Sigo con el
Decamerón, sexta novela de la segunda jornada. Me sorprende la capacidad de
Boccaccio para ir adentrándose, poco a poco, en asuntos escabrosos. Empezó con
un abad entrado en años, gordo y lujurioso, en ese mismo cuento jugó con la
promiscuidad, después con juegos de equívocos sexuales de chicas que se hacen
pasar por chicos y seducen a chicos que no están atraídos por chicas, siguió
con un tratante de caballos rebozado en heces en una sentina, ese pobre
muchacho cayó también en una tumba con el cadáver de un obispo de cuerpo
presente. Lujuria, transformismo, ambigüedad sexual, cropofagia, necrofilia… A
cada historia se va animando.
Llegamos a las
desventuras de «Madama Beritola, con dos
cabritillos en una isla encontrada, habiendo perdido dos hijos, se va de allí a
Lunigiana, allí uno de los hijos va a servir a su señor y con la hija de éste
se acuesta, y es puesto en prisión; Sicilia
rebelada contra el rey Carlos, y reconocido el hijo por la madre, se casa con
la hija de su señor y encuentra a su hermano, y vuelven a tener una alta
posición», que tiene una ingenua escena de zoofilia porque la pobre
Beritola, abandonada en un isla a su suerte, termina por amamantar unas
cabritillas, convirtiéndose en su madre adoptiva durante 2 años.
En este crescendo,
estoy ansioso por leerme el capítulo de hoy, después de ver las calamidades de
la pobre Beritola, que vio cómo su marido era encarcelado, sus dos hijos
secuestrados por corsarios y luego vendido como esclavo, ella quedo abandonada
a su suerte en la isla, con las cabras y, de allí, pasó a servir a un noble
durante años. Hay una pequeña historia de enredos entre el hijo de Beritola y
la hija del noble que acogió a Beritola y, finalmente, concluye con boda de los
chicos, tras pasar una temporada encarcelados, y reagrupación familiar. Todo un
culebrón.
Yo sigo con mis
rutinas. Escapamos nada más declararse el estado de alarma al campo, el
perímetro de la casa lo recorro en 428 pasos, si cada paso son 70 centímetros,
el paseo son casi 300 metros.
Cada vuelta que doy
a la piscina son 50 pasos y la subida y bajada de los escaleras de la casa 42 escalones
de cada vez.
Empecé haciendo
tandas de stepping de 5 por vez (subidas y bajadas), hoy he llegado a 15 por
vez, cuatro veces al día.
El teléfono móvil
me va certificando los pasos dados durante el día. 3000 son pocos, 5000 ó 6000
una buena marca, lejos de los 16.000 pasos que daba cuando iba a trabajar
andando.
Tengo la suerte de
estar al aire libre, caminar a cielo abierto y ver como los niños se suben a un
olivo que lleva soportándoles desde que empezaron a caminar. Hoy mismo han
tenido una sesión de barones rampantes, todavía no tienen edad para leerse el
libro de Calvino.
Recuerdo la
película de los 39 Escalones, de Hitchcock, una historia de aventuras, tanto o
más sofisticadas que las del Decamerón, en la que la trama gira en torno a un
espectáculo teatral de un hombre de memoria superdotada que cuando sube 39
escalones se activan sus mecanismos de recuerdo y es capaz de reproducir como
un autónoma los secretos de los nazis.
Yo no tengo 39
escalones, tengo 42, al aire libre, cada vez que los subo y los bajo se activa
mi memoria que va hacia delante, hacia atrás, piensa en lo que puedo o no puedo
escribir (he terminado dos artículos técnicos, de lo mío se publicó hoy, el
otro la semana que viene).
Hoy leo mi capítulo
de la Marquesa que propone hacer molletes americanos (muffins). Se necesitan
230 gramos de harina (siempre fina), 30 gramos de mantequilla, tres cucharaditas
de levadura en polvo, de la royal (cucharitas de café), una cucharada de azúcar
glas, 2 huevos, ¼ de litro de leche y una cucharadita de sal.
Se tamiza la harina
con la sal, el azúcar y la levadura.
A parte, se derrite
la mantequilla. Se baten los huevos, bien batidos (5 canciones de The
Raconteurs), se añade la mantequilla y se sigue batiendo. Después de añade la
harina con la mezcla antedicha. Se sigue batiendo y se deja reposar en lugar
templado durante media hora.
Se buscan moldes de
tartaleta, se engrasan con un poco de mantequilla y se rellenan a la mitad.
Se meten en el
horno precalentado (180º), veinticinco minutos. Hay que cuidar que no se
tuesten mucho, si vemos que se arrebatan se cubren con papel de horno.
Estos molletes no
hace falta que enfríen, al contrario, son muy sabrosos si se toman calientes,
untados con mantequilla y jamón de york.
Las escaleras de
Hopper no tienen los 39 escalones de la película, tampoco los 42 de mi
confinamiento, pero hay que reconocer que la mujer a la puerta es cienmil veces
más elegante de lo que pueda ser yo.
Como quiero poner
celoso a don Eduardo hoy le doy el salto con Maria Cassatt, una postimpresionista
norteamericana que me presta a una niña indolente sobre un sofá.
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