Las claves de la
pandemia.
Que nadie se
asuste, no me voy a poner trascendente, no voy a contribuir con mi boñiguilla a
la montaña de detritus que han formado ya todo tipo de opinadores. Mis claves
son mucho más mundanas.
En casa tenemos 3
ordenadores portátiles, una Tablet (la otra ha caído ya en acto de servicio) y
4 móviles conectados a la red. Disponemos de 3 redes de internet, que es como
no disponer de ninguna porque cada una tiene sus manías y sus disfunciones.
En la casa
contratamos una red con poca capacidad de datos, sólo la utilizábamos los fines
de semana, rápido quedó sin datos y hasta el día 1 de abril no la reactivan
mayor capacidad. Esta red tiene sus claves que hay que introducir para
sincronizar los aparatos.
Tenemos una segunda
red, la red principal de nuestro domicilio, que ahora la tenemos en los
móviles. Cuando falla la red de la casa, hemos de sincronizar los móviles con
los ordenadores para poder trabajar. Tuvimos que poner las claves en todos los
aparatos para disponer de esta red secundaria.
La tercera red, la
excepcional, es la que utilizamos estos días. Es un pincho que nos facilitaron
hace años en el trabajo. Una tercera compañía a la que nos enganchamos por
turnos, con la consiguiente ceremonia de claves de conexión.
EL colegio de mis
hijos funciona razonablemente bien, se han volcado con las clases y los
materiales on line, reciben
materiales y mandan ejercicios y grabaciones por la red. Cada uno de los niños
tiene sus claves para entrar en sus correos del colegio, correos y entornos que
están “capados” para que los niños no se pajareen con videos y juegos. Como hay
habilidades informáticas que mis hijos no dominan, me han facilitado sus claves
para que pueda hacer algunas tareas de menestral, como la de mandar
exposiciones orales de 27 megas al profesor de turno, bajarles PDF o documentos
en Word que van y vienen.
Como tenemos que
actualizar programas y bajar aplicaciones nuevas, los de Appel, Samung,
Microsoft me piden que actualice las claves de alta en estas plataformas para
poder cargar esas aplicaciones.
Como hay algunas
plataformas que hace tiempo que no uso, he perdido o se me ha caducado la
clave, por lo que he de seguir el protocolo de actualización o recuperación de
claves, con la obligación de cambiar la clave con el ceremonial de que tenga 8
o más caracteres, que combine mayúsculas, minúsculas, números y signos, que no
coincida con la clave utilizada en los últimos 6 meses y, además, último
requisito que hoy me ha comunicado Microsoft, la clave no puede coincidir ni
con mi nombre, ni con mis apellidos, ni con mi correo.
Con cada cambio o
recuperación de clave recibo la correspondiente ristra de correos electrónicos
advirtiendo el acceso a la clave, el cambio de clave y la verificación
correspondiente.
Es inevitable el
incremento del uso de redes sociales, en cada una de ellas (intagram, Facebook,
twitter) tengo mi correo, mis nombres, mis alias y mis claves. No soy un
fanático de las redes, pero como Diletante voy zascandileando en la red. Estos
días están sobrecargadas y cada vez que las utilizo en un dispositivo distinto
he de cargar mis claves y mis correos.
En el trabajo
disponemos de dos correos (nacional y autonómico) con sus claves
correspondientes. Cada mañana al conectarme al trabajo me toca teclear nombre y
contraseña, actualizarlos y, además, gestionar el protocolo de seguridad de la
firma electrónica.
En las plataformas
de televisión (en casa usamos varias) también hay que manejar las claves y los
correos. Como alguna de esas plataformas las tengo en el móvil o en la Tablet,
para verlas en la televisión normal hay que hacer una transferencia de señal
que obliga a facilitar claves y correos, más una clave especial para la
compatibilidad.
Cuando mando
documentos por bluetooth el protocolo de transferencia me obliga a cruzar unas
claves nuevas que, en función del aparato, se corroboran por sms o por correo
electrónico.
En los teléfonos de
mi mujer y de mi hijo, que son de la manzanita, hay un sistema de desbloqueo
por reconocimiento facial. Como no nos parecemos, sus teléfonos no me reconocen
y hay veces que me encargo de cogerlos y gestionarlos, por lo que he de
utilizar otra tanda de claves.
Mi teléfono, que es
coreano, se desbloquea con el diseño de un dibujillo en pantalla o con la
huella. La huella no la puedo prestar, pero el dibujillo es ya de dominio
público.
Iba apuntando cada
clave de cada red, cada plataforma, cada gestión en mi teléfono móvil. Tengo
apuntadas una veintena de claves, referenciadas a cada uno de los aparatos,
redes, plataformas y artilugios utilizados.
Como a veces
desconfío de la tecnología, además he apuntado el ramo de claves en un papel.
Esas son mis claves
de la pandemia, muy de andar por casa, muy caóticas, improvisadas minuto a
minuto.
Cuando consigo
poner en línea todas las claves que me permiten acceder al ordenador sigo
leyendo el Decamerón, la 19ª novela. Cada vez se complican más las tramas,
aunque giren sobre los mismos parámetros.
La de hoy es la de
la de desventurada vida de Zinevra de Genova, la esposa de un comerciante que
vio comprometida su honra y buen nombre por una apuesta. Con casi una veintena
de relatos leídos puedo confirmar que los personajes femeninos de Boccaccio son
mucho más interesantes y complejos que los masculinos. Los machos del Decamerón
suelen ser sota, caballo o rey, poco más. No hay matices, los femeninos son
mucho más ricos, con más aristas.
Sigo con la
repostería de la Marquesa de Parabere, hoy, como tiempo y paciencia no falta,
me atrevo con la receta básica de la pasta choux, la de los bocaditos de nata o
profiteroles.
La divina marquesa
inicia su receta con palabras providenciales: «No hay que descorazonarse si no se acierta a la primera; cualquier
nimiedad ha podido ser la causa del fracaso; en la pastelería, sobre todo, es
necesario adquirir experiencia propia; y esto sólo se consigue a fuerza de
práctica; si un preparado no sale la primera vez perfectamente, se vuelve a
hacer otro día, y seguro que esta vez será un éxito». Las palabras de la
Marquesa se pueden aplicar a casi todo lo importante, incluida la repostería.
Ingredientes: 225
gramos de harina, 125 gramos de mantequilla, diez gramos de azúcar, 5 gramos de
sal, 3 decílitros y medio de agua o leche (o mitad y mitad), que es el
equivalente a vaso colmado de los de nocilla. 6 ó 7 huevos, en función del
tamaño (como siempre), corteza de limón o de vainilla para aromatizar.
La receta se inicia
poniendo en un cazo la leche, la corteza de limón, la mantequilla, la sal y el azúcar.
Se pone todo a cocer a fuego vivo hasta que rompa a hervir. Cuando suba la
leche, con toda su espuma, se retira del fuego y se añade de golpe, sin
tamizar, la harina. Se remueve (con cuchara de palo) deprisa hasta que se
integre toda la masa, quede una pasta muy fina. Bien removida se enciende de
nuevo el fuego, esta vez al mínimo y se sigue removiendo hasta que la masa
empiece a pegarse un poco en el fondo y se forme un ovillo alrededor de la
cuchara.
La pasta está bien
cocida cuando deje de pegarse a la cuchara. La mantequilla empieza a rezumar
(es decir, aparecen brillos húmedos en la masa).
Se retira la masa
del fuego y se vuelca en un bol (lebrillo en palabras de la divina).
Se van agregando
los huevos uno a uno, se van cascando y batiendo con vigor hasta que queden
perfectamente amalgamados con la pasta.
La marquesa quiere
que los huevos sean grandes, muy frescos y a temperatura ambiente.
La cantidad exacta
de huevos es un arcano, depende de muchos factores, nos dice la Marquesa, pero
se sabe que la masa está a punto cuando se despega fácilmente del cucharón que
sirve para removerla. Por eso no conviene cascar y añadir los huevos con
rapidez, sino poco a poco.
El truco de esta
pasta está en batirla con vigor, para que se airee bien y quede muy esponjosa.
Se deja reposar la masa
en un bol, tapándola para que no se seque. Una hora a temperatura cálida (20º ó
22º).
Reposada la masa,
se puede colocar en una manga pastelera o se utiliza una cuchara y se colocan
pequeñas porciones sobre papel de horno satinado (del que no se pegan). No
conviene que sean muy grandes, pueden ser alargados o redondeados. Hay que
separar cada porción 3 ó 4 centímetros, porque la masa se dilata.
Se precalienta al
horno a 140º, sin el ventilador, en 20 minutos, tal vez un par de minutillos
más, los choux se cuecen, quedan ligeramente tostados, huecos por dentro.
Cuando se hayan levantado (se comprueba a simple vista) se apaga el horno y se
deja abierta una rendija para que no se enfríen de golpe.
Si todo ha ido
bien, han de quedar unos pastelillos ligeros, inflados, dispuestos a rellenarse
de cualquier ambrosía.
Hemos de ser
conscientes de las palabras de la marquesa al iniciar su receta, en cualquier
momento se puede fracasar.
La distancia de los
personajes del cuadro de Hopper hoy por hoy no estaría permitida.
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