer de las etimologías permite
afirmar que no en vano la palabra compañero viene del latín con-panis, es
decir, el que comparte su pan con alguien.
Como se trata de compartir el pan con
alguno de estos compañeros he encontrado una receta que reúne todas las
virtudes de la periferia, primero porque es una receta isleña, nada hay más periférico
que una isla, concretamente de Sicilia; segundo porque es una receta hecha a
base de trigo; tercero porque tras la receta hay una pequeña historia que se
remonta al arranque del siglo VII cuando durante una hambruna los habitantes de
esta ciudad se encomendaron a la protección de Santa Lucía, patrona de la
villa, para que les consiguiera comida. Al parecer la Santa les hizo caso a
medias ya que tras las rogativas avistaron un barco cargado de trigo. Tal era
la necesidad y apetito de los siracusiense que abordaron la nave con cierta
violencia cuando comprobaron que el trigo venía dañado por el agua del mar y no
servía para hacer pan, el ingenio de los vecinos les permitió aprovechar
aquella calamidad y prepararon una sopa de trigo llamada sopa de Santa Lucía en
honor a la patrona y al incidente.
La receta la encontré en un libro también
periférico titulado Las Islas del Mediterráneo-La Cocina Mediterránea, de la
editorial Tandem Verlag GmbH, impreso en China; en la página final del libro
aparecen sonrientes una docena de cocineros de distintas islas del
mediterráneo, los sicilianos Beppo Barone y Angelo La Spina. El libro lo
descubrí por casualidad en un estante de saldos y ofertas de una gran librería,
no llegó a costarme ni cuatro euros, cuando lo hemos hojeado en casa hemos
visto que este libro casi residual va a darnos grandes tardes de gloria en los
fogones, otra de las ventajas de la periferia.
Para la sopa de Santa Lucía necesitamos un
cuarto de kilo de granos de trigo sin la cáscara, 50 gramos de garbanzos y 50
gramos de judías blancas pequeñas y secas. Como la receta utiliza fuentes muy
tradicionales las medidas se dan también en tazas – de desayuno -, dos de trigo
y media de las otras legumbres.
El trigo hay que ponerlo a remojo durante
72 horas en agua con sal. Los garbanzos y las alubias también – sólo 12 horas
-; cada uno de los ingredientes ha de someterse a remojo en recipientes
distintos, no mezclarse.
Es apunte mío, tomando los consejos de algún
afamado bloguero, el de añadir una cucharadita de bicarbonato a las aguas del
remojo, permitirá que los granos queden más esponjosos.
Superados los tiempos de remojo hay que
hervir cada uno de los ingredientes por separado. Una hora de cocción para el
trigo, una hora los garbanzos y hora y media las judías – ojo que para que las
judías queden tiernas es necesario romperlas la cocción con agua fría tres
veces, de modo que cada vez que rompan a hervir hay que quebrar el hervor. Para
cocerlas además de salar el agua va bien poner unas hojitas de laurel o de
tomillo.
Se reserva el grano y las legumbres.
Para hacer la sopa es necesario contar con
algunas hierbas silvestres frescas, la receta original lleva en partes iguales
achicoria, acelgas y estragón – pueden sustituirse por espinacas o por
canónigos, incluso por lechugas, endivia o escarola -; la achicoria y la acelga
tienen un puntito amargo y el estragón un toque anisado muy peculiar por lo que
yo no prescindiría del estragón ya que le va a dar mucha personalidad a la sopa
y va a contrarrestar el excesivo amargor de otras plantas.
Necesitamos cuarto de quilo de hierbas
silvestres que hay que lavar bien y escaldar en agua hirviendo con sal durante tres
minutos. Una vez escaldadas se escurren y pican. Puede reservarse el agua
utilizada en este proceso ya que es una buena base para el caldo – la otra
posibilidad es la de utilizar para la sopa un caldo de verduras o de ave.
Se pican dos dientes de ajo, una cebolla,
una zanahoria y una rama de apio fresca; se sofríen durante 5 minutos con
aceite de oliva. Se salpimenta para que sude bien el sofrito.
En esa misma sartén se añaden las hierbas
silvestres escaldadas y escurridas, también los granos de trigo hinchados. Se
deja todo cociendo durante cinco minutos, removiendo suavemente con una cuchara
de palo.
Terminado de rehogar todo se pasa a una
olla más grande, se añade un litro cumplido – litro y un poco más – del caldo de
cocción de las verduras o de otro caldo que no haya quedado muy fuerte. Cuando
rompa a hervir de nuevo el caldo se cuentan 10 minutos, se añaden los garbanzos
cocidos y las judías blancas también cocidas, también un ramillete de hierbas
aromáticas (laurel, tomillo, mejorana y romero. Lo venden preparado, es el
bouquet garní) y se deja hirviendo a fuego muy suave otros 15 minutos más. Se
rectifica de sal y el plato puede ir a la mesa.
Se sirve acompañado de tostadas de pan con
ajo.
En honor a Santa Lucía una litografía de
Salvador Dalí, Santa Lucía o el triunfo de la luz; creo que encaja bien con el
plato y con las islas periféricas.
El cuadro de Dalí me ha gustado más que la sopa Santa Lucía, quizá porque nunca la he comido, pero no es de los platos que al ir a un restaurante eligiese. Jubi
ResponderEliminar:-(
ResponderEliminarEstoy un poco avergonzada por decirlo pero me ha pasado, en varias ocasiones, lo que a tu amiga.
Me fascinan tanto tus relatos que cuando llega a la receta me parece como un añadido extraño.
Hummmmmmm.......
Habrá que plantearse otro Blog de diletante. Tampoco cuesta tanto llevar dos Blogs. Con el trabajo, familia y bolos se puede perfectamente compaginar unos estupendos Blogs.
Je.
A mi me encanta éste.
LSC
También me gusta más el cuadro de Dalí que la sopa de Santa Lucía, pero la sopa sí que me la tomaría uno de estos días fríos y lluviosos que se avecinan!!!
ResponderEliminarSe que a tí los días te cunden más que a cualquier mortal y me agota pensar en todas tus actividades diarias y siempre con buen humor, ¿has pensado en descansar en algún momento? Jubi
ResponderEliminarJubi es una sabia.
ResponderEliminarDiletante, deberás empezar a escuchar sus consejos....
LSC