sábado, 14 de marzo de 2020

Capítulo CDXCVIII.- Diez Jornadas (1.3). Pandémica y celeste.

Tercera jornada. Pendiente de que se asome por la televisión el presidente del gobierno para anunciar las medidas que acompañan al estado de alarma. Me he dado cuenta de que, como diletante en la cocina, llevo 501 un capítulos, aunque con mis despistes con los números romanos he duplicado alguna entrada, por eso marcará el capítulo CDXCVIII, en vez del DII, que facilitaría mucho el seguimiento de los números.
A primera hora de la mañana mi mujer y los niños han salido a correr, han buscado un parque no muy lejano desde el que se veía toda la ciudad. Han mantenido la distancia de cortesía con otros corredores matutinos, no muchos. Yo he bajado a comprar el pan y algo de verdura. Estamos pendientes de poder leer el Real Decreto sobre el estado de alarma, dicen que se va a prohibir el salir a hacer deporte por la calle.
Los empleados del supermercado estaban muy cabreados, con razón, dicen que nadie piensa en ellos, que tienen familia, que los transportes públicos no funcionan bien, que asumen muchos riesgos y ni  siquiera tienen la opción de tomarse un café. Tienen razón, le digo mientras me corta una pechuga de pavo en filetes porque se han agotado los pollos.
Aseguran que los suministros no fallarán, pero lo cierto es que estos dos últimos días han sido un delirio. Las imágenes de la gente llevándose paquetes de 24 rollos de papel higiénico pasarán ya al imaginario colectivo.
Anuncian del colegio de los niños que una de las profesoras del claustro ha muerto, no ha superado un cáncer. Es una pena que estas noticias pasen desapercibidas, arrastradas por el monotema del virus. Tendremos que ir sacudiéndonos la obsesión por darle vueltas a la cuarentena, su origen y sus consecuencias para empezar a ocuparnos de asuntos más cotidianos, aunque sea desde la distancia virtual.
Sigo leyendo el Decamerón, la tercera de las historias, da mucho que pensar, parece una historieta sin sustancia y al final terminan asomando todas las aristas. Al final propone una sabia reflexión sobre si realmente debe exigirse la necesidad de elegir, probablemente si Shakespeare hubiera aplicado este cuentecillo para gestionar el Rey Lear, la historia hubiera sido bien distinta.
Cuenta la historia de un hombre valiente pero arruinado que quiere pedirle dinero a un usurero. Como no quiere pedírselo directamente, le propone al usurero un dilema moral al que el usurero, Melquiades, contesta con una pequeña parábola sobre un padre que tenía tres hijos y un solo anillo con el que indicaba a su heredero. El anillo pasa de generación en generación, de modo que cada padre tiene el conflicto de decidir a qué hijo le entrega el anillo que marca la sucesión (imagino que patrimonial); hasta que llega un momento en la cadena sucesoria que pasa de padres a hijos y que, supongo, generaría muchos conflictos, el último de los progenitores decide encargar en secreto otros dos anillos exactamente iguales, de modo que en vez de tener que elegir, decide recompensar a sus tres hijos con tres anillos que resulta imposible distinguir. Así se resuelve el conflicto de una estirpe y así Melquiades traslada a su prestatario que con artimañas y falsos dilemas no le sacará nada.
Es divertido leer el Decamerón, ver el juego de espejos que va montando Boccaccio a partir de los relatos dentro del relato.
Sigo con mis recetas virtuales, no quiero coger 15 kilos de más en dos o tres semanas, aunque hoy he preparado unas cocochas de bacalao al pil-pil y unas lentejas con mollejas.
La marquesa de Parabere me ofrece hoy la receta clásica de colineta, un bizcocho que suelo tomar cuando voy a Bilbao (la de la Pastelería Arrese es legendaria). Se sustituye la harina por almendra molida, pero aún y así es un bizcocho muy esponjoso.
Para la receta se necesitan 125 gramos de almendras molidas, la misma cantidad de azúcar glas, 9 yemas de huevo, cuatro claras, la corteza de medio limón y un poco de mantequilla para engrasar el molde.
Mientras se atempera el horno (140º) se baten las 9 yemas de huevo en un bol, con el azúcar. Hay que batir con paciencia y con fuerza hasta conseguir que doble el volumen y se espume bien (con los nuevos robots de cocina estas operaciones se hacen en minutos, pero lo relajante es disponer de tiempo para poder hacer estas tareas a mano, dejando la mente en blanco).
La marquesa propone que las tareas de batido deben extenderse al menos durante media hora.
Cuando estén bien espumadas las yemas con el azúcar se añade la almendra molida y se sigue batiendo durante diez minutos más (estos 10 minutos adicionales son de mi cosecha).  Se incorpora la ralladura de medio limón. Se termina de compactar la masa.
Queda solo incorporar a la masa las claras a punto de nieve, siempre con su punto de sal y sus gotas de limón. Hay que hacer esta fase del bizcocho con cuidado, haciendo el juego de varillas de modo envolvente, como si fueran olas dulces que van amalgamando todos los ingredientes.
Se traspasa la mezcla a un molde alto, engrasado con mantequilla y un poco de harina para que no se pegue (puede ponerse papel satinado, que cumple la misma función).
Se cuece durante 20 minutos a 140º (ojo con los hornos y sus temperaturas), el fiel de la receta es pinchar con la punta de un cuchillo y comprobar que no salga mojada.
Se deja atemperar en el horno, para que no se desinfle el bizcocho y se sirve frio. Si no recuerdo mal en Bilbao sirven la colineta cubierta de merengue. O con un glaseado.
Sueño ya con la colineta y espero poderla hacer pronto.

De momento Hopper sigue prestándome personajes perplejos ante la nada.
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