La quinta jornada
ha amanecido con una bajada drástica de temperatura y lluvia permanente desde
media mañana. Día gris, acorde con los tiempos.
Me resulta
inevitable pensar en que el Real Decreto que ha declarado el estado de alarma
no ha pensado en los amantes clandestinos, tampoco en los amoríos nuevos, los
que están sin consolidar. Es un Real Decreto hecho a la medida de las clases
medias, de parejas consolidadas, a poder ser con niños, pero no tiene ningún aliviadero o previsión para quien tengan un
amor secreto, un amante esporádico.
Pienso en parejas
que empiezan ahora una relación, que todavía no se han planteado vivir juntos.
También en amantes clandestinos que ahora no podrán buscar esas zonas de
penumbra para mandar un mensaje o para tener un momento de despiste para un
encuentro furtivo.
Encerrados en casa,
con los móviles encima de la mesa, echando fuego, será difícil tener ese
instante de intimidad o ese espacio para mandar un “te quiero” o un “te deseo”,
sin correr riesgos innecesarios.
Son casi imposibles
los encuentros casuales, salvo que se disponga de perro o se busque coincidir
en el Mercadona, que probablemente es uno de los lugares menos propicio para el
amor de los diseñados en este mundo moderno.
Puede que un
aparcamiento de una gran superficie pueda ser adecuado para un contacto visual,
puede que para su leve roce de manos, sometido a todo tipo de desinfecciones
posteriores; pero en un aparcamiento de los actuales parece imposible habilitar
ese espacio para la confidencia amorosa, para la caricia. No se trata sólo de
la infidelidad, que ya de por sí suele acarrear problemas, sino también de la
ruptura de los círculos de confianza. No se trata sólo de poner los cuernos,
muy mal vistos, sino de poner en riesgo de infección a ese entorno familiar que
está esperándote en casa a que llegues con una bandeja de hamburguesas o un
brick de caldo de pollo para hacer una sopa de fideos.
Dentro de las
razones de urgencia o de fuerza mayor, el Real Decreto debería haber reconocido
expresamente los encuentros furtivos de amantes apasionados, mucho más
necesarios que las peluquerías y las ópticas, que sí tuvieron el visto bueno
del legislador.
Puede que quienes
hagan las leyes nunca hubieran estado enamorados.
Y si mala es la
situación de los amantes, de las parejas incipientes que van a ver limitadas
durante semanas sus opciones de roce. Peor es la de quienes estuvieran al borde
de la ruptura, de quienes, tras meses de tensiones e incertidumbres, habían
decidido ya separarse. Estas parejas quebradas quedan ahora condenadas a
convivir en un escorzo final, sometidas a todos los riesgos, incluso el más
grave, el de una falsa reconciliación.
Perdido en estos
pensamientos, sin poder salir al jardín unos minutos para tomar un poco de aire
porque hace frío, viento y una lluvia muy molesta.
Leí la quinta
novela del Decamerón, la narradora es una mujer, Fiameta, que se mostró
escandalizada por la historia anterior. La suya es una novela mucho más sutil,
una metáfora sobre la seducción y la capacidad para resistirse a ella.
La protagonista era
la mujer del marqués de Monferrato, que tiene que soportar los devaneos del rey
de Francia, que aprovecha la ausencia del marqués, que por lo visto estaba
guerreando, para intentar seducir a la virtuosa esposa de su vasallo,
presentándose en el palacio para intentar seducirla.
La marquesa, a la
que nada apetecía menos que las artimañas del rey de Francia, decide recibirle con
todo el boato y la parafernalia que exige su invitado, organizándole la mejor
de las fiestas. Decidió reunir todas las gallinas que había en la comarca y
durante el tiempo que estuviera el rey en su palacio darle de comer guisos de
gallina en todas sus variedades.
El rey, sorprendido
porque todos los platos se hicieran a base de gallina en todas su variedades,
preguntó, por fin, harto de comer gallina: “Dama,
¿nacen en este país solamente gallinas sin ningún gallo?”.
A lo que la noble
contestó: “No, monseñor; pero las
mujeres, aunque en vestidos y en honores algo varíen de las otras, todas sin
embargo son igual aquí que en cualquier parte”.
Fino y elegante
Boccaccio. Nada que ver la elegancia de esta quinta historia con la anterior.
A la salud de
Fiameta, propongo un bizcocho de chocolate y castañas, acorde con el tiempo
frio. No necesita huevos, ni horno.
Se necesitan 500
gramos de castañas, 100 gramos de azúcar glass, 100 gramos de mantequilla, 100
gramos de chocolate.
Las castañas tienen
que ser peladas, despellejadas. Hay una vieja receta que recomienda hervir las
castañas en leche para que queden más sabrosas.
Hay que convertir
las castañas en puré, mezclarlas con la mantequilla a punto de pomada, el
chocolate también deshecho y el azúcar. Hay que mezclarlo todo bien, hasta que
quede una crema fina, sin grumos, que debe pasarse a un molde para que se vaya
cuajando. Se deja un día el molde en la nevera (no es necesario el congelador,
el pastel cuaja con el frio normal de la nevera, el chocolate se solidifica y
la mantequilla también haciendo en realidad un pastel con un punto arenoso, por
la pasta de castaña).
Se puede servir con
un fondant de chocolate negro por encima.
Nuevo cuadro de
Hopper, también se puede estar sólo en pareja.
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