miércoles, 25 de marzo de 2020

Capítulo DIX.- Diez Jornadas (2.4) Ucronías, distropías, utopías y otras obras pias.

Ucronías, distropías, utopías y otras obras pías.
Solucionados mis problemas momentáneos con la red, vuelvo a la normalidad dentro de lo anómalo de la situación.
Leo que estos días se ha disparado la lectura, venta on line y revisión de todo tipo de películas, series, novelas e historias de ciencia ficción en todas sus variantes, supongo que es el signo de los tiempos y de las incertidumbres actuales.
A mediados de febrero en casa empezamos a ver la serie The Man in the Hight Castle, una ucronía sobre lo que hubiera sucedido si los nazis hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial y dominaran el mundo, junto a los japoneses.
No descarto durante el confinamiento revisarme todos los Star Wars con los niños (9+2) incluso ver la nueva serie de la factoría Lucas/Disney: Los Mandalorian. Tenemos todo el tiempo por delante.
Imagino que la lectura de ficción, cuanto más disparatada mejor, ayuda a la evasión y que muchos productos de ciencia ficción esconden mucha moralina, que también va bien en estos tiempos inciertos.
Yo mismo he acudido al Decamerón como vía de evasión para estos días, al fin y al cabo, leer novelas muy antiguas tiene un efecto sanador similar al de leer Dune o el Señor de los Anillos.
Me hubiera gustado ser capaz de construir algún relato actualizado a partir de las historias del Decamerón, pero me siento incapaz, supongo que me falta talento. Leo y releo las novelillas, disfruto con ellas, pero soy incapaz de trascender, de adaptarlas a los nuevos tiempos.
Boccaccio hace un retrato entre amable, pícaro y crítico del tránsito de la Edad Media al Renacimiento con una burguesía en crecimiento, sin muchos escrúpulos, un clero absolutamente envilecido y poco sentido de la moral, o, por lo menos, de la vieja moral.
El relato que me tocaba para hoy es una verdadera novela de aventuras de un mercader que vivía en una localidad cercana a Salerno. No contento con sus riquezas y su suerte decide hacerse pirata y, como corsario, dedicarse a asaltar naves turcas hasta conseguir una fortuna superior a la que ya tenía.
Cuando había doblado sus haberes, decidió regresar a su casa y en el regreso tuvo la mala fortuna de ser asaltado por otros bucaneros que le robaron y abandonaron a su suerte, otra vez en ruinas.
En el fragor se sus aventuras, el protagonista naufraga abandonado y obre, con el único asidero de un cofre que le arrastra a una isla desierta a la que también es arrojada una mujer, una desconocida de la que desconfía, hasta el punto de abrir el cofre aprovechando que ella no estaba atenta y descubrir que el baúl estaba lleno de joyas, oro y piedras preciosas que le hacían mucho más rico de lo que hubiera sido nunca.
A espaldas de su accidental compañera de naufragio, guarda el tesoro en una bolsa y le entrega a la mujer el cofre vacío. Huye de la isla y regresa a Italia, donde consolida su fortuna, mandando ir a rescatar a la mujer de la isla, decisión tomada en un momento de debilidad – estas historias han de tener un final moralizante porque si no Boccaccio no hubiera pasado el filtro de la censura.
La historia de «Landolfo Rúfolo, empobrecido, se hace corsario y, preso por los genoveses, naufraga y se salva sobre una arqueta llena de joyas preciosísimas, y recogido en Corfú por una mujer, rico vuelve a su casa» es un resumen ejecutivo para el guion de una película.
Pensando en ucronías y distropías recordaba noticias que aparecen de vez en cuando, como la de los hermanos que ocultaron la muerte de su madre durante años para seguir cobrando la pensión. No deja de ser una ucronía, la ficción de que la madre sigue viva. Un hilo del que se podría tirar para escribir una novelilla cómica, porque, en estos tiempos, conviene reír.
La Marquesa de Parabere me lleva al mundo de los puddings. El primero de almendras garrapiñadas (toda una tentación).
Para el pudding se necesitan 350 grm. de almendras garrapiñadas, 6 claras de huevo, 2 ó 3 cucharadas de azúcar glas para acaramelar el molde.
Para el dulce de yema se necesitan 6 yemas de huevo y 100 gramos de almíbar.
Se toma un molde metálico y se ponen las tres cucharadas de azúcar (creo que mejor 4 ó 5 para garantizar una buena caramelización. Se pone el molde al fuego con medio vaso de agua y unas gotas de limón, para hacer un caramelo parecido al del flan.
Se pican bien las almendras garrapiñadas, hasta que quede un polvo fino de almendra (cuesta un poco pero merece la pena).
Se baten las claras a punto de nieve, punto duro, que queden picos bien tiesos. Se mezcla el merengue con el polvo de almendra y se cuece al baño maría. Puede hacerse al horno, a 120º de temperatura. Se cuece despacio, con paciencia, y tapado. Cuidando que no se consuma el agua.
Una vez cuajado, se deja enfriar antes de sacar el molde.
Mientras enfría el pudding, se prepara en un cazo el almíbar, con cuidado de que quede bien limpia, clara.
Se pone a fuego mínimo otro cazo con las yemas, incluso se recomienda no ponerlo al fuego, sino junto a él, para que se temple lentamente. Se empieza a batir muy rápido, cuando empiece a espesar se añade poco a poco el almíbar, en hilo, que caiga casi gota a gota. Cuando quede una crema naranja y brillante se extiende sobre el pudding de almendras y se lleva a la pesa.
Hopper no es consciente que estas veleidades pueden ser sancionadas.

He descubierto por casualidad a una Hopper danesa, Anne Ancher, costumbrismo y melancolía. Espero que no se enfade don Eduardo, Anne Ancher nació y empezó a pintar 20 años antes que el afamado Hopper.
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