martes, 28 de abril de 2020

Capítulo DXLII.- Diez Jornadas (5-7) Veneno o hierro.

Ayer fui incapaz de escribir mi capítulo del Diletante, nada grave, después de un mes y medio escribiendo todos los días, ayer no tenía nada que contarme, por lo tanto no tenía nada que contar.
A veces ocurre, te quedas seco, no hay ningún hilo, por ligero que sea, que permita tirar aunque fuera unos milímetros. Ni un cuadro, ni una lectura, ni una receta, ni una anécdota. Estuve trabajando todo el día, quizá algo disperso, pero trabajando bien, incluso tuve una videoreunión larga con compañeros. Pensaba que tendría tiempo de leerme el capítulo del Decamerón y encontrar una brizna a la que agarrarme, no la encontré.
Puede que sea uno de los efectos de la “desecalada”, un palabro horrible, como es horrible el conjunto de eufemismos inventados para la ocasión, creo que es un error. Nuestro idioma tiene palabras preciosas y precisas para la vuelta escalonada, gradual a la realidad. La realidad no es nueva, ni vieja, la realidad lo que tiene es que es real. Ninguna realidad se parece a la anterior, todas tienen sus matices y sus diferencias. Yo prefiero hablar de regreso gradual a la normalidad.
Mi regreso a la normalidad seguramente me llevará a la rutina de escribir más espaciado, elaborar más las historias y las recetas, aunque me gustaría poder terminarme de leer el Decamerón capítulo a capítulo, uno por día.
Yo creo que no empezaré a volver a la normalidad hasta que no pueda ir al mercado. Estos días no he bajado a ningún mercado, para mi eran espacios de socialización, de charla relajada con los dependientes, de peleas con las pescateras. No me adapto a la visita aséptica con guantes de latex y miedo al fin del mundo, así no se pueden comprar unas cocochas de merluza.
El Boccaccio de hoy sigue por la línea truculenta, esta vez un embarazo involuntario de una adolescente. De nuevo un padre severo dispuesto a matar al mancillador “veneno o hierro, toma la que quieras de estas dos muertes”. En el último párrafo la tragedia se salva, casi por los pelos, y los amantes se casan y viven por siempre felices, con el padre arrepentido.
Hoy de la marquesa elijo la torta de nueves y avellanas. Una especie de pastel de Santiago para el que se necesitan 125 gramos de nueces ralladas, 125 gramos de avellanas también en polvo, azúcar (la Marquesa dice que 150 gramos, pero con 75 hay de sobra), 100 gramos de harina, 100 de mantequilla, 6 huevos, una copita de licor (ron o coñac), tres o cuatro cucharadas de mermelada de albaricoque y poco más.
Para hacer la torta se necesita un molde de bizcocho alto, que se engrasa y enharina.
Se empieza por los frutos secos picados, se añade el azúcar, las yemas de huevo y el licor. Hay que mezclar bien, batiendo con brío para que espume bien la yema. Se tamiza la harina y se añade a la mezcla sin dejar de batir, para que la masa quede bien empastada. Hay que batir con fuerza para que la masa vaya cogiendo aire.
Se baten aparte las claras, hasta dejarlas a punto de nieve. Primero se incorpora ¼ de las claras y, cuando se integre en la masa, se añade el resto, con cuidado, para no pierda fuelle.
Se llena el molde y se cuece a horno suave (120º) 40 minutos.
Cuando esté cocida, se deja enfriar sobre una rejilla y, antes de servir, se cubre con la mermelada de albaricoque y un poco de avellana espolvoreada.

Hoy Michael Robinson ha cruzado el puente, una pena. Sería injusto reducir su figura a simple comentarista de deportes, creo que era un grandísimo comunicador capaz de transmitir la misma pasión y el mismo encanto pícaro hablara de lo que hablara. Descanse en paz.
The Bridge Of Art, 1907 - Edward Hopper

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por los comentarios, es la única manera de poder mejorar. Esta página surge por la necesidad de compartir algunas inquietudes, de ahí la importancia de tu mensaje.