martes, 24 de marzo de 2020

Capítulo DVIII.- Diez Jornadas (2.3) No entrar en pánico.

No entrar en pánico.
En casa somos tan disciplinados que empezamos el confinamiento de los niños desde que empezó a correr la noticia del estado de alarma, así que llevamos doce jornadas, trece a los efectos del Diletante porque el primer relato  empezó ese mismo jueves.
Intento no ser supersticioso, pero lo cierto es que coincidiendo con la decimotercera jornada los datos de internet se han agotado. Tenemos tres ordenadores, dos tabletas y cuatro teléfonos conectados a la red y la pobre empieza a dar señales de fatiga. Ni los operadores estaban preparados para la pandemia.
Enseguida relativizamos la situación, al fin y al cabo somos unos privilegiados si nuestra única preocupación es la calidad de la conexión con la que está cayendo.
En todo caso, intento no ser supersticioso, aunque toda la información que recibo está llena de supersticiones, todo tipo de rituales para conjurar lo que algunos consideran un golpe de mala suerte, ayer mismo escuchaba a un presidente de comunidad autónoma asegurando que el virus era una respuesta de la naturaleza a los desmanes humanos, comparaba este desastre de salud a la caída del meteorito y la extinción de los dinosaurios. Con políticos de este calibre podemos dormir tranquilos, siempre y cuando no tengan mando o competencia de nada, salvo salir en la televisión.
No es difícil ver los rituales que se organizan algunas personas, parecidos a los que establecía Melvin Udall, el misántropo protagonista de Mejor… Imposible, la película por la que Jack Nicholson ganó su último Oscar. Me preocuparía convertirme en un neurótico como Melvin por un ligero fallo de sistema.
Sigo con mis tareas del Decamerón, la novela de hoy es el esbozo de una comedia de equívocos sexuales, la historia de una princesa que se disfraza de fraile para peregrinar a Roma y en el camino se encandila del hijo de un prestamista florentino. El muchacho, Alesandro, se engatusa también con el fraile, empezando a tener dudas sobre sus apetencias sexuales. La chica que aparenta ser un chico se encanta de un chico que se encandila con otro chico que resulta ser una chica.
Boccaccio sigue con sus juegos de espejos, toda una osadía en pleno siglo XIV.
Leo y cocino para conjurar las crisis de misantropía, también las de superstición.
Preparo todos los días para los niños crepes para el desayuno, la receta es sencilla.
3 huevos, 125 gramos de harina, 350 cc de leche (un vaso y medio de los de nocilla de toda la vida), 25 gramos de mantequilla, una pizca de sal, dos de azúcar.
Se deshace la mantequilla poniéndola 20 segundos en el micro. Se incorporan todos los ingredientes y se baten bien, hasta que quede un fluido sin grumos. La marquesa, que es mucho más sofisticada, lo que hace es calentar la leche e incorporar la mantequilla para que se deslíe en ella.
Ellos se toman una crepe con miel o con nocilla, pero la marquesa maneja combinaciones muy sabrosas, más allá de las crepes suzette.
Las que leo hoy son las llamadas crepes Gil Blas. Son unas creps rellenas de una crema de mantequilla, coñac, avellanas y ralladura de limón.
Para la mantequilla de avellanas las cantidades son 80 gramos de mantequilla, 50 de azúcar glas, dos cucharadas de coñac y dos más de leche de almendras, con una pizca de sal.
Las avellanas tienen que estar tostadas, se pican hasta que queden en polvo ligero.
Se pone la mantequilla en un bol o en una taza templada para que se deshaga. Se remueve la mantequilla con una cuchara hasta que se va formando una crema ligera, se añade el azúcar y la ralladura de medio limón. Finalmente las avellanas picadas, el coñac y la leche de almendra. Hay que remover sin parar, así queda una crema que puede untarse en las crepes, que deben servirse calientes, con un poco de azúcar glas por encima y unas gotitas de coñac.

Hopper deja que hoy nos asomemos al umbral de la puerta, poco más, siempre solos.
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