Acabo de regresar de pasar
un par de días con la familia en la montaña, jornadas divertidas en las que los
niños han empezado a esquiar. Salir de la rutina cotidiana aunque sea durante
unas horas permite redimensionar la relación de cada uno de nosotros con el
tiempo, por eso aunque apenas han sido 48 horas fuera de casa la sensación con la
que regreso es la de haber estado una eternidad fuera de ella.
Regreso con una sensación
fría en el cuerpo, una sensación fundamentalmente física ya que entre ayer y
hoy han caído las temperaturas, dejábamos las pistas de esquí con el termómetro
cinco grados por debajo de cero; hemos llegado a nuestra casa a mediodía
trayendo con nosotros esa sensación de destemplanza intensificada por la
noticia de que una buena amiga ha muerto esta pasada madrugada, era una muerte
inevitable, anunciada, no por ello deja de ser una noticia fría, triste. Mañana
nos escaparemos a Palma a dar el pésame a la familia, un gesto de cariño. Últimamente
sólo me llegan noticias grises, es como si el gris estuviera empeñado en teñir
incluso los rincones más cotidianos de nuestra existencia.
Hay que luchar contra esa
invasión gris; hace días que voy dándole vueltas a una nueva entrada simple,
una entrada verde. No será ni la primera, ni la última, recuerdo haberme
referido a un menú vegetariano y también a los intensos verdes de Klee y de
Cezanne. Es obvio que el verde es el color que nos conecta con la naturaleza,
el color de la esperanza, lo que no sabía es que el color verde tiene la
extraña virtud de trasladar cierta quietud y tranquilidad a quien lo observa,
es un color plácido.
Como se trata de
reivindicar de nuevo el color verde en esta ocasión lo hago refrescando la
receta de la salsa verde – habitual para guisos de pescado o para las almejas
-; incluso para una salsa tan sencilla no hay consenso entre los marmitones.
Para la salsa verde son
necesarios dos dientes de ajo que hay que pelar y filetear. En una sartén
amplia se ponen dos o tres cucharadas soperas de aceite de oliva y los ajos
fileteados, se ponen con el fuego suave.
Mientras se doran los ajos
hay que picar una cebolla hermosa, conviene picar la cebolla muy fina, más
pequeña de lo que nos hayan quedado los filetes de ajo.
La cebolla hay que
incorporarla a la sartén antes de que los ajos se tuesten en exceso – el ajo
refrito amarga un poco y en esta salsa es preferible que no amargue en absoluto
ya que la salsa ha de tener un punto entre ácido y dulce que el amargor
malograría.
Incorporada la cebolla se
sube un poquito el fuego para que se elimine rápido el agua de la cebolla. Yo
prefiero remover un poco la mezcla antes de salpimentarla, la sal ayuda a la
evaporación del agua.
Cuando la cebolla haya quedado
transparente se añaden dos cucharadas hermosas de harina que tiene que perder
su color blanco e incorporarse por completo al sofrito. La incorporación de la
harina permitirá que la salsa tome cuerpo.
Llega el momento de añadir
una copa cumplida de vino blanco. No comparto la teoría de los cocineros que
piensan que da lo mismo el vino que se utilice para cocinar; con esta salsa si
se utiliza un vino amontillado el resultado será menos dulce, un blanco seco de
rueda le dará más profundidad a la salsa, el cava tiene un componente ácido que
destacará … Creo que a la salsa verde le va de maravilla una copita de albariño,
una uva con un excelente balance entre la acidez y la dulzura.
Para eliminar rápidamente
los restos de alcohol de la salsa conviene subir un poco más el fuego y llevarla
rápidamente a ebullición.
Todas estas operaciones
tienen que hacerse sin olvidar que la salsa tiene que removerse parsimoniosamente
con una cuchara de madera para evitar los grumos.
En función del tipo de
guiso y de las ganas de salsa que tengamos conviene rectificar el guiso con un poco
de caldo de pescado antes de añadir u buen manojo de perejil muy picado que
será el que dará el tono verde a la salsa. Yo prefiero añadir el perejil casi
al final para que conserve el vivo color de esta planta herbácea. En algunos
recetarios el perejil picado se pone al principio de la cocción, justo después
de haber dorado los ajos, sin duda el plato sabrá más a perejil pero la salsa
tendrá un tono más ocre ya que uno de los primeros efectos del contacto de las hojas
de perejil con el aceite caliente es que se arrebatan enseguida. En todo caso
conviene ser muy generoso con el perejil y tener la paciencia de picarlo al máximo
para que casi se disuelva con la salsa.
Hecha la salsa solo queda
poner unas hermosas almejas de carril que en un par de minutos se abrirán y
empaparán con la salsa; o unos medallones de merluza previamente marcados en
una sartén.
Las salsas verdes se
complementan bien con guisantes frescos, incluso con puntas de espárrago blanco
añadidas en el momento de emplatar.
Si la salsa es
suficientemente sabrosa – que lo es – casi puede tomarse sola, aunque yo la
disfruto mucho con las almejas.
Mis necesidades de verde
espiritual me llevan a Mark Rothko, un pintor complejo que se ha convertido en
un referente de la pintura contemporánea. Yo tuve la oportunidad de ver la
reproducción de la Capilla Rothko en la Tate Gallery de Londres, después he
hecho varias visitas virtuales a la Rothko Chapel de Hudson (Texas) un punto de
referencia mundial de la espiritualidad interreligiosa, un lugar que tarde o
temprano habré de visitar.
Maravillosa y sencilla salsa verde y hay que trabajarla con paciencia para que quede bien ligada y si añadimos almejas o rape, aún mejor. El cuadro va muy bien con el plato. Jubi
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