Ucronías, distropías,
utopías y otras obras pías.
Solucionados mis
problemas momentáneos con la red, vuelvo a la normalidad dentro de lo anómalo
de la situación.
Leo que estos días
se ha disparado la lectura, venta on line y revisión de todo tipo de películas,
series, novelas e historias de ciencia ficción en todas sus variantes, supongo
que es el signo de los tiempos y de las incertidumbres actuales.
A mediados de
febrero en casa empezamos a ver la serie The Man in the Hight Castle, una
ucronía sobre lo que hubiera sucedido si los nazis hubieran ganado la Segunda
Guerra Mundial y dominaran el mundo, junto a los japoneses.
No descarto durante
el confinamiento revisarme todos los Star Wars con los niños (9+2) incluso ver
la nueva serie de la factoría Lucas/Disney: Los Mandalorian. Tenemos todo el
tiempo por delante.
Imagino que la
lectura de ficción, cuanto más disparatada mejor, ayuda a la evasión y que
muchos productos de ciencia ficción esconden mucha moralina, que también va
bien en estos tiempos inciertos.
Yo mismo he acudido
al Decamerón como vía de evasión para estos días, al fin y al cabo, leer
novelas muy antiguas tiene un efecto sanador similar al de leer Dune o el Señor
de los Anillos.
Me hubiera gustado
ser capaz de construir algún relato actualizado a partir de las historias del
Decamerón, pero me siento incapaz, supongo que me falta talento. Leo y releo
las novelillas, disfruto con ellas, pero soy incapaz de trascender, de
adaptarlas a los nuevos tiempos.
Boccaccio hace un
retrato entre amable, pícaro y crítico del tránsito de la Edad Media al
Renacimiento con una burguesía en crecimiento, sin muchos escrúpulos, un clero
absolutamente envilecido y poco sentido de la moral, o, por lo menos, de la
vieja moral.
El relato que me
tocaba para hoy es una verdadera novela de aventuras de un mercader que vivía
en una localidad cercana a Salerno. No contento con sus riquezas y su suerte
decide hacerse pirata y, como corsario, dedicarse a asaltar naves turcas hasta
conseguir una fortuna superior a la que ya tenía.
Cuando había
doblado sus haberes, decidió regresar a su casa y en el regreso tuvo la mala
fortuna de ser asaltado por otros bucaneros que le robaron y abandonaron a su
suerte, otra vez en ruinas.
En el fragor se sus
aventuras, el protagonista naufraga abandonado y obre, con el único asidero de
un cofre que le arrastra a una isla desierta a la que también es arrojada una
mujer, una desconocida de la que desconfía, hasta el punto de abrir el cofre
aprovechando que ella no estaba atenta y descubrir que el baúl estaba lleno de
joyas, oro y piedras preciosas que le hacían mucho más rico de lo que hubiera
sido nunca.
A espaldas de su
accidental compañera de naufragio, guarda el tesoro en una bolsa y le entrega a
la mujer el cofre vacío. Huye de la isla y regresa a Italia, donde consolida su
fortuna, mandando ir a rescatar a la mujer de la isla, decisión tomada en un
momento de debilidad – estas historias han de tener un final moralizante porque
si no Boccaccio no hubiera pasado el filtro de la censura.
La historia de «Landolfo Rúfolo, empobrecido, se hace corsario
y, preso por los genoveses, naufraga y se salva sobre una arqueta llena de
joyas preciosísimas, y recogido en Corfú por una mujer, rico vuelve a su casa»
es un resumen ejecutivo para el guion de una película.
Pensando en
ucronías y distropías recordaba noticias que aparecen de vez en cuando, como la
de los hermanos que ocultaron la muerte de su madre durante años para seguir
cobrando la pensión. No deja de ser una ucronía, la ficción de que la madre
sigue viva. Un hilo del que se podría tirar para escribir una novelilla cómica,
porque, en estos tiempos, conviene reír.
La Marquesa de
Parabere me lleva al mundo de los puddings. El primero de almendras garrapiñadas
(toda una tentación).
Para el pudding se
necesitan 350 grm. de almendras garrapiñadas, 6 claras de huevo, 2 ó 3
cucharadas de azúcar glas para acaramelar el molde.
Para el dulce de
yema se necesitan 6 yemas de huevo y 100 gramos de almíbar.
Se toma un molde
metálico y se ponen las tres cucharadas de azúcar (creo que mejor 4 ó 5 para
garantizar una buena caramelización. Se pone el molde al fuego con medio vaso
de agua y unas gotas de limón, para hacer un caramelo parecido al del flan.
Se pican bien las
almendras garrapiñadas, hasta que quede un polvo fino de almendra (cuesta un
poco pero merece la pena).
Se baten las claras
a punto de nieve, punto duro, que queden picos bien tiesos. Se mezcla el merengue
con el polvo de almendra y se cuece al baño maría. Puede hacerse al horno, a 120º
de temperatura. Se cuece despacio, con paciencia, y tapado. Cuidando que no se
consuma el agua.
Una vez cuajado, se
deja enfriar antes de sacar el molde.
Mientras enfría el
pudding, se prepara en un cazo el almíbar, con cuidado de que quede bien
limpia, clara.
Se pone a fuego
mínimo otro cazo con las yemas, incluso se recomienda no ponerlo al fuego, sino
junto a él, para que se temple lentamente. Se empieza a batir muy rápido,
cuando empiece a espesar se añade poco a poco el almíbar, en hilo, que caiga
casi gota a gota. Cuando quede una crema naranja y brillante se extiende sobre
el pudding de almendras y se lleva a la pesa.
Hopper no es
consciente que estas veleidades pueden ser sancionadas.
He descubierto por
casualidad a una Hopper danesa, Anne Ancher, costumbrismo y melancolía. Espero
que no se enfade don Eduardo, Anne Ancher nació y empezó a pintar 20 años antes
que el afamado Hopper.
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