lunes, 8 de abril de 2019

Capítulo CDLXXII.- Compartiendo a Le Sidaner.


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Los cuadros que he reproducido y lo que aparecen al final son del mismo pintor, Henri Eugène Agustin Le Sidaner, artista francés incluido entre los denominados postimpresionistas. Bien mirado, cualquier pintor posterior a los impresionistas podría ser catalogado de postimpresionista.

Supongo que cuando los estudiosos del arte hacen referencia a los postimpresionistas quieren referirse a los artistas que, sin abandonar el arte figurativo mantuvieron su pelea con el color y con el paisaje. Mientras los postimpresionistas siguieron con sus luchas con la luz, llegaron los cubistas y el arte abstracto y se llevo a todo y a todos por delante. Solo algunos genios como Matisse consiguieron mantener su posición en la historia del arte y enfrentarse de tú a tú con Picasso y con lo que Picasso supuso al mundo del arte.

Marcel Proust decía de La Sidaner que era un pintor altamente distinguido, aunque no podía considerarse uno de los “grandes”. Proust escribió sobre Le Sidaner en Sodoma y Gomorra, el tercer tomo de En Busca del Tiempo Perdido, los cuadros de Le Sidaner podrían servir como referencia gráfica del tiempo y el mundo de Marcel Proust.

Hasta donde he investigado, y he investigado bastante, Le Sidaner se dedicó básicamente al paisaje otoñal y nocturno (sobre todo Venecia), algunas naturalezas muertas, jardines, marinas, fuentes … No he localizado ningún retrato (casi ninguno, porque tiene un retrato de Margarita de su época inicial), de hecho, es difícil encontrar cuadros con imágenes de personas y, cuando aparecen, lo hacen a lo lejos, difuminadas.

He elegido tres cuadros de tres servicios de mesa, pintados en épocas distintas, en apariencia cuadros muy parecidos y, sin embargo, diferentes en los detalles, en la luz.

Me llama la atención que las mesas aparecen ligeramente descentradas, para que así destaquen los elementos del servicio de mesa.

No son mesas recargadas, ni mucho menos; por leves detalles se sabe que son mesas vividas, porque hay abandonado un foulard, o una de las sillas está descolocada, como si los comensales acabaran de ausentarse.

Toma una distancia un poco más lejana de la que normalmente acostumbran los servicios de mesa que se pintaron sobre todo durante el barroco.

Se trata de mesas burguesas, no muy ostentosas; cuida al detalle la calidad de la loza, platos, jarras y cafeteras son cuidadosamente elegidas. La caída de los manteles sencillamente perfectas, suavemente acunadas por la brisa.

Todos los servicios de mesa los pinta en entornos tranquilos, sin personajes que puedan despistar al espectador. Le Sidaner quiere que nos detengamos frente a sus mesas y nos entre una necesidad vital por tomar la silla y coger una pieza de fruta o servir una taza de té.

Cuando estudio los cuadros tengo la sensación de que acaba de suceder algo, una escena plácida que ha sido interrumpida de repente: unos amantes que han subido a una de las estancias, una familia que ha decidido seguir su paseo por Venecia, una pareja que acaba de desayunar y se ha adentrado en un jardín para dar un paseo.

Le Sidaner ha elegido ese momento inmediatamente posterior a algo, a una historia que no debe ser muy abrupta, ni muy agitada porque la mesa ha quedado impecable.

Puede que los comensales de alguna de las mesas hayan salido un momento a atender una llamada telefónica o a recibir a una visita querida.

Me gustas especialmente las mesas que hay frente a grandes ventanales. Puede que Le Sidaner tenga un dominio de los ventanales parecido al de Matisse o al de Picasso, maestros en pintar paisajes robados a través de una ventana.

Habrá quien piense que Le Sidaner es un pintor aburrido, puede ser. Un pintor que aguantaría muy mal su enfrentamiento con alguno de sus contemporáneos (no hay más que ver los pintores que explotaron entre 1880 y 1930 para hacer la comparativa). Creo que se equivocan, que Le Sidaner, al igual que Chardin, son pintores mucho más complejos de lo que a simple vista parecen, verdaderos maestros de la luz, del color y, sobre todo, de elegir el momento. Le Sidaner no quiere ser estridente, es esconde en una aparente rutina para sugerir sucesos absolutamente magnéticos, lo suficientemente magnéticos como para que, de repente los comensales hayan dejado la mesa y el emplazamiento desierto, con la sensación de que unos minutos más tarde podrán reanudar la comida, el desayuno, la merienda, la cena, la tertulia, el encuentro furtivo o la fiesta familiar. Como si hubieran cedido momentáneamente a Le Sidaner una porción de su intimidad, de sus cucharas brillantes, de sus vasos medio vacíos, de los platos descolocados.

La serie de cuadros de Le Sidaner que he elegido conectan con la receta sobre la que quiero escribir, una receta que he hecho una y mil veces, que de una u otra manera he escrito y descrito hasta la infinidad, siempre igual y siempre distinta.

Creo que mi estofado de codornices con judías de santa Pau encajaría muy bien en los servicios de mesa de Le Sidaner, podría esperar humeante a que los comensales acompañaran a sus invitados a la mesa.

Hace unos días compré media docena de codornices, de las de granja, qué le vamos a hacer, no es sencillo encontrar proveedores de caza menor. Además, no cocinaba para ninguna ocasión especial, sino para la más especial de las ocasiones, que es la ocasión de darse un homenaje cotidiano. Una comida de domingo a mediodía.

Salpimenté las codornices, las había comprado ya limpias, evisceradas. Piqué un manojo de acelgas frescas y aproveché las hojas más tiernas para rellenar las codornices.

En una cazuela grande puse un poco de aceite y dejé que tomara temperatura para dorar ligeramente los pajarillos. Tres minutos por cada lado, para que la piel se tostara y sudara un poco. (Colgué las fotografías en Instagram).

Retiré las codornices y en ese mismo aceite chisporroteante añadí una cebolla bien picada, un puerro, una rama de apio, tres zanahorias, 200 gramos de tacos de jamón picado en dados y los restos del manojo de acelgas que previamente había lavado y picado.

La verdura la piqué en juliana fina. La puse a rehogar a fuego suave, con una pizca de sal, unas bolitas de pimienta de Jamaica, un par de hojas de laurel y unas semillas de comino.

Mientras se rehogaba pelé un nabo blanco, una chirivía y una patata. Corté los tubérculos en daditos, no muy grandes.

Daba gusto ver como sudaban las verduras y los tubérculos, como iban ablandándose y tomando brillo. Gracias al jamón no hacía falta salar mucho el guiso.

Añadí un chorro generoso de vino de jerez, muy seco. Subí un pelín el fuego y dejé que evaporara el alcohol, como hago siempre.

Tenía un litro y medio de caldo de verduras, había hervido unas judías verdes dos o tres días antes y reservaba el agua.

Añadí el caldo en frio y, de inmediato, añadí medio quilo de judías de santa Pau, es una judía blanca, del tamaño de la uña de un niño. Es una judía que no requiere que se remoje previamente, es de las legumbres autóctonas de Cataluña más fina, podría competir con las verdinas o con las pochas.

En función de la calidad del agua las judías de santa Pau necesitan 40 o 50 minutos de hervor, no mucho más. A partir de la media hora hirviendo hay que ir probándolas para que no queden muy duras.

Si las judías son del año su finezza es gozosa. Cuando llevaban media hora hirviendo añadí las codornices a medio cocinar.

Tapé la cazuela para que el hervor final, ese cuarto de hora de gloria, se produjera con todos los honores. Que el caldo de la verdura empapara bien a los pajarillos y los pajarillos terminaran de sudar.

La verdura con la que había rellenado las codornices dejaron su carne ligeramente amarga.

Pagué el fuego antes de que el reloj diera una hora de hervor. No me atreví a levantar la tapa. Dejé que reposara todo durante media hora más, como si fuera una infusión.

Yo soy de los que prefiero hervir las legumbres, sobre todo las menudas, con la verdura pelada y picada, sofriéndola antes para que quede casi deshecha, como un puré que engordara el caldo y le diera cuerpo. Suelo ponerle mucha verdura y mucho tubérculo, de modo que el guiso quede como una de las minestrone de fasolinis italiana.

Mi estofado de codornices y judías de Santa Pau fueron como uno de los servicios de mesa de Le Sidaner, en apariencia iguales a miles de guisos y, sin embargo, distintos, enigmáticos y tranquilos.

Así, con esta receta, cumple el Diletante sus primeros ocho años, lejos queda el primer capítulo, de abril de 2011. Todavía no sé cual será el final del camino, que sigo pensando que está lejos.

De momento, descubro nuevos artistas, nuevas recetas, nuevos libros y nuevas experiencias. En unos días marcho con la familia al desierto del Sahara, una pequeña aventura familiar de la que seguramente traeré sabores y experiencias.

Por cierto, quien haya llegado a este punto final, tiene como premio la web oficial de Le Sidaner, allí están reseñados los datos principales del pintor, sus cuadros más significativos y las exposiciones que se organizan. Creo que habrá un día en el que en España disfrutaremos de una gran exposición de Le Sidaner y habrá quien lo encumbre como uno de los grandes, no tengo prisa (http://henri.lesidaner.com/).
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