Las heces del
vicio.
«Y
mientras en otros tiempos solía ser su ocupación y consagrarse su cuiado a
concertar paces donde la guerra o las ofensas hubiesen nacido entre hombres
nobles, o a concertar matrimonios, parentescos y amistad, y con palabras buenas
y discretas recrear los ánimos de los fatigados y solazar las cortes, y con
agrias reprensiones, como si fuesen padres, corregir los defectos de los malos,
y todo esto por premios asaz ligeros; hoy en contar mal de unos a otros, en
sembrar cizaña, en decir maldades e ignominias y, lo que es peor, en hacerlas
en presencia de los hombres, en echarse en cara los males, las vergüenzas y las
tristezas, verdaderas y no verdaderas, unos a otros, y con falsos halagos hacer
volver los ánimos nobles a las cosas viles y malvadas, se ingenian en consumir
su tiempo.
Y más es
tenido en amor y más honrado y exaltado con premios altísimos por los señores miserables
y descorteses aquel que más abominables palabras dice o acciones comete: gran
vergüenza y digna de reprobación del mundo presente y prueba muy evidente de
que las virtudes, volando de aquí abajo, nos han abandonado en las heces del
vicio a los míseros vivientes.»
Salvado el
lenguaje, quizás un poco pomposo, lo cierto es que estas frases las escribió
Boccaccio a mediados del siglo XIV podrían escribirse en estos tiempos.
Lo que puede
resultar curioso es que no me parece negativo, al contrario, creo que desde el
inicio de la historia se ha tenido siempre una visión crítica, incluso
catastrófica de quienes detentan y gestionan el poder y, pese a todo, lo cierto
es que el mundo y la cultura evoluciona, mejoran lentamente las condiciones de
vida de la gente. Es cierto que hay asimetrías y desigualdades, pero es
indiscutible que las condiciones medias de vida de la humanidad han ido
mejorando pese a la aparente ineptitud, estulticia, codicia y maldad de los que
de uno u otro modo mandan.
Tal vez pudiera ser
que no son tan malos, aunque tiendo a pensar que basta con que haya una persona
virtuosa entre los que tienen que decidir para que se avance y se mejoren las
condiciones. A veces he dicho que bastaría con una generación de gobernantes
honrados para que se produzca un salto cualitativo en el bienestar de la gente.
Leía durante estos
días sobre la peste (es inevitable) y pese a lo nefasto de su paso por el mundo
en sus distintas razzias, lo cierto es que tras cada pandemia se ha producido
un impulso social y cultural imparable. No debe olvidarse que fue la peste
genovesa de mediados del siglo XIV la que marco uno de los saltos que permitió
pasar de la oscura Edad Media y al luminoso Renacimiento.
Por eso, aunque
tengo algunos buenos amigos milenaristas, lo cierto es que pienso que de todo
esta catástrofe (que no es, ni mucho menos, tan catastrófica como lo fueron
otras pandemias) ha de tener resultados positivos.
Mientras me
despisto en estos meandros que supongo que serán muy comunes a los que rondan a
todo el mundo estos días, sigo con mis lecturas del Decamerón.
La novela octava,
en la línea de los relatos morales y moralejeros, plantea la dialéctica entre
un hombre virtuoso, Guiglielmo
Borsiere, y un comerciante genovés, Herminio de Grimaldi, codicioso y
fanfarrón, avaricioso y putañero, que le comenta que acaba de construir una
nueva casa, un palazzo que sería la envidia de la ciudad. Le asegura que en su
sala principal va a encargar que sea decorada con algo asombroso, con lo nunca
visto, algo que fuera absolutamente desconocido.
Guiglielmo, sin
perder la compostura, le asegura que aquello que nunca ha visto, aquello que le
resultaría increíble y asombroso es que mandara pintar la cortesía.
Mientras escribo
esta entradilla estoy preparando un bizcocho para mi santo, todo un reto ya que
mi retiro no tengo horno.
Se multiplican los
seguidores del Diletante por Instagram, Facebook y Twiter. No siempre es
positivo ya que acabo de recibir un mensaje de una pretendida señora que me
pide disculpas, me anuncia que tiene un cáncer terminal, que tiene en el banco
150.000 euros y que quiere que la ayude a levantar un orfanato. Me resulta
tierno que a estas alturas del milenio se siga intentando las variantes del
timo nigeriano.
Sigo con mis
recetas de postres de la marquesa de Parabere (en estos 9 años debo llevar más
un centenar recetas inspiradas o directamente copiadas de la divina marquesa).
Esta vez es una variante del arroz con leche de ayer, lo llama arroz con leche
Maria Luisa.
Los ingredientes
son similares (no podía ser de otro modo). 150 gramos de arroz bomba, 50 gramos
de azúcar glass, ¾ de litro de lechem sal fina, ½ barrita de vainilla y, la
novedad, dos huevos.
La cocción del
arroz con leche es como la de la receta de ayer, pero la variante es que cuando
esté enfriando el arroz con leche se le añaden dos yemas de huevo que se
mezclan cuando el arroz ha perdido temperatura.
Se baten, por
separado, las claras hasta que queden a punto de nieve y se incorporan también
a la mezcla.
Se introduce en el
horno, en la parte alta, a la máxima temperatura, para que se gratine como si
fuera un suflé, con un poco de azúcar por encima para que se tueste.
Hay que llevarlo
rápido a la mesa para que no se baje el postre.
Una variante golosa
que haré cuando pueda volver a pasear durante una hora y media por la ciudad.
De momento, me
conformo con los personajes perplejos de Hopper. Mujer meditabunda frente a una
taza de café.
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