domingo, 5 de abril de 2020

Capítulo DXX.- Diez Jornadas (3.5) Domingos desdomingados.

Creo que en alguna otra ocasión he utilizado la referencia a obra de teatro de Jesús Cracio que se titulaba “Los domingos matan más hombres que las guerras”. No vi la obra, que se estrenó en 1999, pero el título me pareció fantástico.
Uno de los temores que generaba la situación de confinamiento era que cada uno de los días pudiera convertirse en un domingo por la tarde de otoño, con todas sus telarañas y musarañas. Instalarnos en un domingo permanente era todo un riesgo. En mi caso he conseguido, ya desde hace muchos años, desdomingar los domingo, suele ser el día que más trabajo, me sigo levantando pronto, muy pronto, y mi biología no entiende de domingos remoloneando en la cama.
Hoy a las 7 de la mañana empecé a escribir sobre las posibilidades de incorporar a la jurisdicción civil el sistema de pleitos “testigo” de los procedimientos contencioso administrativos y a las 8 de la tarde he conseguido terminar lo que me había propuesto. Entre medias he preparado un arroz de pescado para la tropa, un puré de verduras para la cena y una larga videollamadas con varios papas del cole para ponernos al día de nuestras pequeñas y grandes miserias.
Así las cosas, con mi domingo desdomingado, queda poco espacio para diletancias en la cocina. La reseña del cuentecillo del Decamerón es poco reseñable, sobre todo si la comparo con las de días anteriores, que fueron francamente divertidas. Boccaccio sigue contando historias de maridos tacaños y egoístas, en este caso un comerciante que no quiere gastarse el dinero en un caballo, por lo que acuerda con un vecino apuesto, al que llamaban el Acicalado, que le preste su caballo a cambio de que el tacaño permita al Acicalado trasladarle algunas confidencias a su esposa.
A raíz del acuerdo sobre el uso del caballo y la posibilidad de realizar ciertas confidencias a la mujer del micer (abogado) Francesco Vergellesi (así se llamaba el avaro), quedaron todos contentos. Francesco pudo usar el caballo del vecino y el vecino seducir a la esposa del micer, de modo que todos montaron felizmente.
De la marquesa tomo una receta sencilla de peras que llama a la polaca, unas peras con mermelada de albaricoque, cubiertas con merengue.
La divina marquesa se da una licencia al afirmar que no son necesarias cantidades pues se hace a capricho.
Se necesitan ocho o diez peras sanas, han de pelarse, cortarse en cuatro porciones, despepitándolas. Se maceran con un puñado de azúcar y una copita de ron o de coñac. Se dejan macerando durante 2 horas (no le va mal un poco de zumo de limón).
Se escurren las peras y se conserva el jugo.
En una cacerola resistente se ponen 2 ó 3 cucharadas de mermelada de albaricoque (cualquier otra mermelada iría bien, va en gustos), se pone otra capa con las peras cuarteadas, otra capa de mermelada, una más de peras y así se llena la tartera o cacerola. Se espolvorea un poco de almendra molida o laminada, el jugo de la maceración de las peras por encima y se tapa, dejándolo cocer a fuego muy lento durante 40 minutos. Una vez se haya compotado todo, sin que se deshagan las peras, se deja enfriar bien y se añade después una capa de merengue a la que se le puede dar un golpe final de gratinado para que quede tostada.
Se lleva a la mesa y a disfrutar.

Hopper nos permite hoy, que es un domingo desdomingado, tomar un poco de sol frente a la ventana.
Woman in the Sun, 1961 - Edward Hopper

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