lunes, 30 de marzo de 2020

Capítulo DXIV.- Diez Jornadas (2.9.) Las claves de la pandemia.

Las claves de la pandemia.
Que nadie se asuste, no me voy a poner trascendente, no voy a contribuir con mi boñiguilla a la montaña de detritus que han formado ya todo tipo de opinadores. Mis claves son mucho más mundanas.
En casa tenemos 3 ordenadores portátiles, una Tablet (la otra ha caído ya en acto de servicio) y 4 móviles conectados a la red. Disponemos de 3 redes de internet, que es como no disponer de ninguna porque cada una tiene sus manías y sus disfunciones.
En la casa contratamos una red con poca capacidad de datos, sólo la utilizábamos los fines de semana, rápido quedó sin datos y hasta el día 1 de abril no la reactivan mayor capacidad. Esta red tiene sus claves que hay que introducir para sincronizar los aparatos.
Tenemos una segunda red, la red principal de nuestro domicilio, que ahora la tenemos en los móviles. Cuando falla la red de la casa, hemos de sincronizar los móviles con los ordenadores para poder trabajar. Tuvimos que poner las claves en todos los aparatos para disponer de esta red secundaria.
La tercera red, la excepcional, es la que utilizamos estos días. Es un pincho que nos facilitaron hace años en el trabajo. Una tercera compañía a la que nos enganchamos por turnos, con la consiguiente ceremonia de claves de conexión.
EL colegio de mis hijos funciona razonablemente bien, se han volcado con las clases y los materiales on line, reciben materiales y mandan ejercicios y grabaciones por la red. Cada uno de los niños tiene sus claves para entrar en sus correos del colegio, correos y entornos que están “capados” para que los niños no se pajareen con videos y juegos. Como hay habilidades informáticas que mis hijos no dominan, me han facilitado sus claves para que pueda hacer algunas tareas de menestral, como la de mandar exposiciones orales de 27 megas al profesor de turno, bajarles PDF o documentos en Word que van y vienen.
Como tenemos que actualizar programas y bajar aplicaciones nuevas, los de Appel, Samung, Microsoft me piden que actualice las claves de alta en estas plataformas para poder cargar esas aplicaciones.
Como hay algunas plataformas que hace tiempo que no uso, he perdido o se me ha caducado la clave, por lo que he de seguir el protocolo de actualización o recuperación de claves, con la obligación de cambiar la clave con el ceremonial de que tenga 8 o más caracteres, que combine mayúsculas, minúsculas, números y signos, que no coincida con la clave utilizada en los últimos 6 meses y, además, último requisito que hoy me ha comunicado Microsoft, la clave no puede coincidir ni con mi nombre, ni con mis apellidos, ni con mi correo.
Con cada cambio o recuperación de clave recibo la correspondiente ristra de correos electrónicos advirtiendo el acceso a la clave, el cambio de clave y la verificación correspondiente.
Es inevitable el incremento del uso de redes sociales, en cada una de ellas (intagram, Facebook, twitter) tengo mi correo, mis nombres, mis alias y mis claves. No soy un fanático de las redes, pero como Diletante voy zascandileando en la red. Estos días están sobrecargadas y cada vez que las utilizo en un dispositivo distinto he de cargar mis claves y mis correos.
En el trabajo disponemos de dos correos (nacional y autonómico) con sus claves correspondientes. Cada mañana al conectarme al trabajo me toca teclear nombre y contraseña, actualizarlos y, además, gestionar el protocolo de seguridad de la firma electrónica.
En las plataformas de televisión (en casa usamos varias) también hay que manejar las claves y los correos. Como alguna de esas plataformas las tengo en el móvil o en la Tablet, para verlas en la televisión normal hay que hacer una transferencia de señal que obliga a facilitar claves y correos, más una clave especial para la compatibilidad.
Cuando mando documentos por bluetooth el protocolo de transferencia me obliga a cruzar unas claves nuevas que, en función del aparato, se corroboran por sms o por correo electrónico.
En los teléfonos de mi mujer y de mi hijo, que son de la manzanita, hay un sistema de desbloqueo por reconocimiento facial. Como no nos parecemos, sus teléfonos no me reconocen y hay veces que me encargo de cogerlos y gestionarlos, por lo que he de utilizar otra tanda de claves.
Mi teléfono, que es coreano, se desbloquea con el diseño de un dibujillo en pantalla o con la huella. La huella no la puedo prestar, pero el dibujillo es ya de dominio público.
Iba apuntando cada clave de cada red, cada plataforma, cada gestión en mi teléfono móvil. Tengo apuntadas una veintena de claves, referenciadas a cada uno de los aparatos, redes, plataformas y artilugios utilizados.
Como a veces desconfío de la tecnología, además he apuntado el ramo de claves en un papel.
Esas son mis claves de la pandemia, muy de andar por casa, muy caóticas, improvisadas minuto a minuto.
Cuando consigo poner en línea todas las claves que me permiten acceder al ordenador sigo leyendo el Decamerón, la 19ª novela. Cada vez se complican más las tramas, aunque giren sobre los mismos parámetros.
La de hoy es la de la de desventurada vida de Zinevra de Genova, la esposa de un comerciante que vio comprometida su honra y buen nombre por una apuesta. Con casi una veintena de relatos leídos puedo confirmar que los personajes femeninos de Boccaccio son mucho más interesantes y complejos que los masculinos. Los machos del Decamerón suelen ser sota, caballo o rey, poco más. No hay matices, los femeninos son mucho más ricos, con más aristas.
Sigo con la repostería de la Marquesa de Parabere, hoy, como tiempo y paciencia no falta, me atrevo con la receta básica de la pasta choux, la de los bocaditos de nata o profiteroles.
La divina marquesa inicia su receta con palabras providenciales: «No hay que descorazonarse si no se acierta a la primera; cualquier nimiedad ha podido ser la causa del fracaso; en la pastelería, sobre todo, es necesario adquirir experiencia propia; y esto sólo se consigue a fuerza de práctica; si un preparado no sale la primera vez perfectamente, se vuelve a hacer otro día, y seguro que esta vez será un éxito». Las palabras de la Marquesa se pueden aplicar a casi todo lo importante, incluida la repostería.
Ingredientes: 225 gramos de harina, 125 gramos de mantequilla, diez gramos de azúcar, 5 gramos de sal, 3 decílitros y medio de agua o leche (o mitad y mitad), que es el equivalente a vaso colmado de los de nocilla. 6 ó 7 huevos, en función del tamaño (como siempre), corteza de limón o de vainilla para aromatizar.
La receta se inicia poniendo en un cazo la leche, la corteza de limón, la mantequilla, la sal y el azúcar. Se pone todo a cocer a fuego vivo hasta que rompa a hervir. Cuando suba la leche, con toda su espuma, se retira del fuego y se añade de golpe, sin tamizar, la harina. Se remueve (con cuchara de palo) deprisa hasta que se integre toda la masa, quede una pasta muy fina. Bien removida se enciende de nuevo el fuego, esta vez al mínimo y se sigue removiendo hasta que la masa empiece a pegarse un poco en el fondo y se forme un ovillo alrededor de la cuchara.
La pasta está bien cocida cuando deje de pegarse a la cuchara. La mantequilla empieza a rezumar (es decir, aparecen brillos húmedos en la masa).
Se retira la masa del fuego y se vuelca en un bol (lebrillo en palabras de la divina).
Se van agregando los huevos uno a uno, se van cascando y batiendo con vigor hasta que queden perfectamente amalgamados con la pasta.
La marquesa quiere que los huevos sean grandes, muy frescos y a temperatura ambiente.
La cantidad exacta de huevos es un arcano, depende de muchos factores, nos dice la Marquesa, pero se sabe que la masa está a punto cuando se despega fácilmente del cucharón que sirve para removerla. Por eso no conviene cascar y añadir los huevos con rapidez, sino poco a poco.
El truco de esta pasta está en batirla con vigor, para que se airee bien y quede muy esponjosa.
Se deja reposar la masa en un bol, tapándola para que no se seque. Una hora a temperatura cálida (20º ó 22º).
Reposada la masa, se puede colocar en una manga pastelera o se utiliza una cuchara y se colocan pequeñas porciones sobre papel de horno satinado (del que no se pegan). No conviene que sean muy grandes, pueden ser alargados o redondeados. Hay que separar cada porción 3 ó 4 centímetros, porque la masa se dilata.
Se precalienta al horno a 140º, sin el ventilador, en 20 minutos, tal vez un par de minutillos más, los choux se cuecen, quedan ligeramente tostados, huecos por dentro. Cuando se hayan levantado (se comprueba a simple vista) se apaga el horno y se deja abierta una rendija para que no se enfríen de golpe.
Si todo ha ido bien, han de quedar unos pastelillos ligeros, inflados, dispuestos a rellenarse de cualquier ambrosía.
Hemos de ser conscientes de las palabras de la marquesa al iniciar su receta, en cualquier momento se puede fracasar.

La distancia de los personajes del cuadro de Hopper hoy por hoy no estaría permitida.
Analysis of Edward Hopper's “Nighthawks” - Joshua Hoering - Medium

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