No pensaba que hoy terminaría escribiendo
una entrada del diletante. Ni mucho menos.
Viajaba en tren de Pamplona a San
Sebastián, regresaba de un congreso profesional que pensaba ya concluido con sus
luces y sombras, por wasap me iban informando de los últimos coletazos, sin
mucha ayuda que poder prestar desde mi vagón.
En los congresos, como en general en
cualquier acto público al que me toca asistir en el que se me exija cierto grado
de actividad, siento que no me reconozco, que tengo poco que ver con la persona
que habla, discute, escribe, ríe o intriga; tal vez por eso me resultan cómodos
los cuadros de Picabia que superponen siluetas que finalmente reflejan una escalinata imposible.
Supongo que uno aprende a no reconocerse,
que es casi tan útil como lo de conocerse bien.
Puede que el propio Picabia, hijo de
francesa y cubano, no se reconociera suficientemente y por eso hubiera de
ocultar su primer apellido, Martínez, ya que con él era complicado que brotaran
trazos de dadaísmo.
Viajaba en tren dormitando entre campanazos
de wasap, terminando de leer la última novelilla de Julian Barnes titulada El
Sentido de un Final; una nouvelle – apenas tiene 180 páginas en letra grande –
enigmática, llena de aristas.
Barnes había escrito un pequeño ensayo
llamado Un Perfeccionista en la Cocina, sobre el que he hecho ya algún
comentario.
Como era de esperar mi novelilla escondía
una receta entre su trama la receta de un pollo al medio luto que la ex mujer
del protagonista preparaba a su marido. La casualidad hace que mi última entrada
se refiriera a este pollo al medio luto, esta vez sacado de un libro de Alice
Toklas.
Descubro con sorpresa que la receta de la
Toklas poco tiene que ver con el original e investigando descubro que el nombre
de la receta – pollo al medio duelo en su traducción literal – tiene cierto
sentido ya que se trata de deslizar finas rodajas de trufa negra entre la piel
del pollo en la fase previa al guiso para que así su piel se tiña de negro en
algunas zonas, de ahí el nombre.
Le técnica que permite esconder las láminas
entre la piel de un ave se llama Contiser – engancho un link donde se explica
el modo de hacer las incisiones (http://www.gastronomiaycia.com/2011/05/13/contiser/).
Últimamente cuando viajo tiendo a desplegar
mucho espacio con el ordenador, papeles sueltos, el móvil con su cargador;
tiendo a expandirme.
El tren que lleva a San Sebastián va medio
vacío y el revisor amablemente me permite pasar a una fila vacía en la que
puedo colocar mis aperos sobre dos mesas.
Sigo sin querer escribir una entrada, de
hecho reviso correos y mensajes, voy descomprimiendo la inevitable tensión del
congreso.
Estoy cansado, son dos noches de cenas
copiosas y gentío, noches de poco dormir. Mis hijos me tienen acostumbrado a
dormir poco pero el agotamiento casero tiene poco que ver con el agotamiento
social, el que ha hecho que cada mañana inevitablemente a eso de las cinco abra
un ojo y luego remolonee entre cabezadas hasta dos o tres horas más.
Miro por la ventana sin ver gran cosa,
absorto en mis cábalas, paramos en Hernani, no estaba previsto, el tren
demorará unos minutos su llegada a Donosti. Cuando arranca de nuevo, pasadas ya
las nueve de la noche, el revisor se me acerca con cierto nervio:
“Ha visto usted el cadáver”.
“No”, le contesto sorprendido.
“Estaba en la vía, junto al mercancías;
pensaba que se había fijado en él; no había manera de no haberlo visto”.
La verdad es que no me había fijado y en
cierta medida era un golpe de suerte.
El revisor, un tipo amable, mayor, de pelo
cano, acoplado ya a una ruta sin sobresaltos y casi sin viajeros; estaba
descompuesto.
Lo cierto es que en mi caso a la casualidad
de haber cambiado el sito, la casualidad de ir mirando la ventana, le había
acompañado la casualidad de no haberme fijado en el hombre muerto. De haberlo
visto la descomposición del revisor me hubiera contagiado, sin embargo mi
omisión casi podría considerarse un golpe de suerte; un golpe de suerte que
surgía de una fatalidad ajena.
Llegué a San Sebastián sobre las nueve y
media, todavía de día, desde el inicio quise ir al hotel, sin enredarme en la
ciudad. Estoy cansado, mañana tendré que madrugar. Decido no cenar gran cosa, mañana
visitaré Zuberoa y quiero estar descansado, con el estómago amable y encantador.
Barnes, el tren, el cadáver, el congreso,
la referencia al pollo de medio duelo, la revisión de la receta de Toklas –
llevo el libro también en la maleta -, Picabia.
En la habitación del hotel solo me acompaña
una televisión apagada y una fotografía espectacular del Peine del Viento.
No puedo cocinar, aunque un buen amigo se
ha empeñado en regalarme un saco – sí, un saco de casi dos kilos – de auténticas
ñoras murcianas.
Leo que Santi Santamaría en ocasiones
preparaba un pollo al medio luto de pobre, en el que sustituía las trufas por
aceitunas negras de Aragón. El mismo efecto, sabor radicalmente distinto.
Vayamos con la receta antes de que la
causalidad o la casualidad me lleve a otro lugar.
Con un cuchillo muy fino y afilado
cortaremos lascas lo más grande posible de aceitunas de Aragón – podríamos utilizar
kalamatas, pero eso haría que el pollo fuera menos de pobre -.
Se coloca sobre una tabla de cocina un
pollo entero, eviscerado, preferiblemente de campo, más que nada porque tendrá
la piel un poco más gruesa y resistente y la capa de grasa entre la carne y la
piel permitirá maniobrar mejor.
Se hacen incisiones como de 5 centímetros
sobre la piel del pollo, separando cada corte tres o cuatro dedos. Han de ser
incisiones que no lleguen a profundizar en la carne, sólo que separen
ligeramente la piel de la carne.
Hechas las incisiones – el número dependerá
del grado de luto que le queramos dar al pollo – introducimos en cada una de
ellas dos o tres láminas de aceitunas negras.
En cada corte se pone también una pizca de
mantequilla salada.
El pollo se rellena con una mezcla de
mantequilla, higaditos, corazón y mollejas del propio pollo debidamente
picados, ajo, sal y pimienta.
Sobre una cocotte, una tajine, o, sin
necesidad de ponerse sofisticado, sobre una cazuela alta, se ponen tres
cebollas picadas, zanahorias picadas y puerro, sal, pimienta y una hoja de
laurel.
Se rehoga unos minutos con mantequilla, a
fuego mínimo, y cuando estén las verduras sudorosas se coloca el pollo con el
fuego al mínimo posible para que se guise durante unas largas dos horas – si es
de granja de verdad – sin riesgo de que quiebre la piel dado que el efecto
fundamental es el las aceitunas como un tinte subcutáneo del pollo.
Se tapa la cazuela durante toda la cocción
para que se haga de modo uniforme.
Terminado el proceso de cocción – se sabe
que el pollo está correctamente guisado si al clavarle ligeramente la punta de
un cuchillo el agüilla se destila no es rosa -, se deposita el pollo en una
bandeja y con los restos de verduras y el caldo de cocción o bien se puede
trabar una salsa con poco de vino de Málaga y un cuartillo de crema de leche,
todo ello pasado por la batidora; o bien se puede servir la guarnición entera
sin complicarse mucho la vida, que bastante se complica sola.
Vaya trasiego dile....que cansancio.
ResponderEliminarMenos mal que este finde va a ser divertido y os va a servir para recargar pilas.
Ya me enseñarás la medalla que te van a colgar.
Me gustan tus relatos, tus recetas y los cuadros, pero lo que más me gusta ahora mismo es que por vez primera.....voy a adelantar a Jubi en sus comentarios !!!!!!
LSC
Pues sí, hoy me has tomado la delantera LSC, ya había leído la entrada pero nos servían el desayuno, oía charlar en el pasillo y como me gusta estar en todo, he salido para no perderme nada. La vida del diletante es agotadora, y tenemos la suerte que entre tanto trasiego nos dedique a sus amigos un rato para deleitarnos con sus aventuras o entre fogones y con los bonitos cuadros. Esta semana le toca escapada a los madriles. Jubi
ResponderEliminarBien Jubi y LSC habeis madrugado... todo llegará.
ResponderEliminarDile, tu nueva etapa de Zalacaín el Aventurero, práctiamente lleva tu nombre en mi ordenador.
Este siniestro pollo se va repitiendo sucesivamente en las letras. Te he de decir que no soy capaz de digerir tantas mollejas e higadillos; eso me da terror. Se que a tí te encanta; te he oído hablar mucho de ellos, yo siempre se los doy a mi gata; lo siento Dile pero es así.
En espera de tu nueva entrada findesemanera me despido de tí.
Pásalo bien,
La Poularda Dada.