miércoles, 15 de abril de 2020

Capítulo DXXX.- Diez Jornadas (4.5) Noctívago a mi pesar.

Noctívago a mi pesar.
Quien me conoce sabe que duermo poco, con cinco o seis horas tengo suficiente, incluso con menos. No he encontrado en los reales decretos normas sobre el sueño y el dormir, es una pena porque hay disposiciones enteras destinadas a aspectos mucho menos útiles que el sueño.
Poco ayuda la pandemia al sueño. Nos cansamos menos, se pueden vivir situaciones puntuales o permanentes de angustia o de estrés que quebranten es difícil equilibrio de conciliar el sueño. Se han publicado muchos artículos estos días advirtiendo que dormiremos menos, dormiremos peor, no hay que agobiarse.
Unos días antes de empezar todo este lío me animé, por fin, a consultar mis posibles alteraciones, me diagnosticaron apneas severas con riesgo importante, a largo plazo, de patologías enojosas. Así las cosas, desde hace seis semanas duermo con un respirador que ha reducido al mínimo mis riesgos. No me ha costado mucho acostumbrarme a la escafandra, parezco un buzo de una película de ciencia ficción, enganchado a una estructura de tubos flexibles bajo mi nariz, sujetos con elegantes cintas a cogote y coronilla, como si fuera un primo torpón de Aquaman.
Con mi respirador he conseguido estos días enganchar seis horas largas de sueño de buena calidad, por lo menos eso refleja la app que va asociada al respirador y que cada mañana evalúa la calidad de mi sueño, que no de mis sueños. De momento parece que no detecta los sueños húmedos y no reporta alteraciones significativas los días de episodios erótico/subconscientes, para los conscientes prefiero desenchufarme.
Esta noche el respirador ha servido para poco, para muy poco. Sobre las tres de la mañana uno de mis hijos se ha despertado inquieto con un ataque de tos tremebundo, el segundo en pocos días. Es uno de los peligros de confinarse en el campo, rodeado de árboles y plantas con la primavera en estallido. Las alergias se disparan y uno de los niños se ha descompensado, descompensándonos a todos.
He pasado yo a su cama, como un zombi, pero ha sido imposible descabezar sueño alguno a partir de las tres y media, por lo que enseguida me he enfrascado en mis rutinas.
Una vez se enciende el ordenador y se activa la pantalla del móvil está todo perdido. Hubiera podido intentar leer un poco para conciliar de nuevo el sueño, pero tenía miedo de que el reflejo de la luz desvelara a cualquier otro de los troppers de estos días de confinamiento.  Estamos todos fuera de casa, lejos de las bibliotecas, de los rincones íntimos que cada uno localiza en su hogar y es difícil localizarlos en sitios extraños.
Lo malo no es dormir poco sino agobiarse por dormir poco, por eso yo suelo buscar esa posición zen que evitar que un percance como el de hoy se convierta en la tragedia del insomnio, palabra tabú.
Da lo mismo que uno descubra que todavía no se han actualizado los diarios en la web y que se mantienen las noticias que has leído poco antes de acostarse. Mal asunto si no se ha renovado la portada, eso quiere decir que es todavía muy pronto.
Te alberga la secreta esperanza de cruzar algún wasap de trasnochadores que todavía andan deambulando. Esas encrucijadas entre ultramadrugadores y ultratransnochadores dan para episodios divertidos. No ha sido el caso.
He preparado un té con limón, hace años que he limitado radicalmente el consumo de café, aunque me encante. Mal asunto si el primer café del día lo tomas a las 3’30 de la mañana.
Hace fresco todavía en la madrugada, así que ha tocado buscar una chaquetilla para no quedarme helado delante del ordenador, unos minutos antes del amanecer los pájaros han empezado a desperezarse, coincidiendo con la actualización de las portadas de los diarios. Seguramente la misma incidencia la hubiera tenido que gestionar igual sin coronavirus. El día se va a hacer enterno.
Boccaccio sigue con sus truculencias, las novelas de la cuarta jornada son más sanguinarias, hay menos espacios lúbricos, en cuanto avanza unas líneas se adentra en el tragedión puro y duro. La historia de hoy es la de la desdichada Isabetta, que tuvo la mala fortuna de enamorarse de un menesteroso, Lorenzo. Isabetta, huérfana de padres, bajo la tutela de sus tres hermanos, se enamoriscó de un pobre mozo, apartándose de las altas expectativas de boda que tenían sus hermanos.
Isabetta mantuvo el amante clandestino mientras pudo, pero, finalmente, los hermanos descubrieron al pobre muchacho y le dieron muerte sin advertir nada a la chica, que se desgarraba de pena pensando que había sido abandonada.
El fantasma del desdichado Lorenzo se le aparece en sueños a su amada (conmigo tendría complicado lo de asomarse a mi reducido tiempo de sueño) para explicarle su desventura e indicarle donde había sido enterrado.
La joven, entre lágrimas, acudió a la cuneta donde habían enterrado al galán, desenterró el cuerpo y no se sabe muy bien con qué maña consiguió seccionar la cabeza (Boccaccio que no se ahorra truculencias en algunas escenas, sin embargo evita detalles sobre esta maniobra descabezadora). Envuelve la cabeza en un paño y lo esconde en una maceta sobre la que coloca tierra y siembra albahaca.
La albahaca crece gracias a las constantes lágrimas de Isabetta, que consigue que aquella hierba aromática sea la más fragante de Mesina, donde discurre la tragedia.
No quiero imaginarme el pesto que prepararía la pobre para sus hermanos con ese aditamento.
Los hermanos terminan por descubrir las aficiones necrofilohortelanas de Isabetta y la quitan el albahaquero, por lo que la chica muere finalmente de pena. De la historia, por lo visto, queda en el cancionero italiano la copla
         «Quién sería el mal cristiano
         que el albahaquero me robó…».
Me costará volver a cocinar con albahaca sin acordarme de los sinsabores de la ingenua degolladora.
Dejé ayer a la marquesa con la base de los macarons. Hoy toca el relleno, una crema cuajada de avellanas y pistachos. Propongo hacer más cantidad de la que se necesita para los macarons, así sobrará masa para cubrir un bizcocho.
Se necesitan 200 gramos de azúcar glas (he reducido sensiblemente la cantidad de azúcar para adaptarla a nuestros tiempos), 200 gramos de mantequilla en pomada, 125 gramos de avellanas tostadas y peladas, otros 125 gramos de pistachos también mondados, un pellizco de sal, medio litro de leche, 8 yemas de huevo y la nevera para enfriar.
Se machacan las avellanas y los pistachos hasta convertirlas en polvo, si se añade un chorrito mínimo de leche templada quedará más cremoso. Es importante que queden muy picadas.
Se pone, aparte, una cacerola con la leche, el azúcar y las yemas. Se remueve bien con una cuchara de madera. Fuego suave, para que vaya espesando bien. Cuando empiece a tomar cuerpo la crema se añade la mantequilla en punto de pomada, sin dejar de remover se incorporan los frutos secos y se sigue removiendo hasta que termine de cuajar. El proceso final puede hacerse con el fuego apagado, a medida que la mezcla se enfría se solidifica, hasta el punto de convertirse casi en un cuajo. La crema espesa sirve para los macarons, una pequeña capa de la mezcla sobre una de las caras de los discos tostados de los macarrones que se dejan reposar en una caja de cartón o de metal, sobre un fondo de papel de seda arrugado.

Hoy Hopper me presta unas sombras en la noche, alguien que quiebra el toque de queda para quién sabe qué.
 Night Shadows by Edward Hopper 1921 | Arte, Pinturas de edward ...

1 comentario:

  1. Tengo el mismo problema con el sueño, reconforta leerte. También vivo fuera de la ciudad y desde luego lo preferimos. Mucho ánimo y a cuidarse. saludos.

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