miércoles, 12 de septiembre de 2012

CAP. CLXXXIII.- Introducción a la Cocina: 4ª Receta.


Cuarto jueves de octubre. Día ya frío. German no ha podido asistir a la clase de cocina de esa tarde, sin embargo entrada la noche está preparando la receta en una casa ajena, ruidosa, rodeando de gente a la que acaba de conocer. En la radio suena salsa, cumbias y otras músicas caribeñas.

Sigue la minuta de una sopa ¾ que la profesora Sánchez ha explicado pocas horas antes. Tiene frente a si una cacerola grande, ligeramente abollada en la base, una cacerola abombada de hierro colado, esmaltada en color burdeos, comprada – según la anfitriona – en los encantes, puede que una cacerola centenaria.

Ha echado un poco de aceite en el recipiente, enciende el fuego a medio gas y espera a que empiece a calentar. Todavía no sabe muy bien cómo ha llegado hasta allí, qué extraña sucesión de casualidades, o puede que calamidades, le han conducido a una casa que no es la suya y le tienen cocinando a eso de las diez de la noche en medio de un dulce alboroto. Todos los fogones están ocupados con cacharros tan destartalados como el que está usando él.

Ha bebido ya varias copas de vino blanco rebajado con gaseosa y aromatizado con hierbabuena.

Antes de que empiece a humear el aceite ha de añadir el muslo y el contramuslo de una gallina de piel grasa y pálida, como en otras ocasiones se ha olvidado de salpimentarlo y cuando intenta hacerlo una mano le detiene y le aconseja:

-      Espera a que se dore la piel, sálalo después de darle media vuelta. No te olvides de añadir en ese aceite media cebolla pelada, el puerro y un tomate partido por la mitad. No hace falta picarlos.

Es Gladys, su compañera de clase, quien le va guiando, quien le indica dónde encontrar cada ingrediente, quien le recuerda los pasos que fue dando Luz durante la clase.

Bien bien Germán no sabe cómo ha terminado en la casa de Gladys después de una semana extraña y tensa que arrancó con un pequeño triunfo, una satisfacción.

El martes a primera hora de la mañana, después de mucho tiempo frente a las pantallas de tráfico, consiguió identificar el coche de su profesora, azul metalizado, parado frente al semáforo del cruce de la calle Garcilaso de la Vega con el Paseo Maragall. Aquel era un semáforo puñetero que apenas dejaba paso a dos o tres coches y que formaba una larga cola que ocupaba hasta cuatro o cinco manzanas. Pudo ver los dedos menudos de Luz tamborileando nerviosa sobre el salpicadero del vehículo.

Germán era un tipo paciente al que no le importaba quedarse frente a la pantalla concentrado en los detalles, tal vez por eso en su trabajo se le consideraba el mejor, muy pocos compañeros tenían esa capacidad de abstracción. Él había potenciado esas habilidades vigilando/espiando secretamente a su ex mujer, intentando ponerle cara y ojos a esa frase escuchada dos años antes que le espetó Olga después de una absurda discusión:

-      Germán, además de todo resulta que he conocido a otra persona. – Olga hizo un silencio que a él se le antojó larguísimo y continuó – Me gustaría que en unos días te marcharas de casa. Yo mientras tanto este fin de semana me instalo con los niños en casa de mis padres, espero que el domingo por la noche hayas recogido tus cosas y ya no estés aquí.

Olga se cubrió los ojos con la mano derecha, dio un ligero paso atrás y aguardó a una reacción que no se produjo. Aquella fue la última noche que durmieron sobre el mismo techo, aunque él se pasara las horas sentado en el sofá, esperando a que amaneciera, despertaran los niños y con la salida del sol volvieran a encajar las piezas de un rompecabezas que tenía muchas piezas perdidas o desgastadas desde hacía muchos años.

-      Germán, mi negro, no te despistes. Remueve el puchero con la cuchara y añade ya la sal y la pimienta – Gladys le sacó de la abstracción.

Chisporroteaba el aceite, la piel de la gallina había tomado un vivo color caoba, el tomate y la cebolla resplandecían.

-      Conviene, mi niño, que vayas pelando las cinco zanahorias y raspando un poco el apio; así es más fácil que el caldo quede claro.

Germán tardó varias semanas en identificar a esa otra persona a la que se refería su ex mujer, para eso hubo de esperar pacientemente a localizar el coche de Olga saliendo de su trabajo en la zona de almacenes del Poble Nou, localizarla de nuevo cuando tomó el Paseo Marina camino de la Gran Vía y descubrir que a la altura de la calle Girona dejaba el coche en zona azul. Era medio día y había quedado a comer. Regresó acompañada de quien luego resultaría ser Ricard, que la dio un beso antes de que Olga entrara en el coche, un beso que Germán consideró robado. Luego Ricard fue caminando unos pocos metros y abrió la puerta de un Audi blanco de matrícula antigua, de las que todavía tenían el identificativo provincial.

Ricard resultó ser un cliente de la empresa en la que trabajaba Olga de contable, un tipo nervioso de conducción agresiva que aceleraba cuando veía los semáforos en naranja y abocinaba sin compasión ante cualquier incidencia de tráfico.

Germán tardó semanas en identificar la ruta que tomaba Ricard para ir a la oficina, para regresar a su casa por la zona de Sant Gervasi y para visitar a hurtadillas a Olga colándose en el piso de Gran de Gracia – entonces ya Gran desgracia – pasadas las once de la noche y saliendo furtivamente a eso de las seis. Las horas que no pasaba Germán frente a las pantallas del trabajo las ocupaba emboscado en la calle.

Identificada la ruta cotidiana Germán no tuvo sino que reconfigurar la sincronización de un par de semáforos para conseguir que Ricard tardara diez minutos más cada día en conseguir llegar al trabajo; redujo la duración de la fase verde del semáforo de Balmes con Ronda del General Mitre, amplio a treinta segundos el tiempo de despeje del cruce con diagonal y en semáforos de vías menos importantes consiguió que durante algunos días quedaran en naranja intermitente para conseguir colapsar un tráfico ya de por sí denso durante la mañana. Ricard llegó durante días descompuesto a su trabajo; Germán sólo tuvo que preparar un par de partes de incidencias que justificaran sus decisiones ante el comité de control, eran decisiones puntuales adoptadas en atención al tráfico; pasadas una semanas proponía evaluar si se había conseguido mayor fluidez en las calles afectadas por los cambios.

-      Mi niño, no estás nada atento – Gladys volvía a atraerle a la realidad -, se te va a quemar la verdura antes de añadir el agua. Todavía queda echar las cinco zanahorias peladas, el apio con las hojas, un trozo de nabo, la chirivía pelada también y una pastillita de caldo de pollo avecrem, Luz dijo que si no la poníamos no pasaba nada, pero que potenciaba bastante el sabor. Otro meneíto a todo con la cuchara, baja un poquitico el fuego, retíralo incluso de la lumbre para que reduzca temperatura y se repose antes de añadir el agua, así evitas que se arrebate la verdura y se amargue el caldo. Esta profesora cuida hasta el último detalle.

Gladys no paraba de hablar, parecía que no respirara entre frase y frase, haciendo imposible cualquier réplica. En la minúscula cocina transitaban sus compañeros y compañeras de piso, hasta seis distribuidos en cuatro habitaciones alquiladas a otros tantos venezolanos. Gladys actuaba como señora de la casa, no en vano era quien aparecía en el contrato de alquiler.

Tanto en la nevera como en los armarios de la cocina casi todos los botes, recipientes y paquetes de comida tenían una etiqueta con el nombre de su propietario o una inicial puesta con rotulador; de ese inventario no se salvaban ni la leche, ni las latas de refresco. Pese a la minuciosidad con la que se identificaba al propietario de cada cosa lo cierto es que entre los habitantes de la casa reinaba cierta armonía y cordialidad que les permitía compartir cena y conversaciones.

En los otros fogones se recalentaba un guiso de carne de cerdo en salsa y un arroz con frijoles. Adela, la compañera de habitación de Gladys, picaba mangos, plátano y manzana en una improvisada macedonia. Lionel era el encargado de los cócteles hechos con vino peleón.

Germán acercó su cacerola al grifo una vez templaron las verduras, aún y así su calma lo cierto es que con el contacto con el agua desprendieron todavía algo de vapor. Añadió poco más o menos dos litros de agua y volvió a poner al fuego la cacerola, un fuego un poco más vivo. De una bolsa de plástico sacó un paquete pequeño en el que había un hatillo de hojas de laurel y perejil.

-      Bouquet Garní, dijo Luz que se llamaba ese preparado de hierbas; no sé si lleva también un poco de tomillo. Huele bien. No te olvides de poner dos huevos a hervir en el caldo. La sopa nos dijo que en Castilla se llamaba sopa de tres cuartos.

Germán no había podido asistir a la clase y, sin embargo gracias al empeño e indicaciones de Gladys había conseguido cumplimentar todos y cada uno de los pasos que le permitirían preparar la sopa. No la tomarían esa noche, no había margen para que se preparara el caldo, pero Gladys se había comprometido a apartarle en una botella de agua usada parte de la sopa para que pudiera terminarla de preparar al día siguiente.

El vino endulzado iba haciendo su efecto, Gladys no paró de rellenarle la copa en cuanto la veía mediada, pensaba que así su invitado sería más locuaz. Germán a medida que iba bebiendo notaba que perdía estabilidad, que sus pies se despegaban del suelo y se dejaba llevar como una cometa por las ráfagas de viento que iba propiciando Gladys.

Aunque Germán no pudo ir a la clase lo cierto es que se acercó a eso de las ocho de la tarde al aula para justificar su ausencia y conseguir la nota y reseña del plato preparado. Llegó al aula de modo precipitado, temeroso de que ya hubiera concluido la clase y hubiera marchado la Srta. Sánchez, entró pidiendo disculpas de antemano:

-      Lo siento, han operado a mi hija de apendicitis y hasta ahora no he podido venir.

-      Es absurdo que hayas venido – le recriminó la profesora -; tendrías que haberte quedado en el hospital. ¿ Está bien la niña, no ? – iniciada la regañina Luz se dio cuenta de que no se había interesado por la salud de la hija de su alumno.

-      La subieron a planta a eso de las seis, estaba todavía sedada. Quedó con la madre y a mi me enviaron a casa; recuerda que estoy separado, allí pintaba poco y el hospital está cerca de aquí. No quería que pensarais que ya había tirado la toalla y abandonaba las clases.

-      Qué tonterías dices. La receta de hoy es fácil, es una sopa. Lo gracioso es que vayáis cogiéndole el truqui a los caldos, os servirán para casi todo. Verás que yo soy de las que no le pongo huesos de jamón a la sopa, va en gustos.

Al terminar la clase todas las compañeras se le acercaron para preguntarle por la niña. Germán había llegado con un aspecto muy desaliñado después de todo el día en danza, ojeroso, con el pelo revuelto, no había comido más que un bocadillo y tomado varios cafés.

A media mañana le habían llamado del colegio de los niños, no localizaban a la madre y Olguita se encontraba muy mal. Ya de mañana dijo que le dolía el estómago, en el patio tomando el desayuno se puso a vomitar y tuvo una subida importante de fiebre. Como no encontraban a la madre el director del colegio decidió llamar a una ambulancia; cuando localizaron a German la niña iba ya camino de la clínica del Pilar.

German llegó cuando la niña estaba en observación en urgencia, habían diagnosticado ya que era una apendicitis aguda pero que por suerte no se había reventado el apéndice. La niña estaba adormecida, con una vía ya en la vena, pendiente de que la subieran a quirófano.

Desde el taxi que le llevaba al hospital Germán consiguió contactar con el jefe de su ex mujer y pocos minutos después Olga le devolvió la llamada, estaba en una reunión fuera de la oficina y no había cobertura.

Cuando Olga llegó al hospital la niña estaba ya en el quirófano, no le habían asignado habitación y Germán tomaba un tercer café esa mañana. No fue sencillo tranquilizar a Olga, pero tuvo la suerte de que el médico que atendió a la niña en urgencias estaba tomando un tentempié en la barra, él se ocupó de apaciguar a la madre y asegurarle que hasta pasada por lo menos una hora no tenía sentido que se acercaran a quirófanos. Había que completar unas analíticas, anestesiar a la niña y prepararla para una intervención que en realidad era rutinaria.

Olga pidió un café y llamó a sus padres para que recogieran a Gerard a la salida del entrenamiento; después llamó a Ricard para informarle de que por suerte la situación estaba controlada.

-      Germán – se dirigió a su ex marido tapando el auricular del teléfono -, no te importará que venga Ricard después de comer, ha de pasar por casa a recogerme una muda para quedarme aquí por la noche.- Reanudó la conversación para darle instrucciones a Ricard.

-      No me importa, al contrario – no en vano su ex llevaba conviviendo con Ricard casi dos años y se habían casado en el mes de mayo -; pero si quieres me quedo yo esta noche.

-      Estoy más tranquila si soy yo la que me quedo – se apartaba del auricular para contestar a German -, si la niña tiene molestias o necesita algo estará más cómoda conmigo, ya sabes como son a estas edades.

-      ¿ Y Gerard ?

-      Está mejor con mis padres, saldrá tarde del entrenamiento, tiene que hacer deberes; si acaso que mi madre le acompañe al hospital a última hora para que vea a su hermana y luego que duerma con sus abuelos, la ruta del colegio pasa muy cerca y así no le alteramos mucho- - Giró la cara y dio por terminada la conversación para reanudar las instrucciones a Ricard.

La operación terminó a eso de las tres de la tarde, la niña quedó casi una hora en una sala de recuperación a la que sólo podía pasar a verla un familiar – Olga -; Germán subió a la habitación que les habían asignado y allí recibió a Ricard, que llegaba cargado con dos bolsas de deporte, una con la muda y un pijama para la madre y otra con los aseos y algunas prendas de la niña; además traía un muñeco de peluche que representaba un osito enfermo y una caja de bombones.

-      Son para la niña, aunque supongo que hasta mañana no le dejarán probarlos.

Germán sintió que le habían usurpado su papel ya no de marido, sino también el de padre. Guardó silencio para contener la rabia y tardó en reaccionar. Ricard tampoco estaba cómodo pero sabía que en cuanto subiera Olga dispondría de aliados.

-      Vaya susto. Por suerte no ha sido grave – Germán rompía el hielo -. Baja si quieres a comer algo y yo espero a la niña.

-      Ya he tomado algo, prefiero quedarme aquí y esperarlas. Olga debe estar deshecha.

-      Sabes mejor que nadie – replicó Germán – que Olga es una mujer fuerte y ya ha tomado el mando de las operaciones.

No tardó mucho tiempo en subir la enferma rodeada de enfermeras y camilleros, con la madre abriendo paso. Mientras instalaban a la niña en la habitación y le ajustaban los sueros y goteos Germán y Ricard salieron al pasillo. La madre asomó la cabeza y les pidió que durante unos minutos no entraran, estaba despertándose de la anestesia y convenía no alterarla. Germán le pidió pasar un instante para tomarla la mano y darle un beso en la frente; con la habitación en penumbra Germán recordaba las noches en las que se levantaba para velar las pesadillas de la niña.

De nuevo en el pasillo no le quedó más remedio que proponer a Ricard bajar a tomar el enésimo café, esta vez saldrían a la calle para oxigenarse. Germán tomó aire y empezó a contarle a Ricard los pormenores del aviso del colegio, la llegada y las primeras conversaciones con los médicos que atendieron a la niña en urgencias, así sintió que recuperaba su rol. Antes de regresar al hospital entró en una papelería y compró dos novelas de Kika Superbruja.

-      Creo que ya las tiene – apostilló Ricard.

-      Bueno, seguro que le distraen. Además la llevaré unas revistas y la recargaré la tarjeta del móvil para que pueda hablar esta tarde con sus amigas.

Ya en la habitación Germán propuso a Olga que bajara a comer algo, Ricard la acompaño y Germán quedó pendiente de que la niña se terminara de despejar. Cansada de penumbra pidió que subieran las persianas y sonrió cuando vio que su padre estaba a su lado, la misma sonrisa que había dibujado cuando esa mañana le vio entrar a urgencias.

Antes de que regresaran Olga y Ricard recibió la visita de la profesora de Olga que desde el mismo hospital llamó al director del colegio para asegurarle que la chica estaba bien. Poco después llegaron los abuelos de la niña, que saludaron cariñosamente a German y siguieron con atención los detalles de la incidencia relatados por Germán y complementados por la profesora, que fue la que tomó la decisión de avisar a una ambulancia.

Cuando de nuevo Olga y Ricard llegaron a la habitación Germán prefirió salirse al pasillo donde fue advertido por las enfermeras que a las ocho en punto dejaban de permitir visitas y que la enferma debía quedar sola con su acompañante.

German insistió al Olga en quedarse esa primera noche o, cuando menos, en llevarse a Gerard a su casa; sus ruegos fueron vanos, la madre quedaría en el hospital durante las tres noches previstas hasta el alta y, a lo sumo, a German le tocaría quedarse con el niño ese fin de semana.

Contrariado y, en cierta medida, expulsado de su propia familia, a eso de las ocho menos cuarto antes de regresar a casa y hundirse frente a la tele en el salón de la casa, se acordó de que tenía clase de cocina y que , si se daba un poco de prisa, podría conseguir cuando menos la receta, pedir disculpas y darse por lo menos un paseo que le despejara.

Gladys fue la primera en interesarse por la salud de la hija de Germán y fue la que pidió al resto de compañeras de la clase que no agobiaran al pobre German.

-      Tú, mi negro, te vienes a cenar a mi casa – le dijo saliendo de las aulas -. Necesitas que te mimen. En casa hay preparado un sancochito de puerco y un poco de arroz con frijoles que te va a dejar como nuevo.

Germán intentó balbucear una excusa para eludir el encuentro pero la insistencia de Gladys y lo bajas que estaban sus defensas hicieron que casi sin darse cuenta estuviera encaminándose ya hacia la casa de Gladys, quien no paraba de hablar.

-      Déjame por lo menos que compre algo.

-      Hay de todo mi niño. Pero si te quedas más a gusto podemos comprar un poquitico de vino, así serás bien recibido por mis compañeros de piso; y podemos comprar los ingredientes para la sopa que nos ha explicado hoy Luz. Hay unos paquis al lado de casa que no cierran hasta las once y allí podremos encontrar de todo.

Germán compró vino, se empeñó en que fuera un verdejo llamado Perro Verde en vez de un vino de pelea en tetrabirck, compró también unas tabletas de chocolate y unos helados para el postre; revisó los ingredientes de la receta y los colocó también en la cesta.

-      Hoy, mi niño, seré yo tu profesora; seguro que lo vas a gozar. No soy tan buena como la Srta. Sánchez pero soy más divertida.

Germán terminaba de meditar sobre el discurrir de su aciago jueves mientras tapaba el puchero con el caldo cociendo. Había retirado ya los huevos; le habían presentado a todos los comensales, tanto los residentes en la casa como dos vecinos más que se habían apuntado al jolgorio. Siguieron con el vino, descorchada ya una tercera botella. Casi al finalizar los postres y mientras se recogía la mesa Germán anunció su marcha, estaba muy cansado, agradecía la hospitalidad y se comprometía a regresar en otra ocasión. Gladys le acompañó hasta la puerta de la calle – era un barrio un poco especial y la portería estaba cerrada con llave a partir de las ocho de la tarde, de modo que sólo se podía salir del edificio acompañado por uno de los inquilinos.

En el umbral de la puerta, cuando se disponía a besar en la mejilla a su anfitriona, Gladys giró ligeramente la cara para ofrecerle los labios, simultáneamente le llevó la mano a la entrepierna y le susurró.

-      Hoy te vendría bien que te hicieran un hombre mi negro, pero ya ves que mi casa parece una autopista. Tiempo tendremos tu y yo de conocernos mejor y de darnos cariño. No te olvides.

Sin tiempo para reaccionar Gladys se dio media vuelta y echó el cerrojo del edificio, quedando ambos separados por el cristal. Germán hizo un gesto con la mano para despedirse y Gladys asomó ligeramente la punta de la lengua entre los labios y le guiño un ojo antes de encaminarse hacia el ascensor.

Germán no supo bien que había pasado, ni tan siquiera estaba seguro de saber si le habían dicho: No te olvides o no me olvides.

Hubiera tenido que coger un taxi pero había gastado todo lo que llevaba en el supermercado. Era final de mes y la cuenta corriente estaba en las últimas, así que se encaminó hacia su casa cubriéndose como pudo del frio, sólo llevaba una gabardina.

En la cocina de Gladys quedaba hirviendo el puchero con el caldo, la receta indicaba que no era necesario que la cocción se prolongara más allá de una hora y cuarto. También quedaron los huevos duros sobre la encimera y un paquetito de tacos de jamón serrano. La sopa ¾ se completaba retirando todas las verduras, colando el caldo para que se eliminaran impurezas y restos sólidos. Había que deshilachar la carne del muslo y el contramuslo de gallina, que quedara en hebras finas, había que picar el huevo y añadir el jamón en el caldo caliente; rectificar de sal y, en su caso, poner una pizca de comino en polvo y un poquito de perejil fresco picado. La propia receta recomendaba que en vez de picar los huevos duros se podían cascar dos huevos frescos cuando se llevara de nuevo el caldo a hervir y removerlo con firmeza, de ese modo las hebras del huevo cocido se confundirían con las de la carne de gallina. Tiempo tendría de hacer esa sopa con más calma.

Pese al vino y al paseo cuando llegó a su casa Germán estaba completamente insomne, puso el despertador para levantarse muy pronto y así poder visitar a su hija antes de entrar a trabajar.

Echado en la cama, mirando al techo, recordó la imagen de uno de los cuadros de Chagall que había estado rebuscando por internet durante las últimas semanas, era la imagen de una pareja sobrevolando una ciudad cogidos de la mano. Le hubiera gustado poderse representar junto a Gladys cruzando Barcelona, pese a sus esfuerzos no era Gladys sino su hija Olga la que en la duermevela tomaba cuerpo en esa imagen. Olguita y Germán sobrevolaban Barcelona, German le decía al oído: No te preocupes, no te pasará nada.

2 comentarios:

  1. Gracias por el nuevo capítulo, voy siguiendo a Germán con interés y espero que pronto nos deleites con el siguiente. El Chagall me ha recordado a Mary Poppins. Jubi

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  2. A mí también la primera imagen que se me ha venido a la mente al ver el cuadro es Mary Poppins
    La historia es entretenida

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