martes, 29 de mayo de 2012

CAP.CLI.- Langostinos, por descontado, de Benicarló.


Hasta hace relativamente poco tiempo no había sentido especial cariño por los langostinos, mi generación nació marcada por los congelados Pescanova y, sobre todo en navidades, Rodolfo Langostino era un personaje ineludible con su acento de Buenos Aires y sus trazas de bailarín de tango.

El proceso de congelado le hizo poco bien a este crustáceo que terminó por convertirse en una pieza socorrida en sus versión cocida o a la plancha, aderezado con una salmuera intensa que hacía escocer los dedos si llevábamos los padrastros en carne viva. Langostinos gruesos, de carnes muy prietas y la cabeza rellena de un intenso puré rosáceo que si tocaba los manteles blancos dejaba un cerco indeleble que aparecía en la mesa sábado tras sábado. Los colores de aquellos langostinos era de marcado tinte industrial, casi pop.

Una de las razones del éxito del langostino congelado, bien comprado a granel, bien en alegres cajetillas de permanente exposición en las neveras de los supermercados, era su precio, que permitía tener una sensación de aperitivo de fiesta cualquier sábado del año. A veces costaba arrancarles la cáscara y combinados con una buena mayonesa industrial – la Musa antes que la Helmans -, o una salsa rosa que incluso podía ser casera (tres partes de mayonesa musa y una parte de keptchup, con unas gotitas de tabasco o de whisky) le daban un toque cosmopolita al aperitivo. En las familias más arriesgadas podían servirse en ensalada de piña enlatada, gajos de mandarina y lechuga iceberg en juliana culminando con ello ya no un aperitivo sino un primer plato de lustre de los años setenta.

Gracias a un buen amigo, Felipe, he redescubierto al langostino en su faceta más legendaria, la del langostino de Benicarló. El reencuentro fue en una de las cenas de Can Cufa gracias a un excelente curry de langostinos; después otro amigo hubo de atravesar en montura mitológica el Penedés, la Conça, el tarraconés y el maestrazgo en busca del langostino soñado.

El domingo pasado en un restaurante chino de Barcelona – Memorias de China – tuve ocasión de probar un estupendo langostino rebozado en harina de garbanzos, aderezado con pimienta y jengibre, tan crujiente que terminé por comerme la cabeza y las cáscaras de casi todos los que me tocaron.

Fascinado por el langostino de Benicarló y por su halo mágico me puse a investigar sobre el origen y razones de la excelencia de este crustáceo de la costa del azahar. Lo primero que se debe advertir es que el langostino, como el resto de los crustáceos, no responde a un único patrón u origen, lo que determina que normalmente se llamen vulgarmente langostinos a crustáceos de todo pelaje que suelen reproducirse en las desembocaduras de los ríos, el único requisito o característica común es la apariencia externa a franjas rosáceas y blanquecinas, así como su carne, un poco más prieta que la de la gamba. Ni qué decir tiene que los grandes ríos americanos y asiáticos tienen en sus deltas una población de langostinos tremebunda, lo que permite considerar que la mayor parte del langostino congelado que consumimos suele ser originario de estos grandiosos deltas que desembocan en océanos mucho más fríos que el mediterráneo. Cuanto más fría es el agua del mar más insípido resulta el marisco.

En las culturas del pacífico – sobre todo en las caribeñas – el langostino es el alimento con el que la tunda, una mujer vampiro, atonta y engorda a sus víctimas antes de sacrificarlas.

En España el langostino genuino se pesca en la desembocadura del Guadalquivir (Sanlucar de Barrameda) y en la del Ebro (Tortosa, Vinarós y Benicarló se pelean por ser el santuario del langostino).

Como todo animal mitológico que se precie, su historia está sometida a tensiones localistas y a diversas versiones de su grandeza de ahí que pese a los esfuerzos de mi amigo Felipe, son más las fuentes que fijan el santuario de este crustáceo en Vinaros y no en Benicarló, desconozco si ambas villas tienen buena relación de vecindad. Son más las referencias de internet a los langostinos de Vinarós, Benicarló ha de contentarse con ser la capital de la alcachofa. Podría salvar la situación acudiendo a una receta de un restaurante de Benicarló, el Neptuno, que presenta una terrina de alcachofas con langostino, pero si la reseñada sentiría que traiciono a mi amigo, de ahí que sin mucho conocimiento de causa pero con absoluta fe defiendo que los mejores langostinos del universo aguardan en las cálidas aguas de Benicarló.

La excelencia de este tipo de crustáceos serían determinantes para que cualquier manipulado, por leve que fuera, pudiera considerarse un sacrilegio, de ahí que llevado por el impulso purista podría contentarme con colocar una gruesa cama de sal gruesa sobre una sartén vieja, salpicarla con agua para que la sal se compacte, someterla a una fuente fuerte de calor y cuando la sal chisporrotee – una cama gruesa de gruesa sal – acostar durante un par de minutos los langostinos, para luego servirlos apenas engrasados con un chorro de aceite de oliva.

Del mismo modo que mi amigo Salvi hubo de levantarse muy temprano para iniciar su soñado viaje a Benicarló, en mi caso esta aproximación al langostino del bajo maestrazgo me obliga a un esfuerzo culinario mayor, de manera que si consigo un kilo de este preciado manjar puede que lo someta a una elaboración un poco más compleja; dado que Felipe se atrevió a orientalizarlos a base de curry, yo me veo con licencia para afrancesarlos y ofrecer una cassolette de langoustines a la Saint Raphaël para la que necesito medio kilo de langostinos de Benicarló (el otro medio lo haré a la sal); 100 gramos de arroz bomba; 125 graos de mantequilla, 20 gramos de queso de parma rallado, 15 gramos de harina, un vasito de vino blanco, una copita de cognac, una docena de almejas finas, una trufa, una cucharada de tomate frito, 6 escalonias, un par de dientes de ajo pelados y picados, una zanahoria, un decilitro de nata sin montar, un ramito de hierbas aromáticas (el inevitable bouquet garní francés), sal, pimienta y nuez moscada – la receta soportaría incluso una pizca de cayena.

Arranca la receta con una cacerola de paredes altas en la que debe rehogarse en 50 gramos de mantequilla las escalonias (cebollas francesas pequeñas, alargadas y un poco más dulces que has que usamos aquí) picadas y la zanahoria. Cuando la cebolla esté transparente se añaden los langostinos, se aviva el fuego y se flambean con la copita de coñac; cuando se apague la llama del flambeado se añade el vino blanco, un chorrito de agua, las hiervas aromáticas, la sal y la pimienta. Se tapa y se deja cocer cinco minutos largos. Pasado el tiempo se retiran los langostinos y de pelan bien, conservando las piezas de carne por un lado y las cáscaras por otro. Las cáscaras van a un mortero para majarse bien y devolver el majado a la cazuela con la cucharada de tomate frito, la harina, 25 gramos de mantequilla y la nata. Se lleva el caldo a hervir nuevamente y se mantiene hirviendo 10 minutos, removiendo constantemente con una cuchara de madera para evitar que se corte la nata. El resultado de este guiso ha de pasarse por un colador, escurriendo bien todos los restos sólidos para que terminen de dejar sus jugos, hemos de conseguir una salsa con cierto cuerpo.

Se vuelve a llevar la salsa a ebullición sin dejar de remover – es el momento de añadir, si gusta, la pizca de cayena -.

En un recipiente a parte se hierve el arroz 20 minutos en agua abundante con sal. Cuando pasen los 20 minutos se enfría al grifo y se deja escurrir bien. También se han de preparar las almejas en una sartén independiente, dejándolas abrir en un poco de vino blanco, lo justo para que se abran. Se separa la carne de las almejas de la concha.

Queda ahora ligar todos estos elementos disgregados.  Para la ligazón hay que poner en una cacerola limpia el resto de mantequilla – si mis cálculos no han fallado deben quedar 75 gramos -, un chorrito de aceite de oliva, el arroz y las almejas. Se saltea un par de minutos, se rectifica de sal y se reparte el arroz en 6 cocoteras (cazuelitas de porcelana de ración). En cada cocotera han de ir dos almejas, los langostinos correspondientes (2/3), la porción de arroz, un disco de trufa y la salsa hasta que cubra el arroz. Se espolvorea un poco de queso rallado en cada cocotte y  se gratina unos minutos en el horno, lo justo para que se dore un poco la parte superior y el arroz absorba en buena parte el caldo.
Habría que encontrar en la nevera un vino blanco seco, con cierto cuerpo y cierto reposo en barrica de madera. Para intentar reflejar toda la luz del mediterráneo la mística combinación de amarillos y naranjas de Rothko, un puritano atormentado por la falta de luz.

4 comentarios:

  1. Hace un montón de tiempo que no como langostinos de verdad y desde luego no tienen nada que ver con los que normalmente nos ponen en muchos sitios, la receta con que nos recreas, tiene que estar de rechupete. El cuadro con que nos obsequias me ha gustado también, esa mezcla de amarillos y naranjas, atrae. Jubi

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  2. ¿A que estaban buenísimos los langostinos ?

    Lo que no me había planteado es lo de la harina de garbanzo y el jengibre.Pensaba que era una harina de tempura o algo parecido.

    El arroz wopa es estupendo, me encanta, y tu descripción de como "cocinar" el arroz para darle ese tueste me dejó anonadada.

    Que suerte tener un amigo diletante!!! Si es que igual te sirve para un roto que para un descosido :-)

    LSC

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  3. Bueno, bueno. Decir que los mejores langostinos son los de la costa de Azahar ... Hace muchísimos años que no los como, pero el recuerdo es muy grato. Hace dos semanas estuve en Bajo de Guía, Sanlúcar, y volví a comer langostinos. Sublimes. Yo lo dejo en aquello de que si quieres más a papá o mamá.

    Tengo mis dudas respecto al vino que colgué sea el más indicado. Es un arroz algo potente. Me decantaría por un champagne rosado, inclusive un cava del mismo tipo, o un rosado de la tierra de Cádiz, Barbarrosa, de Arcos de la Frontera. Aunque con este último tengo mis dudas porque es un rosado potente. Tienes que venir por aquí e ir a Sanlúcar. Por cierto, la receta de esos langostinos con alcachofas ¿la tienes?

    Pensándolo bien, te iría mejor éste: http://catalanmuyfino.blogspot.com.es/2010/09/alejairen-crianza-2007.html

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  4. Ya en el mes de julio me atrae tanto la receta como el cuadro que alegría de colores

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