martes, 4 de octubre de 2011

CAP. LXVII.- Un sátiro en la cocina.

Hace algunos años una persona con cierto ascendente sobre mi mujer le previno de que sobre todo no aceptara ninguna cena a solas en mi casa; sin duda yo tenía grandes virtudes - sobre todo profesionales - pero era letal si se aceptaba una cena en mi casa.
Tuve la suerte de que mi mujer no le hizo mucho caso a esa persona, a día de hoy tenemos dos crios preciosos y sigo cocinando todos los días para ella y para quien aparezca en casa.
Esta anécdota tiene que ver por el irresistible atractivo que pueden llegar a desprender los hombres cocinando, no me refiero a los cocineros profesionales, sino al encanto que puede llegar producir un hombre en la cocina preparando platos con la intención de seducir a su invitada. Hay cierto elemento morboso la de imaginar a un hombre soltero trajinando por la cocina. No es necesario que el hombre sea guapo, ni atlético - ese tipo de hombre suele ser un seductor en cualquier medio - basta con un ser desvalido entre fogones y cacerolas, empeñado en sorprender a la persona que le gusta. En ese territorio complicado de la cocina el hombre puede llegar a convertirse en un sátiro y desplegar todo tipo de artimañas seductoras, convertirse en el sátiro pintado por Pierre Paolo Rubens en pleno delirio barroco.
Sirvan como referencia tres actores que no han destacado por su físico y que, sin embargo, han sido capaces de seducir a mujeres muy por encima de ellos:
(1) Jack Lemmon, El Apartamento; Lemmon encarna a un oficinista, un pobre diablo que asciende en su trabajo dejando su apartamento a los jefes para que puedan tener aventuras extramatrimoniales con empleadas de la empresa; una de esas empleadas es Shirley Maclaine, que termina perdidamente enamorada de Lemmon tras enseñarle Lemmon cómo escurría espaguetis con una vieja raqueta de tenis.
(2) Woody Alllen, Annie Hall; Allen es un cómico desastroso que encandila a Diane Keaton tras demostrar sus fobias y torpezas intentando hervir una langosta en vivo.
(3) Sergio Castellito, Deliciosa Martha; él es un cocinero italiano contratado como ayudante de una refinada y perfeccionista obsesiva Martina Gedeck, a quien enamora dejando la cocina de la casa de la protagonista de la película hecha un desastre tras preparar un letal tiramisú que termina de sacar de sus cartesianas casilllas a la Martha de la película.
Ninguno de estos tres actores es especialmente agraciado, sin embargo sus personajes ganan posiciones sentimentales entre fogones.
Con estas tres referencias gastrocinematrograficas se puede preparar un menú capaz de deshacer el témpano más frio.
Como primer plato puede resultar atractivos unos espaguetis con almejas, hirviendo los espaguetis en una gran cazuela metálica, con abundante sal. La pasta ha de quedar al dente, por lo que es importante medir los tiempos y escurrirla con destreza usando una raqueta que hay que manejar con suma destreza para evitar que la pasta termine colándose por entre la malla. Con los espaguetis en caliente y sobre la raqueta se les añade un chorro generoso de aciete de oliva. La salsa de almejas ha de prepararse del modo más sencillo posible, utilizando almejas de primerísima calidad, sin rastro de tierra. Basta picar tres dientes de ajo y sofreirlos ligeramente en aceite - cuidado que no se doren para que no amarguen - cuando el ajo empieza a chisporrotear se ponen las almejas cerradas que se abrirán con el calor de la sarten soltando algo de jugo, se rectifica de sal y se espolvorea abundante perejil picado. Conviene terminar la mezcla en una bandeja para evitar que las almejas acaben en el suelo.- Si hay que elegir un vino que acompañe este primer plato yo apostaría por un verdejo, un Belondrade y Lutron.
El segundo plato a base de langosta, cuando uno quiere encantar no debe reparar en gastos. La langosta Thermidor contiene todos los factores objetivos y subjetivos para el amor, empezando por su afrancesado nombre. La langosta termindor no es sino un guiso de langosta cubierto con una sabrosa bechamel, presentado sobre la propia cáscara de la langosta. Necesitamos un par de langostas de 350/400 gramos cada una (no hay que ser garrapo). La langosta se cuece viva en agua salada abundante, que hierva a borbotones, con un chorrito de vinagre, un pellizco generoso de sal, perejil, alurel y tomillo. Cocidas y templadas se cortan las langostas a lo largo y se le saca la carne de las colas y las pinzas - no hay que ser muy brusco pues el caparazón servirá como recipiente para servirla. Se corta la carne en cuadraditos y se rehoga con dos cucharadas de aceite de oliva, 120 gramos e mantequilla y sal, fuego muy suave.
En una cacerola a parte se prepara una bechamel espesa inicándola con una cebolla bien picada, caldo de pescado, vino blanco que no sea muy dulce, una pizca de nuez moscada, sal y pimienta blanca. Se tuesta primero la harina con el sofrito de cebolla y se incorpora poco a poco el caldo de pescado y, al final, una copita de vino. Cuando la bechamel ha engordado lo suficiente se rectifica de sal y pimienta y se le añade perejil, perifollo o cebollino y estragón.
Se presenta el plato sobre las cáscaras de la cola de la langosta distribuyendo en el fondo los daditos de la carne de la langosta mojada con el jugo de las cabezas y cubierta con bastante salsa de bechamel. Hay que gratinar el plato en el grill del horno con un poco de queso rallado - emmental o gruyere - y unas pizcas de mantequilla. Aunque en la película Entrecopas se defendía que la uva merlot era la del amor, yo me decantaría por un tinto con menos riesgos, el Summa Varietalis toledano de la hija del Marqués de Griñón puede acompañar sin complejos este plato.
El postre un tiramisú que se prepara batiendo 500 gramos de queso mascarpone con 5 yemas de huevo y 120 gramos de azucar - ojo con ser roñica con el queso e intentar colar algún queso fresco distinto porque malbarataremos los conseguido hasta ahora -. Batida la masa se mojan unos melindros en una mezcla de café (una taza de desayuno, azucar y un chorro cumplido de ron o de otro licor tostado). Con los bizcochos se forra tanto el fondo como los laterales de un molde alto. Forrado el molde se cubre con la crema de queso y yemas, se deja reposar tapado por papel film en la nevera (hay que tenerlo tapado por completo porque la crema suele absorber cualquier olor raro que haya en la nevera), en el momento de presentar el tiramisú en la mesa se espolvorea la superficie con cacao en polvo, si se añade el cacao antes de tiempo la crema termina por tragarse el cacao y más que un tiramisú parecerá una natilla cubierta de mosquitos muertos. Si los comensales son muy golosos se puede añadir al cacao azucar glass.- Con un champagne francés, un Taittinger no se falla, pero hay cavas excelentes como el L'Origan que no desmerecen, aunque un vino dulce bien frio - un moscatel de chivite - da también su juego y es menos evidente. 



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