miércoles, 18 de marzo de 2020

Capítulo DII.- Diez Jornadas (1.7.). Espejos y espejismos.

Espejos y espejismos.
Llevo todo el día pensando en una película ya vieja, “las largas vacaciones del 36”, una película del año 1976 que cuenta la historia de una familia a la que le pilla la declaración de la guerra civil en la casa de veraneo. Los niños se toman el inicio de la guerra como unas largas vacaciones.
En casa la sensación es distinta, desde el colegio someten a los niños a una disciplina espartana, con sesiones virtuales y ejercicios on line desde las 9 de la mañana hasta la una del mediodía.
Los deberes son también para los padres, porque tenemos que ir solucionándoles las dudas mientras intentamos trabajar; además tenemos que aprovechar las salidas para comprar comida y buscar un kiosco con fotocopiadora para ir preparándoles los ejercicios que tienen que hacer por escrito y mandar fotografiados al profesor.
A  ver si se aguanta este ritmo de trabajo durante todo el confinamiento, que va para largo. Porque todos los datos indican que estas medidas, o más severas, van para largo.
Yo sigo avanzando en mi lectura del Decamerón. La necesidad de fabular como terapia para afrontar unos días de aislamiento. Es verdad que Boccaccio parte de una situación ideal, la de unos nobles encerrados en un palacete a las afueras de Florencia, con todo tipo de comodidades (las propias de esa época) y, de momento, pocos comentarios sobre lo que ocurre en el exterior. La peste diezmó Europa en el arranque del Renacimiento. Entonces de acuñó el dicho “por la caridad llega la peste”, un refrán que inspira a muchos ciudadanos que no dudan en darte un codazo para llegar antes al último paquete de fideos, o burlan las medidas de aislamiento paseando al perro hasta la extenuación (por cierto, podrían recoger las deposiciones que dejan en la calle).
 Boccaccio es un maestro de los juegos de espejos, de los relatos encajados dentro de relatos, de las historias con moraleja que, vista en la distancia del sofisticado siglo XXI, pueden considerarse un poco ñoñas.
La séptima novelilla cuenta la historia de un noble tacaño que decide suspender una fiesta que tenía que dar en su palacio. Todos los invitados se retiran a sus ciudades de origen, pero uno de ellos se queda con la esperanza de ser recompensado por los gastos y dispendios que le supuso acudir a la llamada de su señor. Para justificar su reclamación a su vez cuenta la historia de Primasso, un escritor afamado, que acude curioso a las posesiones del abad de Cligny, de quienes e aseguraba que invitaba a comer a quien acudiera a su mesa, aunque le sometía algunas condiciones.
Boccaccio enlaza tres historias, una dentro de otra, con el fin de justificar los sacrificios que deben asumir los súbditos, también los señores.
La receta virtual, no conviene alorzarse en el arranque de estas largas vacaciones del 2020, es la del arroz con leche. La marquesa de Parabere da una receta básica, muy sencilla, para la que se necesitan 100 gramos de arroz bomba, 50 gramos de azúcar, medio litro de leche, un pellizco de sal (la marquesa precisa que tiene que ser fina), corteza de limón, canela y media vaina de vainilla.
Estos días, que se cruzan chistes sobre el número de granos de arroz que lleva un paquete de kilo (tan aburridos estamos), puede ser divertido hacer una receta con esta gramínea.
Se pone el arroz en una cacerola cubierto por completo con agua fría. Se pone a fuego suave hasta que rompa a hervir. Una vez hierva, hay que contar 5 minutos.
Transcurrido ese tiempo se cuela el arroz y se enfría dejándolo bajo el chorro de agua.
Una vez se corta la temperatura y se elimina el almidón.
Se limpia y seca  bien la cacerola, se pone la leche y, cuando rompa a hervir, se añade el arroz, la corteza de limón,  medio palo de canela, la vainilla, el azúcar y la pizca de sal. Hay que removerlo, a fuego moderado, con una cuchara de madera. Fuego mínimo.  Se tapa y se deja cociendo a fuego muy suave, comprobando el punto del arroz (no debe quedar muy pasado). El tiempo de cocción no debería ser de más de 15 minutos, depende del tipo de arroz.
Cuando esté al punto el arroz (ha de quedar una pequeña perla dura en el núcleo de cada grano), se vierte sobre una bandeja metálica para que rompa de nuevo la cocción. Se espolvorea un poco de canela en polvo y se sirve.
Hay quien quema un poco de azúcar sobre el arroz, para que quede una ligera costra de caramelo.

De Hopper, una mujer mirando por el ventanal en Brooklyn.
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