Creo que en alguna otra ocasión he
utilizado la referencia a obra de teatro de Jesús Cracio que se titulaba “Los domingos matan más hombres que las
guerras”. No vi la obra, que se estrenó en 1999, pero el título me pareció
fantástico.
Uno de los temores que generaba la
situación de confinamiento era que cada uno de los días pudiera convertirse en
un domingo por la tarde de otoño, con todas sus telarañas y musarañas.
Instalarnos en un domingo permanente era todo un riesgo. En mi caso he
conseguido, ya desde hace muchos años, desdomingar los domingo, suele ser el
día que más trabajo, me sigo levantando pronto, muy pronto, y mi biología no
entiende de domingos remoloneando en la cama.
Hoy a las 7 de la mañana empecé a escribir
sobre las posibilidades de incorporar a la jurisdicción civil el sistema de
pleitos “testigo” de los procedimientos contencioso administrativos y a las 8
de la tarde he conseguido terminar lo que me había propuesto. Entre medias he
preparado un arroz de pescado para la tropa, un puré de verduras para la cena y
una larga videollamadas con varios papas del cole para ponernos al día de
nuestras pequeñas y grandes miserias.
Así las cosas, con mi domingo desdomingado,
queda poco espacio para diletancias en la cocina. La reseña del cuentecillo del
Decamerón es poco reseñable, sobre todo si la comparo con las de días
anteriores, que fueron francamente divertidas. Boccaccio sigue contando
historias de maridos tacaños y egoístas, en este caso un comerciante que no
quiere gastarse el dinero en un caballo, por lo que acuerda con un vecino
apuesto, al que llamaban el Acicalado, que le preste su caballo a cambio de que
el tacaño permita al Acicalado trasladarle algunas confidencias a su esposa.
A raíz del acuerdo sobre el uso del caballo
y la posibilidad de realizar ciertas confidencias a la mujer del micer
(abogado) Francesco Vergellesi (así se llamaba el avaro), quedaron todos
contentos. Francesco pudo usar el caballo del vecino y el vecino seducir a la
esposa del micer, de modo que todos montaron felizmente.
De la marquesa tomo una receta sencilla de
peras que llama a la polaca, unas peras con mermelada de albaricoque, cubiertas
con merengue.
La divina marquesa se da una licencia al
afirmar que no son necesarias cantidades pues se hace a capricho.
Se necesitan ocho o diez peras sanas, han
de pelarse, cortarse en cuatro porciones, despepitándolas. Se maceran con un
puñado de azúcar y una copita de ron o de coñac. Se dejan macerando durante 2
horas (no le va mal un poco de zumo de limón).
Se escurren las peras y se conserva el
jugo.
En una cacerola resistente se ponen 2 ó 3
cucharadas de mermelada de albaricoque (cualquier otra mermelada iría bien, va
en gustos), se pone otra capa con las peras cuarteadas, otra capa de mermelada,
una más de peras y así se llena la tartera o cacerola. Se espolvorea un poco de
almendra molida o laminada, el jugo de la maceración de las peras por encima y
se tapa, dejándolo cocer a fuego muy lento durante 40 minutos. Una vez se haya
compotado todo, sin que se deshagan las peras, se deja enfriar bien y se añade
después una capa de merengue a la que se le puede dar un golpe final de
gratinado para que quede tostada.
Se lleva a la mesa y a disfrutar.
Hopper nos permite hoy, que es un domingo
desdomingado, tomar un poco de sol frente a la ventana.
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