Fuera la casualidad, la
notoriedad que de nuevo le dio la prensa o el avance del verano lo cierto es
que tras la aparición de la foto en la terraza del California Hotel las cajas
del restaurante se incrementaron, durante unos días la terraza estuvo permanentemente
llena obligándoles a trabajar casi de continuo. Cándido planteó la posibilidad
de que cerraran los domingos por la noche y los lunes hasta después del
mediodía, primero para que pudiera descansar el personal pero principalmente
porque durante el fin de semana se quedaban prácticamente vacías las cámaras.
El California que había
soñado Cándido tenía poco que ver con el California real, eso no significaba
que se hubieran frustrado sus expectativas, pero él soñaba con una terraza
plácida, no siempre repleta de gente; un negocio basado en la lealtad de unos
pocos clientes. Pasados los meses el California Hotel era uno negocio que
funcionaba a toda máquina, que debía acostumbrarse a ruidosos comensales
italianos y madrileños de carteras generosas pero exasperantes en el trato.
Clocló, Didí y Muriel aguantaban con serenidad las impertinencias de la
clientela porque sabían que a la postre eran los que dejaban mejores propinas.
Además la doctrina Cándido habilitaba a aplicar recargos a los clientes más
molestos, recargos que pasaban directamente al personal.
Buscando una felicidad
plácida, constante y contemplativa lo cierto es que Cándido se había embarcado
en una empresa que no le daría paz hasta bien entrado septiembre, en la que los
momentos de quietud se reducían a los amaneceres en la terraza aguardando a que
la cafetera tomara presión, y los cierres que podían prolongarse unos minutos
para apurar una copa de vino viendo el reflejo de la luna sobre el mar.
Una noche de plenilunio, tras
una jornada maratoniana de arroces y pescados a la brasa, Clo y Muriel
decidieron bañarse desnudos antes de cerrar. Cándido había abierto una botella
de champagne para despedir el día, puede que fuera el aniversario de Clo, lo
cierto es que una vez abandonó la terraza el último grupo de clientes se
sentaron en el rincón de Pangloss, atenuaron las luces y brindaron por el
California y por la salud de todos ellos. Clo se desnudó invitando a su pareja
a que le acompañara al agua, Didí puso todo tipo de excusas y le dijo que si
tenía ganas de fiesta le esperaría en la habitación. Muriel tardó poco en
desnudarse y en coger de la mano a su compañero para que le guiara hasta la
playa. Cándido pudo comprobar que Muriel lucía esplendorosa tanto en los tonos
dorados del sol de la mañana como en los plateados de la luna llena, aunque el
fulgor de la piel morena quedara sustituido por las sombras mágicas sobre el
mar y la arena.
El trato con los clientes no
era ni mucho menos sencillo, había una rotación permanente y pocos comensales
repetían la experiencia por mucho que les hubiera entusiasmado el restaurante.
No se podían definir pautas estables de comportamientos y a holeadas de
italianos bulliciosos les sucedían parejas amarteladas de franceses, en
ocasiones desembarcaban de los yates y veleros peculiares nuevosricos vestidos
de un blanco ridículo y dispuestos a pedir los vinos más caros con tal de que
se notara su ostentación. Sus barcos quedaban amarrados mar adentro y llevaban
a las costas del California en motoras manejadas por pacientes marineros, todos
ellos pasaban las veladas contemplando sus barcos y señalándolos constantemente
para que el resto de comensales supieran sin lugar a dudas que eran los dueños
de aquellos artilugios marinos. Seguramente pasaron por el California famosos
de más o menos mediopelo y algún potentado pero Cándido en su despiste era
incapaz de recordar con certeza la identidad de la mayoría de ellos.
En ese mar de confusión era
fácil identificar a los pocos, poquísimos, clientes que podían catalogarse de
habituales; de hecho solo una pareja podía incluirse en esa categoría de
clientes amables y duraderos – el ideal de Cándido -. Era un matrimonio de una
edad pareja a la de Cándido; Cándido tenía vistas esas caras en Barcelona y le
costó un poco conseguir localizarlas, al final descubrió que durante muchos
años Cándido y su ahora cliente habían compartido gimnasio e incluso profesor
de spinning.
Nunca hablaron de su pasado
común en Barcelona, aunque de hecho el señor Condal – así llamaban en el
California a aquel cliente – conocía perfectamente a Cándido y sus andanzas en
la otra vida. La señora Condal era más ruidosa y también más curiosa, aunque
Cándido mantenía la norma de no preguntar nada personal para no ser preguntado,
de ese modo se escurría ante cualquier interrogatorio; la pareja era de trato
plácido si se conseguía llevar la conversación a zonas muy neutras en las que
se eliminara cualquier riesgo de indagación retrospectiva. El pasado pasado
era.
Los señores Condal aparecían
de vez en cuando, casi por sorpresa, nunca reservaban mesa, Cándido supo, por
medio de Muriel que se escapaban de Barcelona de modo casi improvisado y que su
único objetivo era pasear, leer, descansar y nadar desnudos por MigJorn, todo
ello del modo más discreto. Puede que Cándido hubiera coincidido con ellos en
alguno de los vuelos a Barcelona, lo que pasaba es que vestidos muchos de los
rasgos se difuminaban, por lo que en vez de saludo se intercambiaban miradas
cordiales, las propias de quienes se sabían pertenecientes a la misma tribu.
Los señores Condal no solían
tomar casi nunca arroz; con el tiempo Cándido supo que él era diabético, aunque
indisciplinado, por eso en los postres podía cometer algún desliz y siempre
pedía fruta pero con una cucharilla de más para robar alguna porción de pastel
o de helado a su esposa.
La presencia de los Condal
era intermitente, no sujeta a pautas pero su presencia en el California le
permitía soñar a Cándido con la idea de un California que sólo podía
construirse y sobrevivir en su imaginación. Hasta tal punto Cándido le fue fiel
a los Sres. Condal que en ocasiones, en contra de la norma, les habilitó el
rincón de Pangloss para comer o cenar.
Al Sr. Condal le gustaban los
pescados de cierto tamaño presentados en bandejas de metal, con guarnición de
cebolla, pimientos, tomates asados y berenjena; disfrutaba viendo a Muriel
limpiar con minucia el pescado antes de servir impolutos lomos de lubina, de
dorada, de sargo, incluso de caproig preparados con esmero. Puede que el Sr.
Condal también espiara en secreto los baños matutinos de Muriel ya que en una
ocasión comentó que a él le gustaba correr por la playa al amanecer. De hecho
Muriel pese a su sorna no dudaba en coquetear ligeramente con el cliente, que
siempre disponía de una palabra amable para el servicio.
Como los Sres. Condal solían
prolongar las sobremesas era relativamente sencillo que Cándido y, en
ocasiones, Carmen se incorporaran al tramo final, al de los cafés y las copas.
Rápidamente consiguieron establecer un territorio impersonal que les permitía
charlar sin recelos, conscientes todos de su pasado común y la necesidad de no
sacarlo a la luz, Barcelona estaba a años luz de la terraza del California y
era bueno que no se redujeran las distancias.
En una ocasión Cándido les
desveló que el California no terminaba de cubrir sus expectativas personales de
quietud y estabilidad, que la vorágine de trabajo complicaba su idea de
felicidad contemplativa y salvaje.
La Sra. Condal le advirtió:
- Cándido, has de ser consciente de que los hábitos de la gente
han cambiado radicalmente, antes las familias veraneaban un mes, incluso dos si
tenían niños. El verano no era una aventura sino un espacio mortecino,
caluroso, lleno de tiempos muertos.
- Lo más importante en el veraneo, por lo menos en los veraneos de
nuestra infancia era conseguir convertir toda aquella galbana en rutina, el
verano culminaba cuando se convertía en rutina el no hacer nada o casi nada.
- En ese veraneo tenía cabida tu idea del California con clientes
que podían visitar la terraza cuatro o cinco veces a lo largo de mes o mes y
medio, de se modo se acostumbraban a la cocina del restaurante con sus matices,
se atrevían a solicitar que el restaurante fuera partícipe de algunas
celebraciones familiares porque el verano siempre coincidía con el cumpleaños
de algún miembro de la familia o con algún aniversario importante.
- En esos territorios pasados el California era un espacio
multiusos que permitía que los niños llegaran en las sobremesas más calurosas
pidiendo helados que luego pagaban sus padres por las tardes. Y que los padres
pudieran convertir un refresco tomado al atardecer, justo después del último
baño, en una cena que pudiera prorrogarse hasta la madrugada, una cena que
fuera sumando comensales haciendo casi imposible el control de las acciones y
de las comandas.
- En esos tiempos, que tal vez no existieron nunca, las cuentas de
los restaurantes se hacía por arrastre, casi al final de la temporada, en
muchas ocasiones a ojo puesto que los restaurantes se convertían en una especie
de extensión del hogar y los camareros en una parte servicial de la familia.
- En esos tiempos tú hubieras sido el hostelero ideal, el
hostelero feliz y el California Hotel hubiera formado parte de la mitología
doméstica de muchas familias. Sin embargo los tiempos que nos han tocado vivir
son distintos, el California sólo puede aspirar a ser un buen restaurante, que
lo es, y un espacio agradable con buen servicio y vistas al mar.
- Ya nadie diseña su verano como un nada que hacer durante dos
meses, los niños se facturan para hacer campamentos o se mandan con los
abuelos, las empresas dan 22 días de vacaciones al año y hay que fraccionarlos
en función de miles de variables.
- Quienes antes podías veranear un mes ahora se contentan con
quince días y, la mayoría de los mortales, han de organizar sus veraneos con
sólo una semana que estiran hasta lo imposible.
- Con estos tiempos y hábitos el verano y el veraneo se convierte
en un ejercicio de stress supremo ya que nos obligamos a concentrar en muy
pocos días, a veces horas, la felicidad anhelada durante todo el año. Así las
comidas fuera de casa deben ser las mejores, las más excepcionales, las playas
han de ser excelsas, los baños extremadamente plácidos y gustosos; necesitamos
que la arena de la playa sea la más fina y acogedora, que el mar esté
perfectamente limpio, que no haya una
sola nube en el cielo, que paella que pidamos sea digna de los dioses.
- Todos nos convertimos que dictadores extremadamente exigentes no
por capricho sino por miedo a la frustración. En el fondo somos todos
conscientes de que durante las vacaciones, las minivacaciones, disponemos de
una sola bala que no podemos malgastar.
Todas
aquellas eran frases entresacadas de una larga conversación, casi un monólogo
de la señora Condal en la que sólo Carmen era capaz de ir metiendo baza. Carmen
preguntó:
- Y a vosotros cuantas balas os quedan.
- Ninguna – le dijo el Sr. Condal -, nuestros hijos son ya
mayores, hemos decidido no tener vacaciones sino sólo escapadas. Al final el
verano no es sino un modo de cambiar las rutinas y a nosotros el MigJorn es una
forma de rutina, piensa que el único sitio por el que se puede pasear desnudo
sin que te detengan en Barcelona es el vestuario del gimnasio. Aquí nos
cruzamos medio en cueros bajo el sol y nos saludamos con más cordialidad que si
lo hiciéramos encorbatados por la Diagonal. Con Formentera no necesitamos de
otros caribes, aunque tal vez habría que reducir el número de italianos por
metro cuadrado.
Cándido
apenas intervino en aquella conversación, aunque pensó en preparar un postre
sorpresa a los Sres. Condal para su próxima visita, fuera cuando fuera, un
postre que les evocara aquellos veranos pretéritos, oceánicos y ya imposibles.
Aprovechando
una tarde de domingo de holganza revisó viejos libros de cocina hasta dar con
una receta de arroz con leche en un libro sobre la cocina del Vaticano, era un
arroz con leche de almendras que, por lo visto, encantaba al papa Inocencio IV,
un belicoso Papa que desplegó su reinado, con sus correspondientes matanzas, a
mediados del siglo XIII. Entre escabechina y escabechina, tras ordenar quemar a
algunos herejes y arrasar ciudades no afectas a los Estados Vaticanos,
endulzaba sus razias con un arroz con leche de almendras, una receta sencilla
que necesitaba sólo de un kilo de almendras crudas, quinientos gramos de arroz
y un cuarto de kilo de azúcar – esa era la receta original, que Cándido
completó poniendo una rama de canela y un poco de ralladura de limón.
Es
pasan las almendras crudas por agua hirviendo durante dos minutos, el tiempo
justo para que se pueda quitar fácil la piel. Se escurren bien y templadas se
les quita la piel, dejándolas en el vaso de la thermomix, la receta original
era con un almirez.
Las
almendras se pasan por la batidora añadiendo agua fresca para que la pasta se
convierta en una crema agradable y no muy densa. Un kilo de almendras debe
convertirse en un litro largo de leche de almendras, para eso hay que pasar la
crema por un colador, reservando la pulpa de las almendras.
Se
pone la leche de almendras en una cazuela con el agua y cuando rompa a hervir
se añade el arroz, que se debe dejar cociendo durante 20 minutos con la rama de
canela y la ralladura de limón – medio limón será suficiente -. En eso consiste
el postre.
Como
Cándido era consciente de que el postre era muy contundente para un verano, por
añoroso que quisiera ser, decidió darle un giro estival a la receta y,
terminado de cocer el arroz, pasó de nuevo por el colador la pasta resultante
separando con ello los granos de arroz de la crema.
Puso
la crema en una heladera – si no se dispone de heladera se puede guardar en un
tupper, meterlo en el congelador recordando que durante las primeras dos horas
hay que removerlo con firmeza con un tenedor cada 15 minutos.
La
pasta de almendras que quedó de la leche de almendras se remoja con un cuarto
de litro de leche y tres cucharadas de azúcar y se prepara con esa masa otro
helado del mismo modo.
Cándido
tuvo la paciencia de rallar la cáscara de media docena de limones y con la
ralladura preparar un sorbete de limones, utilizando el zumo de un limón, toda
la ralladura y un paquete de hielo triturado.
A partir de ese domingo
en la carta del California Hotel anunció un helado de arroz con leche y
mantecado de almendras que servía del modo siguiente: Una gran bola del helado
de arroz con leche, espolvoreada ligeramente con canela; y dos bolas más
pequeñas del mantecado de almendras y el sorbete de ralladura de limón.
Llego de un buen paseo, tenemos una temperatura muy agradable para salir y ver antes de la comida ese estupendo pescado y ese postre de arroz con leche, me está preparando los jugos para la comida. Ese Hotel California me está gustando. Jubi
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