Hoy el día ha
amanecido frio, con una niebla que impide ven un poco más allá del jardín. Han
bajado mucho las temperaturas y enseguida ha empezado a llover sin parar, una
cortina permanente de agua.
He bajado a comprar
el pan y el periódico. El camino que lleva de la casa al centro del pueblo
estaba lleno de cuervos inquietos. Aunque estamos en la ladera de un monte,
escondidos en un frondoso pinar, no es fácil ver cuervos, por lo menos no era
fácil hasta hace unas semanas. Algunas mañanas he visto ardillas cruzando la
carretera alegremente y por las noches los jabalíes bajan a la puerta de las
casas a hurgar por las basuras.
Las calles estaban
desiertas, por fin desiertas, porque en los últimos días el pueblo estaba más
concurrido que un día de fiesta, la gente se ha sacudido del miedo inicial y
necesitaba calle, aunque fuera haciendo cola con mascarilla y guantes.
Hoy, sin embargo,
el pueblo estaba completamente vacío, nadie pasaba por la calle principal y,
por primera vez en muchos días, no tuve que hacer cola en la panadería.
Son tiempos
extraños y los hados de los reales decretos no sólo se empeñan en que no
sepamos en qué día de la semana vivimos. No sólo nos han instalado en un cansino
domingo por la tarde, sino que ahora parecen buscar que no sepamos ni siquiera
en qué mes vivimos, por eso los meteorólogos anuncian que durante los próximos
días volverá el frio y la lluvia. Volveremos al mes de noviembre y nos
instalaremos en ese noviembre ambiguo durante una semana.
Puede que sea una
señal, una especie de breve viaje en el tiempo que me permita regresar a
mediados de noviembre del año pasado, como en la película About Time, una peliculilla no muy ambiciosa, pero muy entretenida
que contaba la historia de una familia que podía viajar en el tiempo entrando
en un armario. Sus viajes no tenían el glamour de las películas americanas, no
pretendían salvar el mundo, sino hacer pequeños ajustes cotidianos en sus
vidas, aún a sabiendas de que si movían una pieza de la historia, por pequeña
que fuera, corrían el riesgo de trastocar aspectos fundamentales de sus amores
y pasiones (en una de las escenas el hijo del protagonista cambia un detalle
ínfimo y pierde al amor de su vida).
El 28 de noviembre
de 2019 hice una entrada en el blog escribiendo sobre una receta de asado de
tira guisado a baja temperatura con un papillote que me explicó mi carnicero (https://undiletanteenlacocina.blogspot.com/2019/11/capitulo-cdxc-cocinar-veces-es-no.html). Hace semanas que no veo a mi carnicero. Es una de
las disfunciones de pasar la pandemia lejos de casa, he tenido que sustituir a
mis proveedores oficiales.
Los periódicos del
28 de noviembre de 2019 eran bastante anodinos, hablaban de Vox, de los
independentistas, entrevistaban a Lula, de Tamara Falcó, que acababa de ganar
Masterchef. Los ingleses estaban a punto de votar nuevo gobierno, Trump apoyaba
a los manifestantes de Hong Kong, por tocarle las narices a los chinos. Las
bases de Podemos votaban a favor de un pacto de gobierno con el PSOE. La gente
leía poco y Messi seguía metiendo goles.
Imagino, durante
unos instantes, lo que sería regresar a finales de noviembre, con el frio y la
niebla sobre la cabeza, pero sabiendo lo que se nos venía encima. Supongo que
aunque pudiera acercarme a cualquiera de los que mande para advertirles que en
pocos meses tendríamos que suspender las clases, quedarnos encerrados en casa,
pasear con mascarillas, mantener lo que “eufemísticamente” se llama
distanciamiento social. Habrían pensado
que estaba loco o que era un iluminado.
Es curioso porque
justo por esas fechas, incluso un poco antes, a finales de octubre de 2019, la
ex directora de la Organización Mundial de la Salud (Gro Harlem Brundtland) escribió
un artículo que empezaba así: «
Imaginemos el
siguiente escenario. En cuestión de días, una epidemia de gripe letal se
propaga por todo el mundo, interrumpiendo el comercio y el turismo, desatando
un caos social, destrozando la economía global y poniendo en peligro decenas de
millones de vidas. Un brote de enfermedad de gran escala es una perspectiva
alarmante –pero completamente realista-. Para mitigar los riesgos, el mundo
debe tomar medidas hoy para estar preparado.»
(Quien no se crea la fecha y el contenido del artículo puede pinchar en este
enlace:https://www.project-syndicate.org/commentary/preventing-next-pandemic-security-risk-by-gro-harlem-brundtland-and-elhadj-as-sy-2019-10?barrier=accesspaylog).
Boccaccio sigue con
amantes imposibles y truculencias con final trágico. Esta vez un marido
despechado por los amoríos de su esposa, mata al amante con sus propias manos y
ordena estofar su corazón, para que se lo coma la mujer, que, al saber que se
ha comido el corazón de su amado, se lanza por una ventana.
La Marquesa me
lleva hoy a los melindros. Se necesitan 150 gramos de azúcar glas, 200 gramos
de harina, 6 huevos hermosos, un limón y 2 hojas de papel de estraza.
La divina Marquesa
recomienda batir las yemas de los huevos en una vasija de loza, con el azúcar y
un poco de corteza de limón rallada. Hay que batir bien, para que quede una
masa consistente y aireada. En el tramo final se añade la harina tamizada
En un perol aparte
se baten las claras a punto de nieve (con una gota de limón y una pizca de sal
para que aguante firme). El punto de nieve ha de quedar lo más duro posible,
marcando puntas que no se aflojen.
Se mezclan la masa
de las yemas azucaradas y la harina con las claras a punto de nieve. Hay que
tener cuidado, remover lentamente, con una espátula, para que no pierda el aire.
Se pasa la masa a
una manga pastelera de boca ancha y se van haciendo los melindros, alargados y
estrechos, de la extensión de la palma de la mano, se van colocando sobre papel
de estraza, un poco separado cada bizcochuelo. Se espolvorea un poco de azúcar glas
y se cuecen al horno (140º) durante 8 minutos, mejor si no quedan muy tostados.
Han de quedar esponjosos.
Hoy toca una
acuarela de Hopper, lluvia sobre un rio.
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