No es sencillo mantener un grado de
fertilidad constante en esto de la diletancia; como en todo, en la diletancia
hay ciclos o rachas en las que parece que no haya cocinado en la vida.
Buscaba inspiración en los últimos platos
probados, más composiciones que platos. Investigaba sobre el origen de los
pimientos del cristal, cultivados en Navarra, concretamente en Corella – dicen los
que saben. Se asan a fuego vivo de sarmientos hasta que se arrebata la piel
externa del pimiento. Se sacan del fuego con cuidado, para que no se quiebren,
y se envuelven en papel de estraza para que conserven el calor.
Hay que pelarlos cuando todavía están
calientes, casi escaldándose los dedos. Si se pelan sobre una bandeja se puede
aprovechar el caldillo que destilan.
Los pimientos del cristal – rojos por
supuesto – se pasan unos segundos sobre una sartén engrasada, se colocan en
tiras sobre un plato blanco, si puede ser rectangular.
Se elige un huevo hermoso, separando la
yema de la clara. La yema se coloca sobre las tiras de pimiento.
La clara se fríe en una sartén aparte,
cuando esté cuajada se dobla como si fuera un pañuelo – de los que solían
ponerse los señoritos de postguerra en el bolsillo de la chaqueta -. Las
puntillas doradas, brillantes.
La clara frita se coloca sobre los pimientos,
justo debajo de la yema. Si se tiene cierta gracia el contraste del plato
blanco, la yema y la clara puede crear un trampojo divertido. Se enluce el
plato con unos cristales de sal maldon y un chorrito de aceite de oliva verde
intenso.
Podría haberme contentado con llegar hasta
aquí, incluso pedirle prestada la foto al restaurante La Manduca de Azagra, en
la web vi la receta; pero la realidad termina dando bocados tremendos.
No solo
porque hoy haga 10 años del 11/M, me pilló en Madrid.
La frivolidad puede ser un remedio cuando
para suavizar la realidad, sobre todo cuando las circunstancias permiten a uno
ser frívolo.
Cerca de mi casa hay una plaza muy amplia,
sin apenas árboles; tiene forma irregular, con un mercado en medio. En uno de
los extremos hay un banco - una entidad bancaria – y en el cajero duerme durante
hace unos días una pareja. Cuando me toca levantarme pronto todavía duermen con
cierta placidez, abrazados y cubiertos con mantas viejas. Ordenan el calzado,
las cuatro o cinco pertenencias que les quedan, apelotonadas en un carro de
compra destartalado.
Da cierto pudor – y algo de miedo, para ser
sinceros – hacer uso del cajero mientras duermen.
A eso de las ocho menos cuarto llegan los
primeros empleados del banco, supongo que debe existir una red de acuerdos
tácitos sobre el uso de los cajeros. Hubo temporadas en los que permanecían cerrados
a cal y canto, impidiendo el acceso a cualquier transeúnte. Sin embargo durante
el invierno, sobre todo las noches más crudas,
decidieron dejarlos abiertos, sobre todo porque la estación de metro
cercano sí que cierra irremisiblemente a la media noche – parece que los
banqueros tienen mejor corazón que los concejales.
La directora de la oficina les deja pagado
un café en el bar de la esquina, que abre sobre las siete, de ese modo
desalojan el cajero de modo ordenado y desayunan en la terraza, todavía
envueltos en mantas. Es una pareja de mediana edad, con las facciones curtidas –
deben llevar tiempo en la calle -. No hay restos de botellas ni de bricks de
vino, sólo tristeza.
Conozco a la encargada del bar y no me
extrañaría que junto al café que paga la empleada del banco caiga también algo
de bollería o un bocadillo. Mientras desayunan se ventila el cajero, como
ventilamos cualquiera de nosotros la habitación.
Los ocupantes del cajero vigilan
discretamente a los que van/vamos a sacar dinero; no piden limosna, ni mucho
menos, parece que intentaran descifrar las claves de la suerte, de las razones
que les han llevado/nos han llevado a estar donde estamos. Puede que dos o tres
decisiones o situaciones cruciales en la vida hubieran podido intercambiar a
unos y otros.
Viéndoles es inevitable pensar que la suerte
juega en todo esto.
Cuando terminan de desayunar se trasladan
al banco – de sentarse – está enfrente del cajero; siguen escrutando en
silencio a los transeúntes, a los niños que esperan uniformados la llegada de
la ruta del colegio.
Apenas hablan, solo aguardan a que pase el
tiempo, sin hacer comentarios. Sobre las nueve desaparecen de la plaza y pasadas
las diez de la noche, cuando cierra el bar, regresan primero al banco de la
calle y después al cajero. Extienden las mantas, se abrazan y seguramente
refunfuñan porque la iluminación del cajero es muy intensa.
La pareja se ha integrado en la vida del
barrio, nadie parece escandalizarse, aunque todos evitamos mirarles a los ojos.
Como digo no piden limosna, tampoco buscan diluirse u ocultarse. Todos tenemos
algo de responsabilidad por permitir que haya gente que duerma en la calle,
mucha gente duerme en la calle y quienes mandan, quienes mandamos, preferimos
no mirarles a los ojos.
Son bocados de realidad. Nada que ver con los
mendigos de Murillo, son más bien los espectros de Daumier.
Que riquísimos pimientos nos ofreces hoy y que historia tan tierna nos relatas, es triste vivir la situación que se ha creado y lo peor es que vamos a salir muy tarde del túnel. Ayer 11M a las 8 y 5 de la mañana recibía la llamada de nuestra común amiga para enviarnos su cariño y que nunca olvidaría a ninguno de nosotros, que estos días se pide un permiso, se encierra en casa y oye música y lee y que sobre todo piensa en nosotros. Es bonito ver que en un drama como ese, tenga nuestro recuerdo. Jubi
ResponderEliminarqué buena pinta y qué bonita la historia de hoy!
ResponderEliminarEsta vez, como primero iba la receta y luego la historia, contra mi costumbre, he leído la receta de arriba a abajo ;-)
En el tío vivo de la vida se puede ir en carroza, a caballo o subido en el cerdo. E incluso ir cambiando unos por otros según lo que vaya viniendo.
ResponderEliminarPero el problema real es cuando ya no tienes ticket. Unos se han caído de la atracción, (o los han tirado); y otros, los menos, nunca han podido disfrutar de un viaje.
Pero lo cierto es que los que están arriba siguen/seguimos riendo, jugando y bromeando cada viaje; de espaldas a esa otra realidad. "Los otros" no forman parte de nuestra vida aunque estén en el mismo espacio-tiempo. O quizá no lo están.
Té sigo habitualmente como un anónimo más diletante, pero ante la historia de hoy no he podido sujetarme.
Algo más del costumbrismo y algo menos de la gastronomía.
Un cordial saludo.
Triste historia la de hoy, y por desgracia, no la única. Mi pregunta es: ¿podemos permitir esto? Hoy son ellos y mañana podemos ser nosotros. ¿Es uno de los problemas la falta de implicación de los que aún sobrevivimos?
ResponderEliminarEn el barrio donde trabajo hay un anciano viviendo en un contenedor, hay un chico joven, pidiendo, que duerme todas las noches en el parque de la Ciudadela por que tiene que acabar de pagar una hipoteca, increíble! Ni siquiera hace falta ser un buen observador, sólo levantando la vista y la miseria y la tristeza están ahí.
Nada, cada uno tiene que poner su granito de arena.
Lo siento por la receta, la otra historia me ha llegado más hondo.
Mari Carmen