La octava novela de
la quinta jornada del Decamerón es la historia de Nastagio Degli Onesti, una de
los relatos más conocido del libro de Boccaccio ya que fue inmortalizada por
Sandro Botticelli en los cuatro cuadros que explicaban gráficamente la leyenda también
conocida como el Infierno de los Amantes Crueles.
Le robo a la guía
virtual del museo del Prado (https://www.museodelprado.es/aprende/enciclopedia/voz/historia-de-nastagio-degli-onesti-botticelli/a97a1a4d-0e29-4a71-b00a-51164ba45110) «El relato, contado por Filomena, cuenta la
historia de Nastagio, un joven noble de Rávena rechazado por la hija de Paolo
Traversari, de linaje más alto que el suyo. Nastagio, despechado, empezó a
dilapidar su fortuna, de forma que sus amigos decidieron llevarlo a Chiassi, un
pinar a las afueras de Rávena. El primer panel, que contiene tres escenas,
muestra a Nastagio despidiéndose de sus amigos e internándose para meditar en
un pinar (1), donde ve a una bella mujer atacada por mastines y perseguida por
un jinete (2). Nastagio trata de ayudarla pero el caballero, Guido degli
Anastagi, le disuade tras contarle su historia (3). Como Nastagio, también él
amó a una joven que no le correspondía y cuyo rechazo le llevó al suicidio. Su
muerte no conmovió a la joven, quien al morir fue condenada al infierno por su
indiferencia. Allí se castigó a ambos con la persecución que Nastagio había
presenciado, que debía repetirse cada viernes durante tantos años como meses
ella le había ignorado. Cada vez que Guido alcanzaba a la joven abría su
costado y arrojaba a los perros su corazón, antaño insensible tanto al amor
como a la conmiseración. En el segundo panel, también con tres escenas,
Nastagio huye asustado al presenciar cómo Guido extrae el corazón de la joven
(1) que devoran los mastines (2) mientras al fondo se reinicia la persecución
(3). Tras la repulsa inicial, Nastagio pensó sacar provecho de la historia e
invitó a cenar a su amada con sus familiares. El tercer panel (con dos
episodios) muestra la reacción ante los acontecimientos de los invitados,
distribuidos por sexos en dos mesas (1), y cómo la amada de Nastagio le hace
saber, mediante una anciana criada, que accede a sus demandas, a la derecha del
espectador (2). Nastagio quedó muy contento, pero alegando que su placer no
debía poner en peligro el buen nombre de ella, le pide que se casen. La cuarta
tabla representa el banquete nupcial, no descrito por Boccaccio, quien acababa
su relato afirmando que las mujeres de Rávena quedaron tan amedrentadas con lo
sucedido, que en adelante fueron más complacientes con los placeres de los
hombres».
Es curioso que en
el siglo XIII se hiciera ya una primera prueba sobre el “día de la marmota”, la escena que se repite constantemente como
penitencia hasta expiar los pecados. Una sensación que vivimos ahora.
No sé si son los
tiempos, pero muchos días siento que es ese día de la marmota. Como muestra la
página web de La Vanguardia en la que consulto diariamente los datos de
evolución del Covid-19 (https://www.lavanguardia.com/vida/20200323/4850693664/numeros-contagiados-muertos-coronavirus-spana-mundo.html). Todas las mañanas cuando abro la página me da un
sobresalto el corazón porque desde hace muchos días arranca con la misma frase:
«España entra en la segunda semana de
confinamiento entre cifras que hacen al país como uno de los más afectados por
la pandemia del coronavirus en el mundo.» Actualizan los datos, pero no el
encabezamiento de la noticia, por lo que pienso que todavía es 30 de marzo,
cuando estábamos escalando.
La historia de hoy
de Boccaccio merece una receta clásica, el Plum-cake.
Se necesitan 250 gramos de harina, la
misma cantidad en peso de mantequilla, la misma cantidad de azúcar moreno
(incluso un poco menos), 125 gramos de pasas de corinto y otros 125 gramos de
pasas sultanas, 125 gramos de fruta confitada (piel de naranja y limón es
suficiente). 4 huevos, 2 cucharaditas de levadura en polvo royal, un par de
copitas de ron, Más mantequilla para untar el molde de plum-cake y papel de
cocina satinado.
Hay que poner las
pasas (sin pepitas ni rabillos) y la fruta confitada en remojo con el licor.
Dejar que maceren unas horas.
Se engrasa el molde
del bizcocho y se cubre de papel satinado.
En un lebrillo se
pone la mantequilla en pomada, se bate con una cuchara hasta que empiece a espumar.
Se añade el azúcar y vuelve a batirse un rato hasta que empiece a espumar de
nuevo.
Se van incorporando
uno por uno los huevos, batiendo con unas varillas, para que coja más aire la
masa.
Después se pone
tamizada previamente la harina, mezclada con la levadura en polvo.
Es el momento de
escurrir las pasas y la fruta cortada en trocitos pequeños. Se añade a la masa
y se distribuye, intentando que no queden en el fondo.
Se vierte el
preparado en el molde, se encaja bien la masa dando un golpe y se coloca en la
parte baja del horno, a 150º. Se cuecen lentamente, más de 40 minutos. Mejor
que suba poco a poco, que se tueste bien (cuidando que no se queme la parte
superior). Se sabe si está hecho si al pinchar con la punta de un cuchillo
queda limpia la hoja.
Cuando esté bien
cocida (cada horno es un misterio). Se deja reposar en una rejilla y directa a
la mesa, para el desayuno o la merienda.
Hopper se descuelga
con un lánguido apunte de un desnudo femenino. Nada que envidiar en sensualidad
a Botticelli.
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