jueves, 12 de marzo de 2020

Capítulo CDXCVI.- Diez jornadas (1.1).Umana cosa è aver compassione degli afflitti.

«Umana cosa è aver compassione degli afflitti».  Así empieza el Decamerón, es humano tener compasión por los aflijidos.
Hoy a media mañana han comunicado que se suspendía la actividad educativa en Barcelona durante al menos 15 días, en Madrid las restricciones empezaron a principios de semana.
El coronavirus ha ido invadiendo nuestras vidas y nuestra realidad en las últimas semanas, lo ha hecho poco a poco, apenas ocupaba unas líneas a finales de un año pasado, cuando parecía un problema de los chinos. Al final, como una gota de aceite, ha terminado por mancharnos a todos, a convertirse en el único tema de información y de conversación, la única preocupación.
Durante estos días he intentado abstraerme, distinguir lo que es información necesaria del puro morbo o de la simple intoxicación. Las secuelas físicas de este virus todavía se tienen que evaluar, pero las éticas y sociales las tenemos ya a nuestro alcance. El mundo que asoma por las pantallas estos días no es muy distinto del que pude ver hace unas semanas en la película Parásitos.
Escuchaba en la radio que se han multiplicado por mil las ventas del libro de Albert Camus “La Peste” y que el “Ensayo sobre la Ceguera” de Saramago también ha disparado sus ventas. Puede que algunos busquen consuelos en la literatura para pasar las horas de aislamiento. Otros prefieren bucear en la lista de películas y series que ofrecen Netflix o Movistar, mientras suben y bajan a los supermercados para comprar cosas que no necesitan y almacenarlas.
Las autoridades hablan de la necesidad de aislar el virus con medidas cada vez más severas, después de haber frivolizado durante muchos días el posible alcance de la amenaza. Nosotros convertimos las medidas de cuarentena en una especie de acontecimiento social en el que las redes sociales y piensan que las medidas a adoptar son compatibles con pasear por las avenidas.
Yo me quedo con lo que ha hecho Jorge Drexler, que ha colgado una canción en su web para pedir disculpas a los que se han visto afectados por la cancelación de sus conciertos, Codo con Codo, es una canción de urgencia, pero la letra es bonita. Está bloqueada su web, pero se puede acceder a ella por medio del link (https://www.rionegro.com.ar/la-cancion-de-jorge-drexler-sobre-el-coronavirus-codo-a-codo-1285056/).
Me cuesta ser pesimista, tengo los libros de Saramago y de Camus por casa, pero no los voy a leer estos días de semicautiverio, prefiero el Decameron, aunque poco tengan que ver las medidas que nos toca adaptar (extremar la higiene, evitar tumultos, evitar contactos directos y ser responsables de que una decisión a la ligera puede poner en riesgo a muchas personas). Nada tiene que ver el coronavirus con la peste sobre la que escribía Boccaccio. También es verdad que quedar confinado en una villa cerca de Florencia tiene poco que ver con encerrarse en un piso de una gran ciudad.
Supongo que todos en nuestro fuero interno estamos convencidos de que no nos toca enfermar y que podremos relajar alguna de las medidas que, de momento, nos sugieren. Las cifras que barajamos son todavía llevaderas, aunque se haya incrementado el número de afectados en casi mil en 24 horas, lo que en una progresión aritmética puede hacer que en pocas semanas un 70% de la población se vea afectada por el virus, colapsando los servicios públicos primarios.
Hasta ahora cuando hablaban de pandemias me acordaba de Pandémica y Celeste, el poema de Gil de Biedma.
Estos días en los que necesariamente se ralentizará la actividad me gustaría ser capaz de escribir una entrada cada uno de los días, siguiendo, más o menos, el plan de Boccaccio, diez jornadas con diez historias cada jornada.
De momento no puedo confinarme en un palacete a las afueras de la Florencia renacentista. Tampoco es posible elegir los recluidos, toca familia, gestionar niños y trabajar a distancia, que no es un problema.
En el Decameron los cuentos y las parábolas ejemplarizantes se combinan con algunas escenas eróticas (para una generación no muy lejana a la mía el Decameron es la película de Passolini, prohibida durante años), y reflejos de la vida cortesana, donde la buena mesa era un elemento básico.
Mis diez jornadas las voy a afrontar acompañado del recetario dulce de la Marquesa de Parabere, más de quinientas recetas de dulces de todo tipo, que dan margen para un larguísimo diario de supervivencia entorno a la repostería.
También me gustaría que en esa reclusión virtual hubiera espacio para alguna pintura, he pensado que los seres solitarios de Edward Hopper podrían encajar bien.
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Para el primero de los cuentos, el del notario Cepparello que engaña a un fraile haciéndose pasar por virtuoso cuando en realidad es un canalla, consiguiendo así la santidad, no hace falta hacer un gran esfuerzo de imaginación, basta con darse un paseo por las redes sociales, elegir cualquier influencer que no conozcamos, aquel que nos genera más confianza o quien nos deslumbra más, no hay que descartar que sea en realidad un canalla que haya aprovechado los recovecos de las red para perfilarse como alguien virtuoso, digno de fiabilidad.
Yo mismo sería un excelente ejemplo de notario Cepparello, no en vano he acudido a una página web de internet para hacerme con unos resúmenes del Decameron, donde sintetizan cada uno de los cuentos. La red permite hacer todo tipo de trampas. Y ese primer cuento termina advirtiendo que «Así pues, vivió y murió el seor Cepparello de Prato y llegó a ser santo, como habéis oído; y no quiero negar que sea posible que sea un bienaventurado en la presencia de Dios porque, aunque su vida fue criminal y malvada, pudo en su último extremo haber hecho un acto de contrición de manera que Dios tuviera misericordia de él y lo recibiese en su reino; pero como esto es cosa oculta, razono sobre lo que es aparente y digo que más debe encontrarse condenado entre las manos del diablo que en el paraíso».
La primera receta es del bizcocho alemán conocido como Hugelhof. Para prepararlo se necesitan 375 gramos de harina de fuerza, 175 gramos de mantequilla, 100 gramos de pasas sin pepita, 50 gramos de azúcar glas, 25 gramos de levadura prensada, 3 huevos (grandes apunta la marquesa), 2 docenas de almendras, 1’5 decilitros de leche, una pizca de sal y mantequilla para untar el molde. Ron, kirsch u otro licor que no sea muy seco.
Se recomienda un molde redondo, acanalado, de bordes altos. Hay que untarlo que abundante mantequilla.
Las almendras, crudas y peladas, se ponen en pequeñas láminas por el fondo del módulo (ahora las venden ya laminadas).
Las pasas se ponen a macerar en la leche (también pueden macerarse en algún alcohol con un punto dulce.
Se deshace la levadura en la leche tibia. Mientras se deshace, sobre la mesa de trabajo se tamiza la harina, haciendo la forma de un volcán. En el centro se cascan los huevos (mejor si están a temperatura ambiente), la sal, el azúcar y la levadura desleída, también las pasas hidratadas. Se mezcla todo con cuidado. Cuando esté bien compactada se añade la mantequilla cortada en dados, mejor si está en pomada, no muy dura.
Si la masa pide más leche tibia, se añade poco a poco hasta conseguir que quede bien ligada y flexible. La masa tiene que brillar bien, por efecto de la mantequilla.
Se vierte en el molde y se deja reposar varias horas en un rincón caliente de la casa (por lo menos a 25º ambiente). Se cubre con un paño y se deja fermentar hasta que la masa doble.
Una vez ha subido la masa, se pone en el horno a 140º, se coloca el molde en la zona media, y se cuece durante 25 ó 30 minutos, vigilando de vez en cuando. No tiene que tostarse mucho, ha de tomar un color uniforme, doradito. Hay que dejar que se atempere dentro del horno, para que no baje de golpe.

Una vez atemperado se desmolda, se espolvorea un poco de azúcar glas y se sirve.

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