Estos días más
resuena una frase que atribuyen a Mark Twain, que, en su biografía, afirma que
hay tres tipos de mentiras: Las mentiras, las malditas mentiras y las
estadísticas.
Esa referencia, que
otros atribuyen a Disraelí, incluso a Churchill, puede servir para relativizar
los datos que recibimos todos los días. Siendo importantes los datos, hay que
relativizarlos ya que no dejan de ser una manera de medir. Lo importante no es el
resultado estadístico, sino la manera en la que se mide, el método.
Casi me da más
miedo que se diga que en Rusia o en México no hay prácticamente muertos por
coronavirus, que los datos que da todas las mañanas en ministro de sanidad.
Podría ser positivo llegar a afirmar que en España hay medio millón de
contagiados si se tuviera la certeza de que es cifra cierta, que se han hecho
todas las pruebas y test necesarios y que esa es la cifra real.
De ahí el valor
indicativo de las cifras que nos dan. Cuando se convierten en estadísticas se
convierten en la más atroz de las mentiras.
Boccaccio va
agotando la cuarta jornada con nuevas atrocidades. Esta vez son unos jóvenes
amantes clandestinos que tienen la misma noche un sueño inquietante. Cuando
intercambian en su encuentro nocturno ese sueño al chico muere, cae fulminado,
por lo que el sueño no era sino el augurio de una desgracia.
La chica,
Andreuola, entra en pánico, rompe a llorar y no sabe qué hacer con el cadáver.
Ayudada por una criada, intenta llevar a escondidas el cuerpo de su amado, con
la mala fortuna de ser sorprendida por un alguacil que la apresa y acusa de la
muerte del infortunado.
Ella, que sigue
sumida en la mayor de las penas, pide auxilio a su padre, le revela sus amoríos
prohibidos y obtiene el perdón del alguacil y del padre, pero tan hondo es su
pesar que decide ingresar en un monasterio de clausura. Poco le duró la alegría
y el amor a la podre Andreuola.
La receta de la
Marquesa para hoy es sencilla, muy sencilla. Un mantecado de piñones. Me ha
hecho gracia que la severa marquesa, siempre precisa, en esta receta no
establece la cantidad de harina para la receta, se despacha advirtiendo que la
receta necesitará la harina necesaria. En eso la marquesa evita el riesgo de
medir equivocadamente.
EL mantecado de
piñones necesita 250 gramos de manteca de cerdo, 100 gramos de azúcar molido (sigo
reduciendo en más de la mitad las cantidades que propone la marquesa), 190
gramos de piñones molidos, dos huevos y la susodicha harina a necesidad.
Conviene que los
ingredientes estén a temperatura ambiente, incluso un pelín templados.
Se extiende la grasa
de cerdo sobre una superficie de mármol, se añade el azúcar, los piñones y los
huevos, se mezcla todo y se incorpora poco a poco la harina hasta que la masa
se uniforme, quede dura y pueda manejarse sin que se pegue a la mesa.
Afinada la masa, se
pasa un rodillo hasta conseguir un grosor no superior al “canto de un duro”
(ahora un euro). Se corta en discos pequeños y se cuecen 15 minutos con el
horno caliente (ojo porque la manteca se deshace rápido, por eso es importante
que la masa absorba bien los huevos, que sean hermosos y que, ante la duda, se
añada un huevo más para evitar la torpeza que atribuyen al que asó la manteca).
Se espolvorea azúcar
glas o canela cuando los discos estén fríos y se llevan a la mesa servidos
sobre un papel que absorba los restos de grasa.
Hoy Hopper amanece
en Pennsylvania.
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