sábado, 19 de mayo de 2018

Capítulo CDXLIII.- A vivir, que son dos días.

Hace años que participo en una tertulia radiofónica sobre temas de justicia, solían convocarnos los domingos, cada mes o mes y medio. En un principio la plantilla no era estable, dependía de disponibilidades y de temas de actualidad. No solíamos coincidir en el estudio, el programa se emitía desde Madrid y era habitual que los contertulios habláramos desde distintas ciudades, incluso sin conocernos. De hecho yo no conocía personalmente al director del programa, aunque hubiéramos conversado en innumerables ocasiones.
Hace poco menos de un año la responsable de la tertulia me llamó para proponerme un ajuste, ya no intervendríamos en directo, sino que grabaríamos unos días antes, querían darle otro color a la conversación, hacerla menos impostada. Ya no tendríamos que madrugar los domingos, sino que acudiríamos un jueves o un viernes a una coctelería a conversar. Querían, además, que la plantilla de contertulios fuera estable, que nos reuniéramos siempre las mismas personas entre copas y ruidos de bar. Con cierta sorna, la tertulia se llama Ideal de Justicia, porque nos reunimos en una coctelería de las de toda la vida de Barcelona, la coctelería Ideal, en la calle Aribau.
Me sentí muy honrado con la invitación, en mi caso, más allá de algún destello puntual y ya pasado, lo cierto es que mis rutinas profesionales son poco luminosas y mis opiniones una más.
Pese a mis reticencias iniciales, al final el ego ha podido mucho más y acudo con normalidad a las convocatorias.
No vivimos buenos tiempos, son tiempos grises sobre todo para la justicia. Durante los meses de nuestro ideal de justicia hemos pasado por las turbulencias judiciales del procés catalán, que hemos sufrido y sentido de primera mano. Hemos tenido que hablar de lo lenta y desigual que es la justicia, de las contradicciones del sistema, de sentencias que han rechinado en los oídos de la gente de la calle. Nos ha tocado ser críticos, aunque no hemos perdido nunca la amabilidad en nuestros comentarios.
A mí me daban pánico las tertulias de los medios de comunicación, me resultaban estridentes, los tertulianos meros histriones. Me puse como regla íntima y fundamental que abandonaría las convocatorias en cuanto hubiera un grito. Han pasado ya muchos años, muchas personas, algunas de ellas muy notables y no nos hemos dicho ni una mala palabra, ni una sola voz que altere el diapasón. Discrepamos con suavidad y, a veces, incluso nos da tiempo a la ironía.
No sé muy bien cómo se nos escucha ya que por fas o por nefas evito escucharme en la radio.
Desde hace meses me rondó la idea de invitar a mis contertulios a casa a comer, invitarles a que descubrieran que tras la toga había un mandil. Costó un poco formalizar la convocatoria, hemos tardado varios meses hasta encajar agendas ya que el director del programa quería asistir.
Finalmente, el pasado jueves los astros se alinearon y vinieron todos a comer, técnico incluido, ya es un elemento más del reparto de opinadores y sus opiniones, hechas antes o después de empezar a grabar, siempre son bien recibidas.
Me puse a diseñar el menú una semana antes, tenían que ser platos no muy complicados, del gusto de todos, fáciles de compartir y gestionar porque debíamos compaginarlos con la grabación en directo del Ideal de Justicia, una grabación un tanto a ciegas ya que los responsables no conocían ni mi casa, ni el menú.
Yo, partidario siempre de complicar un poco más las cosas, le dije a un amigo, absolutamente ajeno a la justicia y a sus recovecos, que viniera a comer a casa también, así que nos juntamos nueve personas, convocadas, en principio, a las dos de la tarde de un día lectivo.
Me hacía especial ilusión agradecer a mis compañeros su comprensión, su sabiduría, su tolerancia y su buen humor. Creo que el día a día nos lleva a ser poco afectivos, a integrar la vida en rutinas que nos aíslan, por eso quería expresarles a mis compañeros ese cariño conseguido a fuerza de escucharnos y medir nuestras palabras.
El jueves amaneció Barcelona con un día claro, una jornada templada de mediados de mayo en la que da gusto salir a la calle, escaparse un poco antes del trabajo. Yo había adelantado algunos platos los días anteriores, bases que facilitarían mi trabajo en los fogones. Pese a todo, lo cierto es que a las 8 de la mañana llevé a los niños al colegio, fui a trabajar deprisa y corriendo con el fin de cumplir con mis obligaciones profesionales. A las 12 en punto estaba en la cola de la pescadería para recoger el pedido. El trato era claro, si el producto era de mala calidad o estaba por debajo de las expectativas creadas, el pescadero sería desescamado en público durante la tertulia. Como contraprestación Jordi, el pescadero, reclamo que si el producto era del agrado de los comensales sería excelsamente loado.
Convoqué a mis invitados a partir de las dos y cuarto del medio día, los que venían de Madrid anunciaron que llegarían un poco antes para instalar el equipo y comprobar que realmente cocinaba. Yo, temeroso del señor y escaldado en mil batallas, había adelantado algunos platos y la mesa quedó puesta la noche antes. Una larga mesa con nueve cubiertos completos.
A la una y cuarto tocaron el timbre por primera vez, mantuve la calma. A la una y media estábamos ya casi al completo, con la tertulia montada en la cocina mientras ligaba el pil-pil.
Empezamos a grabar ya en la cocina, con las primeras cervezas y aperitivos, no sé muy bien qué y cómo se grabó, yo iba trajinando como podía.
A las dos estábamos ya sentados a la mesa, un mar de copas, vasos y micrófonos. Estábamos tan animados charlando que no hicimos una sola foto, sólo quedó la huella de la voz.
El menú no muy complicado:
De aperitivos una almendras marconas recién fritas con mojama y unas huevas de merluza con muselina de mostaza sobre unas hojas de endivia.
Ya en la mesa llegó una gran fuente de mejillones cocidos con tomates cherry y albahaca (mejillones de roca, no muy grandes, con un sofrito de cebolla, tomate, albahaca y pimienta. Con una cucharada de harina para que no se deshidraten los bivalvos).
Después vino un salmorejo con unas gambas rojas.
Pasamos a los segundos con una ensalada de tomates corazón de buey y burrata, adornada con anchoas del cantábrico.
El plato de fuerza era un bacalao al pil-pil, que ligué rodeado de contertulios que disfrutaron con la magia del colágeno del Bacalao. A la salsa le di un punto de wassabi para que alegraran un poco.
Dos postres al final: Unas fresas con nata recién montada (postre rojiblanco para celebrar la victoria del atleti) y unos flanes caseros que había cuajado dos días antes.
Entre idas y venidas, platos, copas, vasos entrando y saliendo. Botellas circulando a lo largo de la mesa. Fuimos trabando conversaciones sobre casi todo, hasta completar, con los cafés y unos dry Martini que meneé en recuerdo de nuestra coctelería de referencia, nos dieron casi las cinco. Creo que al final quedó más de una hora de grabación, suficiente para cubrir el tiempo asignado.
Mañana domingo escucharemos si todo quedó finalmente bien. Yo, en todo caso, encantado de haber cumplido con mis amigos.
Durante los días previos cociné con Eels como banda sonora, me estoy leyendo la biografía del líder de la banda, un tipo curioso capaz de sobreponerse a las mayores tragedias. El libro se lee muy bien.

Acompaño la entrada con una escultura de Manolo Valdés, la mitad del Equipo Crónica, está expuesta en Valencia, todo un canto a la luz y a la alegría. He conseguido una fotografía con una luz increible, una escultura vital
Resultado de imagen de manolo Valdés Valencia

1 comentario:

  1. No comprendo como puedes meterte en esos berenjenales, admiro tu capacidad para todo pero montar semejante chiringuito en tu casa me alucina y encima una comida de lujo. Jubi

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