Pase de modelos.
Queda lejos el 12
de marzo, muy lejos. Los niños llevaban toda la semana nerviosos, convencidos
de que les ocultábamos algo. Corría el rumor de que se suspendían las clases
hasta semana santa. Nosotros les asegurábamos que todo era un bulo, que no
llegarían a tomar medidas tan drásticas.
Todavía nos
saludábamos por la calle dándonos los codos y hacíamos bromas de los concejales
del ayuntamiento que estaban en cuarentena.
A media mañana la
noticia corrió como la pólvora, el viernes declararían el estado de alarma y se
suspendería la actividad educativa. Los niños tenían razón.
La cocina de un
diletante está siempre bien provisionada, pero aquel mediodía, después de
trabajar, di una vuelta por el mercado para comprar una merluza, que todavía
tengo congelada, algo de carne y verdura fresca.
Los niños volvieron
de clase con excitados, vivían aquella tarde como si fuera una especie de fin
de curso anticipado. El pequeño bajó con sus amigos, buscando las muestras de
comida que ofrecían en los supermercados, les llamaba los chicos del Condis,
porque habían descubierto que hacia las seis de la tarde en ese supermercado
ofrecían pruebas de sushi a los clientes.
El viernes siguió
siendo un día festivo, recuerdo que bajé a desayunar la tortilla de patata al
bar del mercado. Seguíamos saludándonos con contorsiones extrañas y a los
amigos de confianza continuábamos besándoles y abrazándoles con normalidad.
Escuchamos la
intervención del presidente del gobierno que daba detalles de las medidas
adoptadas, todas muy rigurosas, aunque pensábamos que a nosotros no nos
terminarían de afectar.
Hicimos planes para
la quincena que se avecinaba. Las películas que veríamos, las series a las que
nos íbamos a enganchar. Ese jueves, por la tarde, busqué por la red una versión
del Decamerón y me leí la primera historieta, llevo ya 18 y puede que complete
el libro entero. La lectura de hoy ha sido la de las desdichas del virtuoso
Duque de Amberes que, negándose a yacer con la esposa de su rey, fue desterrado
a Inglaterra, perdió a sus hijos, que terminaron de sirvientes, y hubo de
mendigar para no morir de hambre. Todo se endereza al final, es lo bueno de
Boccaccio, que por torcida que vaya la vida, al final la virtud triunfa con una
pizca de picardía.
Ese primer fin de
semana fue de especulaciones, de planes que luego no hemos cumplido. Pensábamos
que pasaríamos en casa la quincena, pero el domingo, después de unos ajustes
familiares, marchamos a la montaña con una muda, poco más. Hemos pasado estos
15 días revolviendo entre la ropa vieja, tirando con un par de camisas, un
jersey, la barba sin afeitar, conectando con familiares, amigos y conocidos en
un pase de modelos informal. Hemos aprendido a vivir con poca cosa, a
olvidarnos de lo que quedó en los armarios. Pases de modelos exclusivos.
Entreteniéndonos con el vuelo de una mosca o, en mi caso, en picar
milimétricamente la cebolla y la zanahoria.
Sigo con la
marquesa que hoy propone un pastel que llama andaluz, sencillo, muy sencillo.
Los ingredientes
son 125 gramos de azúcar glas, 125 gramos de almendras molidas, 60 gramos de
chocolate (la marquesa dice que tiene que ser superior, yo utilizo chocolate
fondant del 70 de cacao), 60 gramos de mantequilla y 5 huevos.
Se cascan en un bol
los cinco huevos y el azúcar, se baten bien, cerca de la lumbre, dice la
marquesa, para que el bol esté algo tibio. Se tiene que batir hasta que los
huevos empiecen a espumar.
Se añade después la
almendra molida, se sigue batiendo bien, y el chocolate rallado con la mantequilla
en pomada. Hay que batir, batir y batir, disponemos de tiempo. Cuando más aire
entre en la masa mejor quedará.
Se vierte en un
molde engrasado y se cuece al horno, 20 minutos, precalentado a 140º. Se deja
enfriar en el horno y se desmolda cuando esté frito.
Ideal, dice la
marquesa, para servirlo con chocolate fundido y guindas.
Domingo, el BOE y
Hopper nos permiten todavía arreglar el jardín. Mañana será otro día.
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