Ayer fui incapaz de
escribir mi capítulo del Diletante, nada grave, después de un mes y medio
escribiendo todos los días, ayer no tenía nada que contarme, por lo tanto no
tenía nada que contar.
A veces ocurre, te
quedas seco, no hay ningún hilo, por ligero que sea, que permita tirar aunque
fuera unos milímetros. Ni un cuadro, ni una lectura, ni una receta, ni una
anécdota. Estuve trabajando todo el día, quizá algo disperso, pero trabajando
bien, incluso tuve una videoreunión larga con compañeros. Pensaba que tendría
tiempo de leerme el capítulo del Decamerón y encontrar una brizna a la que
agarrarme, no la encontré.
Puede que sea uno
de los efectos de la “desecalada”, un palabro horrible, como es horrible el
conjunto de eufemismos inventados para la ocasión, creo que es un error.
Nuestro idioma tiene palabras preciosas y precisas para la vuelta escalonada,
gradual a la realidad. La realidad no es nueva, ni vieja, la realidad lo que
tiene es que es real. Ninguna realidad se parece a la anterior, todas tienen
sus matices y sus diferencias. Yo prefiero hablar de regreso gradual a la
normalidad.
Mi regreso a la
normalidad seguramente me llevará a la rutina de escribir más espaciado, elaborar
más las historias y las recetas, aunque me gustaría poder terminarme de leer el
Decamerón capítulo a capítulo, uno por día.
Yo creo que no
empezaré a volver a la normalidad hasta que no pueda ir al mercado. Estos días
no he bajado a ningún mercado, para mi eran espacios de socialización, de
charla relajada con los dependientes, de peleas con las pescateras. No me
adapto a la visita aséptica con guantes de latex y miedo al fin del mundo, así
no se pueden comprar unas cocochas de merluza.
El Boccaccio de hoy
sigue por la línea truculenta, esta vez un embarazo involuntario de una
adolescente. De nuevo un padre severo dispuesto a matar al mancillador “veneno o hierro, toma la que quieras de
estas dos muertes”. En el último párrafo la tragedia se salva, casi por los
pelos, y los amantes se casan y viven por siempre felices, con el padre
arrepentido.
Hoy de la marquesa
elijo la torta de nueves y avellanas. Una especie de pastel de Santiago para el
que se necesitan 125 gramos de nueces ralladas, 125 gramos de avellanas también
en polvo, azúcar (la Marquesa dice que 150 gramos, pero con 75 hay de sobra),
100 gramos de harina, 100 de mantequilla, 6 huevos, una copita de licor (ron o
coñac), tres o cuatro cucharadas de mermelada de albaricoque y poco más.
Para hacer la torta
se necesita un molde de bizcocho alto, que se engrasa y enharina.
Se empieza por los
frutos secos picados, se añade el azúcar, las yemas de huevo y el licor. Hay
que mezclar bien, batiendo con brío para que espume bien la yema. Se tamiza la
harina y se añade a la mezcla sin dejar de batir, para que la masa quede bien
empastada. Hay que batir con fuerza para que la masa vaya cogiendo aire.
Se baten aparte las
claras, hasta dejarlas a punto de nieve. Primero se incorpora ¼ de las claras
y, cuando se integre en la masa, se añade el resto, con cuidado, para no pierda
fuelle.
Se llena el molde y
se cuece a horno suave (120º) 40 minutos.
Cuando esté cocida,
se deja enfriar sobre una rejilla y, antes de servir, se cubre con la mermelada
de albaricoque y un poco de avellana espolvoreada.
Hoy Michael
Robinson ha cruzado el puente, una pena. Sería injusto reducir su figura a
simple comentarista de deportes, creo que era un grandísimo comunicador capaz
de transmitir la misma pasión y el mismo encanto pícaro hablara de lo que
hablara. Descanse en paz.
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