domingo, 15 de julio de 2018

Capítulo CDXLIX.- Magdalenas (o madalenas)

         «Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que se llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa, pero, mejor dicho, esa esencial no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿ De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararme, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es juntamente el país oscuro por el que hay que buscar, sin que la sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad y entrarla en el campo de su visión.»

Esta es la versión original en francés:
         «Elle envoya chercher un de ces gâteaux courts et dodus appelés Petites Madeleines qui semblent avoir été moulés dans la valve rainurée d’une coquille de Saint-Jacques. Et bientôt, machinalement, accablé par la morne journée et la perspective d’un triste lendemain, je portai à mes lèvres une cuillerée du thé où j’avais laissé s’amollir un morceau de madeleine. Mais à l’instant même où la gorgée mêlée des miettes du gâteau toucha mon palais, je tressaillis, attentif à ce qui se passait d’extraordinaire en moi. Un plaisir délicieux m’avait envahi, isolé, sans la notion de sa cause. Il m’avait aussitôt rendu les vicisitudes de la vie indifférentes, ses désastres inoffensifs, sa brièveté illusoire, de la même façon qu’opère l’amour, en me remplissant d’une essence précieuse : ou plutôt cette essence n’était pas en moi, elle était moi. J’avais cessé de me sentir médiocre, contingent, mortel. D’où avait pu me venir cette puissante joie ? Je sentais qu’elle était liée au goût du thé et du gâteau, mais qu’elle le dépassait infiniment, ne devait pas être de même nature. D’où venait-elle ? Que signifiait-elle? Où l’appréhender? Je bois une seconde gorgée où je ne trouve rien de plus que dans la première, une troisième qui m’apporte un peu moins que la seconde. Il est temps que je m’arrête, la vertu du breuvage semble diminuer. Il est clair que la vérité que je cherche n’est pas en lui, mais en moi. Il l’y a éveillée, mais ne la connaît pas, et ne peut que répéter indéfiniment, avec de moins en moins de force, ce même témoignage que je ne sais pas interpréter et que je veux au moins pouvoir lui redemander et retrouver intact à ma disposition, tout à l’heure, pour un
éclaircissement décisif. Je pose la tasse et me tourne vers mon esprit. C’est à lui de trouver la vérité. Mais comment ? Grave incertitude, toutes les fois que l’esprit se sent dépassé par luimême ; quand lui, le chercheur, est tout ensemble le pays obscur où il doit chercher et où tout son bagage ne lui sera de rien. Chercher? pas seulement : créer. Il est en face de quelque chose qui n’est pas encore et que seul il peut réaliser, puis faire entrer dans sa lumière.»
        
Con estos antecedentes es comprensible que me costara un poco ponerme a escribir sobre las magdalenas. La cita, la larga cita, es de Marcel Proust, del primer tomo de En Busca del Tiempo Perdido, Por el camino de Swann. No es una cita cualquiera, es LA CITA, la famosa cita de la magdalena de Proust mojada en té o tila.
La cita aparece en el primer capítulo, hacia la página 67 de la edición española de Alianza. No es difícil encontrarla, todo el mundo llega a ella y la mayor parte se detiene/nos detenemos ante la imposible tarea de abordar el tomo I y los otros VI tomos en los que continúan las no aventuras de Marcel Proust.
         Cargado de ilusión y de ingenuidad, con 17 años compré de golpe los siete tomos, el primero de ellos traducido por Pedro Salinas, el resto por Consuelo Bergés. La edición de Alianza tenía le letra muy pequeña, sin mucho espacio interlineal. Teniendo en cuenta que Proust no es pródigo en puntos y aparte, que encadena páginas y páginas jugando con las comas y los puntos y comas, la lectura es fatigosa.
         Con diecisiete años, en proceso de formación, uno se ve con fuerza de acometerlo todo. Recuerdo haber comprado también en esa época las obras completas de Flaubert y las de Stendhal, puede que Crimen y Castigo, y alguna otra más. Se me agolpaban las lecturas sobre la mesilla de noche.
         En el primer intento de leer a Proust creo que no llegué a superar el primer capítulo del primero de los libros. Conseguí, a duras penas, localizar la cita de la magdalena y luego  el libro quedó sobre los anaqueles, superado por otras urgencias intelectuales.
         Años después, superados los furores adolescentes, retomé la tarea de leer a Proust, asumiendo que de nada había valido el esfuerzo inicial. Tomé el libro por la primera de sus páginas y, al llegar otra vez a las páginas de las magdalenas, caí derrotado. De nuevo el capítulo I del Libro I fue mi punto de abandono.
         Superados los cuarenta años, cuando muchas cosas se dan ya por perdidas, volví a las andadas. Dentro del proyecto del Diletante en la Cocina, en abril de 2011, nada más arrancar el blog, ya escribí algo sobre las referencias culinarias de Proust (https://undiletanteenlacocina.blogspot.com/2011/04/capvi-sobre-los-blogs-las-salsa-y.html). Fue en las vacaciones de pascua de 2011 cuando volví a intentarlo, ahora con una finalidad más modesta, la de localizar las menciones gastronómicas de En Busca del Tiempo Perdido.
         Me costó varios meses terminar el primer volumen, hube de hacer paradas técnicas al finalizar cada uno de los extensos capítulos hasta llegar al final del tercero libro, que coincide con el final del primero de los volúmenes en los que dividió la obra Alianza Editorial.
         Acabé extenuado, en cierto modo frustrado ya que no hay grandes referencias culinarias en el libro. La frustración se acentuó cuando, en el ecuador de la lectura, descubrí que mi edición además de tener la letra pequeña y un mínimo espacio interlineal, tenía en su tramo final varias resmas en las que la edición se había impreso con letra borrosa, casi ilegible. Habían pasado más de 30 años desde que compré el libro, me parecía absurdo ir a protestar a la editorial, así que me compré de nuevo el tomo I tras una complicada búsqueda ya que quería que fuera del mismo traductor (circulan por el mercado traducciones hispanoamericanas que resultan ilegibles o, por lo menos, incomprensibles).
         Desde 2011 hasta ahora he conseguido leerme los cinco primeros tomos (hace unas semanas terminé la Prisionera). Entre tomo y tomo he leído alguna biografía de Proust, algunos ensayos, he rastreado todo tipo de información sobre la persona y el personaje con el fin de disponer de herramientas para entender cómo y porqué decidió escribir una epopeya sobre el tiempo, una epopeya en la que apenas pasa nada. La antítesis de la Odisea.
         El objetivo inicial de estas lecturas, ya como Diletante, enseguida se frustró, no hay en los libros que he leído hasta ahora una escena gastroexperimentativa tan intensa como la de la magdalena. A lo largo de los capítulos, de vez en cuando, hay alguna mención superficial a una comida, a una salsa o a un plato, pero poco más. He llegado a la conclusión de que Marcel Proust, exquisito en sus gustos intelectuales, no sentía una pasión especial por la comida. Pensaba que a lo largo de los cientos de páginas de En Busca… aparecerían referencias a la gastronomía francesa de finales del XIX (época gloriosa). No hay mucho destacable.
         Pese al esfuerzo inicial y pese a las frustraciones, lo cierto es que el año que viene me leeré el tomo VI (La Fugitiva) y para el 2020 espero iniciar el último de los volúmenes (El Tiempo Recobrado). Entre medias tengo en reserva un par de libros de ensayos entorno a Marcel Proust y no descarto leerme una nueva biografía. Llegaré a mi edad madura con la tranquilidad de haber podido con el Tiempo Perdido. Aunque por el camino haya tenido que actualizar mis ediciones porque las inicialmente compradas están llenas del taras (en el tomo V aparecen en blanco algunas páginas, como una especie de burla del impresor).
         Lo fácil sería tirar mi vieja edición (una edición de bolsillo que se desencuaderna con facilidad, desparramándose enseguida las hojas sueltas), pero como soy muy cabezota, empiezo mis lecturas por mi vieja edición, de páginas ya amarillentas y sólo cuando me topo con las resmas dañadas corro a las librerías para conseguir una edición completa. Así las cosas, tengo En Busca … por duplicado, una colección de volúmenes alterada y vieja, reflejo de mi frustrante inicio en la obra de Proust, y una nueva edición de bolsillo en la que la lectura se inicia a partir del último tercio del libro. Estoy esperando a que salga al mercado una edición definitiva, comentada y concordada, publicada en rústica, que me pueda hacer compañía en la vejez.
         Como decía al principio, con estos antecedentes era complicado ponerme a escribir sobre la receta de las magdalenas, sin embargo durante estos días de julio me he animado. Al terminar el tomo V, el de la Prisionera, Marcel Proust hace una leve referencia a la magdalena, lo que me hizo volver sobre mis pasos y leer de nuevo las páginas del primero de los volúmenes.
         Por otra parte, estaba sin niños durante estos días, habían marchado de campamento de verano, y por las tardes me dio por preparar algunos dulces para cuando regresaran (cociné unos flanes y un sorbete de cerezas). Me hacía ilusión que cuando regresaran de las colonias les aguardara una bandeja de magdalenas caseras.
         Consulté recetarios tradicionales (el de la Marquesa de Parabere), pero al final opté por una receta muy funcional, de la colección Escuela de Cocina de la editorial Hachette Livre. En este libro, muy práctico, las fotografías son cenitales, al inicio de la receta hay una relación de ingredientes y los pasos a seguir son sencillos, casi telegráficos, carentes de cualquier poesía. Fotos de ingredientes, enseres de cocina, escuetas medidas y ausencia casi absoluta de relato, sirva como ejemplo el paso 4: «Echar la mezcla sobre los huevos batidos y mezclar con una espátula de plástico para obtener una pasta homogénea».
         Si Marcel Proust hubiera seguido los pasos de este recetario, la escena de la magdalena hubiera ocupado un par de líneas y su Búsqueda del Tiempo Perdido se hubiera reducido a una decena de páginas.
         Yo me puse a cocinar escuchando a Jack Johnson, melodías sencillas al borde del mar. Preparé los 75 gramos de mantequilla a punto de pomada (es decir, blandurria pero sin ser líquida), dos huevos enteros (huevos hermosos) más la yema de otro. 70 gramos de azúcar, ralladura de uan naranja, 60 gramos de harina de fuerza (yo utilicé la harina bizcochona, que lleva una punta de levadura ya incorporada), 2 gramos de levadura y otros dos gramos de sal.
         El primero de los pasos a dar es el de batir los huevos en un lebrillo (un bol con cierta profundidad). Hay que batirlos con brío, tienen que espumar bien. Supongo que si utilizara la batidora podría hacer la operación en unos segundos, pero batir me relaja. Estuve dándole a la muñequilla durante 3 ó 4 canciones, hasta que quedó una capa estable de espuma.
         Rallé sobre los huevos batidos la piel de una naranja recién comprada (puede utilizarse ralladura de limón, vainilla, incluso una copita de ron u otro licor), añadí el azúcar. Seguí batiendo durante un par de canciones más. Con el azúcar la mezcla queda más densa y brillante, dan ganas de meter el dedo.
         Tamicé la harina y la añadí a los huevos con azúcar. Puse una pizca de sal, también la pizca de levadura. No dejé de batir hasta conseguir que la harina se integrara completamente, haciendo que el brebaje fuera más espeso. Utilizo unas varillas para conseguir que la masa se airee bien, quedando pequeños cuévanos cada vez que giro con fuerza las varillas.
         Sólo quedaba incorporar la mantequilla en pomada, no es complicado conseguir la textura de pomada en el mes de julio, basta dejarla unos minutos a la intemperie. Conviene no añadir toda la mantequilla de golpe, sino poco a poco, convirtiendo la tarea de batir en un mantra.
         Cubrí el lebrillo con un paño y lo dejé sobre la encimera de la cocina durante tres horas (en la receta indican que puede dejarse fermentar hasta 12 horas, pero me dio miedo que con el calor se me estropeara la masa y el efecto Proust se convirtiera en un efecto descomposición intestinal).
         Engrasé un molde de magdalenas (no tenía los moldes con forma de cocha de Santiago, que eran los referidos en la novela y los que recomienda la Marquesa de Parabere), utilicé los moldes convencionales.
         Precalenté el horno hasta que llegó a los 210º. Rellené los moldes sin colmarlos hasta el borde (la masa crece y si se apura el molde se corre el riesgo de que se desparramen las magdalenas en el arranque de la cocción).
         La magdalena no requiere mucho tiempo de cocción, bastan 10 minutos. Los 2 ó 3 primeros a 210º y los 7 u 8 finales a 170º. Sabremos que la magdalena está horneada correctamente cuando termina de subir la masa, como un pequeño montículo que aparece de repente. Justo en el momento en el que la cima del montículo se quiebra ligeramente, se apaga el horno. Conviene no abrir de repente, dejar que reduzca el calor dejando el horno ligeramente abierto (el truco de las abuelas de colocar un trapo doblado para que la puerta del horno no cierre del todo).
         Antes de sacar el molde con las magdalenas del horno se le puede añadir una cucharada de azúcar sobre cada una de las magdalenas, con el calor que desprende el azúcar hace una leve costra dulce.
         Tras esta operación de enfriado gradual (que no debe prolongarse más de 4 ó 5 minutos) se saca el molde fuera y se deja reposar hasta que termine de atemperar. No hace falta ninguna maniobra extraña para sacar las magdalenas, salen solas en cuanto el molde ha enfriado. Yo las metí en un bote grande, tuve el cuidado de colocar primero una servilleta de papel en el fondo, para que se absorbiera bien la humedad.
         Una docena de magdalenas en un bote cerrado, cuando abrí por primera vez el bote me acariciaron los aromas de las magdalenas recién horneadas. No me atreví a probarlas aquella tarde. Esperé a que regresaran los niños.
         Les dije que las magdalenas eran caseras, no me extendí mucho más, tendrán tiempo de leer o no leer a Marcel Proust y dejarse o no dejarse subyugar por el tiempo perdido y el tiempo recobrado.

         La imagen, a tono con el relato de Proust, una mesa de desayuno de John Singer Sargent.
Resultado de imagen de Sargent Breakfast

1 comentario:

  1. Me quedan tres cuartos de hora para que me traigan el desayuno y tengo que conformarme con dos paquetitos de galletas Gullón y el café con leche, es lo que hay. Jubi

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