«Umana cosa è aver compassione degli afflitti». Así empieza el
Decamerón, es humano tener compasión por los aflijidos.
Hoy a media mañana
han comunicado que se suspendía la actividad educativa en Barcelona durante al
menos 15 días, en Madrid las restricciones empezaron a principios de semana.
El coronavirus ha
ido invadiendo nuestras vidas y nuestra realidad en las últimas semanas, lo ha
hecho poco a poco, apenas ocupaba unas líneas a finales de un año pasado,
cuando parecía un problema de los chinos. Al final, como una gota de aceite, ha
terminado por mancharnos a todos, a convertirse en el único tema de información
y de conversación, la única preocupación.
Durante estos días
he intentado abstraerme, distinguir lo que es información necesaria del puro
morbo o de la simple intoxicación. Las secuelas físicas de este virus todavía
se tienen que evaluar, pero las éticas y sociales las tenemos ya a nuestro
alcance. El mundo que asoma por las pantallas estos días no es muy distinto del
que pude ver hace unas semanas en la película Parásitos.
Escuchaba en la
radio que se han multiplicado por mil las ventas del libro de Albert Camus “La Peste” y que el “Ensayo sobre la Ceguera” de Saramago también ha disparado sus
ventas. Puede que algunos busquen consuelos en la literatura para pasar las
horas de aislamiento. Otros prefieren bucear en la lista de películas y series
que ofrecen Netflix o Movistar, mientras suben y bajan a los supermercados para
comprar cosas que no necesitan y almacenarlas.
Las autoridades
hablan de la necesidad de aislar el virus con medidas cada vez más severas, después
de haber frivolizado durante muchos días el posible alcance de la amenaza.
Nosotros convertimos las medidas de cuarentena en una especie de acontecimiento
social en el que las redes sociales y piensan que las medidas a adoptar son
compatibles con pasear por las avenidas.
Yo me quedo con lo
que ha hecho Jorge Drexler, que ha colgado una canción en su web para pedir
disculpas a los que se han visto afectados por la cancelación de sus
conciertos, Codo con Codo, es una canción de urgencia, pero la letra es bonita.
Está bloqueada su web, pero se puede acceder a ella por medio del link (https://www.rionegro.com.ar/la-cancion-de-jorge-drexler-sobre-el-coronavirus-codo-a-codo-1285056/).
Me cuesta ser
pesimista, tengo los libros de Saramago y de Camus por casa, pero no los voy a
leer estos días de semicautiverio, prefiero el Decameron, aunque poco tengan
que ver las medidas que nos toca adaptar (extremar la higiene, evitar tumultos,
evitar contactos directos y ser responsables de que una decisión a la ligera
puede poner en riesgo a muchas personas). Nada tiene que ver el coronavirus con
la peste sobre la que escribía Boccaccio. También es verdad que quedar
confinado en una villa cerca de Florencia tiene poco que ver con encerrarse en
un piso de una gran ciudad.
Supongo que todos
en nuestro fuero interno estamos convencidos de que no nos toca enfermar y que
podremos relajar alguna de las medidas que, de momento, nos sugieren. Las
cifras que barajamos son todavía llevaderas, aunque se haya incrementado el
número de afectados en casi mil en 24 horas, lo que en una progresión
aritmética puede hacer que en pocas semanas un 70% de la población se vea
afectada por el virus, colapsando los servicios públicos primarios.
Hasta ahora cuando
hablaban de pandemias me acordaba de Pandémica
y Celeste, el poema de Gil de Biedma.
Estos días en los
que necesariamente se ralentizará la actividad me gustaría ser capaz de
escribir una entrada cada uno de los días, siguiendo, más o menos, el plan de
Boccaccio, diez jornadas con diez historias cada jornada.
De momento no puedo
confinarme en un palacete a las afueras de la Florencia renacentista. Tampoco
es posible elegir los recluidos, toca familia, gestionar niños y trabajar a
distancia, que no es un problema.
En el Decameron los
cuentos y las parábolas ejemplarizantes se combinan con algunas escenas
eróticas (para una generación no muy lejana a la mía el Decameron es la película
de Passolini, prohibida durante años), y reflejos de la vida cortesana, donde
la buena mesa era un elemento básico.
Mis diez jornadas
las voy a afrontar acompañado del recetario dulce de la Marquesa de Parabere,
más de quinientas recetas de dulces de todo tipo, que dan margen para un
larguísimo diario de supervivencia entorno a la repostería.
También me gustaría
que en esa reclusión virtual hubiera espacio para alguna pintura, he pensado
que los seres solitarios de Edward Hopper podrían encajar bien.
Para el primero de
los cuentos, el del notario Cepparello que engaña a un fraile haciéndose pasar
por virtuoso cuando en realidad es un canalla, consiguiendo así la santidad, no
hace falta hacer un gran esfuerzo de imaginación, basta con darse un paseo por
las redes sociales, elegir cualquier influencer
que no conozcamos, aquel que nos genera más confianza o quien nos deslumbra
más, no hay que descartar que sea en realidad un canalla que haya aprovechado
los recovecos de las red para perfilarse como alguien virtuoso, digno de
fiabilidad.
Yo mismo sería un
excelente ejemplo de notario Cepparello, no en vano he acudido a una página web
de internet para hacerme con unos resúmenes del Decameron, donde sintetizan
cada uno de los cuentos. La red permite hacer todo tipo de trampas. Y ese
primer cuento termina advirtiendo que «Así
pues, vivió y murió el seor Cepparello de Prato y llegó a ser santo, como
habéis oído; y no quiero negar que sea posible que sea un bienaventurado en la
presencia de Dios porque, aunque su vida fue criminal y malvada, pudo en su
último extremo haber hecho un acto de contrición de manera que Dios tuviera
misericordia de él y lo recibiese en su reino; pero como esto es cosa oculta,
razono sobre lo que es aparente y digo que más debe encontrarse condenado entre
las manos del diablo que en el paraíso».
La primera receta
es del bizcocho alemán conocido como Hugelhof. Para prepararlo se necesitan 375
gramos de harina de fuerza, 175 gramos de mantequilla, 100 gramos de pasas sin
pepita, 50 gramos de azúcar glas, 25 gramos de levadura prensada, 3 huevos
(grandes apunta la marquesa), 2 docenas de almendras, 1’5 decilitros de leche,
una pizca de sal y mantequilla para untar el molde. Ron, kirsch u otro licor
que no sea muy seco.
Se recomienda un
molde redondo, acanalado, de bordes altos. Hay que untarlo que abundante
mantequilla.
Las almendras,
crudas y peladas, se ponen en pequeñas láminas por el fondo del módulo (ahora
las venden ya laminadas).
Las pasas se ponen
a macerar en la leche (también pueden macerarse en algún alcohol con un punto
dulce.
Se deshace la
levadura en la leche tibia. Mientras se deshace, sobre la mesa de trabajo se
tamiza la harina, haciendo la forma de un volcán. En el centro se cascan los
huevos (mejor si están a temperatura ambiente), la sal, el azúcar y la levadura
desleída, también las pasas hidratadas. Se mezcla todo con cuidado. Cuando esté
bien compactada se añade la mantequilla cortada en dados, mejor si está en
pomada, no muy dura.
Si la masa pide más
leche tibia, se añade poco a poco hasta conseguir que quede bien ligada y
flexible. La masa tiene que brillar bien, por efecto de la mantequilla.
Se vierte en el
molde y se deja reposar varias horas en un rincón caliente de la casa (por lo
menos a 25º ambiente). Se cubre con un paño y se deja fermentar hasta que la
masa doble.
Una vez ha subido
la masa, se pone en el horno a 140º, se coloca el molde en la zona media, y se
cuece durante 25 ó 30 minutos, vigilando de vez en cuando. No tiene que
tostarse mucho, ha de tomar un color uniforme, doradito. Hay que dejar que se
atempere dentro del horno, para que no baje de golpe.
Una vez atemperado
se desmolda, se espolvorea un poco de azúcar glas y se sirve.
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