sábado, 28 de marzo de 2020

Capítulo DXII.- Diez Jornadas (2.7).Boca besada no pierde fortuna, que se renueva como la luna

Boca besada no pierde fortuna, que se renueva como la luna.
Así termina la séptima novela de la segunda jornada del Decamerón. Con esta frase le da un vuelco completo a la dramática historia que cuenta en las páginas anteriores. Puede que sea la historia más larga de las que llevo leídas, Boccaccio sigue en su escalada irónica, jugando con las presuntas desgracias de la princesa Alatiel, hija del sultán de Babilonia, llamada a casarse con el rey del Algarbe. El sultán daba a su hija en matrimonio como agradecimiento por el apoyo bélico del rey portugués.
La novela se construye como un periplo por el Mediterráneo que juega con la Odisea, convirtiendo a la aparentemente virtuosa Alatiel en un remedo de Ulises, perdido por las islas del mediterráneo desde Alejandría a Mallorca.
La pobre Alatiel recibe todo tipo de humillaciones y sevicias, empezando por la propia tripulación que pone el sultán al servicio de su hija y de su séquito para la travesía prenupcial, de Alejandría al Algarbe.
A la nave le sorprende una tormenta pasada la isla de Cerdeña, los marineros abandonan el barco dejando a la pobre princesa con sus sirvientas abandonadas.
Alatiel naufraga en la isla de Mallorca, donde es acogida por Pericón de Visalgo, señor de parte de la isla. Pericón, todo un caballero, cae prendado por la belleza de la princesa y, tras un elegante cortejo, la seduce y posee, pese a que Alatiel se resiste al principio, pero luego cae, embriagada en todos los sentidos, por los encantos del noble y bruto Pericón (de fiero aspecto y muy robusto, describe Boccaccio).
Alatiel pasa por las manos, mejor dicho, por las entrepiernas, de hasta nueve señores de otras tantas islas y reinos. Respecto de todos ellos se resiste hasta donde puede, pero cae prendada o rendida finalmente gozando todo lo que puede gozar, que es mucho, a tenor de lo que comenta Pánfilo, que es el relator de esta novelilla.
Los amantes de Alatiel tienen marcado su destino, todos ellos mueren violentamente, a manos de contrincantes, hermanos, súbditos o vasallos de los mancilladores. El primer asesino, del pobre Pericón, es su propio hermano y, desde allí, hacia delante.
Y Alatiel sobrevive hasta que la fortuna le lleva, de nuevo, a Alejandría y a Babilonia, donde su padre vuele a acogerla y a reenviarla al Algarbe para casar finalmente con el rey portugués. Antes de llegar a la frase de la boca besada, dice Boccaccio a través de Pánfilo: «Y ella, que con otros ocho hombres unas diez mil veces se había acostado, a su lado se acostó como doncella, y le hizo creer que lo era, y, reina, con él alegremente mucho tiempo vivió después.»
Por lo que visto lo visto, me quedo con el personaje del tosco Pericón, el primero en mancillar a la princesa, también el primero en ser liquidado.
Leyendo las aventuras y desventuras de hoy, me acordaba de Ibrahim Yambé, un marinero cubano que decidió no bajar nunca de su velero, no sé qué habrá sido de él estos días.
La marquesa propone hoy otro pudding de aprovechamiento, lo llama pudding de Cabinet.
Se necesitan 275 gramos de galletas o bizcochos que lleven en casa varios días, bizcochos duros o ya correosos. 4 ó 5 macarrones secos, 50 gramos de corteza de naranja y otros 50 de limón. Pasas (80 gramos), una cucharada de azúcar, 3 decilitros de nata, 3 huevos y ocho yemas, 2 ó 3 cucharadas de harina y 25 gramos de mantequilla (la harina y la mantequilla son para engrasar el molde.
La marquesa propone acompañar el pudding con una salsa de mermelada de albaricoque, ron y azúcar molido.
Empieza la receta lavando las pasas y dejándolas reposar en agua tibia durante un par de horas, para que se inflen bien.
Se pican las pieles de los cítricos, en daditos pequeños, se añade una cucharada de azúcar para que se aromaticen las pieles.
Se desmigan los restos de galletas y bizcochos, se ponen en un bol con los macarrones bien machacados (se pueden sustituir los macarrones por una cucharada de sémola o incluso de cus-cus).
En otro bol se ponen 60 gramos de azúcar, los huevos (3+8 yemas), se mezcla y bate bien.
Cuando esté bien batido, se añade la nata (si no se consigue nata se puede hacer con leche, el doble de cantidad que de nata, la leche hay que dejarla hervir un rato para que reduzca y se concentre.
Una vez mezclado, se pasa al bol donde están los bizcochos desmigados. Se deja reposar 6 minutos.
La marquesa sugiere que esta mezcla se pase por un tamiz, para que quede bien fina.
Se incorporan finalmente las pasas escurridas y la piel de cítricos.
Se pasa toda la mezcla a un molde bien engrasado (mantequilla y harina). Se cuece al baño maría durante 45 minutos. Se deja reposar 15 ó 20 minutos más en el horno, para que no pierda temperatura de golpe.
Se desmolda y se sirve con la salsa, con un poco de chocolate o con caramelo líquido.
Edward Hopper, ajeno todavia al estado de alarma, propone tomar un café en un día soleado, eso sí, salvando las distancias.
Sunlight in a Cafeteria, 1958 by Edward Hopper


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