Primer sábado de agosto, todo
el mundo llegando al aeropuerto de Ibiza, Cándido, Carmen y sus hijos
pendientes, sin embargo, de regresar a Barcelona. Caras largas, todavía
quedaban vestigios de los días de tensión.
Carmen y Cándido preferían no
hablar, los chicos estaban enfrascados en sus maquinitas, no habían salido de
aquella burbuja tecnológica en una semana, puede que fuera una forma de
desobediencia civil.
Habían regresado de Estados
Unidos encantados de la vida, apenas habían practicado el inglés ya que la
mayoría de los estudiantes no es que fueran todos españoles, es que pertenecían
básicamente al mismo colegio y al mismo barrio de Barcelona. Por lo demás la
experiencia había sido divertida y Carmen creía vez a sus hijos un poco más
maduros pero, sobre todo, más musculados.
Ella fue a recogerlos al
aeropuerto y, sin solución de continuidad, les embarcó hacia Ibiza, junto a
Cándido debían pasar seis semanas para probar la fórmula del California Hotel.
Cándido había pensado primero adecentar el bungalow y habilitar dos camas más,
después Carmen le convención de que se alojaran todos en Villa Cunegunda, al
final los chicos se refugiaban durante la mayor parte del día jugando a la
maquina en la penumbra de una de las habitaciones del bungalow, habitación y
máquina que solo abandonaban para darse un chapuzón, comer y cenar en silencio.
Carmen había intentado
apuntarles a cursos de vela, de windsurf, de boley playa, de conducción de
motos acuáticas… Todos los cursos completos. Había intentado comprarles un optimis,
una tabla de windsurf, una moto de agua… no se servían hasta septiembre. Había
intentado contratar a un instructor de vela, un instructor de surf, un profesor
de tenis… imposible en la isla.
El California Hotel hubiera
necesitado en el mes de agosto tres o cuatro personas de refuerzo, por lo que
resultaba imposible que Cándido pudiera ausentarse y dedicarse a la familia –
algo a lo que ya estaban acostumbrados -, lo no habitual era que Carmen fuera
también imprescindible y que cada una de las ausencias durante aquellos días
dejara al restaurante al borde del caos.
Las primera horas del
reencuentro discurrieron con cordialidad, el hecho de que el lunes fuera día de
libranza a mediodía les había permitido organizar un día de playa y comida en
la terraza del California con toda la tropa. Didier, Cloude, Muriel, Mustha e
incluso su primo habían reservado aquel lunes para conocer a los hijos del
patrón, ellos, ajenos a ceremonias, no tardaron en escapar hacia la playa y
refugiarse tras una duna para wasapear con el móvil, había poca cobertura y ese
fue uno de los motivos de tensión de la larga semana de silencios y
desencuentros. Cándido fue incapaz de tejer ningún tipo de complicidad con sus
hijos y la verdad es que en Formentera hay poco confort para quienes tienen que
trabajar.
La presencia zombie de los
chicos a media mañana por la terraza del California mendigando un desayuno, las
incursiones al equipo de música para cambiar los ritmos cool que elegía Cándido
por estridentes Zumbas tropicales, la desesperación de ver que los horarios de
comida y de cena variaban en función de la afluencia de clientes a la terraza,
todo era motivo de fricción. Además el mayor había dejado a su primera novia
veraneando en la Costa Brava, en Tamariu para más detalles, y consideraba una
afrente que justo aquel verano por primera vez hubieran decidido no veranear en
Tamariu.
Si Formentera y ese veraneo
de trabajo era la moda de aquel verano estaba claro que para los chicos la
elección era sencillamente una tragedia; si Formentera y aquel restaurante se
convertían en su nueva vida la tragedia pasaría a ser una declaración de guerra
sin posibilidad de armisticio.
Cándido por un lado, los
chicos por otro tiraban de Carmen en busca de aliados y ella finalmente quebró.
Una noche dio un portazo y desapareció en medio de una trifulca monumental
cuando Cándido decidió requisar hasta nueva orden los móviles. Dio un portazo y
marchó a pasear y después a dormir en la playa. Tan tensa había sido la
discusión que Cándido tardó unas horas en darse cuenta de que Carmen no había
regresado.
A la mañana siguiente,
aprovechando el amanecer y el momento en el que Cándido se dedicaba a espiar a
Muriel irrumpió en su remanso de paz, se interpuso entre Cándido y la bella
nadadora desnuda y lanzó un ultimátum: Ella y los niños saldrían de regreso a
Barcelona el sábado, Carmen había gestionado ya unas habitaciones en un hotel
pegado a la playa, cercano a Tamariu, un hotel de superlujo, la única opción
libre a esas alturas de verano, allí terminarían las vacaciones; Cándido
debería pasar por lo menos cuatro días con la familia en el hotel a lo largo
del mes de agosto, daba lo mismo en qué momento, lo que tenía claro es que si
Cándido no era capaz de dedicar cuatro días a sus hijos probablemente ella no
regresaría al California. Sólo tras esos cuatro días de paz sería capaz de
diseñar un futuro inmediato en el que más o menos encajaran las piezas de aquel
puzzle.
Las palabras Tamariu, hotel,
regreso inmediato a Barcelona suavizaron el gesto de los chicos, no permitieron
romper los silencios pero cuando menos eliminaron los gritos y reproches,
Cándido a regañadientes devolvió los móviles requisados e incluso marchó a
pasear con los chicos aprovechando un remanso de calma matutino antes de
abrirse la terraza, les prometió que en unos días estaría con ellos en Tamariu
y les compensaría por la encerrona del California.
Los chicos no tenían ningún motivo
para confiar en su padre pero sabían que un armisticio facilitaría la retirada
y las alianzas con Carmen.
Le pidió a Biel que le
acompañara a la cocina con el fin de que le ayudara a preparar la comida.
Abrieron un paquete de arroz alargado, parecía Basmati pero en realidad era
arroz jazmín, un arroz tailandés con mucho almidón, aromático y delicado. Le
pidió a su hijo que, ayudado por un colador, lavara en varias ocasiones el
arroz bajo un potente chorro de agua fría. El objetivo tras tantos lavados es
que el agua de escurrir saliera limpia y trasparente, no lechosa. Cuando
consiguió el efecto deseado le pidió que escurriera bien el arroz.
Mientras tanto puso en una
cazuela abundante agua y puso el fuego vivo hasta que rompió a hervir, le pidió
a su hijo que pusiera el arroz con cuidado de no quemarse y cuando volvió a
hervir el agua bajó el fuego al mínimo, tapó la cazuela y lo dejó cociendo. Le
dijo a Biel que controlara que la cocción no supera los 12 minutos.
Pasado ese tiempo retiró la
cazuela del fuego y sin destapar el arroz lo dejó reposando diez minutos.
Durante ese tiempo tuvo a su
hijo rallando cáscaras de limón advirtiéndole de los riesgos de que cayera algo
de la parte blanca del limón ya que amargaría el plato. Cándido picó con minuciosidad
un buen manojo de albahaca.
Reposado el arroz ayudados
por la punta de un chuchillo despejaron con cuidado los granos de arroz y los
mezclaron con la ralladura de un limón y con una cucharada generosa de albahaca
picada.
Guardaron el arroz en un
recipiente de cierre hermético y lo dejaron en la fresquera.
Cándido le pidió a su hijo que
buscara entre los cacharros hasta dar con una paella de paredes altas, un
recipiente amplio y profundo que les permitiría hacerlo usar como un wok. Encendió
Cándido el fuego, engrasó el recipiente con aceite de oliva y rehogó seis
dientes de ajo. Biel iba haciendo de pinche, durante todo ese tiempo no
intercambiaron otras palabras que las imprescindible para hacer comprensibles
los pasos de la receta. Cándido permitió que Biel eligiera la música para
cocinar, en un gesto de concordia Biel eligió un recopilatorio de los Eagles,
un disco que había visto permanentemente en la casa de Barcelona y que reconoció
por la carátula.
Apenas les sirvió una sonrisa
como gesto de momentánea reconciliación.
El ajo había que picarlo
fino, al igual que medio quilo de panceta en tiras. La paella empezó a
chisporrotear y Cándido apartó a su hijo para que no le saltara el aceite,
había que remover sin para.
Como Biel había conseguido
cierta maña con el rallador, Cándido le pidió que rallara un trozo de jengibre no
más grande que la yema de su dedo pulgar. EL jengibre rezumaba mucho jugo y al
incorporarlo al sofrito se intensificaron los chisporroteos, incluso apareció
alguna llamarada. Cándido picó una guindilla cuidando de retirar previamente las
semillas. Removió con brío a fuego vivo y después incorporó lomo de cerdo en
tiras -200 gramos – y dos pechugas de pollo fileteadas y en tiras – casi medio
kilo. Siguió removiendo hasta tener la certeza de que la carne no quedaba
cruda.
Bajó el fuego y le pidió a su
hijo que sacara el arroz de la fresquera, con ayuda de un tenedor fue
incorporando el arroz con cuidado, intentando que los granos no se apelmazaran,
dejó que el arroz se mezclara bien con el sofrito y se templara un poco luego
añadió dos vasos con caldo de pescado y otro más con agua de coco que tenía
guardada en una lata.
Dos cucharada del albahaca,
una de cilantro y dos cebolletas picadas finas en juliana terminaron de
aderezar el arroz. Dos minutos más al fuego lento cuidando de que no el arroz
no se apelotonara. Apagó el fuego y le pidió a Biel que le acercara una bolsa
de 150 gramos de anacardos, aportarían al plato el sal que no le habían
añadido. Tapó el arroz con un paño y lo dejó reposar mientras avisaba a Carmen
de que la comida estaba preparada, habían montado la mesa del rincón de
Pangloss, Cándido abrió una botella de vino blanco francés, un borgoña de
ribetes dorados, le hubiera gustado poder pasar toda la comida con su familia
pero la gestión de la sala le obligó a levantarse en varias ocasiones para tomar
nota de los clientes que iban llegando. Resultaba extraño ver a Cándido
levantarse de la mesa del extremo más cercano a la playa, coger las cartas y
cantar los platos del día, pasar a la cocina y volverse a sentar junto a sus
hijos.
Quedó arroz suficiente para
Muriel y el resto del equipo. A última hora de aquel mediodía Muriel acercó por
sorpresa una gran tarta de chocolate a la mesa de Cándido con una vela y un
deseo: Que pese a todo guardaran un buen recuerdo del California, Carmen les
pidió que se incorporaran a la mesa y así pudieron despedirse. Durante unos
instantes Cándido vislumbró su idea de la felicidad en el California, incluso
los chicos fueron cordiales por primera vez. Luego fueron a Villacunegunda a
cerrar las maletas, Cándido les acompañaría al aeropuerto con tiempo suficiente
como para atender a los servicios de la noche.
Por primera vez desde su llegada
a Formentera eligió las lanchas rápidas para transbordar. Quería que todo
discurriera rápido, silente y frio. Mientras embarcaban se sintió con un conejo
degollado sobre una bandeja. Carmen le besó con picardía y con un:
- Hasta pronto, no te olvides.
Hoy hemos amanecido con un día bastante feo, ni gota de sol y esperemos que no llueva, este tiempo mortecino no me gusta nada. Leí tu blog bien temprano pero me moría de pereza, así que he salido, me he dado un buen paseo y ya más despejada lo he releído. Hay que ver lo que da de sí el arroz, todos los que expones me gustan y me dan ganas de pasar copias a la cocinera, aunque dudo que los sacara igual que tus recetas. Jubi
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