El arranque del mes de julio
coincidió con el lento acercamiento de Muriel hacia la terraza, de modo casi
imperceptible Cándido creía que Muriel se acercaba mañana tras mañana a la
terraza y soñaba con el día en el que dejara el pareo, las braguitas y las
chanclas sobre la mesa en la que Cándido tomaba su primer café.
Puede que en la primera
ocasión ella no se hubiera percatado pero, ciertamente, en todas las
posteriores no se había recatado. Cándido completaba día a día una geografía
íntima de todos sus recovecos, meandros, radas y enseñadas sin pelo alguno, sin
ninguna imperfección o rasguño.
Mientras se recreaba con el
entorno Cándido recibió un mensaje temprano, un SMS escueto que le devolvía a
épocas oscuras: “NO HABRÁS DEJADO DE TOMAR LOTO”. A Cándido no le cabía duda
del origen del mensaje y, por primera vez, sintió que en el California también podía
ser vulnerable.
Curiosas sincronizaciones
femeninas hacían que Carmen no apareciera por la terraza hasta que Muriel no se
había terminado de colocar el informal uniforme de jefa de sala adjunta del
California. Muriel y Carmen intercambiaban un beso cariñoso, un gesto de
intimidad que molestaba a Cándido, que después de varias semanas no había
obtenido más que un cortés apretón de manos el día que se conocieron. Eso sí
Carmen también le besaba a él, después de haber saludado a Muriel, era como si
se dieran el relevo.
No eran las nueve de la mañana
y ya habían empezado a cantar las primeras chicharras, se auguraba una jornada
dura de calor.
Cándido se levantó para
prepararle el café a su mujer mientras ella leía la prensa en la tableta.
- Alguna noticia importante.
- Importante no, pero tal vez te convendría darle un vistazo a
esto – Carmen le pasó la pantalla.
Cándido
se encontró con una gran fotografía de la terraza del California, las mesas
llenas y él paseando entre los comensales, cubriéndose los ojos con unas gafas
de sol. Le costó reconocerse tan delgado y desgalichado. Jugó con las yemas de
los dedos hasta reducir la fotografía y poder leer la noticia. Era un artículo
a doble página en un diario de difusión nacional, el título demoledor: ¿Dónde se
esconden los culpables de la crisis?
El
periodista realizaba un inventario de banqueros, empresarios, intermediarios,
comisionistas, corruptores y corrompibles. La fotografía central la de Cándido,
a quien le dedicaban un párrafo breve pero contundente: Cándido D.F., ejecutivo
de una entidad de inversión, fue inhabilitado al considerarle el regulador “padre”
de unos derivados tóxicos que se comercializaron a través de una conocida red
de oficinas de una caja de ahorros; los derivados diseñados por D.F. en
principio estaban destinados a inversores profesionales, con alto grado de
formación específica en mercados internacionales, se comercializó a jubilados,
amas de casa y pequeños inversores. Sus derivados tenía la particularidad de
poderse gestionar a partir de mil euros, quienes picaron e invirtieron sólo han
recuperado veinticinco céntimos por euro entregado. Se calcula que la entidad
en la que trabajaba pudo recibir cerca de tres mil millones de euros.
Actualmente vive refugiado en Formentera, donde mantiene inversiones con Thierry
Pangloss, un mercenario francés que abrió su hoja de servicios trabajando para
el gobierno de De Gaulle en la guerra sucia de Argelia.
Carmen
aguardaba respuesta sosteniéndole la mirada.
- ¿Vuelven los fantasmas?
- No te preocupes, todo lo que tenía que pasar ya ha pasado. No
queda nada en la trastienda.
Carmen
estaba convencida de que Cándido era una persona razonablemente decente.
Cándido creía conservar copia de las actas del equipo de dirección en las que advertía
de los riesgos de comercialización indiscriminada de los derivados llamados
rendimiento 100%. Probablemente de no haberse producido el acuerdo entre el
banco, la fiscalía y el propio Cándido hubiera podido salir airoso del juicio,
pero lo cierto es que prefirió asumir las responsabilidades, al fin y al cabo
era el responsable del área, embolsarse la indemnización, coquetear durante
unas semanas con el ingreso en prisión y comprometerse a borrar cualquier
recuerdo o información de la memoria. Carmen no conocía los detalles, mantuvo
inquebrantablemente el apoyo, aisló a los niños de cualquier rumor y no permitió
que la casa se desmandara; pero como había sido una buena muchacha, de casa
decente, la vertiente pública e esas gestiones la incomodaba, era inevitable, e
incómoda quedó ante la respuesta de Cándido.
Didi
y Clocló amanecieron poco antes de las diez, el ruido de chicharras y el calor
eran propios de los mediodías más cálidos.
Clocló
auguró:
- Si aprieta más el calor se cortará la luz.
Cándido
le miró extrañado.
- Sí patrón, esta era una de las viejas querellas de Pangloss, los
días de mucho calor se cortaba la luz, por eso instaló el grupo electrógeno.
Cándido
había acumulado razones suficientes como para refugiarse en la cocina.
- Muriel, ocúpate tú de la terraza, yo me quedo en retaguardia, el
día tiene pinta de complicarse.
- Lo que mande el patrón – gritó desde la terraza sin girarse.
Cándido
tardó unos instantes en encontrar una tarea que pudiera justificar su presencia
en la cocina durante el resto del día. Revisó unas notas, miró algunas páginas
web en el ordenador, entró y salió varias veces de la fresquera, colocó
diversos ingredientes sobre la encimera y al final se colocó el mandil del
California. Antes de empezar a cocinar contestó al SMS con un escueto: DESDE
ENTONCES TOMO LOTO TODOS LOS DÍAS. HOY CON MÁS MOTIVO.
Buscó
un paquete de arroz, disponía de arroces de varios tipos y tuvo problemas en
encontrar el arroz adecuado, un paquete de arroz de grano redondo, un poco más
pequeño que el bomba. Arroz japonés. Era un paquete de dos kilos sin abrir.
Encendió
el grifo y dejó correr el agua hasta cerciorarse de que salía fría. Colocó todo
el arroz dentro de un gran colador y lavó ceremoniosamente el arroz,
cerciorándose de que se empapaban todos los granos.
Escurrió
bien el arroz antes de depositarlo en un bol con agua fría. Removió con fuerza
ayudándose con un cucharón de madera. El agua fe fue tiñendo de blanco. El
arroz perdía almidón.
De
repente se escuchó un chasquido en el exterior, se apagaron durante un instante
las luces y se puso en marcha el motor del grupo electrógeno, las bombillas
volvieron a lucir un poco más mortecinas. El aire acondicionado no llegó a
arrancar.
Didí
dijo hacia nadie:
- Los trabajadores del California morirán de calor pero sus clientes
podrán tomar el albariño a la temperatura adecuada y no faltará hielo en las
cubiteras.
El
grupo electrógeno sólo tenía fuerza para las cámaras de frío y la iluminación
básica, el resto de equipos debían esperar a que volviera el suministro
ordinario. Además el motor de la bomba de agua renqueaba mucho más, lo justo
para que saliera un hiliño minúsculo del grifo.
A
Cándido le aguardaban horas en las que debía armar su paciencia ya que el arroz
debía lavarse y escurrirse siguiendo ese ritual al menos en doce ocasiones.
Había
decidido preparar unos makis japoneses para incluirlos fuera de carta. El
primer paso era lavar el arroz.
Entre
lavado y lavado llenó una olla grande con tres litros de agua y dos hojas de un
alga que extrajo de entre unos paños que conservaba en la fresquera, algas
konbú.
El
agua con el alga debía reposar tapada durante 40 minutos.
Aprovechó
ese rato para preparar un mojo con cilantro, el mojo era una salsa habitual con
la que acompañaban algunos pescados. Puso 6 dientes de ajo pelados en un mortero,
una pizca de sal, otra de pimienta blanca, una cucharada de postre de comino,
un manojo de cilantro fresco y un chorrito de vinagre de manzana. Con la mano
del mortero fue machacando los ingredientes e incorporando poco a poco aceite
de oliva para que la salsa fuera trabando. Cándido dudaba si era realmente una
buena persona, aunque creía que si conseguía hacer cosas buenas significaba que
en el fondo no era tan malo, que nada tenía que ver con el de la fotografía y
el artículo.
Trabó
bien la salsa en una cantidad generosa. Traspasó el contenido del mortero a un
tupper y se puso a pelar y a quitar el intestino a unas gambas rojas que había
traído Canito la tarde anterior. Las gambas peladas macerarían en el mojo
durante unas horas cerradas herméticamente en la nevera.
Carmen
y Muriel manejaban la terraza con soltura, empezaron los primeros pedidos y con
ellos el agobio de calor. Mustha y Cándido sudaban copiosamente y debían
cubrirse la cabeza con paños blancos anudados a la frente. Realmente Cándido se
parecía a un moderno pirata.
Didí
y Cloclo evitaban entrar en la cocina, antesala del infierno en la que se
apilaban cubiertos, vasos y platos que era imposible fregar.
El
agua con la hoja de alga había reposado el tiempo convenido Añadió una copa generosa de sake y encendió el fuego
para que el agua empezara a calentarse y hervir. Cuando inició el hervor retiró
las hojas de alga y colocó la cazuela en el horno – 180º grados -, incorporó el
arroz pulcramente lavado y escurrido – al final repitió la operación hasta 15
veces.
El
arroz debía cocer en el agua durante 20 minutos.
La
cocina le dio un momento de paz para poner en una sartén grande una sobrasada vierta
en canal, quitó la piel y con ayuda de un cucharón troceó la sobrasada y cubrió
el embutido con medio litro de agua mineral. A fuego muy suave, removiendo con
mimo, dejó que la grasa de la sobrasada se fuera disolviendo en el agua que se
teñía de naranja. El agua empezó a evaporar quedando una pasta rojiza. Reducida
todo el agua añadió dos cucharadas soperas de miel y volvió a remover para que
sobrasada y miel se integraran, todo ello después de haber apagado el fuego.
Habían
transcurrido los 20 minutos que requería el arroz, escurrió el agua sobrante y
extendió el arroz humeante sobre una gran tabla de madera. Con ayuda de un
trozo rígido de cartón fue aireando el arroz para precipitar que se templara.
En
una jarra de un litro puso un vasito de vinagre de arroz, de haberle fallado
ese vinagre lo hubiera sustituido por vinagre de manzana, 6 cucharadas de azúcar
y una cucharada de postre y media de sal. Mezcló con firmeza los líquidos en la
jarra y luego roció la mixtura sobre el arroz templado, removiéndolo con una cuchara
de madera sin dejar de abanicar al arroz. Cubrió el arroz con un paño de cocina
grande, ligeramente humedecido, y lo reservó en una zona umbría de la
fresquera.
Llamó
a Muriel y a Carmen para decirles que esa noche fuera de carta podrían ofrecer
unos norimakis estilo Migjorn, parte de los rollos los haría colocando sobre el
arroz extendido una estrecha cinta de sobrasada con miel. La otra parte la haría
con las gambas marinadas en mojo cilantro, para eso cortaría a lo largo el
cuerpo de las gambas para formar el núcleo de esos makis.
No
los mojarían en soja, sino en aceite picual mezclado con una pizca de mostaza
en polvo.
Muriel
aprovechó un momento en el que la cocina estaba despejada y se acercó a Cándido
como no lo había hecho hasta entonces.
- Patrón, piense vos que el pasado tiene una gran ventaja, es
pasado.
Cándido
sonrió.
- Eso sí, si consigo ahorrar algo en el California esta temporada
no creo que le pida consejo para invertir las ganancias.
Derrotado por las horas
en tensión se sintió como una bestia degollada.
Me ha entretenido el capítulo de hoy y de toda actualidad y como Cándido hay muchos en esta vida, pero supongo que aunque la prensa le haya sacado seguirá con su Hotel California y pensando que pase el día para ver a "su sirena". Jubi
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