martes, 7 de abril de 2020

Capítulo DXXII.- Diez Jornadas (3.7) Las virtudes de un reloj roto.

Regreso al diletante ya con luz y compruebo el recetario de la Marquesa de Parabere para comprobar que no he terminado de acertar con la receta de la marquesa para las torrijas.
En la primera entrada del capítulo de masas fritas, se hace referencia a las torrijas de crema, receta que en realidad es una leche frita con manteca, no lleva pan. La receta que he puesto esta mañana es, en el glosario de la divina Marquesa, la llamada tostada de pan a la vasca.
No me preocupa el no haber acertado, al fin y al cabo hasta un reloj roto acierta la hora dos veces al día. En definitiva, lo importante no es acertar, sino aplicar una metodología acertada.
Tal vez atendiendo a esta máxima de la sabiduría humana que le quita importancia al acierto, es como valoro las decisiones de estos días. Creo que en una situación como ésta resulta muy complicado acertar, sobre todo tomar una decisión que suponga un acierto para la mayoría de intereses en juego. Cada decisión que los que mandan han tenido que adoptar estos días ha tenido que jugar por el difícil filo entre la sanidad y las libertades, entre la correcta gestión de los servicios y la incorrecta decisión sobre la economía, entre la opción más cómoda y la más comprometida, entre la opción que más apetece escuchar y la que pueda resultar más viable. Por eso creo que no es especialmente importante el acertar, sino el de aplicar una metodología correcta, tomar el camino que resulta menos malo y, sobre todo, ser coherente, no ir dando tumbos orientándose por el ruido que suena a uno y otro lado de la calle. Es muy fácil criticar cuando no se tienen responsabilidades, aunque tal vez hubiera venido bien haber buscado más consensos previos.
No sé. Al final apuesto por los relojes rotos.
Boccaccio mantiene en el relato de esta tarde una dura diatriba contra el clero, a quien imputa todos los males y perversiones llamándoles tragasopas manducador se tortas.
Una pareja de enamorados ve roto su idilio por los consejos de un fraile que obliga a uno de los amantes a marchar a Costantinopla, dejando a su amada con su marido (el fraile lo que afeaba era la infidelidad). Regresa el amante de su huida a Costantinopla y descubre que el marido de su amada ha sido acusado y encarcelado por la presunta muerte del amante. La circunstancias le llevan a deshacer el entuerto para conseguir liberar a su rival y, a la vez, recuperar los favores de su amada.
De nuevo juegos galantes, equívocos y una visión despectiva de la iglesia.
Recupero la primera de las recetas de torrija de la Parabere. Se necesitan 120 gramos de azúcar glas, 60 gramos de harina, dos huevos, ½ litro de leche, limón, canela o vainilla, más harina y huevo para rebozar la leche cuajada, que luego se fríe.
Se ponen en un cazo los dos huevos y el azúcar. Se mezcla bien. En frio.
Se diluye aparte la harina tamizada en un poco de leche fría. Una vez diluida la harina, se mezcla con los huevos y el azúcar y se aromatiza con la canela o la vainilla y la corteza de limón.
Se cuece a parte el resto de leche, agregando poco a poco la mezcla de huevos, harina y azúcar. Se remueve con rapidez, a medida que la leche va tomando temperatura. Se remueve deprisa con un batidor, para que no queden grumos. Hay que batir sin parar, así tampoco se quema. Poco a poco se va cuajando la crema, hasta que queda casi sólida. Importante que se cuaje sin quemar y sin que haga grumos.
Se aparta del fuego y se traslada a una bandeja de cristal, de paredes altas. Se deja al fresco para que termine de cuajarse.
Una vez fría y cuajada la crema, se divide en porciones cuadradas. Se pasapor harina, por huevo batido y se fríen, fuego vivo, con abundante aceite.
Nada más sacar la leche frita de la sartén se escurre bien y se pasa por una mezcla de azúcar y canela.

Hoy Hopper se cuela en una cocina.
"Edward Hopper's Truro Studio Kitchen," oil on panel, 16 x 12", 2012 by Philip Koch

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