Sábado
a mediodía. Zuberoa. La mañana amaneció con lluvia y a eso de las 8’30 de la
mañana estábamos en ruta hacia el País Vasco Francés; mañana fresca aunque fue
abriendo con el paso de las horas. Irún, Hendaya, Sokoa, Bidart, San Juan de
Luz … pueblos que todavía resonaban a los años de plomo, pasados los años
recuperan poco a poco la bondad.
Desayunamos
en San Juan de Luz cuando todavía no habían abierto las tiendas, mañana muy
ventosa. Sobre las once estábamos en Biarritz, donde lo hubiéramos comprado
todo.
Tanto
a la ida como a la vuelta fuimos por la carretera de la playa.
Llegamos
a la Barriada de Iturriotz, pasada Rentería, a la una y media. Un caserío de
impresión con cerca de cuatro siglos de historia, varias generaciones de
restauradores.
El
recibimiento espectacular, sorprendente, llegamos los primeros, el salón entero
para nosotros. Había reservado 15 días antes; pese a que tengo un apellido
vulgar el mestre sala había ligado informaciones y me desmontó en unos
segundos.
Yo
pedí un fino de aperitivo, homenaje al Catalán muy Fino; mientras nos
decidíamos recuperé cierta templanza y acerté a pedir un poco de foie con
manzana de aperitivo.
Descartamos
rápidamente el menú degustación por el anuncio de platos fuera de carta, todo
facilidades.
Los
aperitivos de la casa primero una royal de trufa con geleé de oporto. Debieron
hacerla con pechuga de pollo de corral, una crema muy suave. El segundo una
chip de patata con brandada de bacalao.
Gracias
a esas facilidades tomamos medios primeros. El primero de los medios primeros
unos guisantes con yemas de espárragos y corazones de alcachofa. Nada más y
nada menos.
Se
segundo de los medios primeros unas cigalas al horno, sin complicaciones.
Soberbias.
Yo
seguí la línea de los medios segundos con dos clásicos de la casa: Unas manitas
de cerdo deshuesadas con salsa de cominos y unos morros de ternera en salsa San
Rafael. Gelatina pura. De guarnición un puré de patatas cremoso.
Mi
mujer se dejó de tonterías y se decidió por el cordero asado, también con su
puré.
Llegados
los postres yo quise una torrija asada con helado de vainilla, mi mujer, ante
la insistencia del maitre, pidió la tarta de queso, inmejorable.
Nos
hubiéramos quedado de sobremesa a golpes de armagnac, pero estábamos fundidos y
me tocaba conducir.
La
inmensa amabilidad del jefe de sala y de los camareros no pudo convencernos de
tomar una copa, a cambio nos enseñaron el caserío, terraza incluida y saludamos
al cocinero, Hilario Artbelaiz. En unos segundos nos desveló varios
semisecretos, el primero de ellos que la tarta de queso – orgullo de la casa –
tenía queso philadelphia – va a ser inevitable usarlo pese a mis manías -, idiazábal
y un toque de roquefort; digo que es mediosecreto porque no nos facilitaron las
proporcionees.
El
segundo de los seminsecretos tiene que ver con las afinidades compartidas ya
que esa misma tarta de queso había seducido a Bruce Springsteen, hasta el punto
de que había regresado a San Sebastián solo para volver a probarla. También
Robert de Niro.
Menú
perfecto, sin trampa de ningún tipo. Producto elaborado lo justo y presentado
con exquisitez. Superados los primeros 20 minutos, que estuvimos solos, el
trato en la sala perfecto. Nos hubiéramos quedado a vivir allí.
Si
hubiera de reconstruir una receta haría la de los morros, pero con la salsa de
las manitas, que llevaba un toque de comino.
Lavamos
y bien limpios los morros de ternera y se reservan partidos en trozos no muy
grandes.
Se
pone una olla grande con cuatro litros de agua fría en los que se han desleído 75
gramos de harina (blanquea los morros),
con dos cebollas grandes, una zanahoria, 6 cucharadas de vinagre, un
clavo de especia, perejil, laurel, tomillo, sal y pimienta.
Cuando
rompa a hervir se añaden los morros y el zumo de un limón y se dejan guisando
durante al menos una hora y media.
Cocidos
los morros se terminan de cortar en trozos más pequeños, como si fueran hebras.
En
una sartén se sofríe a fuego muy bajo un diente de ajo picado, una cebolla, dos
zanahorias picadas y dos tomates pera pelados y despepitados. Fuego mínimo.
Cuando
la cebolla haya quedado transparente se pone una cucharada de harina que se
deshace en el sofrito y se engorda hasta conseguir una salsa muy ligada
utilizando primero medio vaso de txacolí y después un poco del caldo de la
cocción de los morros – se añade el caldo cazo a cazo -. Hay que probar la
salsa para rectificarla de sal y pimienta, aprovechar para añadir media cucharada
de comino picado. Pasar la salsa por la batidora.
Aprovechando
un molde de metal se montan los morros – un molde de ración – y se cubren con
la salsa y una pizca de perejil.
Seguro
que Arbelaitz esconde algún ingrediente secreto.
Tras
la comida regresamos al hotel para una siesta monumental. Por la noche me
regalaron un cuadro de Pep Coll, un pintor mallorquín. He visitado la web de
Coll – www.pepcoll.com – donde he
encontrado el cuadro que encaja perfectamente con la experiencia Zuberoa: Cuando eres feliz, muchacho, caen a domingo los lunes.
Bonito fin de semana con todos "sus ingredientes", paisajes, comidas, obsequios y añorando a los niños (que es cuando más los disfrutas).Yo me he conformado con el vinito de aperitivo y el gin-tonic por la tarde. Esos morros en salsa me gustan y unas buenas manitas, también. Jubi.
ResponderEliminarTu próximo cometido Dile, será el de "un Espía en la Cocina". ¿Cómo puede ser que te vinieras sin la tarta de queso de Arbelaitz?, deberías haberte escondido en la barriga de un buey. Imagínate invitar a comer a Bruce y hacerle esa tarta de queso...
ResponderEliminarSi que creo de verdad, que con esta experiencia Zuberoa,te debes dejar caer el lunes a tus quehaceres como una estrella en sintonía con su órbita.
Aguapanela