lunes, 16 de julio de 2012

CAP.CLXIII.- Los melocotones y la felicidad como forma de resistencia.


La diletancia como forma de vida no es especialmente introspetiva, más bien al contrario, la preocupación o la mera curiosidad por lo que ocurre en el exterior, por conocerlo y comprenderlo coloca al diletante en una permanente situación de riesgo, empaparse de realidad hoy por hoy es una actividad de alto riesgo primero porque es complicado esto de definir la realidad, ya que en el fondo la realidad se compone por una serie de capas más o menos complejas que no todo el mundo combina de la misma manera, de modo la “densidad” de la realidad depende no sólo de las capas que vayamos añadiendo o conociendo, sino también del orden en el que las coloquemos.

A trancas y barrancas voy preparando las posibles lecturas del verano, compruebo asustado que en la maleta final prácticamente no habrá novelas, he dejado sobre la mesilla muchos ensayos y biografías; mal signo para un diletante que a lo largo de su vida se ha dejado fascinar por la ficción, aunque puede que la realidad actual sea tan apasionante que supere cualquier ficción, o que sea necesario tener instrumentos para comprender lo que está ocurriendo. De momento la estrella del verano será un libro de historia de Josep Fontana, un historiador que acaba de jubilarse, un libro titulado “Por el bien del imperio”, que pretende dar con las claves de lo ocurrido en el mundo, en nuestro mundo, desde 1945 hasta prácticamente hoy. Creo que pocas recetas podré sustraer al viejo Fontana, por lo que habré de buscar alguna lectura complementaria que me ayude no sólo a comprender la historia, sino también a digerirla con unos buenos condimentos.

Andaba yo enfrascado en estas meditaciones,  empeñado en encontrar el paralelismo entre lo que está ocurriendo actualmente – llámese crisis, llámese fin de ciclo, llámese lo que se llame – me planteé si tenía sentido releer por cuarta vez la Educación Sentimental de Flaubert, esta vez para comprender la revolución de 1848, una revolución que permitió a los parisinos pasar de las barricadas a los restaurantes, de los restaurantes a los salones y de los salones de nuevo a las barricadas sin solución de continuidad. Puede que la literatura facilite los tránsitos de manera más dulce que la propia realidad.

Enfrascado en estas meditaciones caí en la cuenta de que no sólo España, sino toda Europa pasó todo el siglo XIX tremulando de revolución en revolución, de algarada en algarada; un sin vivir que todavía ocupó la mitad del siglo XX, hasta terminar la segunda guerra mundial. Puede que lo ahistórico sea lo acontecido desde 1945 hasta esta fecha, un tiempo en el que hemos vivido sin grandes agitaciones. Puede que tengamos que acostumbrarnos a vivir en un estado de incertidumbre.

Llegando a este punto puede que una tarea curiosa fuera la de ver el influjo de todas aquellas algaradas en la gastronomía, no en vano las revoluciones burguesas determinaron que la gente dejara de comer en sus casas y empezara a comen en restaurantes, los primeros restaurantes tal y como los conocemos hoy – es decir, no los mesones abiertos para dar de comer y de dormir a los comerciantes en ruta – nacen con la consolidación de la burguesía como clase dominante. Habría que ver qué incidencia, que recetas y costumbres quedarán de todo lo que sucede hoy.

La Educación Sentimental de Flaubert es un buen ejemplo descriptivo de los usos y costumbres de la Francia de mediados del XIX, hay incluso alguna escena en la que se apuntan platos y restaurantes del París conmocionado por la Primavera de los Pueblos. Apuntaba Gregory Lukàcs que La Educación Sentimental era por antonomasia la novela psicológica de la desilusión, no le faltaba razón. Y puede que la desilusión sea una de las piezas claves para comprender lo que está sucediendo estos días.

Sin salir del entorno de Flaubert – un hombre por lo visto profundamente hosco – y de su percepción de la realidad, puede que encaje bien otra cita: ““Soy un detractor de cualquier gobierno. Me gustaría destruirlos a todos”, una cita también muy del gusto de nuestra época, aunque yo no la comparta.

Estaba yo envuelto en mis meditaciones encerrado en un bucle pesimista que, casi sin darme cuenta, se quebró de la manera más simple. El viernes escapamos hacia la montaña, hacia la Seo de Urgel, cuando uno tiene niños pequeños no puede dejarse llevar por la melancolía; el sábado a la mañana en el mercado nos aprovisionamos sobre todo de fruta y de verdura: Lechugas de hoja crujiente, tomates de corazón de buey que no habían dormido en cámara y melocotones.

El sábado improvisé un guiso de pollo con verduras y a los postres, de modo casi instintivo, pelé y troceé un melocotón que fui sumergiendo en los restos de una copa de vino – un Rivola de la ribera del Duero -; aquél hábito de empapar la fruta en vino era del tiempo de nuestros abuelos, un pequeño manjar que podía enriquecerse con un poco de azúcar o con una rama de canela.

Pasados unos minutos los trocitos de melocotón se iban tiñendo de color bermellón, sin perder el intenso color naranja; prácticamente se comían solos. Si sabroso era el melocotón, mucho más sabroso quedó el vino, el último trato antes del café y la siesta.

Melocotones, vino, canela, un hervor preparado un postre de los de toda la vida. Buceando en los recetarios vi como había otra combinación más frívola a base de melocotones, fresitas, azúcar y champagne, esta vez sin hervores, todo en frio.

En el Celler de Can Roca preparan unos falsos melocotones a partir de azúcar soplado como si fuera vidrio, rellenos de una ligera mousse de melocotón.

Recuerdo haber escrito en esta misma bitácora que el melocotón es el símbolo de la inmortalidad en las culturas chinas; de ahí que me haya animado a buscar una receta de melocotones rellenos para la que se necesitan seis melocotones hermosos y tersos, 75 gramos de bizcocho o de galleta, 75 gramos de almendra tostada y rallada, 100 gramos de azúcar, 50 gramos de mantequilla, medio litro de leche, medio litro de moscatel u otro vino dulce, un huevo, una pizca de canela o de vainilla y un limón.

Se pelan los melocotones, se parten por la mitad y se deshuesan. Con la ayuda de una cuchara aprovechando la cavidad del hueso se hace el hueco un poco más grande y se reserva la pulpa del melocotón. Se colocan los melocotones huecos en un plato o fuente hondo cubiertos por un paño húmedo – hay que evitar que se oxide la fruta, por lo que tampoco va mal mojarlos con un poco de zumo de limón.

En un cuenco se pone la galleta o el bizcocho, la leche, la almendra, la mitad del azúcar, la yema de huevo y la pulpa picada de los melocotones, un poquito de canela. Si se pasa por la batidora quedará una crema muy rica.

Con la crema o con la pasta que hemos preparado rellenamos los melocotones.

En una fuente de horno un poco profunda se pone el vino dulce, un par de vasos de agua, el resto del azúcar, un trozo de corteza de limón. Se asientan en la fuente los melocotones rellenos, con la farsa hacia arriba – hay que cuidar que el líquido no cubra los melocotones por completo -. Se coloca sobre cada trozo de melocotón una nuez de mantequilla y se pone el horno suave – 120º - para que los melocotones se cocinen durante una hora y media, con cuidado de que no se tueste mucho la superficie.

Una vez  cocinados los melocotones se dejan enfriar – el plato se sirve frio -, adornando los melocotones bien con nata, bien con un poco de azúcar glaseada.

En la Francia convulsa del XIX hubo muchos pintores que se animaron a pintar melocotones, así que ha sido difícil elegir, al final mis debilidades me han llevado a Claude Monet. Es sorprendente comprobar cómo las épocas más agitadas de la historia de la humanidad han permitido también que surjan los talentos más atractivos.


Cierro la entrada justificando su titulo. Hace unos días Almudena Grande defendía que la felicidad es una forma de resistencia.

4 comentarios:

  1. Rica receta de melocotones y maravilloso bodegón. Hoy en mi paseo matinal he pasado por una frutería y me he comprado los kiwis habituales y había unos melocotones que parecían una pintura y lo primero que me ha venido a la cabeza al verlos, era partidos y con vino tinto y azúcar, de antigua tradición, y mira por dónde tu blog va de ese maravilloso postre, ¿ha habido telepatía? Jubi

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  2. Algunas recomendaciones de lectura estival.

    Un ensayo:Postguerra, de Tony Judt

    Una novela: Dinero, de Émile Zola

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  3. Tengo pendiente el de Fontana. Después de leerme la estupenda biografía de Bruce Chatwin, escrita por Nicholas Shakespeare voy a empezar el volumen que compila El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua de Patrick Leigh Fermor.

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  4. Que buena esta receta de melocotones se nota que es la época en que son buenísimos pues el otro día me hablaron de un salmorejo de melocotón en lugar de tomarte que también me apetece mucho probar

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