Martes, ocho menos cuarto de
la mañana, Cándido en la terraza del California Hotel tomándose el primer café.
Amanecer limpio, luminoso; la tranquilidad de la playa apenas quebrada por el
batir leve de las olas sobre la arena de la orilla. Aguas en todas las
tonalidades del azul, con pequeños bancos de algas que formaban dibujos hechos
carboncillo.
Cándido vio llegar a lo lejos
a Muriel, corriendo por la orilla; ella en cuanto le identificó levantó la mano
en señal de saludo, se detuvo a 50 metros del promontorio que formaba la
terraza del restaurante, un poco más cerca del punto en el que se había parado
el día anterior. Se desnudó por completo dejando ropa y zapatillas sobre unas
piedras, junto a una minúscula bolsa en la que llevaba el pareo, unas sandalias
y probablemente la muda de la ropa interior. Ajena a las miradas entró poco a
poco en el agua para nadar unos minutos; a la salida demoró cada uno de sus
pasos, mirando de reojo a Cándido, buscó una piedra en la que pudiera secarse,
siempre a la vista de su patrón.
Cándido disfrutó de aquel
cuerpo glorioso y de toda su naturalidad. Si Muriel quería provocarlo lo había
conseguido. Se revolvió el pelo para que terminara de secarse, se ató un pareo
rojo, negro y morado al cuello y caminó hacia la terraza.
- Veo que madrugas – fue su saludo.
- Sí, soy de poco dormir, yo ya he corrido y me he bañado al
amanecer. ¿Te preparo un café?
- ¿No debería ser al revés, el patrón eres tú?
- Mantengo el monopolio sobre la cafetera cuando el restaurante
está cerrado.
- Tiene cierto morbo ser servida por el jefe – sonrió.
Cándido
fue hacia el interior y ella se acomodó en la silla, poniéndola orientada hacia
el sol, estiró las piernas y cerró los ojos.
- Tostadas… mantequilla… mermelada… algo de fiambre…un zumo… -
gritó Cándido desde el interior.
- Lo que entre en el menú y, por favor, la leche que esté muy caliente,
no soporto los cafés fríos.
- Oído cocina.
- Qué esperás de mí – le dijo ella mientras preparaba las
tostadas.
- Lo primero que no grites mucho, Didier y Cloude viven en el piso
de arriba y no se levantan hasta bien pasadas las nueve.
- Perdón, no estoy acostumbrada a jefes tan comprensivos.
Cándido
llegó con una gran bandeja redonda en la que había incluido también unas
magdalenas y un segundo café para él.
- Te preguntaba qué esperas de mí.
- Supongo que te lo dijo mi mujer, quiero que estés en disposición
de sustituirme cuando tenga que ausentarme, que nos complementes a todo y que
me ayudes a gestionar este local.
- Todo y nada.
- Todo y todo. Esta tarde he de regresar a Barcelona y no
regresaré hasta el viernes por la mañana. Acabamos de abrir y se trata de coger
el ritmo y de ir consolidando los cambios que hemos introducido estas semanas.
Clocló y Didí tienden a dispersarse y hay que estar encima de Mustha para que
haga las cosas y, sobre todo, que limpien, cuando entré aquí por primera vez la
mugre invadía hasta sus almas.
- Hace buen café esta máquina.
- Los italianos son unos artistas, el secreto está en tener
paciencia para que el agua tenga la presión correcta y, sobre todo, elegir bien
el agua.
- Exquisito, no me va a importar que me prepares el desayuno todas
las mañanas.
- Menos coba. Hoy había pensado aprovechar este rato tranquilo de
la mañana para que me ayudes a preparar un caldo de pescado, quiero introducir
algunas modificaciones en el arroz a banda y antes he de hacer algunas pruebas,
tenga la impresión de que aquí los fumets son bastante anodinos, he buscado en
viejos y nuevos recetarios, voy a utilizar una receta de Quique Dacosta, el
dueño del Poblet, en Denia, es un maestro de los arroces.
- A sus órdenes.
- Puedes dejar de llamarme de usted.
- Las distancias las quito y las pongo yo, no usted.
- Entendido.
Cándido
se incomodó ligeramente y trasladó la conversación hacia terrenos más
convencionales, le preguntó a cerca de su experiencia profesional, el tiempo
que llevaba en las islas y sus habilidades en los fogones. Muriel desayunó como
si en un siglo que no hubiera probado bocado. Cuando vio que terminaba Cándido
se levantó a por dos vasos de agua fría. Ella había recogido los restos del
servicio y los había colocado de nuevo en la bandeja, fue ella la que llevó la
bandeja a la cocina.
- Bueno Muriel – estaban ya en la cocina -, lo primero que hay que
hacer es encender el horno. En la parte de baja del refrigerador verás un par
de paquetes, el envoltorio es blanco, hay media gallina y un kilo de costillas
de cerdo troceadas.
- ¿No íbamos a preparar un caldo de pescado?
- Sí, por eso te decía que hay que darle un poco más de vida a las
bases que hasta ahora utilizaban en el restaurante. Horno a 200º grados y en
una bandeja engrasada con un poco de aceite colocas la gallina y las costillas
de cerdo, con un poco de sal y de pimienta.
- Me dejará antes que me ponga el uniforme de combate.
- Por descontado.
Muriel
fue hacia el fondo de la cocina y de un cuarto que se utilizaba para almacenar
latas, guardar los productos de limpieza y, en general, como pequeño trastero,
sacó una bolsa de deportes. Con absoluta naturalidad se desanudó el pareo, se
dio media vuelta, quedándole el torso completamente desnudo y unas minúsculas
braguitas que evidenciaban la eficiencia de su depilado. Se puso unos
pantalones tipo chino de color negro, ligeramente acampanados, una camiseta sin
mangas también negra y el mandil. Dobló el pareo, guardó las sandalias y se
calzó unos zuecos de enfermera que elevaron varios centímetros su estatura.
- Así mejor… Horno encendido.
Cándido
abrió uno de los armarios bajos junto a los fogones y sacó una gran cacerola
que colocó al fuego suave. Muriel había ya metido la carne en el horno para que
se dorara.
- Necesito una cabeza de ajos, pártamela por la mitad… En el
cuarto frio verás una gran caja de plástico con marisco y pescado, la trajo
ayer por la noche Canito, nuestro proveedor, ya le conocerás.
- Veo que en mi trabajo aquí me va a tocar mancharme las manos.
- Es lo que toca.
Muriel
colocó sobre una de las mesas auxiliares una gran caja en la que aparecían
ordenados varios tipos y tamaños de pescados así como algo de marisco.
- Tráeme las galeras y los cangrejos.
La
cazuela, con capacidad para 8 litros de caldo, estaba sobre el fuego, Cándido
echó un poco de aceite y la cabeza de ajos cortada por la mitad. Galeras y
cangrejos pesaban más de un kilo en total, las incorporó a la cazuela y avivó
el fuego, que empezó a chisporrotear. Sacó un cucharón de madera para remover
los crustáceos y que sudaran bien.
- Vete pelándome cuatro zanahorias y cuatro cebollas. En cuanto
los bichos suelten su jugo hay que retirarlos y empezar a añadir verdura.
Muriel
se movía con soltura por la cocina y trabajaba silenciosa, cumpliendo las
órdenes del jefe.
Ayudado
de una espumadera Cándido retiró galeras y cangrejos, la cabeza de ajo quedó en
el sofrito; bajó de nuevo el fuego, rectificó de aceite y puso la primera tanda
de verdura a rehogar.
- Trocéame dos puerros y seis tomates de pera.
Añadió
primero los puerros troceados y removió con firmeza para que se mezclaran bien
con la cebolla y la zanahoria; mientras se cocían abrió la portezuela del horno
para comprobar que la carne se doraba correctamente.
Cuando
los trozos de puerro empezaron a quedar transparentes añadió una cucharada sopera
de pimentón dulce, volvió a mezclarlo todo bien con el cucharón antes de añadir
los tomates cortados y una lata de 250 gramos de tomate frito. Subió un poco
más el fuego para que evaporara el agua de vegetación.
Sin
necesidad de que Cándido diera instrucción alguna Muriel fue limpiando y
desescamando los pescados más pequeños. Cándido aprovecho para cortar la cabeza
y limpiar un gran rape de boca fantasmagórica. Con la morralla y los deshechos
del rape organizaron la base de pescado para el caldo, mezclándola bien con las
verduras.
Una
ñora, dos hojas de laurel, la gallina y el cerdo tostados al horno. Uno tras
otro fueron añadiéndose los ingredientes que restaban para el caldo.
- ¿Y la sal, patrón?
- Ni gota de sal, tiempo habrá de salar los guisos.
Cándido
fue al almacén a por una garrafa de agua mineral, con cuidado fue añadiendo el
agua mientras Muriel removía suavemente con el cucharón. Necesitaron casi cinco
litros de agua hasta que quedó cubierta toda la carne y el pescado. Avivó el
fuego.
- Una hora hirviendo. A ver si nos acordamos de espumar el caldo
cada veinte minutos… Creo que nos hemos ganado otro café.
Desde
el piso superior se escucharon los primeros signos de vida, sillas que se
movían y grifos que se abrían y cerraban. Cándido empezó a organizar los
desayunos de Clocló y de Didí, el primero un capuchino y tostadas con mermelada
de grosellas, el segundo un café solo muy cargado y un bocadillo de jamón y
queso. A eso de las nueve y media el panadero traía el pan del día.
Todavía
tuvieron unos minutos de intimidad antes de que el resto del equipo se
incorporara a la terraza. El último Mustha, que llegaba en una motocicleta
destartalada que sólo él sabía arrancar. Atado al manillar con unos alambres
llevaba un cajón de plástico en el que solía transportar las frutas y verduras
del pequeño huerto que tenía su familia, sus padres habían sido agricultores en
marruecos y entretenían las horas cultivando unos tomates, pepinos y
calabacines muy jugosos; alguna pera, ciruelas, melocotones, melones y sandías.
- Ha guardado el pescado? – preguntó Cándido.
- Sí, patrón – contestó Muriel.
- Luego recuperaremos una sepia y los lomos del rape para poder
preparar arroz a banda, a ver cómo reaccionan los clientes, de momento hoy para
comer nos tomaremos uno nosotros con un poco de ali oli a la murciana, se prepara
añadiendo una patata hervida al ajo y al aceite, así que ya puedes poner un par
de patatas en el hervido para que se cuezan y vayan cogiendo el sabor al
pescado.
El
caldo debía de hervir una hora y luego reposar tranquilamente durante tres
horas más, por lo que a la una estaría preparado para los servicios del
mediodía. Cuando apagó el fuego lo dejó tapado con el fin de que infusionara.
Poco antes del mediodía colaron cuidadosamente el caldo, apretando bien carnes,
pescados y verduras para que destilaran los últimos jugos. Completaron una
garrafa de más de 5 litros que dejaron en el cuarto frio para evitar riesgos de
fermentación.
A eso
del mediodía Didí tenía ya preparados los servicios de las mesas interiores –
había un par de reservas – y las mesas de la terraza impolutas, sirviendo
algunos cafés y bocadillos. A la una la terraza quedaba para comidas y, si
acaso, desayunos contundentes.
- Muriel, vente conmigo a la cocina, que te enseñaré los trucos de
un buen arroz a banda… Recupera la sepia del cuarto frío.
Muriel
cumplió obedientemente.
- Limpio la sepia.
- No, colócala sobre la tabla.
Canito
les había traído una sepia de casi medio metro de largo, oscura, terrosa, fea
como un demonio. Cándido la colocó sobre la espalda y con ayuda de un cuchillo
la abrió en canal.
- Acércate Muriel, mira qué hermosa, la bolsa de la tinta – señaló
con la punta del cuchillo y bulto de color parduzco a la izquierda -, las
huevas – a la derecha – y esto tan grande y con pinta asquerosa es la melsa.
- ¿La melsa?
- Sí, el bazo. Las sepias como todos los cefalópodos tienen un
bazo tremendo, casi todo el mundo lo tira pensando que son los intestinos y es
una pena ya que suele ser la parte más sabrosa. Los cefalópodos tienen el cerebro
junto al esófago, incluso en eso son unos bicho peculiares… Guardamos la tinta
para el arroz negro, con las huevas limpias y pasadas por huevo y harina
podemos hacer una tapa estupenda. Y la melsa, la melsa nos servirá como base
para el arroz a banda. Guarda cada pieza en un tupper. Ahora limpiamos bien la
sepia, le quitamos tentáculos y telillas, la troceamos y reservamos para los
arroces. Los trozos de sepia poco más grandes que la yema de un dedo.
Muriel
clavó los ojos en Mustha y le indicó con la punta de un cuchillo lo que había
que hacer.
- Hay que saber delegar, jefe – sonrió.
La
receta del arroz a banda era sencilla. Se engrasa una paella con un poco de aceite,
se doran 150 gramos de sepia en tiras y 200 gramos de rape en daditos. Una vez
dorados se añaden dos ajos picados finos, una cucharada de pimentón dulce – cucharilla
de postre – y dos tomates rallados junto con la melsa también picada; como la
sepia era muy grande bastaría 1/5 de la melsa que habían retirado.
Se
deja sofreír todo durante bastante tiempo, removiendo con cuidado, el objetivo
es que el sofrito quede muy denso, casi como una mermelada parduzca.
Con
el fuego medio se ponen 400 gramos de arroz bomba – la receta estaba pensada
para 5/6 comensales – y se mezclan con el sofrito.
Es el
momento de poner el caldo caliente, dos tazas de caldo por cada una de arroz,
el truco es que la capa de arroz sea muy fina. Se mantiene el fuego vivo
durante los cinco primeros minutos, con cuidado de que hierva uniformemente y
sin remover el arroz. Luego otros diez/doce minutos con el fuego un poco más
suave. Hay que tener un poco de paciencia ya que merece la pena que el arroz
repose dos minutos más fuera del fuego.
- Sabe qué, patrón. Las recetas de arroz terminan siendo
absolutamente monótonas.
Los
desnudos de Soutine no era, ni mucho menos, tan atractivos como los de su amigo
y mentor Amadeo Modigliani, en este punto Cándido estaba decidido a traicionar
a su pintor de referencia.
Entretenido el capítulo de hoy, parece que va ha haber tomate entre Cándido y Muriel, con un par de baños más a temprana hora, la cosa promete. Rico arroz a banda y Modigliani me encanta. Jubi.
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