El
martes por la noche, agotado después de la experiencia granadina, enganché casi
por casualidad una película ya empezada: ”Vendrán tiempos mejores”, de Eduard Cortés.
Un dramón de alto calibre que, sin embargo, deja un gusto optimista al final,
seguramente si la hubiera cogido desde el principio no habría terminado de
verla pero ya empezada el devenir del relato había ganado fluidez, alguno de
los elementos más sórdidos se habían diluido en otras subtramas y, fundamentalmente,
la presencia magnética de Cecila Roth y de Antonio Resines hacía digerible
incluso los tramos más duros del relato.
No
es que haya decidido hacerme crítico de cine, no me importaría si dispusiera de
más tiempo libre de retomar viejas aficiones y de lanzarme a la aventura de un diletante
frente a la pantalla. La referencia a esta película del año 2005 y su posible
conexión con la cocina aparece en un tramo de los más suaves cuando el protagonista
consigue una cita romántica con la chica y le cuenta en un jardín la leyenda de
los lotófagos, extraída de la Odisea. Los lotófagos son los habitantes de una
isla de seres felices diluyen la memoria comiendo el fruto de la flor de loto.
Ulises ha de acudir al rescate de parte de su tripulación que se había quedado
en la isla y había olvidado regresar a la nave. Rascando en los libros he
comprobado que el efecto exacto de las flores de loto es el olvido de la
patria.
Resines
cuenta a Cecilia Roth esta leyenda en un jardín de aire oriental, una noche de
verano, frente a unas flores de loto, lo hace para asegurarle que quiere hacer
borrón y cuenta nueva de su vida, que lo quiere hacer con ella. Como rastro de
memoria de aquel instante arranca un pétalo a la flor de loto y en vez de
comérselo prefiere guardarlo en el bolsillo de la americana.
Imagino
que rascando en algún libro de gastronomía asiática podré encontrar recetas en las que aparezca como ingrediente
o como decoración la flor de loto aunque con estos antecedentes mitológicos
creo que me daría cierto miedo probarlo ya que uno de los pánicos modernos es
la pérdida de la memoria.
La
comida como catalizador vital es una metáfora constante en la vida de las personas,
no hay más que acordarse del juego que dio la manzana en el jardín del bien y
del mal y las consecuencias que al parecer tuvo ese bocado en la historia de la
humanidad – seguramente de no haber dado Eva el bocado a la tentadora manzana
la vida hubiera sido mucho más aburrida -. Blancanieves también tuvo algunos
problemas con las manzanas, problemas no tan funestos tuvo Alicia – la de
Carroll – con las galletas que la agrandaban o empequeñecían haciendo casi
imposible su salida de una habitación. Más complicado es el efecto flash back
que pueden llegar a tener las magdalenas, otro alimento vinculado a la memoria.
Estos
meses de diletancia gastronómica no sólo no han dañado mi memoria sino que me
han permitido recuperar primeramente recetas y, fundamentalmente, experiencias
y sensaciones que tenía desordenadas en la memoria y que los fogones y sus
circunstancias me han permitido ordenar no sé si hasta el punto de poder
afirmar que la vida es algo que transcurre entre comida y comida – una frase
atribuida a un gourmet famoso cuyo nombre no recuerdo ahora.
En
la encrucijada de elegir entre la flor de loto o la magdalena de Proust elijo,
con algunas reservas, la magdalena principalmente porque soy goloso aunque
también por ser muy aficionado a las evocaciones, más que a las amnesias.
Como
se trata de jugar con la amnesia y la magnesia – los gasificantes pueden ser
útiles para que suban y se esponjen los pasteles – voy a plantear un juego de
dimensiones también mitológicas: Guardo en la pequeña bodega de casa – una neverilla
de esas de moda con capacidad para conservar en su punto una treintena de
botellas – un Marqués de Chirel, para mi gusto el mejor de los riojas posibles.
Este fin de semana espero tener excusa para abrir la botella, lleva más de un
año aguardando el momento y podría estar un año más en reserva.
Si
esto de internet funciona como un ancho océano – puede que sí – voy a utilizar
la botella vacía para enviar un mensaje, no como un naufrago ni mucho menos,
pero sí como hacen algunos niños que encierran una carta en una botella con la
curiosidad de saber hasta donde llegará su mensaje. Seguramente la inmensa
mayoría de los mensajes en una botella terminan estampados en las rocas con grave
riesgo para los futuros bañistas ya que hay pocas cosas tan peligrosas como un
corte en el mar, sin darte cuenta puedes desangrarte; sin embargo en alguna
ocasión aparece en las páginas curiosas de los diarios la noticia de un mensaje
que ha conseguido atravesar medio mundo y llegar normalmente al Japón, a Australia
o a Alaska – es de prever que cuando el mensaje lo mandan japoneses, australianos
o “alaskeños” el mensaje llegue a Motril, a El Grove o a San Sebastián.
En
vez de una carta voy a guardar una receta, como recipiente he convertido en
entrada de blog mi botella vacía de Marqués de Chirel. La receta es sencilla,
un flan de huevo. Hace muchos años, nos vamos haciendo viejos, en plena fase de
aprendizaje vital una buena amiga traía en un recipiente metálico, ondulado,
grande, un flan de huevo, aseguraba que era el único plato que sabía hacer. Ha
pasado el tiempo y el contacto se ha diluido casi por completo, espero que no
haya comido flores de loto, espero también que si la botella llega a buen
puerto pueda remitirme la receta original, yo de momento me conformo con
trasladar una receta de flan de huevo de un recetario tradicional, una receta
llena de dudas porque, como casi todas las recetas en apariencia fáciles,
generan un montón de encrucijadas.
Para
el flan de huevo de la marquesa de Parabere se necesita un litro de leche – los
modernos hemos de puntualizar que entera y, si puede ser, fresca -, 300 gramos
de azúcar, 3 huevos frescos, 7 yemas de huevo, un pellizco de sal, 2 ó 3
cucharadas de azúcar para caramelizar el molde y algún aromatizante. En los aromatizantes
surge ya la crisis puesto que da como alternativas la canela, la vainilla, la
ralladura de naranja o la de limón, se trata de escoger uno de ellos.
La
receta arranca hirviendo la leche que ha de ir acompañada del aromatizante para
que la leche tome el sabor como si se tratara de una infusión – he elegido unas
vainas de vainilla -, para evitar que la leche se amargue conviene añadir el
aromatizante cuando rompa a hervir, no antes.
Una
vez ha hervido se reserva tibia y tapada.
En
un barreño de metal se ponen los tres huevos frescos – los clásicos decían que
debían ser hermosos, en el lenguaje actual habrán de ser de los del tipo XXL -,
las siete yemas y el azúcar (si está previamente glasado mejor), se empieza a
batir la mezcla con brío para que los huevos se esponjen. En mitad de este
proceso se añade una pizca de sal.
Cuando
los huevos se han mezclado bien se incorpora la leche poco a poco sin dejar de
remover.
En
un molde metálico grande – proporcional a las cantidades utilizadas – se ponen
tres cucharadas de azúcar, un chorrito de agua y unas gotas de limón y se coloca
sobre el fuego vivo para preparar el caramelo. Hay que tener cierta paciencia
para hacer el caramelo al natural ya que tarda un poco en coger color pero
cuando lo hace se arrebata en unos segundos, es todo un arte el de coger el
punto al caramelo. Es una aberración utilizar los caramelos industriales.
Conseguido
el color tostado del caramelo se retira rápido del juego, se deja reposar un
minuto y se incorpora colada la mezcla de los huevos y la leche. No conviene
remover mucho el recipiente para evitar que el caramelo se diluya en el flan.
Sólo
queda colocar el recipiente al baño maría. Hay madres o abuelas – porque los
flanes son siempre cosa de madres o de abuelas – que el baño maría lo hacen al
horno en una bandeja alta con la temperatura suave (180º), otras prefieren
hacerlo en el fogón utilizando una olla con cuatro o cinco dedos de agua,
incluso he visto algún recetario que propone que el baño maría se haga usando
la olla express. Yo soy de las madres que prefieren hacerlo en el horno dejando
navegar en la bandeja las cáscaras vacías de los huevos para que cuando hierva
el agua no salpique con los borbotones al flan sin cuajar.
Si
se opta por el horno el flan ha de quedar en la parte más baja, evitar que se
caliente rápido, es un proceso lento y suave en el que la temperatura debe
rondar los 180º grados.
La
marquesa, que era muy suya para sus cosas, no da tiempo de cocción a su flan,
sólo advierte que es importante dar el punto exacto al cuajado, para ello
recomienda utilizar una aguja larga o la punta de un cuchillo para comprobar si
está hecho, se clava ligeramente la punta en el centro del flan y si se ha
cuajado saldrá limpia, sin rastros lácteos.
Se
saca con cuidado del horno, se deja reposar hasta que tome la temperatura
ambiente – ojo porque si se desmolda caliente puede desmoronarse – y ya puede
ir el flan a la mesa.
Lo
suyo para este plato sería acudir a alguno de los estanques plagados de lotos
de Claude Monet, pero como ando un poco rebelde he elegido un cuadro de
Lichtenstein también sobre lotos (water lillies).
Tu blog me ha transportado a tiempos muy remotos en los que veía hacer a mi abuela el flan, era todo un rito y recuerdo la aguja de tejer para ver si ya estaba bien cuajado, luego el comerlo era un visto y no visto porque nos encantaba. Con tu blog me llevas muchas veces a mi niñez y a recordar a mi abuela que guisaba de lujo y sobre todo con cariño y pensando lo que mi hermana y yo disfrutábamos con todo lo que ella nos hacía. Son recuerdos que yo tenía dormidos y que me los has ido despertando. Gracias. Jubi
ResponderEliminarDear Dil. Veo que ha encontrado un filón en lo que ustedes llaman nostalgia. La serie de los nenúfares de Lichtenstein está fundamentalmente en dos galerías de NY - la David Benrimon y la Christopher Henry - no sé si tienen sucursal en Europa.
ResponderEliminarNo sé muy bien lo que representa el flan, supongo que debe ser, por los ingredientes, algo parecido a la creme broulé o al pudding.
Ojo con los ataques de nostalgia. Refiérase alguna vez a algún plato que mire al futuro, no al pasado, puede resultar menos sweet & honey.
Dexter Gordon
Me gusta el flan y su textura, a veces lo hago con medio Kg. de mató, 6 huevos y 150 grs. azúcar y caramelo. Puedes acompañarlo con confitura de membrillo y manzana queda muy bueno.
ResponderEliminarMe gusta el cuadro de flor de loto, pero si es verdad que se pierde memoria ahora que está tan de moda comer flores decidiré no probar la flor de loto. El nombre flor de loto me recuerda a los libros de Tintín.