martes, 31 de marzo de 2020

Capítulo DXV.- Diez jornadas (2.10) Pequeños huertecillos.

Sigo con interés todos los reales decretos, las órdenes ministeriales y las resoluciones de todos y cada uno de los subsecretarios, pero siguen sin dar solución a las tribulaciones de los amantes furtivos, los novios recientes, las parejas apenas consolidadas. Por un problema legal quedan condenados al ostracismo, privados del contacto físico por una imprevisión del régimen legal.
Se suceden los consejos de ministros, las ruedas de prensa, las reuniones técnicas y las video llamadas entre altos mandatarios del estado o de los estadillos sin que nadie se atreva a abordar la cuestión de los amores clandestinos, que tanta vida da a la vida cotidiana y, lo que es más preocupante, es que en las ruedas de prensa que se dan por plasma, en las conexiones que los gobernantes hacen a los medios de comunicación, nadie pregunta por el régimen transitorio de los que quieren transitar. Muchos se contentan con establecer precios tasados a las morgues o fijar el número máximo de bolsas de pan de molde que puede comprar un ciudadano por vez.
Tampoco lo tienen mejor las parejas establecidas, las consolidadas, la convivencia es el mejor remedio contra la lujuria, la condena a la cotidianidad permanente ahoga muchos fuegos. Además está el problema de espacio, la falta de intimidad, la excesiva sensibilidad auditiva de los niños, los insomnios de la suegra que se queda viendo la tele entre cabezadas hasta bien entrada la noche.
Los amores ruidosos no tienen mucho espacio en la normativa vigente. El ministro de transporte, movilidad y agenda urbana no ha fijado servicios mínimos y el BOE no acompaña modelo de salvoconducto para el ayuntamiento carnal, para ningún tipo de ayuntamiento porque parece que se aplaza hasta el pago de la tasa del agua.
Con esta coyuntura legal sólo queda la pequeña licencia de unos amantes que llevan siéndolo muchos años, hasta el punto de haberse convertido en una pareja casi normal, dentro de lo complicado que es ser una pareja normal. La licencia que se toman estos amigos que, en un momento de locura, decidieron pasar sus confinamientos separados, ocupándose cada uno de sus cargas familiares, es verse a lo lejos en la pescadería de un gran almacén. Porque los grandes almacenes, incluso los más grandes, se han contentado con ser pescaderías o carnicerías a las que sólo puede accederse por las puertas laterales.
Estos amigos quedan de vez en cuando en la cola de la pescadería, cogen número y mantienen la distancia de seguridad, ese metro y medio que convierte las caricias o los arrumacos en material sancionable. Los grandes almacenes han clausurado los baños y aseos para evitar así tentaciones inesperadas. La zona de probadores es de acceso imposible y los encuentros terminan siendo una insinuación entre lenguados, besugos o pescadillas a las que, por favor, hay que quitarles las espinas para que puedan congelarse mejor.
Algunos amigos con hijos/hijas jóvenes en edad de festejar se ven en la tesitura de quebrantar las estrictas normas de la cuarentena y escapar en coche a altas horas de la noche para un encuentro furtivo, casi nunca a salvo de los focos de la guardia civil. Además, como somos gente mayoritariamente cumplidora, rápidamente hemos perdido el morbo de infringir las normas y nos conformamos con pensar y decir, aunque sea a las redes, lo que haremos el día que se levanten las restricciones.
En estas condiciones, tan severas, incluso los vicios solitarios son casi imposibles dado el tránsito en baños y alcobas. Sólo los que quedaron confinados sólo tienen verdadera opción a esas actividades en soledad, pero están tan solos y las comunicaciones funcionan tan mal que al tercer día de estado de alarma ya se habían apagado casi todas sus pulsiones.
Con esta coyuntura y a la espera de reales decretos que ordenen nuestras pulsiones más lubricas, veo que no se cumplirán las previsiones que se anuncian en la red, aquellas que aseguran que tras el confinamiento se producirá un sensible incremento de la natalidad. Difícil será que se confirmen esas predicciones que aseguran que en nueve o diez meses habrá niños y niñas a los que habrá que llamar Covid en vez de Kevin, en honor a las horas muertas, a las horas de solaz que nos da la normativa.
Ha sido Boccaccio el que me ha llevado de nuevo a este tema que ya había tratado. El último relato de la segunda jornada es todo un canto a los amoríos atípicos, una nueva victoria de los personajes femeninos porque Bartolomea Gualandi cabalga entre su rancio marido, Ricciardo de Chínzica, y un corsario monegasco que la secuetra, Paganín, con todo el encanto del mundo.
El esposo de Bartolomea es un juez pisano, lleno de puñetas y puñeterías, gestionó su casorio con la hija de un colega a la que, en palabras de Boccaccio «el juez, llevándola con grandísima fiesta a su casa, y celebrando unas bodas hermosas y magníficas, acertó la primera noche a tocarla una vez para consumar el matrimonio, y poco faltó para que hiciera tablas; el cual, luego por la mañana, como quien era magro y seco y de poco espíritu, tuvo que confortarse con garnacha y con dulces, y con otros remedios volverse a la vida».
El juez, gente de orden, viendo los riesgos de no quedan ni en tablas si se producían nuevos encuentros, estableció un restringido calendario de coyuntas en las que respetaba, santos, cuaresmas, lunas, témporas y vigilias. Por lo que «esta costumbre, no sin gran melancolía de la mujer, a quien tal vez tocaba una vez al mes, y apenas, por mucho tiempo mantuvo; siempre guardándola mucho, para que ningún otro fuera a enseñarle los días laborables tan bien como él le había enseñado las fiestas».
Así las cosas, en uno de los viajes que la pareja hizo por la costa italiana, fueron abordados por el corsario Paganín, que secuestró a Bartolomea, arrancándola de los brazos de su marido.
Paganín, que era pinturero, colmó de atenciones a su prisionera, que no tardó en caer seducida: «y de tal modo la consoló que, antes de que llegasen a Mónaco, el juez y sus leyes se le habían ido de la memoria y empezó a vivir con Paganín lo más alegremente del mundo; el cual, llevándola a Mónaco, además de los consuelos que de día y de noche le daba, honradamente como a su mujer la tenía».
El recto juez acudió a su rescate, bien es verdad que tardó un poco, e intentó negociar con el pirata, que le dijo que no estaba seguro de que su prisionera fuera la esposa del micer, por lo que propició que se encontraran.
Bartolomea negó en todo momento conocer o haber conocido al viejo Ricardo. Tal era su insistencia que Paganín propició un encuentro privado entre ambos, con el compromiso de que el magistrado no intentara forzarla.
Bartolomea, que no tenía ni un pelo de tonta, le contestó:
         «Bien sabéis que no soy tan desmemoriada que no sepa que sois micer Ricciardo de Chínzica, mi marido; pero mientras estuve con vos mostrasteis conocerme muy mal, porque si erais sabio o lo sois, como queréis que de vos se piense, debíais haber tenido el conocimiento de ver que yo era joven y fresca y gallarda, y saber por consiguiente lo que las mujeres jóvenes piden (aunque no lo digan por vergüenza) además de vestir y comer; y lo que hacíais en eso bien lo sabéis. Y si os gustaba más el estudio de las leyes que la mujer, no debíais haberla tomado; aunque a mí me parezca que nunca fuisteis juez sino un pregonero de ferias y fiestas, tan bien os las sabíais, y de ayunos y de vigilias. Y os digo que si tantas fiestas hubierais hecho guardar a los labradores que labraban vuestras tierras como hacíais guardar al que tenía que labrar mi pequeño huertecillo, nunca hubieseis recogido un grano de trigo.»
Así pues, renunció la tranquilidad y fortuna que le ofrecía su marido, quedándose con Paganín, que, de día y de noche se batía la lana (Boccaccio dixit). El magistrado marchó gritando que el mal foro no quiere fiestas y, al poco tiempo, murió.
En definitiva, la de hoy es toda una fábula moral, que debiera inspirar decretos reales.
No sé si por influjo de los relatos levemente lúbricos de Boccaccio o la casualidad, el capítulo de la divina Marquesa previsto para hoy es la ensaimada mallorquina, torta en el nomenclátor paraberiano. La torta mallorquina tiene como gracia principal la grasa de cerdo y el cabello de ángel, que puede sustituirse por crema o puede suprimirse sin que la torta pierda su gracia.
La ensaimada mallorquina necesita 200 gramos de harina de fuerza, 75 gramos de manteca de cerdo,50 gramos de azúcar, 200 gramos de abello de ángel (opcional), 2 huevos y una copita de anís.
Se pone la harina tamizada encima de una mesa de mármol, en forma de círculo; se abre una oquedad en el centro para añadir la manteca de cerdo (no debe estar fría), una yema de huevo, el azúcar y la copa de anís. Se mezcla bien, hasta que quede una masa muy flexible y afinada.
Hay que estirar la masa hasta que quede una superficie de poco menos de medio centímetro de grosor. La gracia de la ensaimada mallorquina es enrollar la masa, que quede un cilindro estirado (se puede colocar el cabello de ángel o cualquier otro relleno en el interior). Queda un largo rollo de masa engrasado por la manteca de cerdo.
Se forma una espiral, un laberinto de masa que se empieza de dentro a fuera, como si fuera un gran sol.
Se pinta la superficie de la masa con una mezcla de yema de huevo y cuatro cucharaditas de agua, así la torta quedará muy tostada.
Se mete la masa, sobre un horno a 140º, poco menos de 30 minutos. El tiempo va en función de que apetezca más o menos tostada. Se sirve templada y con azúcar glaseado por encima.

Hopper nos presta dos viejos amantes que ya se lo han dicho todo.
art-mirrors-art: Edward Hopper - Hotel by a railroad (1952 ...

lunes, 30 de marzo de 2020

Capítulo DXIV.- Diez Jornadas (2.9.) Las claves de la pandemia.

Las claves de la pandemia.
Que nadie se asuste, no me voy a poner trascendente, no voy a contribuir con mi boñiguilla a la montaña de detritus que han formado ya todo tipo de opinadores. Mis claves son mucho más mundanas.
En casa tenemos 3 ordenadores portátiles, una Tablet (la otra ha caído ya en acto de servicio) y 4 móviles conectados a la red. Disponemos de 3 redes de internet, que es como no disponer de ninguna porque cada una tiene sus manías y sus disfunciones.
En la casa contratamos una red con poca capacidad de datos, sólo la utilizábamos los fines de semana, rápido quedó sin datos y hasta el día 1 de abril no la reactivan mayor capacidad. Esta red tiene sus claves que hay que introducir para sincronizar los aparatos.
Tenemos una segunda red, la red principal de nuestro domicilio, que ahora la tenemos en los móviles. Cuando falla la red de la casa, hemos de sincronizar los móviles con los ordenadores para poder trabajar. Tuvimos que poner las claves en todos los aparatos para disponer de esta red secundaria.
La tercera red, la excepcional, es la que utilizamos estos días. Es un pincho que nos facilitaron hace años en el trabajo. Una tercera compañía a la que nos enganchamos por turnos, con la consiguiente ceremonia de claves de conexión.
EL colegio de mis hijos funciona razonablemente bien, se han volcado con las clases y los materiales on line, reciben materiales y mandan ejercicios y grabaciones por la red. Cada uno de los niños tiene sus claves para entrar en sus correos del colegio, correos y entornos que están “capados” para que los niños no se pajareen con videos y juegos. Como hay habilidades informáticas que mis hijos no dominan, me han facilitado sus claves para que pueda hacer algunas tareas de menestral, como la de mandar exposiciones orales de 27 megas al profesor de turno, bajarles PDF o documentos en Word que van y vienen.
Como tenemos que actualizar programas y bajar aplicaciones nuevas, los de Appel, Samung, Microsoft me piden que actualice las claves de alta en estas plataformas para poder cargar esas aplicaciones.
Como hay algunas plataformas que hace tiempo que no uso, he perdido o se me ha caducado la clave, por lo que he de seguir el protocolo de actualización o recuperación de claves, con la obligación de cambiar la clave con el ceremonial de que tenga 8 o más caracteres, que combine mayúsculas, minúsculas, números y signos, que no coincida con la clave utilizada en los últimos 6 meses y, además, último requisito que hoy me ha comunicado Microsoft, la clave no puede coincidir ni con mi nombre, ni con mis apellidos, ni con mi correo.
Con cada cambio o recuperación de clave recibo la correspondiente ristra de correos electrónicos advirtiendo el acceso a la clave, el cambio de clave y la verificación correspondiente.
Es inevitable el incremento del uso de redes sociales, en cada una de ellas (intagram, Facebook, twitter) tengo mi correo, mis nombres, mis alias y mis claves. No soy un fanático de las redes, pero como Diletante voy zascandileando en la red. Estos días están sobrecargadas y cada vez que las utilizo en un dispositivo distinto he de cargar mis claves y mis correos.
En el trabajo disponemos de dos correos (nacional y autonómico) con sus claves correspondientes. Cada mañana al conectarme al trabajo me toca teclear nombre y contraseña, actualizarlos y, además, gestionar el protocolo de seguridad de la firma electrónica.
En las plataformas de televisión (en casa usamos varias) también hay que manejar las claves y los correos. Como alguna de esas plataformas las tengo en el móvil o en la Tablet, para verlas en la televisión normal hay que hacer una transferencia de señal que obliga a facilitar claves y correos, más una clave especial para la compatibilidad.
Cuando mando documentos por bluetooth el protocolo de transferencia me obliga a cruzar unas claves nuevas que, en función del aparato, se corroboran por sms o por correo electrónico.
En los teléfonos de mi mujer y de mi hijo, que son de la manzanita, hay un sistema de desbloqueo por reconocimiento facial. Como no nos parecemos, sus teléfonos no me reconocen y hay veces que me encargo de cogerlos y gestionarlos, por lo que he de utilizar otra tanda de claves.
Mi teléfono, que es coreano, se desbloquea con el diseño de un dibujillo en pantalla o con la huella. La huella no la puedo prestar, pero el dibujillo es ya de dominio público.
Iba apuntando cada clave de cada red, cada plataforma, cada gestión en mi teléfono móvil. Tengo apuntadas una veintena de claves, referenciadas a cada uno de los aparatos, redes, plataformas y artilugios utilizados.
Como a veces desconfío de la tecnología, además he apuntado el ramo de claves en un papel.
Esas son mis claves de la pandemia, muy de andar por casa, muy caóticas, improvisadas minuto a minuto.
Cuando consigo poner en línea todas las claves que me permiten acceder al ordenador sigo leyendo el Decamerón, la 19ª novela. Cada vez se complican más las tramas, aunque giren sobre los mismos parámetros.
La de hoy es la de la de desventurada vida de Zinevra de Genova, la esposa de un comerciante que vio comprometida su honra y buen nombre por una apuesta. Con casi una veintena de relatos leídos puedo confirmar que los personajes femeninos de Boccaccio son mucho más interesantes y complejos que los masculinos. Los machos del Decamerón suelen ser sota, caballo o rey, poco más. No hay matices, los femeninos son mucho más ricos, con más aristas.
Sigo con la repostería de la Marquesa de Parabere, hoy, como tiempo y paciencia no falta, me atrevo con la receta básica de la pasta choux, la de los bocaditos de nata o profiteroles.
La divina marquesa inicia su receta con palabras providenciales: «No hay que descorazonarse si no se acierta a la primera; cualquier nimiedad ha podido ser la causa del fracaso; en la pastelería, sobre todo, es necesario adquirir experiencia propia; y esto sólo se consigue a fuerza de práctica; si un preparado no sale la primera vez perfectamente, se vuelve a hacer otro día, y seguro que esta vez será un éxito». Las palabras de la Marquesa se pueden aplicar a casi todo lo importante, incluida la repostería.
Ingredientes: 225 gramos de harina, 125 gramos de mantequilla, diez gramos de azúcar, 5 gramos de sal, 3 decílitros y medio de agua o leche (o mitad y mitad), que es el equivalente a vaso colmado de los de nocilla. 6 ó 7 huevos, en función del tamaño (como siempre), corteza de limón o de vainilla para aromatizar.
La receta se inicia poniendo en un cazo la leche, la corteza de limón, la mantequilla, la sal y el azúcar. Se pone todo a cocer a fuego vivo hasta que rompa a hervir. Cuando suba la leche, con toda su espuma, se retira del fuego y se añade de golpe, sin tamizar, la harina. Se remueve (con cuchara de palo) deprisa hasta que se integre toda la masa, quede una pasta muy fina. Bien removida se enciende de nuevo el fuego, esta vez al mínimo y se sigue removiendo hasta que la masa empiece a pegarse un poco en el fondo y se forme un ovillo alrededor de la cuchara.
La pasta está bien cocida cuando deje de pegarse a la cuchara. La mantequilla empieza a rezumar (es decir, aparecen brillos húmedos en la masa).
Se retira la masa del fuego y se vuelca en un bol (lebrillo en palabras de la divina).
Se van agregando los huevos uno a uno, se van cascando y batiendo con vigor hasta que queden perfectamente amalgamados con la pasta.
La marquesa quiere que los huevos sean grandes, muy frescos y a temperatura ambiente.
La cantidad exacta de huevos es un arcano, depende de muchos factores, nos dice la Marquesa, pero se sabe que la masa está a punto cuando se despega fácilmente del cucharón que sirve para removerla. Por eso no conviene cascar y añadir los huevos con rapidez, sino poco a poco.
El truco de esta pasta está en batirla con vigor, para que se airee bien y quede muy esponjosa.
Se deja reposar la masa en un bol, tapándola para que no se seque. Una hora a temperatura cálida (20º ó 22º).
Reposada la masa, se puede colocar en una manga pastelera o se utiliza una cuchara y se colocan pequeñas porciones sobre papel de horno satinado (del que no se pegan). No conviene que sean muy grandes, pueden ser alargados o redondeados. Hay que separar cada porción 3 ó 4 centímetros, porque la masa se dilata.
Se precalienta al horno a 140º, sin el ventilador, en 20 minutos, tal vez un par de minutillos más, los choux se cuecen, quedan ligeramente tostados, huecos por dentro. Cuando se hayan levantado (se comprueba a simple vista) se apaga el horno y se deja abierta una rendija para que no se enfríen de golpe.
Si todo ha ido bien, han de quedar unos pastelillos ligeros, inflados, dispuestos a rellenarse de cualquier ambrosía.
Hemos de ser conscientes de las palabras de la marquesa al iniciar su receta, en cualquier momento se puede fracasar.

La distancia de los personajes del cuadro de Hopper hoy por hoy no estaría permitida.
Analysis of Edward Hopper's “Nighthawks” - Joshua Hoering - Medium

domingo, 29 de marzo de 2020

Capítulo DXIII.- DIez jornadas (2.8.) Pase de modelos.

Pase de modelos.
Queda lejos el 12 de marzo, muy lejos. Los niños llevaban toda la semana nerviosos, convencidos de que les ocultábamos algo. Corría el rumor de que se suspendían las clases hasta semana santa. Nosotros les asegurábamos que todo era un bulo, que no llegarían a tomar medidas tan drásticas.
Todavía nos saludábamos por la calle dándonos los codos y hacíamos bromas de los concejales del ayuntamiento que estaban en cuarentena.
A media mañana la noticia corrió como la pólvora, el viernes declararían el estado de alarma y se suspendería la actividad educativa. Los niños tenían razón.
La cocina de un diletante está siempre bien provisionada, pero aquel mediodía, después de trabajar, di una vuelta por el mercado para comprar una merluza, que todavía tengo congelada, algo de carne y verdura fresca.
Los niños volvieron de clase con excitados, vivían aquella tarde como si fuera una especie de fin de curso anticipado. El pequeño bajó con sus amigos, buscando las muestras de comida que ofrecían en los supermercados, les llamaba los chicos del Condis, porque habían descubierto que hacia las seis de la tarde en ese supermercado ofrecían pruebas de sushi a los clientes.
El viernes siguió siendo un día festivo, recuerdo que bajé a desayunar la tortilla de patata al bar del mercado. Seguíamos saludándonos con contorsiones extrañas y a los amigos de confianza continuábamos besándoles y abrazándoles con normalidad.
Escuchamos la intervención del presidente del gobierno que daba detalles de las medidas adoptadas, todas muy rigurosas, aunque pensábamos que a nosotros no nos terminarían de afectar.
Hicimos planes para la quincena que se avecinaba. Las películas que veríamos, las series a las que nos íbamos a enganchar. Ese jueves, por la tarde, busqué por la red una versión del Decamerón y me leí la primera historieta, llevo ya 18 y puede que complete el libro entero. La lectura de hoy ha sido la de las desdichas del virtuoso Duque de Amberes que, negándose a yacer con la esposa de su rey, fue desterrado a Inglaterra, perdió a sus hijos, que terminaron de sirvientes, y hubo de mendigar para no morir de hambre. Todo se endereza al final, es lo bueno de Boccaccio, que por torcida que vaya la vida, al final la virtud triunfa con una pizca de picardía.
Ese primer fin de semana fue de especulaciones, de planes que luego no hemos cumplido. Pensábamos que pasaríamos en casa la quincena, pero el domingo, después de unos ajustes familiares, marchamos a la montaña con una muda, poco más. Hemos pasado estos 15 días revolviendo entre la ropa vieja, tirando con un par de camisas, un jersey, la barba sin afeitar, conectando con familiares, amigos y conocidos en un pase de modelos informal. Hemos aprendido a vivir con poca cosa, a olvidarnos de lo que quedó en los armarios. Pases de modelos exclusivos. Entreteniéndonos con el vuelo de una mosca o, en mi caso, en picar milimétricamente la cebolla y la zanahoria.
Sigo con la marquesa que hoy propone un pastel que llama andaluz, sencillo, muy sencillo.
Los ingredientes son 125 gramos de azúcar glas, 125 gramos de almendras molidas, 60 gramos de chocolate (la marquesa dice que tiene que ser superior, yo utilizo chocolate fondant del 70 de cacao), 60 gramos de mantequilla y 5 huevos.
Se cascan en un bol los cinco huevos y el azúcar, se baten bien, cerca de la lumbre, dice la marquesa, para que el bol esté algo tibio. Se tiene que batir hasta que los huevos empiecen a espumar.
Se añade después la almendra molida, se sigue batiendo bien, y el chocolate rallado con la mantequilla en pomada. Hay que batir, batir y batir, disponemos de tiempo. Cuando más aire entre en la masa mejor quedará.
Se vierte en un molde engrasado y se cuece al horno, 20 minutos, precalentado a 140º. Se deja enfriar en el horno y se desmolda cuando esté frito.
Ideal, dice la marquesa, para servirlo con chocolate fundido y guindas.

Domingo, el BOE y Hopper nos permiten todavía arreglar el jardín. Mañana será otro día.
Edward Hopper Pennsylvania Coal Town Oil Painting Reproductions ...

sábado, 28 de marzo de 2020

Capítulo DXII.- Diez Jornadas (2.7).Boca besada no pierde fortuna, que se renueva como la luna

Boca besada no pierde fortuna, que se renueva como la luna.
Así termina la séptima novela de la segunda jornada del Decamerón. Con esta frase le da un vuelco completo a la dramática historia que cuenta en las páginas anteriores. Puede que sea la historia más larga de las que llevo leídas, Boccaccio sigue en su escalada irónica, jugando con las presuntas desgracias de la princesa Alatiel, hija del sultán de Babilonia, llamada a casarse con el rey del Algarbe. El sultán daba a su hija en matrimonio como agradecimiento por el apoyo bélico del rey portugués.
La novela se construye como un periplo por el Mediterráneo que juega con la Odisea, convirtiendo a la aparentemente virtuosa Alatiel en un remedo de Ulises, perdido por las islas del mediterráneo desde Alejandría a Mallorca.
La pobre Alatiel recibe todo tipo de humillaciones y sevicias, empezando por la propia tripulación que pone el sultán al servicio de su hija y de su séquito para la travesía prenupcial, de Alejandría al Algarbe.
A la nave le sorprende una tormenta pasada la isla de Cerdeña, los marineros abandonan el barco dejando a la pobre princesa con sus sirvientas abandonadas.
Alatiel naufraga en la isla de Mallorca, donde es acogida por Pericón de Visalgo, señor de parte de la isla. Pericón, todo un caballero, cae prendado por la belleza de la princesa y, tras un elegante cortejo, la seduce y posee, pese a que Alatiel se resiste al principio, pero luego cae, embriagada en todos los sentidos, por los encantos del noble y bruto Pericón (de fiero aspecto y muy robusto, describe Boccaccio).
Alatiel pasa por las manos, mejor dicho, por las entrepiernas, de hasta nueve señores de otras tantas islas y reinos. Respecto de todos ellos se resiste hasta donde puede, pero cae prendada o rendida finalmente gozando todo lo que puede gozar, que es mucho, a tenor de lo que comenta Pánfilo, que es el relator de esta novelilla.
Los amantes de Alatiel tienen marcado su destino, todos ellos mueren violentamente, a manos de contrincantes, hermanos, súbditos o vasallos de los mancilladores. El primer asesino, del pobre Pericón, es su propio hermano y, desde allí, hacia delante.
Y Alatiel sobrevive hasta que la fortuna le lleva, de nuevo, a Alejandría y a Babilonia, donde su padre vuele a acogerla y a reenviarla al Algarbe para casar finalmente con el rey portugués. Antes de llegar a la frase de la boca besada, dice Boccaccio a través de Pánfilo: «Y ella, que con otros ocho hombres unas diez mil veces se había acostado, a su lado se acostó como doncella, y le hizo creer que lo era, y, reina, con él alegremente mucho tiempo vivió después.»
Por lo que visto lo visto, me quedo con el personaje del tosco Pericón, el primero en mancillar a la princesa, también el primero en ser liquidado.
Leyendo las aventuras y desventuras de hoy, me acordaba de Ibrahim Yambé, un marinero cubano que decidió no bajar nunca de su velero, no sé qué habrá sido de él estos días.
La marquesa propone hoy otro pudding de aprovechamiento, lo llama pudding de Cabinet.
Se necesitan 275 gramos de galletas o bizcochos que lleven en casa varios días, bizcochos duros o ya correosos. 4 ó 5 macarrones secos, 50 gramos de corteza de naranja y otros 50 de limón. Pasas (80 gramos), una cucharada de azúcar, 3 decilitros de nata, 3 huevos y ocho yemas, 2 ó 3 cucharadas de harina y 25 gramos de mantequilla (la harina y la mantequilla son para engrasar el molde.
La marquesa propone acompañar el pudding con una salsa de mermelada de albaricoque, ron y azúcar molido.
Empieza la receta lavando las pasas y dejándolas reposar en agua tibia durante un par de horas, para que se inflen bien.
Se pican las pieles de los cítricos, en daditos pequeños, se añade una cucharada de azúcar para que se aromaticen las pieles.
Se desmigan los restos de galletas y bizcochos, se ponen en un bol con los macarrones bien machacados (se pueden sustituir los macarrones por una cucharada de sémola o incluso de cus-cus).
En otro bol se ponen 60 gramos de azúcar, los huevos (3+8 yemas), se mezcla y bate bien.
Cuando esté bien batido, se añade la nata (si no se consigue nata se puede hacer con leche, el doble de cantidad que de nata, la leche hay que dejarla hervir un rato para que reduzca y se concentre.
Una vez mezclado, se pasa al bol donde están los bizcochos desmigados. Se deja reposar 6 minutos.
La marquesa sugiere que esta mezcla se pase por un tamiz, para que quede bien fina.
Se incorporan finalmente las pasas escurridas y la piel de cítricos.
Se pasa toda la mezcla a un molde bien engrasado (mantequilla y harina). Se cuece al baño maría durante 45 minutos. Se deja reposar 15 ó 20 minutos más en el horno, para que no pierda temperatura de golpe.
Se desmolda y se sirve con la salsa, con un poco de chocolate o con caramelo líquido.
Edward Hopper, ajeno todavia al estado de alarma, propone tomar un café en un día soleado, eso sí, salvando las distancias.
Sunlight in a Cafeteria, 1958 by Edward Hopper


viernes, 27 de marzo de 2020

Capítulo DXI.- Diez jornadas (2.6.) 39 escalones.

Sigo con el Decamerón, sexta novela de la segunda jornada. Me sorprende la capacidad de Boccaccio para ir adentrándose, poco a poco, en asuntos escabrosos. Empezó con un abad entrado en años, gordo y lujurioso, en ese mismo cuento jugó con la promiscuidad, después con juegos de equívocos sexuales de chicas que se hacen pasar por chicos y seducen a chicos que no están atraídos por chicas, siguió con un tratante de caballos rebozado en heces en una sentina, ese pobre muchacho cayó también en una tumba con el cadáver de un obispo de cuerpo presente. Lujuria, transformismo, ambigüedad sexual, cropofagia, necrofilia… A cada historia se va animando.
Llegamos a las desventuras de «Madama Beritola, con dos cabritillos en una isla encontrada, habiendo perdido dos hijos, se va de allí a Lunigiana, allí uno de los hijos va a servir a su señor y con la hija de éste se acuesta, y es puesto en prisión;  Sicilia rebelada contra el rey Carlos, y reconocido el hijo por la madre, se casa con la hija de su señor y encuentra a su hermano, y vuelven a tener una alta posición», que tiene una ingenua escena de zoofilia porque la pobre Beritola, abandonada en un isla a su suerte, termina por amamantar unas cabritillas, convirtiéndose en su madre adoptiva durante 2 años.
En este crescendo, estoy ansioso por leerme el capítulo de hoy, después de ver las calamidades de la pobre Beritola, que vio cómo su marido era encarcelado, sus dos hijos secuestrados por corsarios y luego vendido como esclavo, ella quedo abandonada a su suerte en la isla, con las cabras y, de allí, pasó a servir a un noble durante años. Hay una pequeña historia de enredos entre el hijo de Beritola y la hija del noble que acogió a Beritola y, finalmente, concluye con boda de los chicos, tras pasar una temporada encarcelados, y reagrupación familiar. Todo un culebrón.
Yo sigo con mis rutinas. Escapamos nada más declararse el estado de alarma al campo, el perímetro de la casa lo recorro en 428 pasos, si cada paso son 70 centímetros, el paseo son casi 300 metros.
Cada vuelta que doy a la piscina son 50 pasos y la subida y bajada de los escaleras de la casa 42 escalones de cada vez.
Empecé haciendo tandas de stepping de 5 por vez (subidas y bajadas), hoy he llegado a 15 por vez, cuatro veces al día.
El teléfono móvil me va certificando los pasos dados durante el día. 3000 son pocos, 5000 ó 6000 una buena marca, lejos de los 16.000 pasos que daba cuando iba a trabajar andando.
Tengo la suerte de estar al aire libre, caminar a cielo abierto y ver como los niños se suben a un olivo que lleva soportándoles desde que empezaron a caminar. Hoy mismo han tenido una sesión de barones rampantes, todavía no tienen edad para leerse el libro de Calvino.
Recuerdo la película de los 39 Escalones, de Hitchcock, una historia de aventuras, tanto o más sofisticadas que las del Decamerón, en la que la trama gira en torno a un espectáculo teatral de un hombre de memoria superdotada que cuando sube 39 escalones se activan sus mecanismos de recuerdo y es capaz de reproducir como un autónoma los secretos de los nazis.
Yo no tengo 39 escalones, tengo 42, al aire libre, cada vez que los subo y los bajo se activa mi memoria que va hacia delante, hacia atrás, piensa en lo que puedo o no puedo escribir (he terminado dos artículos técnicos, de lo mío se publicó hoy, el otro la semana que viene).
Hoy leo mi capítulo de la Marquesa que propone hacer molletes americanos (muffins). Se necesitan 230 gramos de harina (siempre fina), 30 gramos de mantequilla, tres cucharaditas de levadura en polvo, de la royal (cucharitas de café), una cucharada de azúcar glas, 2 huevos, ¼ de litro de leche y una cucharadita de sal.
Se tamiza la harina con la sal, el azúcar y la levadura.
A parte, se derrite la mantequilla. Se baten los huevos, bien batidos (5 canciones de The Raconteurs), se añade la mantequilla y se sigue batiendo. Después de añade la harina con la mezcla antedicha. Se sigue batiendo y se deja reposar en lugar templado durante media hora.
Se buscan moldes de tartaleta, se engrasan con un poco de mantequilla y se rellenan a la mitad.
Se meten en el horno precalentado (180º), veinticinco minutos. Hay que cuidar que no se tuesten mucho, si vemos que se arrebatan se cubren con papel de horno.
Estos molletes no hace falta que enfríen, al contrario, son muy sabrosos si se toman calientes, untados con mantequilla y jamón de york.
Las escaleras de Hopper no tienen los 39 escalones de la película, tampoco los 42 de mi confinamiento, pero hay que reconocer que la mujer a la puerta es cienmil veces más elegante de lo que pueda ser yo.
Summertime, 1943 Edward Hopper (1882–1967) Oil on canvas 29 1/8 x 44 inches Delaware Art Museum. Gift of Dora Sexton Brown, 1962

Como quiero poner celoso a don Eduardo hoy le doy el salto con Maria Cassatt, una postimpresionista norteamericana que me presta a una niña indolente sobre un sofá.
Mary Cassatt - Portrait Of A Little Girl

jueves, 26 de marzo de 2020

Capítulo DX.- Diez Jornadas (2.5.).- Nápoles.

Nápoles.
La decimoquinta novela del Decamerón transcurre en Nápoles. De nuevo una historieta de enredo; un comerciante de Perusa viaja a Nápoles en busca de fortuna, lleva 500 florines para comprar caballos, quiere revenderlos cuando regrese a su pueblo. En la ciudad sufre varios engaños, termina rebozado en heces en una sentida, embaucado por unos ladrones que querían asaltar la tumba de un obispo para robarle un anillo, lo que hace que el pobre Andreuccio termine caído en una tumba, con el cadáver del obispo de cuerpo presente.  Finalmente se queda con el anillo del prelado y puede regresar a su pueblo con mayor fortuna de la que partió. Toda una sucesión de desgracias entorno a la Rua del Malpertugio (calle del mal agujero). Boccaccio introduce las primeras escenas escatológicas de modo que, poco a poco, va subiendo el tono libertino de los relatos, aunque siempre tiene un final moralizante para aquietar malas conciencias y reducir riesgos con la Santa Inquisición.
Nosotros justo hace un mes, el 25 de febrero, pensábamos en sacar unos billetes para ir a Nápoles con los niños, queríamos visitar Pompeya, pasar en el sur de Italia el arranque de la Semana Santa.
Queríamos  viajar justo a finales de la semana que viene, pensábamos que el virus no llegaría ni siquiera a traspasar Roma y que estaríamos tranquilos unos días por la costa de Amalfi. A punto estuvimos de sacar los vuelos, estaban muy bien de precio. Nuestra única duda era si reservar apartamento en Nápoles y disfrutar de su caos, o si buscábamos acomodo en alguna población más pequeña de la costa.
Las ofertas de vuelo eran excepcionalmente baratas, pero, en el último momento, por un golpe de prudencia decidimos esperar unos días, no comprometer fechas y dineros.
Hace sólo un mes, casi nada, y nosotros pensando en tomar unas vacaciones a finales de marzo. Absolutamente ajenos a lo que se venía encima. Puede que la filosofía de Simeone (Partido a Partido) sea la más razonable.
Leo a alguien a quien discretamente admiro, que propone ahora apartarse de visiones catastróficas y dejar la épica exaltada para los cuentos. Tiene razón. No es momento de derrumbarse, tampoco de venirse arriba, sino de dejar pasar el tiempo, trabajar y pensar que hay mucha gente en una situación de absoluta incertidumbre, pasándolo muy mal.
La marquesa me ofrece hoy un pudding que seguramente haré. Es muy sencillo y permite darle salida a todo el pan duro que se va acumulando. Lo llama Bread-Pudding, sería más sencillo se lo llamara pudin de pan duro.
Se necesitan 250 gramos de pan de miga que esté un poco duro (pan de víspera), 50 gramos de azúcar, un cuarto de litro de leche, un huevo entero más una yema y 60 gramos de pasas (se pueden sustituir las pasas por trozos de manzana o por pera).
Hay que desmigar el pan y ponerlo en un poco de leche, hasta que se ablande bien el pan.
Se casca el huevo y la yema, se baten bien, como para tortilla, y se añaden las pasas (o la fruta elegida).
A parte, se pone a hervir el cuarto de litro de leche, con el azúcar, removiendo bien.
Se vuelca la leche bien caliente a la miga de pan, se incorpora despacio, mezclando con ayuda de un cucharón de madera. Después los huevos batidos con la fruta.
Se mezcla todo bien y se pasa a un molde engrasado.
Horno precalentado y templado, 130º, veinte minutos de horno, hasta que cuaje el huevo y se forme el pudin. Si se quiere que quede una capa tostada en la superficie se puede espolvorear un poco de azúcar por encima.
Se deja enfriar y se desmolda. En un pan dulce, en sus fundamentos es muy parecido a la greixonera mallorquina, que utiliza en vez de pan los restos de las ensaimadas que quedan duras.
Es una receta de aprovechamiento que puede enriquecerse con un poco de canela, convertirla casi en un flan si se incorporan dos huevos más. Caramelizarla por el fondo, añadirle un poco de ralladura de limón… Hay miles de opciones, tantas como pan duro acumulado.

Vuelve el frio, incluso anuncian nieve la semana que viene. Hopper tiene recursos para casi todo. Anne Ancher también.
Edward Hopper - Haunted House
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miércoles, 25 de marzo de 2020

Capítulo DIX.- Diez Jornadas (2.4) Ucronías, distropías, utopías y otras obras pias.

Ucronías, distropías, utopías y otras obras pías.
Solucionados mis problemas momentáneos con la red, vuelvo a la normalidad dentro de lo anómalo de la situación.
Leo que estos días se ha disparado la lectura, venta on line y revisión de todo tipo de películas, series, novelas e historias de ciencia ficción en todas sus variantes, supongo que es el signo de los tiempos y de las incertidumbres actuales.
A mediados de febrero en casa empezamos a ver la serie The Man in the Hight Castle, una ucronía sobre lo que hubiera sucedido si los nazis hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial y dominaran el mundo, junto a los japoneses.
No descarto durante el confinamiento revisarme todos los Star Wars con los niños (9+2) incluso ver la nueva serie de la factoría Lucas/Disney: Los Mandalorian. Tenemos todo el tiempo por delante.
Imagino que la lectura de ficción, cuanto más disparatada mejor, ayuda a la evasión y que muchos productos de ciencia ficción esconden mucha moralina, que también va bien en estos tiempos inciertos.
Yo mismo he acudido al Decamerón como vía de evasión para estos días, al fin y al cabo, leer novelas muy antiguas tiene un efecto sanador similar al de leer Dune o el Señor de los Anillos.
Me hubiera gustado ser capaz de construir algún relato actualizado a partir de las historias del Decamerón, pero me siento incapaz, supongo que me falta talento. Leo y releo las novelillas, disfruto con ellas, pero soy incapaz de trascender, de adaptarlas a los nuevos tiempos.
Boccaccio hace un retrato entre amable, pícaro y crítico del tránsito de la Edad Media al Renacimiento con una burguesía en crecimiento, sin muchos escrúpulos, un clero absolutamente envilecido y poco sentido de la moral, o, por lo menos, de la vieja moral.
El relato que me tocaba para hoy es una verdadera novela de aventuras de un mercader que vivía en una localidad cercana a Salerno. No contento con sus riquezas y su suerte decide hacerse pirata y, como corsario, dedicarse a asaltar naves turcas hasta conseguir una fortuna superior a la que ya tenía.
Cuando había doblado sus haberes, decidió regresar a su casa y en el regreso tuvo la mala fortuna de ser asaltado por otros bucaneros que le robaron y abandonaron a su suerte, otra vez en ruinas.
En el fragor se sus aventuras, el protagonista naufraga abandonado y obre, con el único asidero de un cofre que le arrastra a una isla desierta a la que también es arrojada una mujer, una desconocida de la que desconfía, hasta el punto de abrir el cofre aprovechando que ella no estaba atenta y descubrir que el baúl estaba lleno de joyas, oro y piedras preciosas que le hacían mucho más rico de lo que hubiera sido nunca.
A espaldas de su accidental compañera de naufragio, guarda el tesoro en una bolsa y le entrega a la mujer el cofre vacío. Huye de la isla y regresa a Italia, donde consolida su fortuna, mandando ir a rescatar a la mujer de la isla, decisión tomada en un momento de debilidad – estas historias han de tener un final moralizante porque si no Boccaccio no hubiera pasado el filtro de la censura.
La historia de «Landolfo Rúfolo, empobrecido, se hace corsario y, preso por los genoveses, naufraga y se salva sobre una arqueta llena de joyas preciosísimas, y recogido en Corfú por una mujer, rico vuelve a su casa» es un resumen ejecutivo para el guion de una película.
Pensando en ucronías y distropías recordaba noticias que aparecen de vez en cuando, como la de los hermanos que ocultaron la muerte de su madre durante años para seguir cobrando la pensión. No deja de ser una ucronía, la ficción de que la madre sigue viva. Un hilo del que se podría tirar para escribir una novelilla cómica, porque, en estos tiempos, conviene reír.
La Marquesa de Parabere me lleva al mundo de los puddings. El primero de almendras garrapiñadas (toda una tentación).
Para el pudding se necesitan 350 grm. de almendras garrapiñadas, 6 claras de huevo, 2 ó 3 cucharadas de azúcar glas para acaramelar el molde.
Para el dulce de yema se necesitan 6 yemas de huevo y 100 gramos de almíbar.
Se toma un molde metálico y se ponen las tres cucharadas de azúcar (creo que mejor 4 ó 5 para garantizar una buena caramelización. Se pone el molde al fuego con medio vaso de agua y unas gotas de limón, para hacer un caramelo parecido al del flan.
Se pican bien las almendras garrapiñadas, hasta que quede un polvo fino de almendra (cuesta un poco pero merece la pena).
Se baten las claras a punto de nieve, punto duro, que queden picos bien tiesos. Se mezcla el merengue con el polvo de almendra y se cuece al baño maría. Puede hacerse al horno, a 120º de temperatura. Se cuece despacio, con paciencia, y tapado. Cuidando que no se consuma el agua.
Una vez cuajado, se deja enfriar antes de sacar el molde.
Mientras enfría el pudding, se prepara en un cazo el almíbar, con cuidado de que quede bien limpia, clara.
Se pone a fuego mínimo otro cazo con las yemas, incluso se recomienda no ponerlo al fuego, sino junto a él, para que se temple lentamente. Se empieza a batir muy rápido, cuando empiece a espesar se añade poco a poco el almíbar, en hilo, que caiga casi gota a gota. Cuando quede una crema naranja y brillante se extiende sobre el pudding de almendras y se lleva a la pesa.
Hopper no es consciente que estas veleidades pueden ser sancionadas.

He descubierto por casualidad a una Hopper danesa, Anne Ancher, costumbrismo y melancolía. Espero que no se enfade don Eduardo, Anne Ancher nació y empezó a pintar 20 años antes que el afamado Hopper.
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martes, 24 de marzo de 2020

Capítulo DVIII.- Diez Jornadas (2.3) No entrar en pánico.

No entrar en pánico.
En casa somos tan disciplinados que empezamos el confinamiento de los niños desde que empezó a correr la noticia del estado de alarma, así que llevamos doce jornadas, trece a los efectos del Diletante porque el primer relato  empezó ese mismo jueves.
Intento no ser supersticioso, pero lo cierto es que coincidiendo con la decimotercera jornada los datos de internet se han agotado. Tenemos tres ordenadores, dos tabletas y cuatro teléfonos conectados a la red y la pobre empieza a dar señales de fatiga. Ni los operadores estaban preparados para la pandemia.
Enseguida relativizamos la situación, al fin y al cabo somos unos privilegiados si nuestra única preocupación es la calidad de la conexión con la que está cayendo.
En todo caso, intento no ser supersticioso, aunque toda la información que recibo está llena de supersticiones, todo tipo de rituales para conjurar lo que algunos consideran un golpe de mala suerte, ayer mismo escuchaba a un presidente de comunidad autónoma asegurando que el virus era una respuesta de la naturaleza a los desmanes humanos, comparaba este desastre de salud a la caída del meteorito y la extinción de los dinosaurios. Con políticos de este calibre podemos dormir tranquilos, siempre y cuando no tengan mando o competencia de nada, salvo salir en la televisión.
No es difícil ver los rituales que se organizan algunas personas, parecidos a los que establecía Melvin Udall, el misántropo protagonista de Mejor… Imposible, la película por la que Jack Nicholson ganó su último Oscar. Me preocuparía convertirme en un neurótico como Melvin por un ligero fallo de sistema.
Sigo con mis tareas del Decamerón, la novela de hoy es el esbozo de una comedia de equívocos sexuales, la historia de una princesa que se disfraza de fraile para peregrinar a Roma y en el camino se encandila del hijo de un prestamista florentino. El muchacho, Alesandro, se engatusa también con el fraile, empezando a tener dudas sobre sus apetencias sexuales. La chica que aparenta ser un chico se encanta de un chico que se encandila con otro chico que resulta ser una chica.
Boccaccio sigue con sus juegos de espejos, toda una osadía en pleno siglo XIV.
Leo y cocino para conjurar las crisis de misantropía, también las de superstición.
Preparo todos los días para los niños crepes para el desayuno, la receta es sencilla.
3 huevos, 125 gramos de harina, 350 cc de leche (un vaso y medio de los de nocilla de toda la vida), 25 gramos de mantequilla, una pizca de sal, dos de azúcar.
Se deshace la mantequilla poniéndola 20 segundos en el micro. Se incorporan todos los ingredientes y se baten bien, hasta que quede un fluido sin grumos. La marquesa, que es mucho más sofisticada, lo que hace es calentar la leche e incorporar la mantequilla para que se deslíe en ella.
Ellos se toman una crepe con miel o con nocilla, pero la marquesa maneja combinaciones muy sabrosas, más allá de las crepes suzette.
Las que leo hoy son las llamadas crepes Gil Blas. Son unas creps rellenas de una crema de mantequilla, coñac, avellanas y ralladura de limón.
Para la mantequilla de avellanas las cantidades son 80 gramos de mantequilla, 50 de azúcar glas, dos cucharadas de coñac y dos más de leche de almendras, con una pizca de sal.
Las avellanas tienen que estar tostadas, se pican hasta que queden en polvo ligero.
Se pone la mantequilla en un bol o en una taza templada para que se deshaga. Se remueve la mantequilla con una cuchara hasta que se va formando una crema ligera, se añade el azúcar y la ralladura de medio limón. Finalmente las avellanas picadas, el coñac y la leche de almendra. Hay que remover sin parar, así queda una crema que puede untarse en las crepes, que deben servirse calientes, con un poco de azúcar glas por encima y unas gotitas de coñac.

Hopper deja que hoy nos asomemos al umbral de la puerta, poco más, siempre solos.
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