jueves, 16 de abril de 2020

Capítulo DXXXI.- Diez Jornadas (4.6).- Los datos y sus riesgos.

Estos días más resuena una frase que atribuyen a Mark Twain, que, en su biografía, afirma que hay tres tipos de mentiras: Las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas.
Esa referencia, que otros atribuyen a Disraelí, incluso a Churchill, puede servir para relativizar los datos que recibimos todos los días. Siendo importantes los datos, hay que relativizarlos ya que no dejan de ser una manera de medir. Lo importante no es el resultado estadístico, sino la manera en la que se mide, el método.
Casi me da más miedo que se diga que en Rusia o en México no hay prácticamente muertos por coronavirus, que los datos que da todas las mañanas en ministro de sanidad. Podría ser positivo llegar a afirmar que en España hay medio millón de contagiados si se tuviera la certeza de que es cifra cierta, que se han hecho todas las pruebas y test necesarios y que esa es la cifra real.
De ahí el valor indicativo de las cifras que nos dan. Cuando se convierten en estadísticas se convierten en la más atroz de las mentiras.
Boccaccio va agotando la cuarta jornada con nuevas atrocidades. Esta vez son unos jóvenes amantes clandestinos que tienen la misma noche un sueño inquietante. Cuando intercambian en su encuentro nocturno ese sueño al chico muere, cae fulminado, por lo que el sueño no era sino el augurio de una desgracia.
La chica, Andreuola, entra en pánico, rompe a llorar y no sabe qué hacer con el cadáver. Ayudada por una criada, intenta llevar a escondidas el cuerpo de su amado, con la mala fortuna de ser sorprendida por un alguacil que la apresa y acusa de la muerte del infortunado.
Ella, que sigue sumida en la mayor de las penas, pide auxilio a su padre, le revela sus amoríos prohibidos y obtiene el perdón del alguacil y del padre, pero tan hondo es su pesar que decide ingresar en un monasterio de clausura. Poco le duró la alegría y el amor a la podre Andreuola.
La receta de la Marquesa para hoy es sencilla, muy sencilla. Un mantecado de piñones. Me ha hecho gracia que la severa marquesa, siempre precisa, en esta receta no establece la cantidad de harina para la receta, se despacha advirtiendo que la receta necesitará la harina necesaria. En eso la marquesa evita el riesgo de medir equivocadamente.
EL mantecado de piñones necesita 250 gramos de manteca de cerdo, 100 gramos de azúcar molido (sigo reduciendo en más de la mitad las cantidades que propone la marquesa), 190 gramos de piñones molidos, dos huevos y la susodicha harina a necesidad.
Conviene que los ingredientes estén a temperatura ambiente, incluso un pelín templados.
Se extiende la grasa de cerdo sobre una superficie de mármol, se añade el azúcar, los piñones y los huevos, se mezcla todo y se incorpora poco a poco la harina hasta que la masa se uniforme, quede dura y pueda manejarse sin que se pegue a la mesa.
Afinada la masa, se pasa un rodillo hasta conseguir un grosor no superior al “canto de un duro” (ahora un euro). Se corta en discos pequeños y se cuecen 15 minutos con el horno caliente (ojo porque la manteca se deshace rápido, por eso es importante que la masa absorba bien los huevos, que sean hermosos y que, ante la duda, se añada un huevo más para evitar la torpeza que atribuyen al que asó la manteca).
Se espolvorea azúcar glas o canela cuando los discos estén fríos y se llevan a la mesa servidos sobre un papel que absorba los restos de grasa.

Hoy Hopper amanece en Pennsylvania.
Amanecer en Pennsylvania de Edward Hopper | | Most-Famous ...

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