lunes, 16 de marzo de 2020

Capítulo D.- Diez Jornadas (1.5). Los placeres y los días.

La quinta jornada ha amanecido con una bajada drástica de temperatura y lluvia permanente desde media mañana. Día gris, acorde con los tiempos.
Me resulta inevitable pensar en que el Real Decreto que ha declarado el estado de alarma no ha pensado en los amantes clandestinos, tampoco en los amoríos nuevos, los que están sin consolidar. Es un Real Decreto hecho a la medida de las clases medias, de parejas consolidadas, a poder ser con niños, pero no tiene ningún  aliviadero o previsión para quien tengan un amor secreto, un amante esporádico.
Pienso en parejas que empiezan ahora una relación, que todavía no se han planteado vivir juntos. También en amantes clandestinos que ahora no podrán buscar esas zonas de penumbra para mandar un mensaje o para tener un momento de despiste para un encuentro furtivo.
Encerrados en casa, con los móviles encima de la mesa, echando fuego, será difícil tener ese instante de intimidad o ese espacio para mandar un “te quiero” o un “te deseo”, sin correr riesgos innecesarios.
Son casi imposibles los encuentros casuales, salvo que se disponga de perro o se busque coincidir en el Mercadona, que probablemente es uno de los lugares menos propicio para el amor de los diseñados en este mundo moderno.
Puede que un aparcamiento de una gran superficie pueda ser adecuado para un contacto visual, puede que para su leve roce de manos, sometido a todo tipo de desinfecciones posteriores; pero en un aparcamiento de los actuales parece imposible habilitar ese espacio para la confidencia amorosa, para la caricia. No se trata sólo de la infidelidad, que ya de por sí suele acarrear problemas, sino también de la ruptura de los círculos de confianza. No se trata sólo de poner los cuernos, muy mal vistos, sino de poner en riesgo de infección a ese entorno familiar que está esperándote en casa a que llegues con una bandeja de hamburguesas o un brick de caldo de pollo para hacer una sopa de fideos.
Dentro de las razones de urgencia o de fuerza mayor, el Real Decreto debería haber reconocido expresamente los encuentros furtivos de amantes apasionados, mucho más necesarios que las peluquerías y las ópticas, que sí tuvieron el visto bueno del legislador.
Puede que quienes hagan las leyes nunca hubieran estado  enamorados.
Y si mala es la situación de los amantes, de las parejas incipientes que van a ver limitadas durante semanas sus opciones de roce. Peor es la de quienes estuvieran al borde de la ruptura, de quienes, tras meses de tensiones e incertidumbres, habían decidido ya separarse. Estas parejas quebradas quedan ahora condenadas a convivir en un escorzo final, sometidas a todos los riesgos, incluso el más grave, el de una falsa reconciliación.
Perdido en estos pensamientos, sin poder salir al jardín unos minutos para tomar un poco de aire porque hace frío, viento y una lluvia muy molesta.
Leí la quinta novela del Decamerón, la narradora es una mujer, Fiameta, que se mostró escandalizada por la historia anterior. La suya es una novela mucho más sutil, una metáfora sobre la seducción y la capacidad para resistirse a ella.
La protagonista era la mujer del marqués de Monferrato, que tiene que soportar los devaneos del rey de Francia, que aprovecha la ausencia del marqués, que por lo visto estaba guerreando, para intentar seducir a la virtuosa esposa de su vasallo, presentándose en el palacio para intentar seducirla.
La marquesa, a la que nada apetecía menos que las artimañas del rey de Francia, decide recibirle con todo el boato y la parafernalia que exige su invitado, organizándole la mejor de las fiestas. Decidió reunir todas las gallinas que había en la comarca y durante el tiempo que estuviera el rey en su palacio darle de comer guisos de gallina en todas sus variedades.
El rey, sorprendido porque todos los platos se hicieran a base de gallina en todas su variedades, preguntó, por fin, harto de comer gallina: “Dama, ¿nacen en este país solamente gallinas sin ningún gallo?”.
A lo que la noble contestó: “No, monseñor; pero las mujeres, aunque en vestidos y en honores algo varíen de las otras, todas sin embargo son igual aquí que en cualquier parte”.
Fino y elegante Boccaccio. Nada que ver la elegancia de esta quinta historia con la anterior.
A la salud de Fiameta, propongo un bizcocho de chocolate y castañas, acorde con el tiempo frio. No necesita huevos, ni horno.
Se necesitan 500 gramos de castañas, 100 gramos de azúcar glass, 100 gramos de mantequilla, 100 gramos de chocolate.
Las castañas tienen que ser peladas, despellejadas. Hay una vieja receta que recomienda hervir las castañas en leche para que queden más sabrosas.
Hay que convertir las castañas en puré, mezclarlas con la mantequilla a punto de pomada, el chocolate también deshecho y el azúcar. Hay que mezclarlo todo bien, hasta que quede una crema fina, sin grumos, que debe pasarse a un molde para que se vaya cuajando. Se deja un día el molde en la nevera (no es necesario el congelador, el pastel cuaja con el frio normal de la nevera, el chocolate se solidifica y la mantequilla también haciendo en realidad un pastel con un punto arenoso, por la pasta de castaña).
Se puede servir con un fondant de chocolate negro por encima.

Nuevo cuadro de Hopper, también se puede estar sólo en pareja.
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