viernes, 27 de marzo de 2020

Capítulo DXI.- Diez jornadas (2.6.) 39 escalones.

Sigo con el Decamerón, sexta novela de la segunda jornada. Me sorprende la capacidad de Boccaccio para ir adentrándose, poco a poco, en asuntos escabrosos. Empezó con un abad entrado en años, gordo y lujurioso, en ese mismo cuento jugó con la promiscuidad, después con juegos de equívocos sexuales de chicas que se hacen pasar por chicos y seducen a chicos que no están atraídos por chicas, siguió con un tratante de caballos rebozado en heces en una sentina, ese pobre muchacho cayó también en una tumba con el cadáver de un obispo de cuerpo presente. Lujuria, transformismo, ambigüedad sexual, cropofagia, necrofilia… A cada historia se va animando.
Llegamos a las desventuras de «Madama Beritola, con dos cabritillos en una isla encontrada, habiendo perdido dos hijos, se va de allí a Lunigiana, allí uno de los hijos va a servir a su señor y con la hija de éste se acuesta, y es puesto en prisión;  Sicilia rebelada contra el rey Carlos, y reconocido el hijo por la madre, se casa con la hija de su señor y encuentra a su hermano, y vuelven a tener una alta posición», que tiene una ingenua escena de zoofilia porque la pobre Beritola, abandonada en un isla a su suerte, termina por amamantar unas cabritillas, convirtiéndose en su madre adoptiva durante 2 años.
En este crescendo, estoy ansioso por leerme el capítulo de hoy, después de ver las calamidades de la pobre Beritola, que vio cómo su marido era encarcelado, sus dos hijos secuestrados por corsarios y luego vendido como esclavo, ella quedo abandonada a su suerte en la isla, con las cabras y, de allí, pasó a servir a un noble durante años. Hay una pequeña historia de enredos entre el hijo de Beritola y la hija del noble que acogió a Beritola y, finalmente, concluye con boda de los chicos, tras pasar una temporada encarcelados, y reagrupación familiar. Todo un culebrón.
Yo sigo con mis rutinas. Escapamos nada más declararse el estado de alarma al campo, el perímetro de la casa lo recorro en 428 pasos, si cada paso son 70 centímetros, el paseo son casi 300 metros.
Cada vuelta que doy a la piscina son 50 pasos y la subida y bajada de los escaleras de la casa 42 escalones de cada vez.
Empecé haciendo tandas de stepping de 5 por vez (subidas y bajadas), hoy he llegado a 15 por vez, cuatro veces al día.
El teléfono móvil me va certificando los pasos dados durante el día. 3000 son pocos, 5000 ó 6000 una buena marca, lejos de los 16.000 pasos que daba cuando iba a trabajar andando.
Tengo la suerte de estar al aire libre, caminar a cielo abierto y ver como los niños se suben a un olivo que lleva soportándoles desde que empezaron a caminar. Hoy mismo han tenido una sesión de barones rampantes, todavía no tienen edad para leerse el libro de Calvino.
Recuerdo la película de los 39 Escalones, de Hitchcock, una historia de aventuras, tanto o más sofisticadas que las del Decamerón, en la que la trama gira en torno a un espectáculo teatral de un hombre de memoria superdotada que cuando sube 39 escalones se activan sus mecanismos de recuerdo y es capaz de reproducir como un autónoma los secretos de los nazis.
Yo no tengo 39 escalones, tengo 42, al aire libre, cada vez que los subo y los bajo se activa mi memoria que va hacia delante, hacia atrás, piensa en lo que puedo o no puedo escribir (he terminado dos artículos técnicos, de lo mío se publicó hoy, el otro la semana que viene).
Hoy leo mi capítulo de la Marquesa que propone hacer molletes americanos (muffins). Se necesitan 230 gramos de harina (siempre fina), 30 gramos de mantequilla, tres cucharaditas de levadura en polvo, de la royal (cucharitas de café), una cucharada de azúcar glas, 2 huevos, ¼ de litro de leche y una cucharadita de sal.
Se tamiza la harina con la sal, el azúcar y la levadura.
A parte, se derrite la mantequilla. Se baten los huevos, bien batidos (5 canciones de The Raconteurs), se añade la mantequilla y se sigue batiendo. Después de añade la harina con la mezcla antedicha. Se sigue batiendo y se deja reposar en lugar templado durante media hora.
Se buscan moldes de tartaleta, se engrasan con un poco de mantequilla y se rellenan a la mitad.
Se meten en el horno precalentado (180º), veinticinco minutos. Hay que cuidar que no se tuesten mucho, si vemos que se arrebatan se cubren con papel de horno.
Estos molletes no hace falta que enfríen, al contrario, son muy sabrosos si se toman calientes, untados con mantequilla y jamón de york.
Las escaleras de Hopper no tienen los 39 escalones de la película, tampoco los 42 de mi confinamiento, pero hay que reconocer que la mujer a la puerta es cienmil veces más elegante de lo que pueda ser yo.
Summertime, 1943 Edward Hopper (1882–1967) Oil on canvas 29 1/8 x 44 inches Delaware Art Museum. Gift of Dora Sexton Brown, 1962

Como quiero poner celoso a don Eduardo hoy le doy el salto con Maria Cassatt, una postimpresionista norteamericana que me presta a una niña indolente sobre un sofá.
Mary Cassatt - Portrait Of A Little Girl

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