La vigesimosegunda
aventura del Decamerón es una historieta sobre infidelidades, venganzas y
engaños en un palacio de la Lombardía. Los protagonistas son un palafrenero y una
reina que cuando quería cabalgar prefería cabalgar en el palafrén (Boccaccio
dixit). La novela termina con un corte de pelo colectivo.
La solución del
corte de pelo me devuelve a mi obsesión por los reales decretos. Me divirtió
que en el primero de ellos se salvara del cierre de negocios a las peluquerías
a domicilio. Aquella licencia dio lugar a toneladas de bromas a costas de los
peluqueros, hasta que al final se tuvo que corregir la licencia e incluir a las
peluquerías entre los negocios cerrados, junto a las bibliotecas, los sexshops,
las librerías que ofrecían café, las galerías de arte, los teatros y los
auditorios. Sin embargo, se salvaron las tintorerías, las ópticas y las
ortopedias.
Esta mañana he
tenido que repasarme, a escondidas, las patillas para eliminar las volutas canosas
que me hacían parecer un decadente senador romano. Al paso que vamos tendremos
que repasarnos las greñas frente al espejo. Ya he visto a alguna mamá del
colegio tintándose las canas en Instagram a ritmo de Queen.
Otras profesiones
tendrían que haber sido preservadas por los reales decretos, no sólo a los
poetas líricos, que a los pobres los olvidamos siempre, sino a los
estadísticos, que son fundamentales para saber si la curva se suaviza o no se
suaviza, porque si no los datos diarios son un horror.
Y vendría bien
algún lingüista, algún correctos de estilo porque hay parrafadas en los reales
decretos que terminan siendo un sindiós, una loa a la escena de los hermanos
Marx de la parte contratante de la primera parte.
No he hecho durante
el confinamiento ninguno de los pasteles que me he estudiado, los dejo todos
para el día de la liberación, pero puede que la propuesta de hoy, las peras a
la San Amando, sí que me anime a hacerlas el sábado próximo. Mis hijos han
pedido cocinar ellos con libertad absoluta en la cocina, dejándonos a los
mayores el postre.
Para las peras a la
San Amando se necesitan seis peras de tamaño mediano, 375 gramos de azúcar,
medio litro de agua y una varita de vainilla. También un poco de zumo de limón
para que no se oxiden las peras.
Para la crema
(porque San Amando quería sus peras rellenas de crema), 60 gramos de azúcar, 40
gramos de harina, 3 yemas de huevo, un cuarto de litro de leche, 6 cerezas
confitadas y vainilla (con la opción de sustituir la vainilla por corteza de
limón).
Se pelan las peras,
vaciando el centro de cada una. Se ponen en un bol grande con agua muy fría, se
le añade un poco de zumo de limón.
Se pone un cazo de
bordes altos al fuego con el medio litro de agua, el azúcar y la vainilla.
Cuando empiece a hervir se incorporan la peras que se hierben a fuego suave hasta
que queden tiernas, cuidando que no se deshagan. La pera es muy terrosa y se
convierte rápido en compota.
Se escurren las
peras y se ponen en un plato.
En una cazuela a
parte se confecciona una crema pastelera con cualquier receta al uso.
Entibiada la crema,
se rellenan los huecos de las peras, colocando previamente en la parte inferior
una cereza confitada que sirve de tapón.
Con el agua en la
que se ha cocido la pera se enciende el fuego y se deja reduciendo hasta que
quede un almíbar denso, o incluso un caramelo líquido, para bañar las peras
antes de servir.
Hoy Hopper nos
anima a hablar con los vecinos.
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