martes, 17 de marzo de 2020

Capítulo DI.- Diez Jornadas (1.6). Recibiréis ciento por uno.

Sexta jornada. Recibiréis ciento por uno.
Esta es la frase que sirve como referencia para el sexto relato del Decamerón. Una historia de enredo entre un pecador risueño, que aseguraba que haría un vino tan bueno que hasta lo bebería Cristo, y un cura codicioso que preferías poner penitencias económicas que rezos.
Imagino que en el relato de Boccaccio pesaría mucho que, en la zona de la Toscana, el vino en cuestión fuera un SanGienovesse, o un Brunello de Montalcino que seguramente fuera cierto que el propio dios lo bebería sin duda alguna.
No es momento ni circunstancia para escribir sobre vino, o puede que sí, estos días me han bombardeado todos los distribuidores virtuales de vino ofreciéndome las ofertas más sabrosas, con entrega gratuita en 24 horas.
Contabilizo la sexta jornada, la quinta en realidad, pero empecé el jueves por la tarde a revisar el Decamerón y llevo una jornada de adelanto.
Después de comer tarde grabar un video con los niños enseñando a sus amigos a preparar crepes (taller de crepes le hemos llamado, sin originalidades).
La historia de hoy del Decamerón tiene menos enjundia que las dos anteriores, aunque Boccaccio sigue aprovechando cualquier oportunidad para dejar en evidencia al clero. Criticar al poder (sea religioso o civil) es una constante desde el principio de los tiempos.
Cuando el vinatero pecador al expiar sus pecados escuchó al cura afirmar «Recibiréis ciento por uno y recibiréis la vida eterna» se echó a reír cuando se imaginó al cura ahogado en caldo aguado, ya que había pasado la vida ofreciendo a los pobres uno o dos tazones de caldo cada día, por lo que en el fin de los días recibiría un sunami de caldo aguado. Es de suponer que el pecador pensaba que el cura que le había castigado la única buena obra que había hecho en vida había sido la de dar caldo aguachirlado a los pobres.
La religión siempre lo ha tenido fácil, basta vincular las desgracias al pecado o al designio de dios para acogotar a los creyentes. Estos días he visto alguna imagen de un cura paseando por un pueblo con agua bendita espantando los virus.
Como los relatos van de curas, frailes y pecadores, puede venir bien la receta de las yemas de Santa Teresa, que no es muy complicada.
Se necesitan 12 yemas de huevo, 200 gramos de azúcar y un cuarto de litro de agua (un vaso de agua), unas gotas de limón y azúcar glass para la presentación de las yemas.
En una cacerola no muy grande se pone el azúcar, el agua y tres o cuatro gotas de limón. Se pone la cacerola al fuego para preparar un almíbar. El agua empieza a burbujear, se disuelve el azúcar y se va espesando hasta que queda un jarabe que no tiene que llegar a tostarse. No se trata de preparar un caramelo líquido, sino de preparar un almíbar clarito.
Se ponen las 12 yemas en otro perol, sólo las yemas, sin restos de clara, ni de cáscara. Se va incorporando el almíbar lentamente, por encima de las yemas, se va envolviendo las yemas con ayuda de un cucharón de madera o una espátula de las de silicona, resistente al calor.
Hay que mezclar las yemas con el almíbar a fuego mínimo, incluso, si es posible, poner el cazo cerca de la llama para que se temple, la gracia está en que no se cuaje de golpe, sino que se vaya espesando poco a poco hasta que cuaje del todo.
No deben quedar grumos, sino una crema espesa de color naranjoso que se  vuelva sobre una superficie de mármol, donde tiene que extenderse, con ayuda de la misma espátula. Cuando termine de enfriar, se recoge.
Se limpia la superficie de mármol, se espolvorea el azúcar glass y se extiende de nuevo la masa que tiene que enrollarse en cordón grueso (dice la Marquesa), es decir, ha de quedar como una especie de canelón alargado que se tiene que cortar en pequeñas porciones, redondearlo hasta que tome forma de una yema. Se espolvorea un poco más de azúcar. Cuando esté bien seco y cuajado se coloca cada yema sobre una cápsula de papel blanco (como las de las madalenas).
Asegura la marquesa que si se untan ligeramente los dedos con aceite de almendras dulces o con un poco de azúcar glass la masa no se pega a los dedos cuando se da forma a cada yema.

De compañía, un día más, una lectora solitaria en un tren, también de Hopper.
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