Los distintos trayectos de
regreso a Formentera los dedicó Cándido a interrogar a su mujer a cerca de los
chicos; ella sonrió.
- ¿Por qué sonríes?
- Los hombres de esta familia sois curiosos, ellos también se
pasan el día preguntándome sobre ti. ¿No sé cómo os podréis comunicar el día
que yo falte?
Llegaron
al California Hotel a media mañana, Muriel se había ocupado de la reunión de
intendencia a primera hora y todos se movían hacendosos por la cocina o la terraza,
ajenos en principio a la llegada del patrón.
Carmen
y Cándido saludaron de modo casi silencioso, con miedo a quebrar el extraño
equilibrio; se pusieron los mandiles y Cándido se incorporó a la cocina, Carmen
ayudó a Didí con los servicios para el almuerzo. Clocló tras la barra preparaba
desayunos para los primeros clientes.
- Un café, patrón ? – preguntó mirando hacia la cocina.
- Me vendrá bien, hemos madrugado un poco para poder llegar con
margen para las comidas; si no te importa prepárale un cortado a Carmen, seguro
que también le apetece.
Cándido
revisó las cuentas de los días anteriores, la primera semana parecía que iba
bien y la media de consumos cubría razonablemente las expectativas.
A
mediodía una gran mesa con 25 suizos les mantuvo en tensión casi hasta las
cuatro. Los suizos dieron cuenta de varios arroces y de todas las gambas que
quedaban en la cámara. Fueron cautos con el vino pero en los champanes y las
copas echaron el resto. Dejaron una propina tan copiosa que Didí y Clocló se
pelearon por levantar la mesa.
- Cambio comida y siesta por paseo – le propuso Carmen mientras se
quitaba el mandil.
Cándido
hubiera preferido una siesta por lo menos hasta las seis de la tarde, pero la
oportunidad de pasear con Carmen por la playa no la tenían todos los días. La
playa en algunos tramos estaba completamente desierta, ella aprovechó uno de esos
espacios sin bañistas para desnudar y entrar corriendo al agua; no ocultaba el
paso de los años ni los rigores de la maternidad, pero seguía teniendo un
cuerpo atractivo, el contraste con el agua y la arena la hacía resplandecer.
A Cándido
le costó un poco desnudarse, antes volvió a comprobar que no había mirones por
la zona. Ella nadaba descuidadamente hacia la zona más profunda, había dejado
de esperarle. A él le costó alcanzarla y pese a la fatiga la abrazó y besó
suspendidos ambos en el agua.
Cándido
había dedicado su primera adolescencia a catalogar los besos que recibía en
función de la intensidad, la duración e incluso el grado de salobridad. Durante
unos instantes quiso recuperar aquella afición para colocar los besos de Carmen
al frente de los que de ella había recibido hasta la fecha, incluso al frente
de los de cualquier categoría. Solo los besos que se dieron en París podían
competir en electricidad.
Carmen
le indicó que para las maniobras de acoso y derribo que intentaban era mejor
ocultarse tras las dunas. Regresó nadando hacia la orilla. Cándido demoró su
salida hasta que se le aplacaron un tanto los ardores, se sentía
irremediablemente avergonzado de las prácticas amorosas en lugares públicos
aunque lo cierto es que en aquella zona de la playa no había nadie por lo que
difícilmente se podría considerar aquel espacio como un lugar público. Sin
embargo al llegar a la zona de dunas se sorprendieron de la cantidad de parejas
acurrucadas y entrelazadas al resguardo de miradas curiosas, sólo un detalle
les ruborizó, aquella era zona de encuentros homosexuales y la presencia de una
pareja hétero podía romper la armonía del entorno. Carmen había extendido su
pareo y se había colocado de modo tal que era imposible rechazar su invitación
a la lujuria. Cándido se dejó llevar por el gusto salobre primero de sus
labios, después de sus hombros y pechos.
Tras
unos minutos fervorosos se enroscaron tiernamente en el pareo y caminaron abrazados
de nuevo hacia la orilla para que el mar les refrescara y eliminara los restos
de arena y algas en los que estaban rebozados.
Costó
un poco arrancar la actividad del California aquella tarde, los clientes suizos
habían dejado exhausto al personal, además Didi y Clocló habían apurado los restos
de una botella de champaña que había quedado mediada en la cubeta, Muriel
confesó a Cándido que se la habían subido a la habitación, por lo que la siesta
del servicio se prolongó casi hasta las siete.
La
cocina aguardaba impoluta a los servicios de la tarde. Muriel pidió permiso
para ir a darse una carrera y un baño a la playa antes de que empezaran los
primeros comensales de la noche.
Durante
una hora Carmen y Cándido se ocuparon del servicio de la terraza: algunos
refrescos, copas largas y cortas, los primeros aperitivos o ensaladas. Cándido
localizó viejas canciones de los Roxy Music con el fin de dulcificar la resaca
de Clocló y Didí, que no se recataron en preparar cargados Blody Marys bien
aderezados de salsa de Glocestershire.
- Un millón de gracias, patrón.
- No las merece, la mañana ha sido complicada – Cándido no quería
sonar paternal, y menos con aquellos tiparracos que parecían elegidos de entre
los estibadores del puerto de Marsella. No lo consiguió.
- En la confianza que nos genera – continuó Didí -, a Clo y a mí
nos gustaría enseñarle algo.
- Qué ?
- Está en nuestro apartamento.
Mientras
subían las escaleras hacia el apartamento Cándido temió encontrarse con una
escena parecida a la que había podido ver de reojo entre las dunas de la playa
minutos antes, sin embargo se encontró con tres estancias ordenadas, pulcramente
amuebladas, sin señal alguna de suciedad o de molicie. En las paredes de todas
las habitaciones estaban llenas de cuadros de pequeño formato, marinas y
paisajes de playa que recordaban las series atlánticas de Edward Hopper. Quedó
en silencio mientras miraba los cuadros, junto a la ventana, mirando al mar,
había un caballete y una paleta con restos de acuarelas en distintas tonalidades
de azul, de blanco y de amarillo.
- A Cloude le encantaría poder exponer sus trabajos en el California.
El viejo Pangloss se burlaba de nosotros y nunca nos dejó bajar los cuadros.
Creemos que usted es persona más sensible y nos permitirá esta frivolidad.
Didier
se había erigido en portavoz, Cloude asentía avergonzado pendiente de
respuesta.
- No hay ningún problema, a ver si tenemos escondido en el
California a un artista clandestino.
Todos
rieron y Clocló rompió su voto de silencio.
- Guardo desde hace tiempo una botella de la viuda de Cliclot para
celebrar una ocasión como esta.
- Mejor que bajemos a la terraza y compartamos las copas con el
resto. Si no bajamos rápido pueden sospechar.
- Por favor, patrón, con su mujer abajo esperando, sería impropio
de caballeros como nosotros.
El
turno de noche discurrió tranquilo, aunque creyó tener entre los clientes de la
noche a alguna de las parejas que horas antes retozaban en las dunas, incluso
en algún momento creyó que le lanzaban miradas de complicidad.
Hasta
la una no se levantó la última mesa y, para dar ejemplo, se quedaron hasta las
dos recogiendo servicios y limpiando la cocina. Ni Carmen ni él estaban para
escapadas nocturnas, pero se quedaron unos minutos en el porche de la casa,
mirando al mar.
- ¿Tú crees, Carmen, que llegaremos a ser felices en esta casa?
- Qué maniático estás con lo de la felicidad. Disfruta de este
momento y abrázame.
Durmieron
de tirón y, con las primeras luces, Cándido ya estaba correteando por la playa.
A las ocho la cafetera del California estaba ya en marcha y Cándido aguardaba
tranquilamente la llegada y, por supuesto, el baño de Muriel, que no tuvo
ningún reparo en desnudarse a pocos metros de la terraza del California, hacer
unos estiramientos que rayaban lo obsceno antes de sumergirse en el mar.
El
rato que pasaba expuesta al sol permitió a Cándido recrearse en los rincones
más íntimos de su depilada anatomía.
- Veo patrón que ni la presencia de su esposa le permite conciliar
el sueño.
- Los hábitos son los hábitos, Muriel. Carmen es mujer nocturna y
no le molesta que madrugue… Café con tostadas.
- Como siempre, patrón.
Clocló
madrugó como no les tenía habituados, la ilusión de colgar sus cuadros en la
sala principal le permitió superar cualquier pereza. Dedicó unos minutos al
café con una magdalena, preparados por Cándido, y hacendosamente se dirigió al
salón con una caja de herramientas.
Carmen
no tardó en despertar. Cándido todavía no había recogido los desayunos, Muriel
le comentaba las pequeñas incidencias de su ausencia así como las deudas
pendientes con proveedores, ella prefería que fuera el patrón quien liquidara
las cuentas.
- Carmen, a ver si convence al patrón de que deje de garabatear
recetas de arroces, son de lo más aburridas. Además se pasa las horas mirando
ese catálogo del francés triste y desesperado, nos amenaza con llenar el
California de cuadros feos que terminarán por espantar a la clientela…
- Porqué a Carmen la tuteas y a mí no – le interrumpió Cándido.
- Porque ella no es la patrona, usted sí.
- No te metas con Muriel, a ver si nos va a dejar colgados y
tenemos que hacer otra ronda de entrevistas. A estas alturas del año los buenos
estarán todos colocados. Además ella tiene razón, andas todo el día anotando
recetas de arroz, cuando el ritual es siempre el mismo: Sofrito, arroz, caldo y
paciencia.
- A ver si al patrón se le ocurre incluir un arrocito con verduras
para desengrasar.
- Muriel, toma nota: Paella de verduras, será el plato del día,
creo que en la fresquera hay una caja de alcachofas, un manojo de acelgas,
espárragos trigueros y cuarto de kilo de judías verdes de las redonditas. Si
hoy no nos piden muchas parrilladas de verduras con lo que tenemos os preparo
para comer un arroz con verdura, si os gusta los incluimos en el menú. ¿Hay
hecho caldo de pollo para la base?
Para
el arroz de verduras hay que picar y rehogar una cebolla grande, dos pimientos
verdes y dos dientes de ajo. Cuanto más fino mejor. Se pocha la verdura en la
paella, previamente engrasada con aceite de oliva. Fuego suave.
Cuando
la cebolla se transparente se añaden las alcachofas bien limpias, elegidos solo
los corazones, cortados en cuartos. Tras las alcachofas las judías verdes
peladas y cortadas por longitudinalmente – si son de las planas, si son de las
redondas basta quitarles el tallo y cortarlas por la mitad -. Finalmente los
espárragos trigueros, solo las puntas Se dejan rehogando a fuego muy lento,
rectificando de sal y pimienta y comprobando que la verdura no queda correosa,
a lo mejor hay que dedicarle media hora a esta fase previa de rehogo.
Cuando
las verduras estén en su punto se añaden 400 gramos de arroz bomba, se mezcla
con las verduras y se cubre con el caldo de ave – dos tazas de caldo caliente
por cada taza de arroz, aunque si se añade una taza menos no pasa nada porque
siempre queda líquido de las verduras.
Se
baja el fuego al mínimo y se deja en un hervor muy suave, sin mover el arroz.
El
arroz quedará un poco aburrido de color, aburrimiento que se puede romper si se
ponen unas hebras de azafrán o si se sirve el plato con una salsa romesco naranja
intensa.
El
Soutine más sencillo pegará bien con el plato, eso y una botella de Chablis
bien frio.
Muy entretenido el capítulo de hoy y el arroz de verduras muy apetecible y el cuadro muy indicado después de un "retozo" y buena comida, lo mejor una siesta. Jubi.
ResponderEliminar¿No daría un poco más de color, y sabor, hacer el primer sofrito con un poco de tomate? Natural o natural de bote.
ResponderEliminarYo si le pongo.....
Buf que "Xafogor" que hace. Aunque un plato de esa paella me lo comería ahora mismo.
Yum. Yum.
LSC