El
lunes conseguí el libro de Andoni Luís Aduriz y Daniel Innerarity titulado
Cocinar, Comer, Convivir, editado por Destino; el ensayo se presentaba hoy con
el subtítulo de recetas para pensar con los cinco sentidos.
Aduriz
es el alma de Mugaritz, Innerarity es un filósofo y politólogo vizcaino; entre
ambos han tejido un libro a base de recetas – pocas – y reflexiones
sociofilosóficas sobre la comida y el hecho de comer como hábito social.
Ya
he contado en alguna ocasión que mi experiencia en Mugaritz hace tres años no
fue todo lo satisfactorio que esperaba; era una circunstancia especial, casi
solemne, y la propuesta de cena fue excesivamente rigurosa, de los 12 ó 15
platos que probamos cuatro de ellos eran raíces cocinadas de las maneras más
peculiares. Las raíces eran indudablemente sabrosas pero terminaban por
convertirse en una experiencia excesivamente terrosa, que se pegaba al cielo
del paladar de modo incómodo. Fue espectacular por su sencillez de un corte de
lenguado salvaje con una salsa de pescado clarificada, también el juego entre
los cantos, las arenas y las tierras con vegetales casi crudos. Los devotos de
Mugaritz me han asegurado que tengo que darle una segunda oportunidad.
Habrá
quien piense que un libro que mezcla recetas de cocina con consideraciones
filosóficas o sociales no deja de ser una paponada; yo suelo huir de
afirmaciones muy radicales, pienso que hay buenos y malos cocineros, buenos y
malos filósofos, y buenas y malas combinaciones de ambas disciplinas. Canta un
poco que un cocinero tenga la necesidad de trascender a su día a día entre
fogones, esas consideraciones pueden no estar a la altura de los guisos.
Respecto de los filósofos puede que ofrecer a comentar algunos platos sea un
modo ingenioso para comer de gañote.
Los
intentos de integrar la cocina en otras disciplinas humanistas no es sino el
deseo o la necesidad de entender la cocina como una expresión cultural.
El
libro, que espero leer con tranquilidad este verano, recoge algunas frases
interesantes como la que advierte que han desaparecido los tiempos de comer pautados
de modo convencional y que en algunos países muy avanzados se han sustituido
las 3 ó 5 comidas al día por una ingesta de hasta 20 tomas alimenticias
diarias.
Hay
otra frase contundente que puede que utilice en alguna ocasión: Comer bien es
un privilegio de las personas inteligentes, más que de personas adineradas.
Para
la interacción entre cocina y filosofía estuve buscando alguna pintura que
hubiera sido realizada por un filósofo renombrado; navegando por la red me rencontré
con un cuadro y con una historia compleja, una historia, una anécdota y sus
trasfondos que pueden que tengan más trascendencia de la que pudiera parecer en
una primera aproximación.
El
cuadro es una acuarela de Paul Klee, un pintor al que he acudido en muchas
ocasiones a lo largo de estos meses. En la década de los años 20 del siglo
pasado, en el período de entreguerras, Walter Benjamín – filósofo alemán –
compró este cuadro titulado Ángelus Novus y escribió lo siguiente sobre el
cuadro: “Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él
a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su
mirada. Tiene los ojos desencajado, la boca abierta y las alas tendidas. El
ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el
pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él
ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las
arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y
recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se
arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta
tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las
espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal
tempestad es lo que llamamos progreso”.
Benjamín
no se despegó de ese cuadro durante el resto de sus días y al morir; dejó dicho
que el cuadro debía entregarse a su muerte a un amigo G. Scholem – matemático -,
sin embargo durante algún tiempo el cuadro lo tuvo en depósito Bataille, el
artsta surrelista y después un filósofo, Theodor Adorno, que lo llevó consigo a
Estados Unidos . Todos ellos tenían el mandato moral de que el cuadro terminara
en manos de la familia Scholem y así fue hasta que la viuda de Scholem lo donó
al Museo de Israel en Jerusalem.
Walter
Benjamín fue un atribulado filósofo de ánimo frágil y vida azarosa, el suicidio
planeó sobre su vida más que sobre su obra y finalmente en 1940, cansado de
huir, se quitó la vida en 1940 en Port Bou, frustrando con ello un posible exilio
en Norteamérica, que permitió recuperar a los pensadores más críticos con el
régimen nazi.
Benjamín,
que no gozó de mucho reconocimiento en vida, tuvo la habilidad de anticipar
algunos aspectos esenciales para entender el mundo moderno y la modernidad,
dicen los cronistas que Benjamín ha abierto nuevas vías en los estudios
literarios, la estética y la teoría del arte, la sociología y los estudios
sociales, la filosofía y la historia. Sus conceptos e intuiciones han iluminado
gran parte de la reflexión del presente: exilio y memoria, arte e imagen,
crítica, lenguaje, ciudad y vida urbana (http://walterbenjaminportbou.cat/es/content/angelus-novus).
No es descartable por lo tanto que hoy Benjamín hubiera sido capaz de integrar
su particular visión del mundo moderno también a partir del papel que está
jugando la cocina y los cocineros.
Benjamín
se suicidó en Port Bou, a muy poca distancia de uno de los mejores restaurantes
de España, el Motel Ampordá. Es una pena que el Motel fuera coetáneo al paso de
Benjamín por el Ampurdán, una comida en aquel comedor hubiera podido cambiar el
sesgo de su vida, hay menús con tanta densidad evocadora como un ensayo de
filosofía.
Benjamín,
un cuadro cabalístico de Klee, la obsesión por la pureza de algunos cocineros,
la cocina como hecho cultural o como puro deleite. Cualquier excusa es buena
para dejarse llevar, buscar un vino vendimiado a la luz de la luna – como recomendaba
la somelier japonesa de Mugaritz – y considerar que el tiempo puede pasar,
disolverse, estirarse, difuminarse, condensarse o supurar sobre un plato o como
el resto lacrimoso de una copa de vino.
De
las recetas que propone Aduriz a vuela pluma una de ellas parece a la vez
original y accesible, unos garbanzos verdes de la mata entre patatas y flores
de tomillo, la receta que acompaña al capítulo titulado Comer como Analfabetos.
Para
este plato son necesarios dos kilos de garbanzos verdes en vaina que ha de
desgranarse cuidando de no quebrar las dos mitades del fruto. Desenvainados los
garbanzos se cuecen en durante 3 minutos contados desde que el agua rompe a
hervir, se escurren con cuidado y se ponen encima de un paño húmedo para
conservarlos a una temperatura ambiente que no sea muy agresiva.
Se
pelan, lavan y cuecen una docena de patatas bufete, el hervor se da simplemente
con dos litros de agua y 28 gramos de sal (así de preciso es Aduriz). Se
mantienen en cocción 10 ó 12 minutos y se reservan hasta que se enfríen por
completo.
El
siguiente paso es preparar un caldo con huesos de tuétano (5 kilos de huesos
que hay que limpiar bien dejándolos en agua helada 12 horas) antes de añadirlos
a un sofrito hecho con 200 gramos de cebolla y una cabeza de ajos pelados. Para
el caldo también es necesario un kilo de garbanzos de los secos de toda la
vida, hidratados la víspera, se cubre el sofrito los huesos y los garbanzos con
agua fresca y se llevan a ebullición dejándolos a fuego lento 6 horas contadas
a partir del inicio del hervor.
Terminada
la cocción se cuela el caldo y se deja
en la nevera unas horas, hasta que quede bien frio y pueda desglasarse sin
problemas.
Desgrasado
el caldo de tuétanos se somete a nueva cocción para reducirlo en 1/3 y conseguir
una textura más cremosa, es un caldo muy concentrado.
En
el tramo final del plato hay que poner en un cazo las patatas hervidas con el
caldo de tuétanos reducido. Se lleva a ebullición a fuego muy suave y se
mantiene durante 5 minutos, para que las patatas engorden el caldo.
Se
ponen en un cuenco los garbanzos verdes que hervimos y escurrimos al principio,
se bañan generosamente con el caldo de tuétano y las patatas y se adorna el
plato con unas flores de tomillo.
La
receta supongo que puede reconducirse a parámetros y tiempos más sencillos de
gestionar. Es simple y, a la vez, intensa.
Ya pensé que querías volver a colarnos otros guisantes... No conocía los garbanzos verdes. No sé qué pensaba de la vida anterior del garbanzo seco. Por cierto, ¿qué se hace con los garbanzos secos cuando se cuela el caldo? ¿las patatas, enteras? Filósofo, cuadro y receta muy apetecibles. Beso
ResponderEliminarMi ignorancia culinaria sobre el garbanzo es tal, que nunca pensé que alguna vez naciera verde y que se pudiesen comer en dicho estado, con tu blog estoy adquriendo una cultura más extensa, nunca es tarde. Paul Klee tiene cuadros muy interesantes y el que nos presentas me ha gustado. Jubi
ResponderEliminarA mi me gusta todo lo verde o sea que !! a por estos garbanzos !!
ResponderEliminarAunque seguro que en el Caprabo no los tienen.
Me ha gustado mucho esta entrada, eres un diletante la mar de culto.
:-)
LSC
Ostras pues a mí el cuadro me ha recordado al logo de la cadena los tigres, que simple soy jajja
ResponderEliminarTampoco había oido hablar de garbanzos verdes