domingo, 11 de junio de 2017

CAP. CDXVIII.- Un domingo de junio/el domingo de junio


Domingo de principios de junio, un domingo luminoso, aprieta el calor. Los primeros días de calor, sobre todo si son de fiesta, resultan estupendos, llenos de azules intensos, de amarillos radiantes. He vivido cientos, miles de domingos luminosos de principios de junio.

Llevo días durmiendo mal, no me agobia dormir mal, abro el ojo al amanecer, cuando empiezan a despertarse los pájaros y me deslizo hacia el salón para trabajar un rato. Estas últimas semanas se ha intensificado el trabajo y llego al fin de semana sin voz, agotado.

Todavía no entra la luz de pleno en el salón, preparo un té con mucha miel, he reducido los cafés a la mínima expresión, apenas tomo uno o dos a la semana.

Leo el periódico en el ordenador, describen los últimos y misérrimos años de Goytisolo. El artículo es innecesario, innecesario decir que estaba deprimido, arruinado y con ganas de suicidarse porque no podía dar a sus ahijados una vida razonable. Innecesario que publiquen una nota de eutanasia redactada años antes de morirse. Innecesario, del todo innecesario. Hubo un tiempo en el que compré todo lo que Goytisolo publicaba, me costaba mucho leerlo (nunca estuve a la altura de los libros que compraba), de hecho, creo que le confundía con su hermano, puede que con su primo. La cuestión es que compré durante años muchos libros de Goytisolo, puede que de los Goytisolos, libros que andan perdidos por la biblioteca, esperando a que alcance el rigor suficiente como para disfrutarlos. Los libros de mi biblioteca son muy pacientes, saben que tarde o temprano leeré viejos ejemplares que compré de adolescente y que no pude terminar, casi ni empezarlos.

Parece un domingo como otro cualquiera, luminoso y silente, los niños están con su abuela, nosotros nos escapamos la noche anterior a cenar con unos amigos y la casa rebosa de silencio. Me he acostumbrado a trabajar con ellos pululando por el salón, viendo partidos de baloncesto grabados de la liga americana, siguiendo las series de superhéroes que les vuelven locos. El silencio me molesta para trabajar, no me atrevo a poner música tan pronto, mi mujer trata de enganchar de nuevo el sueño, ella tampoco está durmiendo bien.

Los domingos de junio son días alegres, especiales, de comida de domingo. Me gusta cocinar, sobre todo los domingos, pero este fin de semana no he ido al mercado, libro de fogones, aunque ayer hice unos escarceos por una tienda de especias y cargué con varios tipos de curry.

A mediodía he de llevar a mi mujer a la estación, marcha de viaje toda la semana. Después iré a buscar a los niños, comeré con ellos fuera de la ciudad, nos bañaremos (qué bulliciosos son los primeros baños del verano, sobre todo en los niños) y esperaremos a que baje el sol para regresar a la ciudad.

Es un domingo de junio, como miles de domingos de junio vividos antes. Plácidos, soleados, azules. Sin embargo, tengo la impresión de que este domingo de junio tendrá algo de especial, una especie de domingo fundacional que puede que varíe mi percepción del resto de domingos de junio de mi vida. Y eso que, como siempre, Nadal ha de jugar una nueva final de Roland Garros (que ganará), que a media tarde se corre el gran premio de Canadá, que la mañana hubo motos y que al anochecer la selección española juega un partido de clasificación para la Eurocopa.

A las nueve de la mañana le he mandado un wasap a mi hija mayor, hacía sus primeras 24 horas de guardia, lleva diez días trabajando y quince viviendo independiente. Es complicado verla, la vida le está explotando y le faltan horas para disfrutarlas. Todavía recuerdo cuando ir a comprar productos de limpieza era una aventura.

Vive feliz, fuera de casa, pero feliz. Le he adelantado mis planes de domingo de junio y me ha contestado que a media mañana me dirá algo, apenas ha podido dormir. A eso de las doce me manda un mensaje diciéndome que se apunta a comer con los niños y al baño en la piscina, no debe tener un plan mejor.

Atrás quedan los domingos de junio en el que los niños se levantaban pidiendo a gritos salir a la piscina, los domingos de junio en los que mi hija estiraba el sueño casi hasta mediodía. Ahora vive independiente, ahora toca esperar a que llame para decirte si va a venir ese domingo a comer. Se le agolpan los planes y es normal que en un domingo luminoso de junio el último de los planes sea el familiar, todos hemos huido de la rutina de la comida familiar del domingo. Todos hemos tenido 24 años.

Por eso este domingo es un domingo fundacional, un domingo de junio fundacional de los miles de domingo de junto en los que habrá que esperar a que los hijos llamen para decirte que vienen a comer. Maravillosa incertidumbre que hará del resto de domingos de junio domingos diferentes, aunque sean domingos en los que yo sueñe con estar en un hotel de Mallorca, cercano a Marivent, en el que sirven el desayuno más maravilloso del mundo, un desayuno que se alarga hasta el mediodía.

Los domingos de junio son domingos de comida al aire libre, hoy me hubiera encantado cocinar, pero los horarios eran complicados. He dejado a mi mujer en la estación a las dos de la tarde (llevaba tanto equipaje que he temido que en realidad me abandonara), después he recogido a mi hija, somnolienta y feliz tras la primera guardia, y hemos marchado en busca de los niños, de la piscina y del sol. Un mediodía alegre como los cuadros de Hockney, alegres, aunque estén repletos de mesas y sillas vacías en un porche.
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No he cocinado, pero he aprovechado que han dado las diez, que los pequeños están ya durmiendo, que mi hija supongo que habrá remontado y estará tomando una cerveza con los amigos, aunque mañana tenga que madrugar, para volver de nuevo al trabajo. He aprovechado para escribir sobre cocina, algo casi tan placentero como cocinar.

Y este domingo de junio, domingo fundacional, tocaba comida de fiesta. Una sopa de rape que me hubiera gustado preparar, que sin duda prepararé cualquier otro domingo de junio, con o sin hijos, al final tienen que volar.

Esta sopa de rape empieza a cocinarse en un mortero en el que se pone un diente de ajo previamente sofrito para que quede confitado, una pizca de sal, azafrán, dos cucharadas de zumo de limón y medio vasito de vino blanco seco.

Se maja bien la mezcla, añadiendo poco a poco aceite para que se forme una pasta consistente. Cuando quede una pasta densa se pasa a un cuenco grande y se ponen a macerar tacos de rape (una cola de rape de un kilo puede servir bien para dar de comer a ocho personas).

Si el majado ha quedado corto y no cubre del todo el rape se le añade un poco más de vino, un par de cucharadas más de limón y un chorrito de aceite. Se tapa el bol y se deja reposar en la nevera por lo menos dos horas.

Cuando el rape esté macerado toca empezar a cocinar. Buscamos una cacerola grande, de paredes altas, la ponemos a fuego suave con un chorro de aceite que cubra el culo de la cazuela. Picamos una cebolla en trocitos finos (pueden servir también unas chalotas, incluso puerro).

Cuando la cebolla esté transparente se añaden cuatro o cinco patatas (depende del tamaño) peladas y cortadas en daditos no muy grandes. Se aviva un poco el fuego y se rehogan con la cebolla, se añade un poco de tomillo y un diente de ajo picado. Hay que dejar que sofría 4 minutos.

Se baja el fuego de nuevo y se le añade medio litro de caldo de pescado (yo suelo hacerlo con la cabeza y las barbas del rape, también con las cabezas de merluza. Cuando está hecho el caldo añado las cabezas y las peladuras de las gambas que suelo utilizar para adornar los platos, sobre todo si son de domingo).

El caldo tiene que romper a hervir, no hay prisa, puede hacerse a fuego muy suave, tapándolo y esperando a que los borbotones hagan bailar la tapa y los cristales de la cocina se empañen con el vapor. Todo eso suele ocurrir en poco más o menos media hora.
Cuando la patata esté cocida se añade el rape entero, con el majado. Se sube un poco más el fuego y se menea suavemente la cacerola para que la sopa vaya ligando. Si hemos quedado cortos de caldo es el momento de rectificar. También toca comprobar el punto de sal. Se deja hervir diez minutillos más (no mucho más porque el rape no ha de quedar gomoso), se pica un poco de perejil (o cilantro si se quiere jugar con los contrastes del cilantro y el limón en sopas) y se añaden las hermosas colas de gamba peladas y hechas en la sartén un poco antes. Las comidas de los domingos de junio, todas las comidas de domingo de junio merecen tener gambas rojas flotando sobre un caldo sabroso.

5 comentarios:

  1. Nuestros niños se hacen mayores .

    Disfruta los peques. Ya sabes que dura poco el disfrutarlos antes de que nos miren... cómo nosotros mirábamos a nuestros padres cuando teníamos 24 años.

    Y toca eso. Esperar que llamen. Esperar que nos necesiten. Ley de vida.

    Buena receta! Me encanta.


    LSC

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  2. Yo también sueño con un domingo en ese hotel de Mallorca...

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  3. Esas vivencias que cuentas las tengo yo "al cuadrado" solo que las mías tienen un escalón más y hay que aprender a torear la soledad. Este fin de semana he "visto" un trozo de Mallorca y me ha alegrado mucho notar su cariño. Jubi

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  4. Preciosa de reflexión de los domingos y los hijos que se van de casa. Y buena receta. Gracias

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  5. Delicioso texto! Me ha encantado. Gracias!

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