Hasta
hace relativamente poco tiempo no había sentido especial cariño por los
langostinos, mi generación nació marcada por los congelados Pescanova y, sobre
todo en navidades, Rodolfo Langostino era un personaje ineludible con su acento
de Buenos Aires y sus trazas de bailarín de tango.
El
proceso de congelado le hizo poco bien a este crustáceo que terminó por
convertirse en una pieza socorrida en sus versión cocida o a la plancha,
aderezado con una salmuera intensa que hacía escocer los dedos si llevábamos
los padrastros en carne viva. Langostinos gruesos, de carnes muy prietas y la
cabeza rellena de un intenso puré rosáceo que si tocaba los manteles blancos
dejaba un cerco indeleble que aparecía en la mesa sábado tras sábado. Los
colores de aquellos langostinos era de marcado tinte industrial, casi pop.
Una
de las razones del éxito del langostino congelado, bien comprado a granel, bien
en alegres cajetillas de permanente exposición en las neveras de los supermercados,
era su precio, que permitía tener una sensación de aperitivo de fiesta
cualquier sábado del año. A veces costaba arrancarles la cáscara y combinados
con una buena mayonesa industrial – la Musa antes que la Helmans -, o una salsa
rosa que incluso podía ser casera (tres partes de mayonesa musa y una parte de
keptchup, con unas gotitas de tabasco o de whisky) le daban un toque cosmopolita
al aperitivo. En las familias más arriesgadas podían servirse en ensalada de
piña enlatada, gajos de mandarina y lechuga iceberg en juliana culminando con
ello ya no un aperitivo sino un primer plato de lustre de los años setenta.
Gracias
a un buen amigo, Felipe, he redescubierto al langostino en su faceta más
legendaria, la del langostino de Benicarló. El reencuentro fue en una de las
cenas de Can Cufa gracias a un excelente curry de langostinos; después otro
amigo hubo de atravesar en montura mitológica el Penedés, la Conça, el tarraconés
y el maestrazgo en busca del langostino soñado.
El
domingo pasado en un restaurante chino de Barcelona – Memorias de China – tuve ocasión
de probar un estupendo langostino rebozado en harina de garbanzos, aderezado
con pimienta y jengibre, tan crujiente que terminé por comerme la cabeza y las
cáscaras de casi todos los que me tocaron.
Fascinado
por el langostino de Benicarló y por su halo mágico me puse a investigar sobre
el origen y razones de la excelencia de este crustáceo de la costa del azahar.
Lo primero que se debe advertir es que el langostino, como el resto de los crustáceos,
no responde a un único patrón u origen, lo que determina que normalmente se
llamen vulgarmente langostinos a crustáceos de todo pelaje que suelen
reproducirse en las desembocaduras de los ríos, el único requisito o característica
común es la apariencia externa a franjas rosáceas y blanquecinas, así como su
carne, un poco más prieta que la de la gamba. Ni qué decir tiene que los
grandes ríos americanos y asiáticos tienen en sus deltas una población de
langostinos tremebunda, lo que permite considerar que la mayor parte del
langostino congelado que consumimos suele ser originario de estos grandiosos
deltas que desembocan en océanos mucho más fríos que el mediterráneo. Cuanto
más fría es el agua del mar más insípido resulta el marisco.
En
las culturas del pacífico – sobre todo en las caribeñas – el langostino es el
alimento con el que la tunda, una mujer vampiro, atonta y engorda a sus
víctimas antes de sacrificarlas.
En
España el langostino genuino se pesca en la desembocadura del Guadalquivir
(Sanlucar de Barrameda) y en la del Ebro (Tortosa, Vinarós y Benicarló se
pelean por ser el santuario del langostino).
Como
todo animal mitológico que se precie, su historia está sometida a tensiones
localistas y a diversas versiones de su grandeza de ahí que pese a los
esfuerzos de mi amigo Felipe, son más las fuentes que fijan el santuario de
este crustáceo en Vinaros y no en Benicarló, desconozco si ambas villas tienen
buena relación de vecindad. Son más las referencias de internet a los
langostinos de Vinarós, Benicarló ha de contentarse con ser la capital de la
alcachofa. Podría salvar la situación acudiendo a una receta de un restaurante
de Benicarló, el Neptuno, que presenta una terrina de alcachofas con
langostino, pero si la reseñada sentiría que traiciono a mi amigo, de ahí que
sin mucho conocimiento de causa pero con absoluta fe defiendo que los mejores
langostinos del universo aguardan en las cálidas aguas de Benicarló.
La
excelencia de este tipo de crustáceos serían determinantes para que cualquier
manipulado, por leve que fuera, pudiera considerarse un sacrilegio, de ahí que
llevado por el impulso purista podría contentarme con colocar una gruesa cama
de sal gruesa sobre una sartén vieja, salpicarla con agua para que la sal se compacte,
someterla a una fuente fuerte de calor y cuando la sal chisporrotee – una cama
gruesa de gruesa sal – acostar durante un par de minutos los langostinos, para
luego servirlos apenas engrasados con un chorro de aceite de oliva.
Del
mismo modo que mi amigo Salvi hubo de levantarse muy temprano para iniciar su
soñado viaje a Benicarló, en mi caso esta aproximación al langostino del bajo
maestrazgo me obliga a un esfuerzo culinario mayor, de manera que si consigo un
kilo de este preciado manjar puede que lo someta a una elaboración un poco más
compleja; dado que Felipe se atrevió a orientalizarlos a base de curry, yo me
veo con licencia para afrancesarlos y ofrecer una cassolette de langoustines a
la Saint Raphaël para la que necesito medio kilo de langostinos de Benicarló
(el otro medio lo haré a la sal); 100 gramos de arroz bomba; 125 graos de mantequilla,
20 gramos de queso de parma rallado, 15 gramos de harina, un vasito de vino
blanco, una copita de cognac, una docena de almejas finas, una trufa, una
cucharada de tomate frito, 6 escalonias, un par de dientes de ajo pelados y picados,
una zanahoria, un decilitro de nata sin montar, un ramito de hierbas aromáticas
(el inevitable bouquet garní francés), sal, pimienta y nuez moscada – la receta
soportaría incluso una pizca de cayena.
Arranca
la receta con una cacerola de paredes altas en la que debe rehogarse en 50
gramos de mantequilla las escalonias (cebollas francesas pequeñas, alargadas y
un poco más dulces que has que usamos aquí) picadas y la zanahoria. Cuando la
cebolla esté transparente se añaden los langostinos, se aviva el fuego y se flambean
con la copita de coñac; cuando se apague la llama del flambeado se añade el
vino blanco, un chorrito de agua, las hiervas aromáticas, la sal y la pimienta.
Se tapa y se deja cocer cinco minutos largos. Pasado el tiempo se retiran los
langostinos y de pelan bien, conservando las piezas de carne por un lado y las
cáscaras por otro. Las cáscaras van a un mortero para majarse bien y devolver
el majado a la cazuela con la cucharada de tomate frito, la harina, 25 gramos
de mantequilla y la nata. Se lleva el caldo a hervir nuevamente y se mantiene
hirviendo 10 minutos, removiendo constantemente con una cuchara de madera para
evitar que se corte la nata. El resultado de este guiso ha de pasarse por un
colador, escurriendo bien todos los restos sólidos para que terminen de dejar
sus jugos, hemos de conseguir una salsa con cierto cuerpo.
Se
vuelve a llevar la salsa a ebullición sin dejar de remover – es el momento de
añadir, si gusta, la pizca de cayena -.
En
un recipiente a parte se hierve el arroz 20 minutos en agua abundante con sal.
Cuando pasen los 20 minutos se enfría al grifo y se deja escurrir bien. También
se han de preparar las almejas en una sartén independiente, dejándolas abrir en
un poco de vino blanco, lo justo para que se abran. Se separa la carne de las
almejas de la concha.
Queda
ahora ligar todos estos elementos disgregados.
Para la ligazón hay que poner en una cacerola limpia el resto de
mantequilla – si mis cálculos no han fallado deben quedar 75 gramos -, un
chorrito de aceite de oliva, el arroz y las almejas. Se saltea un par de
minutos, se rectifica de sal y se reparte el arroz en 6 cocoteras (cazuelitas de
porcelana de ración). En cada cocotera han de ir dos almejas, los langostinos
correspondientes (2/3), la porción de arroz, un disco de trufa y la salsa hasta
que cubra el arroz. Se espolvorea un poco de queso rallado en cada cocotte
y se gratina unos minutos en el horno,
lo justo para que se dore un poco la parte superior y el arroz absorba en buena
parte el caldo.
Habría que encontrar en la
nevera un vino blanco seco, con cierto cuerpo y cierto reposo en barrica de
madera. Para intentar reflejar toda la luz del mediterráneo la mística
combinación de amarillos y naranjas de Rothko, un puritano atormentado por la
falta de luz.
Hace un montón de tiempo que no como langostinos de verdad y desde luego no tienen nada que ver con los que normalmente nos ponen en muchos sitios, la receta con que nos recreas, tiene que estar de rechupete. El cuadro con que nos obsequias me ha gustado también, esa mezcla de amarillos y naranjas, atrae. Jubi
ResponderEliminar¿A que estaban buenísimos los langostinos ?
ResponderEliminarLo que no me había planteado es lo de la harina de garbanzo y el jengibre.Pensaba que era una harina de tempura o algo parecido.
El arroz wopa es estupendo, me encanta, y tu descripción de como "cocinar" el arroz para darle ese tueste me dejó anonadada.
Que suerte tener un amigo diletante!!! Si es que igual te sirve para un roto que para un descosido :-)
LSC
Bueno, bueno. Decir que los mejores langostinos son los de la costa de Azahar ... Hace muchísimos años que no los como, pero el recuerdo es muy grato. Hace dos semanas estuve en Bajo de Guía, Sanlúcar, y volví a comer langostinos. Sublimes. Yo lo dejo en aquello de que si quieres más a papá o mamá.
ResponderEliminarTengo mis dudas respecto al vino que colgué sea el más indicado. Es un arroz algo potente. Me decantaría por un champagne rosado, inclusive un cava del mismo tipo, o un rosado de la tierra de Cádiz, Barbarrosa, de Arcos de la Frontera. Aunque con este último tengo mis dudas porque es un rosado potente. Tienes que venir por aquí e ir a Sanlúcar. Por cierto, la receta de esos langostinos con alcachofas ¿la tienes?
Pensándolo bien, te iría mejor éste: http://catalanmuyfino.blogspot.com.es/2010/09/alejairen-crianza-2007.html
Ya en el mes de julio me atrae tanto la receta como el cuadro que alegría de colores
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