Regresamos
de Marsella y todavía estamos bajo el influjo de la bullabesa, espectacular.
Nos sorprendió el rastro de los catalanes en la ciudad, a principios del Siglo
XVIII un grupo de pescadores catalán llegó a las costas del golfo de Marsella y
se instaló en su puerto originario, donde están ahora los principales restaurantes
de bullabesa, tan intenso fue su asentamiento que hay una playa de los
catalanes y una avenida de los catalanes junto al mar.
Comimos en
la terraza de Chez Fon Fon con un calor y una luz impropia de mediados de
octubre, los ventanales abiertos y los comensales en mangas de camisa. Sólo
bullabesa, sin otro entrante o adorno.
Teníamos
frente a nosotros la isla de If, en la que encarcelaron al Conde de
Montecristo. Cuando uno recuerda las películas de la infancia piensa que la
isla de If estaba en medio de ninguna parte y que resultaba casi imposible
llegar a tierra, sin embargo vista desde la costa la isla está casi a tiro de
piedra por lo que la gesta de Dantés quedó minimizada, hasta el punto de que si
nos abren otra botella de champagne hubiéramos alcanzado nosotros a nado la
isla para sestear sobre sus rocas.
El influjo
catalán en Marsella permite pensar que hay un hilo que conecta el suquet de
peix catalán con la bullabesa y que puede que incluso que fueran los marineros
catalanes los que llevaran la receta a la costa francesa, todo es fascinar, no
siempre han de ser los franceses los colonizadores gastronómicos.
Creo que he
escrito en otras ocasiones sobre la bullabesa y sus posibles secretos; no debo
repetirme y, en todo caso, pese a que el servicio era bastante perro lo cierto
es que la experiencia merece la pena vivirla allí, dejarse llevar por las
soperas cargadas de caldo, los platos con alioli de ajo y de guindilla, dejar
empapar las tostadas de pan y beber todo el champagne posible.
Junto con
la bullabesa en otras mesas servían un plato de base similar – verdura, patata
y pescado – pero de color completamente blanco, la bourride, un hervido de
pescado y patata sin tomate ni pimentón que blanqueaban añadiendo alioli al
caldo, hasta el punto de que parecía una límpida purrusalda.
Esta es la
receta de la bourride sacada de una web española que tiene un capítulo para la
cocina francesa - http://cocinayrecetas.hola.com/cocinafrancesa/20111027/bourride-de-rape/
Ingredientes
para 4 personas:
1 cola de
rape de 800 gr, se utiliza también otros pescados blancos – la lluerna o
rascasa, el cabracho, incluso servían a parte unos hermosos salmonetes.
5 huevos
12 patatas
20 cl de nata líquida
2 cucharadas soperas de aceite de oliva
1 cebolla
3 dientes de ajo
Sal
Pimienta
Para
preparar el Alioli
5 dientes de ajo
4 huevos
Sal
20 cl de aceite de oliva
Preparación:
1 Prepare el rape y el resto del pescado
separando las espinas y la cabeza de los lomos. Con las espinas y cabezas se preparará
el caldo.
2
Para el caldo: sofría en una cazuela la cebolla y el ajo pelados y
cortados con dos cucharadas soperas de aceite de oliva. Se
añade una copa de coñac y se flambea.
3 Añada las espinas y sofría
4
Vierte 2,5 litros de agua
5
Cuézalo 20 minutos
6
Redúzcalo a 2 litros
7
Fíltrelo y resérvelo
8
Corte 4 medallones de rape
9 En 1
litro del caldo, escalde los medallones de rape durante 8 o 10 minutos,
dándoles la vuelta durante la cocción
10
Reserve el pescado en caliente, y reserve también el caldo
11 En
otro litro de caldo, hierva las patatas
Para el alioli:
12 Pele 5
dientes de ajo y extraiga el germen
13
Májelos
14
Añada 4 yemas de huevo y sal
15
Monte el alioli con 20 cl de aceite de oliva
16
Reserve 1/3 para antes de servir
17
Recupere el primer litro de caldo
18
Rectifique la sazón y fíltrelo
19
Añada la nata líquida sobre el fuego
20
Déjelo hervir a fuego lento unos 2 o 3 minutos
21
Reserve el caliente el caldo cremoso
22
Añada 4 yemas de huevo a los 2/3 de alioli no reservados
23
Removiendo despacio sin cesar deslíalo con el caldo cremoso de pescado,
fuera del fuego
24 Sin
dejar de remover, devuelva la cazuela al fuego lento
25
Pase la salsa por el chino y luego resérvela en caliente, al baño María
26 Vierta
una parte de la salsa sobre el pescado, en los platos, y sirva el resto en una
sopera. La sopa se sirve con rebanadas de pan tostado untadas en alioli.
Ya tengo
tarea para la próxima visita a Marsella, tomarme una bourride resplandeciente.
Nosotros prolongamos
la sobremesa hasta el atardecer, yo pedí unos sorbetes de cítricos para paliar
los efectos de los cuatro platos colmados de bullabesa que me tomé, debidamente
acompañados de su pan pringado en alioli y de todo el pescado y la patata que
encontré.
Vimos como
caía el sol frente a la isla de If, mientras tomábamos el café y los camareros
recogían en salón me contaron una leyenda esquimal: Pescaba un esquimal en su
barca frente a unas rocas cuando avistó a un grupo de mujeres muy hermosas que
se bañaban desnudas en el mar – en las leyendas todo son licencias, incluida la
de soportar el frío -. Las bañistas habían dejado unas pieles de foca sobre las
rocas y jugueteaban distraídas en el agua.
El marinero
al descubrir a las bañistas se acercó con sigilo y escondió en su barco una de
las focas. Las bañistas al ver que se acercaba un extraño salieron rápidamente
del agua y, al colocarse las pieles de focas, se convirtieron en focas que
desaparecieron rápidamente entre las olas.
Una de las
bañistas no pudo transmutarse porque su ropaje lo tenía escondido el marinero.
Permanecía desnuda y asustada sobre las rocas, buscando inquieta el manto que
le devolvería a su ser y la llevaría con su familia.
El pescador
se acercó calmo y le aseguró que no le haría daño. Ella le rogó que le
devolviera las pieles pero el marinero se negó, le dijo que se había enamorado
de ella y que quería hacerla su esposa, no había muchas ocasiones de desposarse
en el polo norte. Tras un tira y afloja inicial y dado que el marinero actuó
con corrección y firmeza la mujer aceptó quedarse junto al pescador durante
siete años como su esposa, con el compromiso de que a los siete años él le
devolvería las pieles y ella podría regresar con su familia.
El pescador
se casó con la mujer y mantuvo escondidas las pieles. Ella fue una esposa
ejemplar y le dio un hijo. Transcurrieron los siete años y el marinero, enamorado
de su mujer, se negó a devolverle las pieles con la excusa de que ella también
era feliz y debía ayudarle a educar al hijo que tenían en común.
Una mañana
el niño, de corta edad, jugaba en la orilla del mar cuando descubrió cómo se le
acercaba una gran foca. Al principio se asustó, pero con la curiosidad propia
de un niño terminó por acercarse al animal que reposaba sobre las rocas
mirándole fijamente. La foca le dijo con voz firme que era su abuelo. El niño
dio una gran carcajada pero descubrió en los ojos de la foca un brillo que le
resultaba familiar. La gran foca le contó que venía desde hace años en busca de
su madre pero que ésta no podía volver al mar porque le habían robado sus
pieles. La madre languidecía, se debilitaba día a día, su piel perdía brillo y
sus brazos fortaleza, si no regresaba al mar pronto moriría inexorablemente.
El niño no
quería perder a su madre pero la vio tan triste que finalmente aprovechando un
despiste del padre recuperó las pieles robadas y se las dio a su madre.
Aprovechando
que el padre había ido a pescar la madre se acercó con el niño a la orilla, se
desnudó y se colocó las pieles de foca. Nada más contactar las pieles con su
piel se transformó en una hermosa foca de ojos brillantes. Se lanzó al agua y
dejó al niño sólo sobre las rocas. El niño no paraba de mirarla sorprendido,
viendo cómo se zambullía y cómo iban llegando otras focas a jugar con ella.
La foca
salió del agua, se desprendió de las pieles y abrazó a su hijo. Al besarle le
insufló grandes bocanadas de oxígeno al
hijo y le invitó a que se zambullera con las focas. El niño, tranquilo por la
presencia de la madre y la calma de la manada de focas, se lanzó al agua; la
madre volvió de nuevo a cubrirse con las pieles y se zambulló con el niño para
enseñarle el país del que venía, su casa, su familia, su modo de vida.
El niño
comprendió que su madre pertenecía al mar. La madre le pidió que cuidara del
padre y le consolara cuando descubriera su ausencia. Ella seguiría acercándose
a las rocas para verlos y para pasearle bajo el mar.
Nuestra
amiga terminó de contar la leyenda y nos preguntó: Vosotros cuando perdisteis la
piel de foca.
Salimos del
restaurante al borde de las seis de la tarde, todavía hacía calor. Caminamos
unos minutos hasta dar con un parque, el parque del faro, frente al puerto. Nos
sentamos en unos bancos y pudimos disfrutar de la misma panorámica de la que
disfrutó Camile Corot.
Llevaba días impaciente por leer el relato de la bullabesa. No esperaba la sorpresa que te guardabas en la manga. Hermosísima historia. Besos
ResponderEliminarRegreso de un "trabajo mañanero" pero antes de salir leí tu entrada, ya sabes que mi primera obligación es leer la prensa y ver tu blog y ha sido un despertar precioso poder desayunar con una historia tan bonita. También esperaba el resultado de la bullabesa que no dudaba sería un recreo para todos los sentidos. Eres todo un lujo de persona y para mí un orgullo. Jubi.
ResponderEliminarMuy bonita historia y deliciosa me parece la receta. La has probado tu ya en casa? Creo que yo voy a ponerla en práctica muy pronto.
ResponderEliminarMari Carmen
Jubi, a mi no me pilla tan ¨de cerca¨ y estoy orgullosa,o sea que tu.........
ResponderEliminarLSC
Bonita historia. La bourride me recuerda al bollit de peix pero a la francesa. Espero que estés mejor de tus reflujos, que al menos no te hayan impedido disfrutar. Gracias por el relato. RMC
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