domingo, 12 de abril de 2020

Capítulo DXXVII.- Diez jornadas (4.2) Abarrotes y ultramarinos al rescate.

Abarrotes y ultramarinos.- Tiendas que vendían productos de ultramar, por extensión.
Inicialmente abarrote es un término marinero, para referirse a los fardos pequeños que se utilizan en la estiba de los barcos. En Colombia, Ecuador, México y Bolivia llaman abarrote a la tienda o almacén en la que se vende un poco de todo, básicamente productos de alimentos.
Dedico unos minutos a los abarrotes y ultramarinos. Creo que legalmente las llaman “tiendas de cortesía”, comercios más o menos pequeños en los que se vende un poco de todo y que están abiertos 24 horas al día, todos los días de la semana.
A estas tiendas también las llamamos “pakis”, porque normalmente están regentadas por emigrantes paquistaníes que llevan años residiendo en España.
Suelen ser espacios mal iluminados, corredores estrechos, abigarrados. Anaqueles atestados de todo tipo de productos ordenados con una lógica ajena a la nuestra.
A primera hora de la mañana huelen a pan recién horneado, o a mantequilla dulzona y fermentada.
Tienen pequeños hornos cerca de la caja en los que preparan docenas de barras de pan, croisanes y  napolitanas de crema o de chocolate que compran, precocinadas, a distribuidores industriales.
Suelen estar mal ventilados y van concentrando olores que uno siente que llegan a solidificar.
Da lo mismo la hora del día, o de la noche, siempre están abiertos, como si llevaran abiertos desde el principio de los tiempos.
Como música de fondo se escucha una televisión paquistaní. Noticias, musicales o telenovelas que ven en pantallas minúsculas del teléfono móvil o en tabletas que apoyan en equilibrio imposible entre paquetes de harina o de azúcar.
Al entrar tienes la sensación de adentrarte en un agujero negro, en una ventana cósmica que te traslada durante unos segundos a Islamabad.
Debajo de los mostradores asoman cabezas de decenas de niños pequeños, alegres y ruidosos que siguen atentos los programas que enlazan por cable.
Mientras los hombres se dedican a reponer, de tanto en tanto, las estanterías, aparecen mujeres vestidas con saris coloridos, cubiertas por miles de capas de telas multicolores.
Apenas hablan español. Sonríen mientras se aferran a una calculadora en la que teclean los precios, siempre con un pequeño recargo, al límite de lo tolerable.
Hay abarrotes con más glamour, los Opencors que mantienen un horario parecido, son más espaciosos, pero surtidos y mucho más caro.
En los abarrotes hay de todo, especialmente estos días. Están mucho mejor surtidos que los supermercados y las grandes superficies en los que durante la crisis sanitaria se ha agotado la harina, la levadura, el bicarbonato y algunas especias.
En los ultramarinos hay casi de todo, a veces es difícil de encontrar, pero en una estantería recóndita, casi a ras de suelo, aparece un producto imposible. El botecillo de piñones que necesitas para el pesto, unas semillas de maíz para hacer palomitas una noche de cine, la leche evaporada para un pastel, plátano macho, las leches imposibles que se agotaron hace semanas en mercadona, el suavizante para la lavadora, incluso mascarillas, más baratas que las de las farmacias.
En los abarrotes hay agua embotellada de todas las marcas, botes de conservas venidas del más allá, huevos frescos, pan ácimo, yogures de sabores exóticos, tomates, cebollas, calabacines y puerros que puede que fueran suministrados un siglo atrás.
Un abarrote puede salvarte la vida de un modo más sencillo y más directo que una dirección general en plena ebullición de reales decretos, y lo hace con una sonrisa, sin darse importancia, sin quedar sometida a la estricta normativa del estado de alarma. Parece que los abarrotes de los paquistaníes llevaran lustros preparados para la pandemia, aunque sus limones estén un poco blandos y haya que despejar de mosquitos el cajón de las cebollas.
Sólo en los ultramarinos aparecen los cereales que les gustan a los niños para el desayuno o la especia imposible que necesitas para hacer una salsa caprichosa.
Me sorprende que Boccaccio, que era un hombre moderno, no haga referencia a estas tiendas de productos de ultramar.
Revisaba esta mañana la novelilla de hoy, segundo relato de la cuarta jornada, donde se cuentan las desventuras de un fraile inmoral que en Venecia (Boccaccio, como buen florentino, despreciaba a los venecianos) se hace pasar por el arcángel San Gabriel para trajinarse a una altiva señora que pensaba que su belleza y alcurnia sólo era digna de dios.
Para hoy elijo la receta de la marquesa de los melocotones a lo cardenal. Unos melocotones confitados con puré de fresas.
Se necesitan 12 melocotones medianos, bien maduros y de tamaño parecido. Medio litro de almíbar no muy espeso (275 gramos de azúcar y un vaso de agua), medio kilo de fresas maduras, 200 gramos de azúcar glas, una vaina de vainilla, 30 almendras, una copita de licor (kirsch), unas gotas de limón y mucho hielo para enfriar el puré y los melocotones, que no han de entrar en contacto directo con el hielo. Se sirve muy frio.
Se pelan los melocotones con agua hirviendo. Se sumergen en el agua un minuto para facilitar el proceso de pelado.
Una vez pelados y enfriados se sumergen en el almíbar, dejando que cuezan en un perolillo alto durante 10 o 12 minutos desde que el almíbar empiece a hervir.
Se escurren los melocotones cocidos y se dejan enfriar.
En el almíbar se cuecen las fresas, sin tallos, que se van chafando hasta convertirlas en un puré fino (si es necesario se pasan por un tamiz). Al final se le añade la copa de licor. Se mezcla bien y se deja enfriar.
El postre se presenta  colocando los melocotones cocidos en un timbal de playa o de metal, o en un frutero de cristal. Se cubren con el puré de fresas, un poco de azúcar glas espolvoreado y almendras ralladas.

Domingo de gloria, hoy Hopper nos pide que ventilemos la habitación.
Apartment Houses, 1923 - Edward Hopper

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