lunes, 3 de marzo de 2025
Capítulo DCXIV.- Una sopa casi/casi de verdura en homenaje a Ludwig Wittgestein
Tractatus de iure vegetabile/ Tractatus de pulmentum vegetabile
1. El caldo lo es todo, todo puede convertirse en caldo.
1.1. Definir lo que es un caldo es sencillo. Cualquier cosa sumergida durante un tiempo razonable en agua hirviendo puede convertirse en caldo.
1.2. Cuestión distinta es que ese caldo sea de sabor agradable.
2. Todo lo que puede convertirse en caldo, termina convirtiéndose en caldo.
2.1. Hay momentos del día en los que apetece preparar un caldo.
2.2. Los días propicios suelen ser los días fríos, sobre todo si son grises.
2.3. Los atardeceres también invitan a preparar un caldo.
2.4. Muchas veces no es necesario preparar un caldo, basta con pensar en que apetece tomarse un caldo.
2.4.1. Partiendo de esa apetencia, el siguiente paso es pensar en qué ingredientes pululan por la cocina susceptibles de preparar un caldo.
2.4.2. También se puede bajar al mercado a buscar los ingredientes que requiere un caldo, pero en ese caso el caldo es un caldo distinto.
2.4.2.1. Porque hay un caldo, existe un caldo, que nace de la pereza de no querer salir a la calle a comprar los ingredientes que requiere el caldo.
2.4.2.1.1. Ese caldo sería un caldo ontológico.
2.4.2.1.2. El caldo preparado a partir de la decisión de salir a la calle a comprar los ingredientes necesarios sería un caldo epistemológico.
2.4.2.2. Los caldos ontológicos llevan a la introspección, reconfortan es espíritu de cada uno.
2.4.2.3. Los caldos epistemológicos llevan a la socialización, reconfortan el espíritu de aquellos con los que se comparte el caldo.
2.4.2.4. Cuando se prepara un caldo ontológico puedes jugar a intentar que todos y cada uno de los elementos que lo integran puedan ser identificados por el paladar de quien los ha cocinado.
2.4.2.5. Cuando se prepara un caldo epistemológico todos y cada uno de los ingredientes deben conformar un todo distinto a cada uno de los ingredientes que lo integran.
2.4.2.5.1. Cuando ves que puede fracasar un caldo ontológico, pueden intentar convertirlo en un caldo epistemológico.
3. Pensar en los ingredientes que lleva un caldo es el paso previo para preparar una sopa.
3.1. Una sopa es un caldo con voluntad de trascender.
3.2. La trascendencia de la sopa va marcada por ingredientes o elementos que pueden ser ajenos al caldo. Que no tienen porque conformar el ser o la esencia del caldo.
3.2.1. El fideo es un ejemplo claro de elemento trascendente que convierte el caldo en sola.
3.2.1.1. Otras pastas también pueden jugar a la trascendencia, pero se corre el riesgo de que la pasta absorba el caldo, convirtiéndose en algo distinto, ajeno al caldo.
3.2.2. El pan, más modesto, también tiene esa capacidad de trascendencia.
3.2.3. La patata o el arroz también contribuyen a ese salto cualitativo.
3.3. Pero puede suceder, y de hecho sucede, que los pasos previos a una sopa lleven a un caldo.
4. Proponer una sopa significa preparar un caldo.
5. El caldo es un paso cierto y previo a preparar una sopa.
5.1. Aunque puede suceder que los pasos previos para una sopa lleven, de modo lógico a preparar un caldo.
6. La fórmula general de un verdadero caldo es[p,§,N(§)].
Esta es la fórmula general de un verdadero caldo.
6.1. “p” serviría para identificar el elemento sólido que se incorpora al medio líquido.
6.1.1. Un caldo no debe quedar reducido a una sola “p.” Tampoco conviene que un caldo lo compongan infinitas pes.
6.1.1.1. Sentado lo anterior, lo cierto es que hay caldos construidos con una sola “p” que son el paso previo para otros caldos, o para distintas sopas.
6.1.1.2. “p” puede corresponden con un elemento sólido animal.
6.1.1.2.1. Animal que viva sobre la tierra.
6.1.1.2.2. Animal que viva permanentemente en el mar.
6.1.1.2.3. Animal anfibio.
6.1.1.3. “p” también puede corresponden con un elemento vegetal.
6.1.2. La grandeza o sutileza de un caldo dependerá normalmente de la habilidad de combinar pes de distinto origen.
6.1.2.1. La medida en la que se emplean las “pes” puede ser mucho más importante que la propia “p” en sí misma.
6.1.2.1.1. Algunas “pes” son casi imperceptibles a la vista.
6.1.2.1.1.1. Sin embargo, esas “pes” pueden ser esenciales para dimensionar la grandeza de un caldo.
6.1.2.1.1.1.1. Las especias son un ejemplo claro de esas “pes” casi imperceptibles a la vista.
6.1.2.1.1.1.1.1. Un cajón de cocina que atesore muchas “pes” imperceptibles puede ser la antesala de un caldo excepcional.
6.2. “§” serviría para identificar el medio líquido que ayuda a extraer la sustancia del elemento o elementos sólidos.
6.2.1. Ese medio líquido será habitualmente agua.
6.2.1.1. No se deben descartar otros líquidos.
6.2.1.1.1. Puede incluso prepararse un caldo a partir de un caldo previo.
6.3. “N” serviría para identificar la fuente de calor.
6.3.1. La fuente de calor debe ser lo suficientemente intensa como para favorecer la ebullición.
6.3.1.1. Puede suceder que N no sea suficientemente intensa como para favorecer la ebullición, pero, pese a ello, pueda alcanzar una temperatura suficiente como para infusionar las “p”.
6.3.1.1.1. El caldo por infusionado puede conseguir matices que no se consiguen con la ebullición, pero todo dependerá de la naturaleza de la “p” o “pes” que se incorporen.
7. De lo que no se puede convertir en caldo es mejor callarse.
7.1. El caldo lo es todo, sin caldo no hay nada que hacer.
7.1.1. Un gran caldo puede convertirse en el centro del universo.
7.1.2. La sopa es un caldo que ha conseguido convertirse en el centro del universo en un momento concreto.
7.1.3. Una salsa puede ser un paso previo o una consecuencia de un caldo.
7.1.4. Lo que no lleva caldo lleva salsa.
7.1.4.1. Incluso aquellos alimentos que no llevan caldo o salsa se construyen o configuran con la referencia al caldo o a la salsa que la que quieren huir.
8. Quien haya llegado a la premisa anterior, podrá dar el salto cualitativo y adentrarse en la estructura lógica de una sopa de verdura resultante de un inhóspito domingo de invierno.
8.1. En su concepción, la sopa de verdura que quería preparar era una sopa ontológica, pero al poco de ser concebida comprendí que sería una sopa epistemológica.
8.2. La ontología de la sopa de verdura que preparé tiene su origen en restos que quedaban en la cocina.
8.2.1. El primer resto ontológico era un vaso con aceite de oliva en el que la jornada anterior había rehogado unas patatas con cebolla, que sirvieron para preparar una tortilla de patatas.
8.2.1.1. Dado que frio las patatas con un chorro generoso de aceite, parte de ese aceite se conserva para guisos posteriores.
8.2.1.1.1. La ontología de ese precursor de la sopa de verdura me permite identificar los primeros elementos fundacionales:
8.2.1.1.1.1. Las aceitunas que dan lugar al aceite.
8.2.1.1.1.2. Las patatas Quenebec que se rehogaron en el aceite.
8.2.1.1.1.3. La media cebolla dulce cortada en juliana, para dar jugosidad a la tortilla (aunque sobre la presencia de la cebolla en la tortilla de patatas hay querellas históricas).
8.2.1.1.1.4. Comino en polvo. Una cucharada de café.
8.2.1.1.1.5. Pimienta negra en polvo. En la misma proporción que el comino.
8.2.1.1.1.6. Tres pizcas de sal (elemento mineral, muchas veces ignorado, pese a su trascendencia).
8.2.2. El segundo resto ontológico es un agua que en su vida anterior había servido para preparar unas judías verdes al vapor.
8.2.2.1. El agua, llevada previamente a ebullición, retenía las esencias vegetales de las judías verdes.
8.2.2.2. También retenía el sabor de una hoja de laurel.
8.2.2.3. Inevitablemente también llevaba disueltos unos gramos, mínimos de sal.
8.2.3. El carácter ontológico de esta sopa vino marcado por mi decisión de poner tres o cuatro cucharadas soperas de los restos del aceite de la tortilla en una cacerola grande.
8.2.3.1. Es importante advertir que la aplicación de calor a esa base grasa debe ser mínima, un golpe de calor excesivo puede frustrar cualquier sopa si los elementos se carbonizan.
8.2.3.2. Sin solución de continuidad, es decir, sin necesidad de esperar a que el aceite caliente demasiado, empecé incorporando elementos ontológicos que reposaban en el cajón, algunos viven allí desde tiempo inmemorial.
8.2.3.2.1. El primero de esos elementos los componían varias hebras secas de azafrán. El mío era manchego. Las hebras son las que quedan prendidas de modo natural en la pizca que forman el dedo índice y el pulgar de mi mano derecha.
8.2.3.2.2. El segundo de esos elementos fue varios granos de comino.
8.2.3.2.3. Como tercer componente pasé por el rallador cuatro granos de pimienta de Jamaica.
8.2.3.2.4. Completé esta estación ontológica espolvoreando algunas hojas secas de orégano.
8.2.3.2.5. También cayó en la cazuela una hoja de laurel.
8.2.3.2.6. No pude evitar la tentación y añadí una pizca de sal.
8.2.3.2.7. Arrastrado por las dudas de un posible fracaso, me vi obligado a añadir unos taquitos, ínfimos, de jamón.
8.2.3.2.7.1. Cuando probé el guiso me di cuenta que esa debilidad jamoníl era absolutamente innecesaria.
8.2.3.2.7.2. Pese a ello, esa misma debilidad convirtió mi sopa en un referente mestizo.
8.2.3.2.7.2.1. Los restos animales en mi sopa no llegaban a ser ni siquiera el 1% de los ingredientes que llegarían a continuación.
8.2.4. Mientras se tostaban suavemente las especias fui consciente de que no se daban las condiciones para una sopa ontológica, así que apagué el fuego, salí a la calle a comprar el periódico y a desayunar.
8.2.4.1. Un caldo o una sopa epistemológico obliga a un desayuno en consonancia con la epistemología.
8.2.4.1.1. Un milhojas de crema pastelera con un café solo en una nueva panadería abierta en el barrio.
8.2.5. Tras el desayuno, un meando de la mañana del domingo, fui a una de las fruterías del barrio, abierta en domingo.
8.2.5.1. Lo que allí compré pasó a integrar, cortado en pizcas de tamaño ínfimo, los elementos estructurales de la sopa.
8.2.6. De nuevo en casa, volví a encender el fuego y, sin dejar que tomara temperatura la grasa, empecé con el ritual de la sopa. Incorporando cada uno de los elementos que describo a continuación, a medida que fueron picados.
8.2.6.1. Un cuarto de cebolla dulce, a poder ser de Figueras.
8.2.6.2. Un cuarto de un largo puerro, también picado.
8.2.6.3. Las ramas más tiernas de un apio.
8.2.6.4. Tres arandelas de un gran pimiento rojo.
8.2.6.5. Media zanahoria.
8.2.6.6. Unos trozos de calabaza.
8.2.6.7. Medio bulbo de remolacha.
8.2.6.8. Un cuarto de calabacín de piel verde clara.
8.2.6.9. Las ramas más tiernas de un bulbo de hinojo.
8.2.6.10. Unas briznas secas de cebollino.
8.2.6.11. Un diente de ajo descorazonado.
8.2.6.12. Medio tomate.
8.2.6.13. Las hojas de un manojo de acelgas frescas
8.2.6.14. La ralladura de la piel de una naranja sanguina.
8.2.7. Ni qué decir tiene que cada vez que añadía una de esas verduras debía remover el sofrito para que cada elemento se integrara con los anteriores.
8.2.7.1. Conviene recordar que el fuego debe quedar lo más bajo posible, evitando que la verdura quede excesivamente tostada. Un golpe grande de calor puede frustrar los matices de las especias.
8.2.8. Añadí el caldo de cocción de las judías verdes del día anterior.
8.2.9. Aunque la sopa tenía cuerpo más que suficiente como para defenderse, creí oportuno añadir:
8.2.9.1. Un puñado de judías verdes cortadas.
8.2.9.2. Otro puñado de guisantes.
8.2.10. Ahora sí que subí la llama del fuego para provocar la ebullición rápida.
8.3. Dejé que la cazuela se mantuviera hirviendo, no de modo violento, durante 18 minutos.
8.3.1. Pensé que más tiempo podría frustrar los matices que daban a la sopa algunos ingredientes. Sobre todo las especias.
8.4. Dejé la cazuela reposando, con la tapa puesta, durante el resto de mañana. Tiempo suficiente para leer el periódico.
8.5. Como se trataba de una sopa epistemológica que compartía con el resto de la familia, llegó el momento de individualizar la experiencia:
8.5.1. Cuando se acercaba la hora de comer, tosté unas rebanadas de pan de aceitunas y nueces, que fueron a mi plato.
8.5.2. El plato que preparé a mi mujer no llevaba pan, sino unos tacos de queso feta (podría haber sustituido el queso feta por parmesano rallado, o por un pecorino trufado que hubiera dado otra dimensión al guiso).
8.5.3. Para mi hijo, en edad de crecer, la combinación fue con esos fideos llamados “cabello de ángel”, que necesitan un hervor mínimo.
8.5.3.1. Sumido en mis reflexiones, pensé que tal vez la sopa también podría haber ganado si hubiera batido un huevo y lo hubiera acompasado con el guiso hirviente, formando así unas hebras amarillentas que hubieran enriquecido los colores y texturas del plato.
9. Ni qué decir tiene que la sopa fue un éxito wittgensteniano. Aunque durante la siesta me asaltó la duda de saber si para Wittgenstein el éxito era un fin en si mismo.
10. Esa misma falta de fundamento y reflexión me lleva a vincular a Wittgenstein con Paul Klee.
10.1. La sopa de verdura sería la de uno de los funambulistas imposibles de Paul Klee (Visitable en el Instagram de #undiletanteenlacocina).
Suscribirse a:
Entradas (Atom)