Bob Dylan on the radio.
Estoy escuchando
mucha música en los días. Una vez se actualizan las noticias (datos) y los
reales decretos del Boletín Oficial, lo demás son opiniones, críticas y
testimonios que no suelen llevar a ningún sitio, por eso busco alguna emisora
en la radio de las que sólo ponen música, a lo sumo la voz del locutor indicando
el título de la canción, una voz que suena metálica desde su casa.
Me gusta escuchar
Radio 3, no tienen publicidad y combinan bien música reciente con temas de toda
la vida. Cuando los niños toman el mando del dial me llevan a las
radiofórmulas. La música siempre va bien, siempre va bien, incluso la más
infame.
Estos días suena
Bob Dylan en la radio, acaba de sacar una nueva canción, la primera en muchos
años. No soy muy fanático de Dylan, me gustan más las versiones que de
canciones de Dylan han hecho otros, sin embargo es un personaje que me
interesa, ha ido evolucionando hasta convertirse en una especie de caricatura
de sí mismo, con la voz cascada, como si fuera una carraca. El rey de la impostura
(puede que se pasara un poco con su desprecio/aprecio por el premio Nobel).
Como tiene fama de ser muy tacaño al final la impostura cedió y mandó a recoger
el cheque, como cualquier mortal. Me gustó que Dylan se haya convertido en el
paradigma del nómada, embarcado desde hace años de una gira que se titula Never
Ending Tour, una excusa para no tener puerto fijo. Imagino que habrá quedado
fastidiado con este confinamiento global, ha tenido que suspender su huida
permanente y confinarse en un ático inmenso en Manhattan o en una casa de campo
en los Hamptons que nada tenga que envidiar a la del Gran Gastby.
Me gusta oírle de
viejo, convertido en un malandrín de película de espadachines, aunque en
músicos corsarios yo siempre he sido más de Willy Deville, un auténtico canalla
que murió olvidado y derruido.
Dylan acaba de
sacar una nueva canción, en realidad una letanía ya que no canta sino recita
sobre un fondo musical monocorde en el que se distingue sólo un piano, violines
y una levísima percusión que acompaña al rapsoda con ligeras variaciones de
tono.
La canción se
titula Murder Most Foul (el asesino más asqueroso) y arranca con el asesinato
de Kennedy un oscuro día de 1963, un día que pasará a la historia de la
infamia.
No ha sido posible
establecer la fecha de la canción, en cualquier caso anterior en unos meses a
la catástrofe del Covid-19, aunque la canción encaja perfectamente con los
tiempos y las angustias de estos días. Es esa intuición o suerte que dicen que
tienen los genios, la capacidad de anticiparse. Dylan, que además es un gran
comercial, se ha ocupado de lanzar la canción justo cuando la pandemia había
dejado de ser una anécdota en Estados Unidos, por eso la anunció en su web
oficial (http://www.bobdylan.com/) donde
colgó un enlace gratuito, con un mensaje a sus seguidores en el que les
agradece su apoyo y lealtad durante años, se despide advirtiendo: «Stay safe, stay observants and may God be
with you».
No sé si Murder
Most Foul es una buena canción, ni siquiera sé si es una canción, pero tengo
claro que será la banda sonora de estas semanas. Tiene una grandísima virtud,
dura casi 17 minutos, lo que hace que los presentadores o comentaristas de la
radio cuando pinchan la canción (y en Radio 3 la pinchan 2 ó 3 veces al día) pueden
ir al cuarto de baño, o a prepararse un sándwich, da tiempo de sobra para hacer
todo tipo de gestiones domésticas. Una de las ventajas del teletrabajo es esa,
la de poder acercarse a la nevera para picar algo mientras Dylan retruena como
el dios del Apocalipsis.
Dylan podría ser
uno de los personajes del Decamerón, puede que el cura confesor que
protagonizaba el relato del día, un fraile que utiliza la protagonista de la
novelilla para conseguir los favores de un hombre que le gustaba. La historia
en sus bases morales es muy parecida a las anteriores, cada vez más libertina y
desenfadada. Esta vez es una noble señora que se casa, por interés, con un rico
tratante de lana que le interesa muy poco, que no le atrae nada y que incluso le
da un poco de asco. Ella queda engatusada por otro noble de buena planta, sin
dinero, con el que sí le apetece la coyunta, pero como es una señora y no
quiere poner en riesgo su virtud, urde una pequeña trama de engaños por medio
de un fraile que es confesor del gallardo noble. A través de diversas
confesiones y previo pago de importantes limosnas al confesor, consigue el que
cura haga de celestino a su pesar hasta conseguir que el noble se cuele por la
ventana de su palazzo, donde ella le espera desnuda. Dylan sería perfecto para
el papel de confesor.
Hoy la divina
Marquesa me propone un tour por los sablés, una pasta muy fina hecha a base de
mantequilla y harina que puede servir tanto para preparar galletitas para el
té, como de base para un pastel.
Advierte la
Parabere de que la pasta sablé se tiene que elaborar muy rápido, con sobo, que
requiere mucho reposo (5 ó 6 horas a temperatura templada).
Para un sablé
sencillo (tiempo habrá de meternos en complicaciones) se necesitan 125 gramos
de harina de fuerza, 100 gramos de mantequilla, 60 gramos de azúcar glas, una
yema de huevo, una cucharada de agua fría y un pellizco generoso de azúcar avainillado.
Se pasa la harina por un tamiz y se
mezcla con el azúcar. Se coloca en círculo sobre una superficie de mármol y en
el centro se pone la yema de huevo con una cucharada de agua bien fría, la
mantequilla en trocitos y el azúcar avainillado.
Se mezcla bien la
yema, el agua, la mantequilla y el azúcar avainillado. La marquesa dice que hay
que coger a puñados, dejando que la mantequilla se salga y escape entre los
dedos. Hay que afinarlo bien en cinco o seis minutos, antes de mezclarlo con la
harina.
Es importante que
la masa no tome correa, no quede flexible o gomosa, sino una pelota dulce y
pringosa.
Se coloca en un
bol, se cubre con un paño y se deja reposar un mínimo de una hora (recomendable
5 ó 6).
Una vez reposada se
lanza la masa sobre una mesa de mármol debidamente enharinada, o directamente
sobre papel de horno satinado y untado con un poco de mantequilla, para que no
se pegue, se enharina un poco más la masa y se estira con un rodillo hasta
conseguir una masa plana de apenas 5 ó 6 milímetros de grueso. Con la punta de
un cuchillo se corta la masa en pequeños discos circulares y cada disco se
divide por la mitad (como una media luna).
Se cuece en el
horno, precalentado 140º. La cocción no debe ser superior a 12 ó 15 minutos. Se
sacan rápido y con cuidado, porque el sablé es muy frágil. Conviene
desprenderlos rápido de la placa del horno porque son tan delicados que si
están mucho tiempo en contacto con el metal pueden amargarse.
Edward Hopper en el
viernes de dolores, sin quebrantar las normas del confinamiento, nos da algo de
asueto.
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